La Democracia Económica es aplicable hoy
Inspirados por las enseñanzas de los Santos Padres, desde León XIII, Louis Even y otros autores formularon una nueva doctrina económica, no a medio camino, sino alternativa al materialismo que preconizaban el capitalismo liberal, el comunismo marxista y el socialismo. Algunos la juzgarán una sociedad utópica; pero creo que debemos juzgarla perfectamente realizable, en un tiempo como el presente. Sólo hacen falta católicos radicales e intrépidos, que no se detengan ante los obstáculos que se presentarán. « Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. El amigo de la paz, "proseguirá su camino irradiando alegría y derramando luz y gracia en el corazón de los hombres en toda la faz de la tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas las fronteras, el rostro de los hermanos, el rostro de los amigos" » Pablo VI, Populorum Progressio., no. 75.
Louis Even y el Mayor C.H. Douglas consideraron siempre que lo que la Iglesia condena no es el capitalismo en sí, sino el "capitalismo liberal"; un "cierto capitalismo". Pues hay que hacer una distinción en el sistema capitalista, entre el sistema productor y el "sistema nefasto que lo acompaña": el sistema financiero.
« Este liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador de « el imperialismo internacional del dinero ». No hay mejor manera de reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía está al servicio del hombre. Pero si es verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización misma los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación irreemplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo. » Pablo VI, Populorum Progressio, no. 26.
Este capitalismo liberal era la gran plaga que impedía la floración de una sociedad auténticamente cristiana, por haber introducido la competencia en las relaciones conyugales, desarraigado al hombre de su tierra y nublado las virtudes de nuestros mayores, convirtiendo a los seres humanos en máquinas al servicio de la producción. Los males que se reprochan en el sistema capitalista actual no provienen de su naturaleza (propiedad privada y libre empresa), sino del sistema financiero que éste emplea; un sistema que domina en vez de servir, que vicia al capitalismo. Los Papas lejos de desear la desaparición de la propiedad privada desean más bien su amplia difusión:
« La dignidad de la persona humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra; a ese derecho corresponde la obligación fundamental de otorgar una propiedad privada en lo posible a todos. (Hay que) poner en movimiento una política económica y social, que facilite y amplíe lo más posible el acceso a la propiedad privada de los siguientes bienes: bienes de consumo duradero; vivienda; pequeña propiedad agraria; utillaje necesario para la empresa artesana y para la empresa agrícola familiar; acciones de empresas grandes o medianas. » Juan XXIII, Mater et Magistra, nn. 114-115.
En la grandiosa encíclica Rerum Novarum (1891), de León XIII, en la que se condenan las condiciones oprobiosas, lindantes con la esclavitud, en las que vivía una muchedumbre infinita de proletarios, hallaría Louis Even el aliento para impulsar, en compañía de miles de familias católicas –a quienes el las formó-, una nueva doctrina económica, alternativa al capitalismo liberal, al comunismo y al socialismo, cuyo fin último es promover el Reinado Social de Cristo.
Otro personaje convencido de que la Democracia Económica es un cristianismo vivido y que aplicaría maravillosamente las enseñanzas de la Iglesia sobre justicia social, fue el Rev. Padre Peter Coffey, doctor en Filosofía y profesor en el Maynooth College de Irlanda. Él escribió lo siguiente al jesuita canadiense, Padre Richard:
« Las dificultades surgidas de sus preguntas pueden ser solucionadas solo mediante la reforma del sistema financiero del capitalismo según los lineamientos sugeridos por el Mayor Douglas y la escuela de la Democracia Económica. Es el sistema financiero aceptado el que se encuentra en la raíz del capitalismo. La exactitud del análisis llevado a cabo por Douglas nunca ha sido refutada. Yo creo que con su famosa fórmula de regulación de precios, los principios de reforma de Douglas son la única reforma que iría a la raíz del mal […] »
El ingeniero escocés Clifford Hugh Douglas (1879-1952), quién concibió las propuestas financieras de la Democracia Económica, escribió « La Democracia Económica" es una filosofía socioeconómica en donde los consumidores, totalmente proveídos del poder adquisitivo adecuado, establecen la política de producción por el ejercicio de su voto monetario. En vista de esto, el término democracia económica no significa el control del trabajador de la industria. Quitando la política de producción del sistema financiero, del gobierno y de la industria, la Democracia Económica prevé "una aristocracia de productores, sirviendo y acreditados por una democracia de consumidores." »
En su reciente encíclica « Caritas in Veritate », el Papa Benedicto XVI escribió en el párrafo 66: « Es de desear un papel más incisivo de los consumidores como factor de democracia económica, siempre que ellos mismos no estén manipulados por asociaciones escasamente representativas."
La Democracia Económica se funda en las instituciones de la familia y la propiedad, pilares básicos de un recto orden de la sociedad humana; no cualquier familia, desde luego, sino la familia católica comprometida en la procreación y fortalecida por vínculos solidarios indestructibles. Tampoco cualquier propiedad, y mucho menos la propiedad concentrada del capitalismo liberal, sino una propiedad equitativamente distribuida que permita a cada familia ser dueña de su hogar y de sus medios de producción. El trabajo, de este modo, deja de ser alienante y se convierte en un medio en sí mismo, para un fin superior; y el trabajador, al ser también propietario, recupera el amor por la obra bien hecha, y vuelve a mirar a Dios, al principio de cada jornada, con gratitud y sentido de lo sagrado, santificando de veras sus quehaceres cotidianos. Por supuesto, la sociedad de Democracia Económica preconizada por Louis Even y miles de familias se rige por el principio de subsidiariedad y por la virtud teologal de la caridad, que antepone el bien común al lucro personal. Se trataría de lograr que cada familia cuente con los medios necesarios para su subsistencia, bien mediante la producción propia, bien mediante el comercio con otras familias o comunidades de familias, con las que se asociará para realizar obras públicas y garantizar la educación cristiana y el aprendizaje de los oficios para sus hijos.
La Democracia Económica no infiere una sociedad de iguales individuos, saciados de una libertad que acaba destruyendo los vínculos de la comunidad, sino una sociedad verdaderamente fraterna, regida por los principios de dignidad y jerarquía, en la que mucho más que el bienestar importa el bien-ser. Algunos la juzgarán una filosofía de vida utópica; creemos que es perfectamente realizable, en un tiempo como el presente, en que el capitalismo financiero y el llamado cínicamente Estado social de Derecho se tambalean, heridos de muerte. Sólo hacen falta católicos radicales e intrépidos, que no se detengan ante los obstáculos que se presentarán.
« Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaría a la voluntad de Dios Creador. » Beato Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, n. 30.
« Vosotros todos los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia. » Ibíd., n 38.
Pura doctrina social en justicia social
¿Qué diríamos de la crisis económica actual¿ Diríamos que, en la raíz, es una crisis financiera de valores y de sentido común. La Democracia Económica surge como respuesta a los principios de la doctrina social de la Iglesia que, especialmente a partir de la encíclica Rerum novarum, de León XIII, de 1891, emplazó a los católicos a que desarrollaran formulaciones concretas para los principios generales.
Cuando Louis Even allá por 1935 comenzó a difundir las enseñanzas de la Democracia Económica en el Canadá Francés, recibió falsas acusaciones de que era socialismo o comunismo. En 1939 los obispos de la provincia de Quebec designaron a nueve teólogos para examinar este sistema. El resultado de este estudio se resume en la conclusión del equipo de teólogos: « La comisión no puede ver cómo los principios básicos del sistema de Democracia Económica, pueden ser condenados por parte de la Iglesia y su doctrina social. »
En efecto, un estudio comparativo de la Democracia Económica y de la doctrina social de la Iglesia enseña hasta que punto el establecimiento de las propuestas financieras de la Democracia Económica aplicaría de maravilla la enseñanza de la Iglesia sobre la justicia social.
Creemos que hoy la propuesta de la Democracia Económica podría inspirar nuevos esfuerzos para superar tanto el actual sistema como « el sistema nefasto que lo acompaña ». En ella, junto a un fin muy loable y necesario, como es la generación de riqueza, viene indisolublemente pegado un sistema de fondo en el que la usura, la avaricia y el consumo es la lógica que parece invadirlo todo, y la persona no es fin en sí misma, sino un instrumento. Frente a esto, la Democracia Económica ofrece, más que una propuesta económica concreta, una reflexión desde la centralidad de la persona. Esta centralidad sólo puede producirse desde la libertad del hombre, y para ello es necesario, en el orden social y económico, un conocimiento profundo y concreto y una correcta aplicación de las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia. Por lo tanto, las propuestas de la Democracia Económica no solamente son dignas de ser tomadas en cuenta por las más altas autoridades económicas y políticas, sino también dignas de ser apoyadas por la amplia multitud de pueblo católico y de hombres de buena voluntad.