La congregación para la doctrina de la fe reimprime tal cual la carta de 1986 sobre la homosexualidad, precisamente mientras varios gobiernos legalizan las uniones gay. Los comentarios del cardenal Biffi siguen. La congregación para la doctrina de la fe está comprometida como nunca en ampliar el ámbito de difusión de su producción magisterial. De este modo la congregación quiere "salir al encuentro de su doble deber de promoción y tutela de la doctrina católica, especialmente en los puntos fundamentales y controvertidos".
Este documento es de actualidad porque nunca como en los últimos meses la cuestión homosexual ha estado en el centro de polémicas y controversias que han implicado a la Iglesia católica. Con posiciones no unánimes también al más alto nivel jerárquico.
Basta recordar la reciente decisión en Austria del cardenal de Viena, Christoph Schönborn, de convalidar, no obstante la opinión contraria del párroco, la elección como miembro de un consejo pastoral de un homosexual conviviente en una unión reconocida por el municipio y manifiestamente no arrepentido – al contrario, orgulloso – de su comportamiento moral.
O también la fuerte disensión manifestada hace pocos días por el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, contra el apoyo público dado por el presidente Barack Obama a la legalización del llamado "matrimonio gay".
Volviendo a la carta de 1986 de la congregación para la doctrina de la fe, en la misma se tiende a corregir una interpretación laxa sobre la homosexualidad que había sido dada en una precedente "Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual", publicada por la misma congregación en 1975.
El nuevo documento establece que la misma "inclinación" homosexual "debe ser considerada como objetivamente desordenada". Y "quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable".
La carta de 1986 advierte que "en algunas naciones se realiza, por consiguiente, un verdadero y propio tentativo de manipular a la Iglesia conquistando el apoyo de sus pastores, frecuentemente de buena fe, en el esfuerzo de cambiar las normas de la legislación civil", para adaptarla a los "grupos de presión" según los cuales " la homosexualidad es, si no totalmente buena, al menos una realidad perfectamente inocua".
En la presentación de la carta de 1986 escrita por el entonces cardenal Ratzinger en 1995 se explica que ésta fue concebida precisamente porque "se iban difundiendo cada vez más modos de pensar que cuestionaban la sana doctrina sobre la homosexualidad, haciendo que la atención pastoral de las personas homosexuales fuera siempre más difícil".
Y "la influencia de dichas corrientes – notaba hace 17 años el entonces prefecto de la congregación – no ha disminuido" tras la publicación del documento. Al contario, ha ido creciendo "sobre todo en los Estados Unidos y en Europa", hasta el punto de valorar aún más "la actualidad de la carta".
Una actualidad que no ha disminuido nunca; tanto es así, que la Librería Editora Vaticana ha reimpreso el pequeño volumen de 1995 sin ulteriores comentarios.
Entre los comentarios reimpresos está el del jesuita Maurice Gilbert, ilustre biblista, el cual evidencia que en el Nuevo Testamento san Pablo "declara que la homosexualidad es incompatible con una auténtica vida cristiana", confirmando con ello una enseñanza "en conformidad, y también en referencia, a la del Antiguo Testamento".
Sobre el mismo tema, y con el brío que le caracteriza, ha vuelto recientemente el cardenal Giacomo Biffi, el cual ha provocado a quienes aman llenarse la boca de citas de las Sagradas Escrituras, pero que olvidan de buena gana las palabras de san Pablo sobre la homosexualidad.
Pero recientemente, por ejemplo, en el libro "Credere e conoscere" escrito a cuatro manos por el senador Ignazio Marino y el cardenal Carlo Maria Martini – y del cual "L'Espresso" y el "Corriere della Sera" han anticipado a sus lectores justamente la página dedicada a la homosexualidad – el purpurado jesuita, renombrado biblista, no hace ninguna mención a lo que dice san Pablo sobre el tema.
En realidad la Iglesia siempre ha considerado la homosexualidad entre los pecados más graves, aunque ha mantenido la distinción entre pecado y pecador: el primero, condenándolo siempre; el segundo, tratándolo siempre con misericordia.
En el célebre Catecismo Mayor de san Pio X, editado en 1905, en la respuesta a la pregunta 966, la homosexualidad es el segundo de los cuatro "pecados que claman venganza en presencia de Dios": el "homicidio voluntario"; el "pecado impuro contra el orden de la naturaleza"; la "opresión de los pobres"; la "estafa al salario de los obreros".
Y el nuevo Catecismo de la Iglesia católica publicado en 1992, como la edición típica de 1997, no son menos.
En el párrafo 1867 declara que "La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman al cielo"'".
Y sigue así, con lenguaje bíblico:
"Claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado".