Desde hace tiempo se sabía que durante el embarazo células madre del feto (no es un juego de palabras) penetran en el organismo de la madre y se instalan en él. A través de la placenta, la sangre de la madre y la de la criatura se comunican (aunque no llegan a estar en contacto directo), y al mismo tiempo que la mamá le aporta oxígeno y nutrientes, células madre del feto penetran en el organismo materno y se alojan en él, principalmente en la médula ósea. Allí quedarán durante décadas, de hecho, prácticamente toda la vida.
Estudios recientes han revelado que, en caso de necesidad, algunas de esas células pueden ser convocadas por un órgano que las necesite, para que se transformen en células especializadas (hepatocitos, enterocitos, etc., incluso neuronas), y hasta llegan a formar vasos sanguíneos y cerrar heridas. Parece ser que también cumplen funciones inmunitarias y anticancerosas. Y hasta estimulan a veces la producción de leche materna. No es una proporción muy elevada de células, pero están ahí, aisladas y entremezcladas con las demás, en un fenómeno que se conoce como microquimerismo.
Esto es muy hermoso: no sólo la madre da la vida al hijo, lo nutre y le aporta el oxígeno para vivir; el hijo también queda entretejido en la madre, y contribuye a la buena salud de ella. No sólo hemos heredado células y ADN de nuestra madre, sino que también parte de nosotros permanece para siempre en ella, y además, con funciones reparadoras e inmunitarias. A principios de los años 70, Manuel Alejandro cantaba: « Esa mujercita que ves con el pelo blanco, esa mujercita que ves vestida de negro, esa es la mujer que más quiero y más quiero, porque yo he vivido mezclado en su sangre ». Pero resulta que no es sólo poesía. También es científicamente cierto. Por supuesto, el hijo también lleva células de la madre entreveradas con las propias.
Y eso no es todo. Aunque no lo parezca, la cosa tiene unas implicaciones teológicas tremendas. Significa que Nuestra Señora lleva en su cuerpo células de su Hijo. Del cuerpo de Jesucristo-hombre, no de Jesucristo-Dios, claro. Ella no es parte de la Trinidad, aunque pueda decirse que toque tangencialmente la unión hipostática por su maternidad divina. Con razón que tenía que ser Purísima y libre de pecado original, porque no sólo fue sagrario viviente mientras estuvo embarazada de Jesús, sino que sigue siéndolo. Y como estaba escrito aquello de « no dejarás mi alma en el sepulcro, ni permitirás que tu Santo experimente corrupción » (Salmo 16,10), no sólo resucitó Jesús y no llegó a corromperse, sino que lógicamente su Madre tampoco podía descomponerse en el sepulcro, ya que entonces se habrían corrompido también partículas del cuerpo de su Hijo. Por la misma razón que los sacerdotes cuidadosos evitan que se pierdan partículas de la Hostia una vez consagrada, María tenía que ser asunta a los Cielos en cuerpo y alma. Creemos, pues, si se nos permite la tremenda osadía de decirlo, haber probado por las Escrituras y por la ciencia la Asunción de Nuestra Señora. Aunque si no pudiera probarse, igualmente lo creeríamos por ser dogma de fe.
En otro orden de cosas, ya que estamos hablando de relaciones fetomaternales, hay un argumento poderosísimo contra quienes defienden el aborto alegando aquello de « mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que quiera ». Es frecuente aducir que el hijo tiene un ADN diferente del de la madre, siendo por tanto otro cuerpo distinto, otra persona, y por ende sujeto de derechos. Y es muy cierto; es un argumento muy válido que conviene seguir utilizando. Pero es mucho menos conocido que el embrión, desde el momento en que se implanta en el cuerpo de la madre empieza a producir la enzima indolamina 2,3 dioxigenasa, que cumple la misma función que los inmunosupresores que se administran a los pacientes que han recibido un transplante, a fin de evitar que el sistema inmunitario rechace el órgano injertado por reconocerlo como un cuerpo extraño. Precisamente porque es un cuerpo distinto al de la madre. Pero el Creador, que lo tiene todo previsto, ha programado su ADN para que la madre no lo rechace. Y no sólo lo acoge sino que, como hemos visto, quedan para siempre unidos.