Algo no le pertenece al César solo porque él lo pida. Los derechos del César son limitados por los derechos superiores de la persona humana.
En esta época del año en la que hay que hacer la declaración de la renta, algunos se quejarán de que la presión fiscal es cada vez mayor. Se les dirá "Dad al César lo que es del César...". Se utiliza el pasaje bíblico para apaciguar al público, pero no se presenta el significado trascendental del pasaje evangélico. Se da a entender que no importa lo que el Estado (el César) exija en el pago de impuestos, debemos cumplirlo sin rechistar.
En el siguiente artículo escrito en 1960, Louis Even arroja luz sobre el verdadero significado de este pasaje evangélico, que en realidad pone un límite a las exigencias del César, y abre así posibilidades insospechadas.
"Los fariseos ansiosos de atrapar a Jesús en su predicación le enviaron a sus seguidores junto con los herodianos quienes apoyaban a Roma, a hacer esta pregunta: "¿Es lícito pagarle el tributo al César, o no?" (Mt 22,17).
En aquellos días, "tributo" era algo diferente al impuesto pagado por nuestros ciudadanos libres de hoy. El tributo implica subyugación, era una contribución impuesta por el conquistador (Roma había conquistado a Palestina tomándola por la fuerza).
Nuestro Señor respondió primero exponiendo la trampa preparada por los fariseos: "Hipócritas, ¿por qué me tentáis?". Después les pidió que le mostraran la moneda del tributo en la que estaba acuñada la imagen del César y les dijo: "Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
Una cita abreviada
Por lo regular, quienes citan esta línea del Evangelio lo hacen para acentuar el deber de pagar impuestos. Y lo hacen con singular elocuencia. Además, la mayoría de las veces, citan únicamente la primera parte del texto – la que tiene que ver con el César. La última parte, concerniente a Dios, se hace a un lado silenciosamente, mostrando estos oradores su gran preocupación por la importancia relativa al César.
Y aun cuando la gente cita esta primera parte, raramente prestan atención a la naturaleza limitativa de estas palabras: "lo que es del César". Decimos limitativas porque al César no todo le pertenece. Pero, aparentemente, si uno escucha a los "predicadores de impuestos" deberíamos darle al César todo lo que pide. El César, por lo regular, tiene un apetito voraz, y no le importa el que haya cosas debidas a quienes roba mediante los impuestos.
Usted entiende que César significa gobierno o, más exactamente, los gobiernos, dado que hay tantos Césares como niveles en la estructura política de una nación. En Canadá, existen Césares municipales, Césares provinciales y un César federal. Y no falta mucho para que a todos se nos aflija con un César supranacional con jurisdicción universal.
El resultado de esta jerarquía de Césares, cada vez más ajustada, se debe a los cada vez más grandes "tributos"; los oídos de estos Césares se han hecho cada vez más sordos a las voces de la gente, mientras sus dedos pegajosos llegan hasta los más ínfimos estratos de la sociedad, succionando hasta el más pequeño pedazo de ingreso, exprimiendo todo lo que pueden de cada transacción económica.
Pero, ¿es que algo le pertenece al César solo porque el lo pide?
Límites al poder del César
En un discurso dado en la Casa de los Comunes el 6 de julio de 1960, durante el debate sobre la Carta de Derechos, Noel Dorion, ministro de Bellechase (y algunos meses después ministro del gabinete de los Conservadores) citó la respuesta de Jesús a los herodianos. Sin embargo, el Sr. Dorion, no la usó a favor de los impuestos. Al contrario, el tema debatido en Ottawa ese día eran los derechos humanos y no los derechos del César. El Sr. Dorion claramente recalcó:
"Es Cristo quien ha establecido la primera carta sobre los derechos humanos, resumiéndola en estas sucintas palabras que, después de dos mil años siguen vigentes: "Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
El Sr. Dorion no profundizó más en esta declaración. Pero considerando el tema del debate, ciertamente dio a entender que el hombre, la persona humana, le pertenece a Dios y no al César; que el César no tiene derecho de apoderarse de lo que pertenece a Dios; que el César debe respetar la dignidad, la libertad y los derechos de todos y cada ciudadano, incluido el derecho a la vida, el derecho a aquellas condiciones que le permitan desarrollar totalmente su personalidad. Los derechos del César están limitados por los derechos superiores del hombre.
En un documento entregado en Melbourne en 1956 y después reproducido en forma de folleto, Eric Butler, periodista australiano, citó a Lord Acton:
"Cuando Cristo dijo, "Denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", le dio al Estado una legitimidad que nunca antes había disfrutado y estableció los límites que nunca antes le habían sido reconocidos. Y no únicamente desarrolló el precepto, sino que dejó el instrumento para ejecutarlo. Limitar el poder del Estado dejó de ser la paciente esperanza de filósofos e intelectuales para convertirse en el cargo perpetuo de una Iglesia universal."
Lo que el Acton dio a entender es que la Iglesia de Cristo tiene el deber de asegurarse que el César no traspase sus derechos. Esta función de la Iglesia ha sido ejercitada y reconocida durante siglos de cristiandad; ha prevenido a varios Césares –grandes y pequeños- de gobernar como dictadores absolutos a la población. Pero Eric Butler agregó: "Desafortunadamente, sin embargo, la perversión de la cristiandad ha alcanzado el estadio en el que aún grandes cantidades de clérigos cristianos, en lugar de luchar incansablemente para limitar los poderes del Estado, están ayudando a urgir a la sociedad a permitir ser reformada por el poder del Estado. Están de hecho apelando a Dios a favor del César. Cada incremento en el poder del Estado o de los grupos monopólicos, independientemente de los argumentos plausibles utilizados para tratar y justificar dicho incremento, deben, inevitablemente tomar de los individuos su derecho a personalizar su vida mediante el ejercicio de su libre albedrío." (Crédito Social y la Filosofía Cristiana, p.13)
Eric Butler es protestante y está hablando aquí del clero de su congregación. Dejemos que sean otros quienes decidan si esta anotación también se aplica al clero católico y si es así, hasta qué extremo.
La persona humana antes que el Cesar
Acton, Butler y Noel Dorion, vieron en las palabras de Nuestro Señor una limitación del poder del César, en lugar de una justificación para cualquier clase de impuesto. Esto se debe a que toman la cita en su totalidad: "Denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
Al Cesar lo que es del Cesar — no más de eso; y, no todo pertenece al Cesar.
Y fue precisamente para proteger a los ciudadanos del Estado "todopoderoso", el hacer del César el guardián de los derechos de los individuos – al menos en principio – que el 4 de agosto de 1960, el Parlamento Canadiense unánimemente votó a favor de la Carta de Derechos, a pesar de que estaba incompleta.
Al presentar esta carta el 1 de julio de 1960, el primer ministro Diefenbaker subrayó su propósito: "Para conservar y proteger la libertad del individuo de los gobiernos aún de los todos poderosos". ¿Por qué? Porque el individuo, la persona humana, es soberana ante el César. Diefenbaker lo sabía y dijo: "El derecho sagrado del individuo lo consagra como soberano en su relación con el Estado."
El Papa Pío XI escribió en su carta encíclica Divini Redemptoris: "La persona humana debe ser puesta en el primer rango de las realidades terrenas." En el primer rango, por tanto, antes que cualquier otra institución, antes que cualquier César.
El Papa Pío XII escribió en su carta al jefe francés de las semanas sociales el 14 de julio de 1946:
"Es la persona humana la que Dios ha puesto en la cima del universo visible, haciéndolo también, tanto en economía como en política, la medida de todas las cosas."
No es el César quien está en la cima; es la persona humana. La persona humana, por tanto, no le pertenece al César, más bien es el César el que le pertenece a la persona humana a quien debe servirle ejercitando su función de guardián de los derechos humanos.
Maurice Allard, ministro de Sherbrooke, Quebec, también dijo durante este debate sobre la Carta de Derechos: "El individuo no debe convertirse en herramienta o víctima del Estado; es el Estado el que, al hacer las leyes, debe favorecer las numerosas libertades del hombre."
El César, por tanto, no tiene el derecho de despellejar viva a la gente a través de los impuestos, ni siquiera tiene el derecho de permitir que la persona humana sea privada de las necesidades de la vida.
R.S.MacLellan, Ministro de Inverness - Richmond, Nueva Escocia, no fue menos categórico: "El individuo viene antes que el Estado… El único propósito del Gobierno es garantizar las libertades individuales."
Las declaraciones de estos políticos nos llevan a creer que no es a través de la ignorancia de los principios, sino a través de la no implementación de los mismos en la legislación, que el César – ya sea federal, provincial o municipal- con mucha frecuencia manipula a la gente, la presiona y la arrastra a la miseria, cuando existe exactamente para lo contrario.
La parte del César
De cualquier modo, uno debe darle al César lo que es del César. Darle no todo lo que quiera o tome para sí, sino únicamente lo que le pertenece.
Entonces ¿qué le pertenece al César? Pensamos que puede definirse de la siguiente manera: Lo que es necesario para que lleve a cabo sus funciones.
Esta definición es para ser implícitamente aceptada por el mismo César, por el gobierno, dado que el gobierno les dice a quienes se quejan de la tremenda carga de impuestos: "Mientras la gente pida más servicios, más medios necesita el gobierno para proveerlos."
Esto es verdad. Pero para llevar a cabo sus funciones el César no debe recurrir a los medios que impiden que la gente y sus familias cumplan efectivamente con las suyas.
Además, para incrementar su importancia, el César siempre está tentado a ir sobre las funciones que normalmente pertenecen a las familias, a organismos menores y no al Estado. Más aún, los ciudadanos no requerirían tanto de la ayuda del César si éste quitara un obstáculo que sólo él puede quitar: el obstáculo artificial creado por un sistema financiero que no está de acuerdo con las inmensas posibilidades físicas para satisfacer las necesidades materiales básicas de cada individuo, de cada familia del país.
Y ya que César no corrige esta situación que solo él puede corregir, va más allá de su propio rol y acumula nuevas funciones utilizándolas como pretexto para poner nuevos impuestos –algunas veces ruines- a los individuos y a sus familias. El César se convierte entonces en la herramienta de la dictadura económica a la que debería destruir y en el opresor de los ciudadanos y sus familias a quienes debería proteger.
La vida del individuo no le pertenece al César sino a Dios. Esto es algo que únicamente le pertenece a Dios, algo que ni siquiera el individuo puede suprimir o acortar deliberadamente. Pero cuando el César pone a los individuos en condiciones que acortan sus vidas, entonces el César está tomando algo que no le pertenece; toma lo que le pertenece a Dios.
La persona humana y la familia son una creación de Dios que el César nunca debe ni destruir ni tomar para sí y que por el contrario, debe proteger contra todo lo que pueda minar su integridad y derechos.
El privar a una familia de su casa porque no puede pagar los impuestos de propiedad, es un acto contra la familia, contra Dios. El César no tiene ese derecho.
¡Cuántas otras infracciones contra los derechos y pertenencias de los individuos y las familias podrían aquí ser mencionadas!
Frente a las necesidades del César
Pero el César tiene realmente varias funciones que llevar a cabo que no pueden delegarse a los individuos. Hay algunos bienes y servicios que únicamente pueden obtenerse del César – por ejemplo, un ejército para defender al país en caso de guerra, una policía que guarde el orden contra quienes intentan perturbarlo, la construcción de caminos, puentes, los medios públicos de comunicación entre varios poblados. El César debe contar con los medios necesarios para proveer de todo esto a la población.
Ciertamente, pero, ¿qué es lo que requiere el César para proporcionarnos estos servicios? Necesita material y recursos humanos, mano de obra y materiales.
El César necesita una parte de la capacidad productiva del país. En un sistema democrático, les corresponde a los representativos elegidos por la gente determinar qué parte de la capacidad productiva del país deberán utilizar para las necesidades del César.
Si se piensa en términos de realidades, debemos admitir que no hay dificultad en darle al César una parte de la capacidad productiva del país, dejando, a la disposición de los particulares, una capacidad productiva que fácilmente pueda satisfacer todas las necesidades normales de los ciudadanos.
Utilicemos el verbo "gravar" (impuestos) en el sentido de "exigir demandas rigurosas". Uno puede decir que tanto los particulares como el público requieren gravar (exigir) la capacidad de producción del país. Cuando yo pido un par de zapatos, gravo la capacidad de producir zapatos. Cuando el César provincial ha construido un kilómetro de carretera, grava la capacidad para construir caminos. Con la capacidad de producción actual, la construcción de carreteras no parece obstaculizar la producción de calzado.
Es sólo cuando uno deja de considerar esta situación en términos de realidades para expresarla en términos de dinero que surgen las dificultades. Los impuestos entonces toman otra apariencia y se vuelven "demandas rigurosas" en los monederos. Si el César toma de mi ingreso $60.00 como contribución para su carretera entonces me quita el equivalente a un par de zapatos para construir su carretera. ¿Por qué si la capacidad productiva de nuestro país puede proveer la carretera sin privarme a mí del par de zapatos?
¿Por qué? Porque el sistema monetario falsifica los hechos.
- "Pero el César debe pagarles a sus empleados, debe pagar por los materiales que use." Alguien replicará.
- Ciertamente. Pero, cuando todo está dicho y hecho, ¿qué hace el César cuando le paga a un ingeniero $400.00? Le permite al ingeniero que compre $400.00 de bienes y servicios haciendo una demanda sobre la capacidad productiva del país de $400.00. Para satisfacer las necesidades del ingeniero, ¿es necesario privarme a mí del derecho a comprar el par de zapatos? ¿No puede la capacidad de producción del país satisfacer las necesidades del ingeniero sin reducir la producción de zapatos?
Este es el punto: en la medida en que la capacidad de producción del país no esté extinta, no hay necesidad de gravar al sector privado para financiar al sector público.
La capacidad de producción de nuestro país está muy lejos de su extinción, dado que el problema actual es precisamente el encontrar trabajos para quienes desean trabajar y para la maquinaria sin uso.
Si las formas de pago constituyen un problema es porque no corresponden a los medios de producción. Los "boletos" (dinero) que nos permiten tomar de la capacidad de producción de nuestro país son insuficientes para comprar el total de producción disponible.
Esta escasez de "boletos" es una situación injustificable, especialmente cuando el sistema monetario actual es básicamente un sistema de cifras, un sistema contable. Si este sistema contable no corresponde a la capacidad de producción no es por culpa ni de los productores ni de quienes requieren de esta producción.
Son los controladores del dinero y del crédito financiero quienes racionan los "boletos" a pesar de la existencia de una capacidad de producción que sólo está esperando a ser utilizada.
Los ciudadanos solos no pueden corregir esta falsificación de las realidades por el sistema financiero. ¡Pero el César sí puede! Dado que el César es el gobierno, tiene a su cargo la tarea de cuidar del bien común, él puede – y debe – ordenar a los controladores del sistema financiero que pongan dicho sistema de acuerdo con las realidades.
En la medida en que César rehúsa hacer esta corrección, se vuelve el sirviente, la herramienta de la dictadura financiera; abdica su función de soberano y los impuestos que exige, debido a su falsedad financiera, no le pertenecen realmente. "Los impuestos actuales no son otra cosa que un robo legalizado", dijo Clifford Hugh Douglas. El César no tiene derecho a legalizar el robo.
Nadie le niega al César el derecho de gravar la capacidad de producción del país para las necesidades públicas – al menos, mientras que la parte que él toma deje lo suficiente para satisfacer la demanda del público. Aquí, nuevamente, le corresponde al gobierno velar por esto.
Desgraciadamente, también los parlamentos han limitado su visión a los límites impuestos por el sistema monetario.
Si toda la capacidad de producción de nuestro país estuviera representada por una capacidad financiera equivalente en las manos de la población, entonces se evitaría que la población los utilizara todos para sus necesidades particulares sin dejar algo de esta producción al César y a sus servicios esenciales. Y aun así, debería hacerse sin privar ni a los individuos ni a sus familias de su parte, dándoles la cantidad suficiente para satisfacer sus necesidades básicas tales como alimentación, vestido, vivienda, calefacción, salud, etc.
Repitámoslo: ¡Tal no es el caso! La capacidad de producción de nuestro país no está siendo únicamente parcialmente utilizada, sino que la población no puede pagar colectivamente por todo lo que se produce. Tanto la deuda pública como la privada son el mejor ejemplo de esto.
Mammón — dictadura financiera
Esta suma de deudas por los productos que ya están fabricados, más la suma de las privaciones causadas por la falta de producción debido a la falta de dinero, representan los sacrificios requeridos por el dictador financiero, por Mammón.
Mammón no es un César legítimo. A Mammón no le debemos nada porque nada le pertenece. Mammón es un intruso, un usurpador, un ladrón, un tirano.
Mammón se ha convertido en el soberano supremo, sobre el César, sobre losmás poderosos Césares en el mundo. César se ha convertido en el instrumento de Mammón; un simple recaudador de impuestos.
Si César necesita una parte de la capacidad de producción del país para ejecutar su función, también requiere ser vigilado por la población; debe ser reprendido cuando, en lugar de ser una institución al servicio del bien común, se vuelve a sí mismo un sirviente, el lacayo de la tiranía financiera; de Mammón.
El gran desorden de hoy, que se expande como el cáncer, cuando el fantástico progreso en la producción debería haber liberado ya al hombre de las preocupaciones materiales, recae en el hecho de que todo está ligado al dinero, como si éste fuera una realidad. El desorden se basa en el hecho de que se les ha permitido a individuos particulares regular las condiciones de emisión del dinero, no como realidades contables, sino para sus propios intereses, reforzando con ello su poder despótico sobre toda la vida económica."
Dinero creado con la producción
Hay otro episodio citado con menor frecuencia que el de la moneda del tributo, donde Jesús tiene que ver con impuestos. En esta ocasión no se trata del tributo al conquistador, sino del dracma –un impuesto establecido por los mismos judíos para el mantenimiento del Templo (Mt 17,24-26). Quienes recolectaban este impuesto llegaron con San Pedro y le dijeron:
"¿No paga vuestro Maestro (Jesús), las dos dracmas? Jesús le dijo a Pedro: "Ve al mar a echar el anzuelo, y el primer pez que suba, sácalo, y abriendole la boca encontrarás un estatero. Tómalo y dáselo por Mí y por ti."
En esta ocasión, el dinero fue creado con la producción. El gobierno no puede hacer milagros, pero sí puede fácilmente establecer un sistema económico en dónde el dinero se base en la producción, que vaya de acuerdo con la misma. En otras palabras, debe poner una cifra sobre la capacidad de producción del país y debe poner los medios de pago de acuerdo a dicha cifra para financiar tanto al sector público como al privado. Debería estar más de acuerdo con el bien común que dejar el control de dinero y del crédito a la voluntad arbitraria de los grandes sacerdotes de Mammón.
El Papa Pío XI escribió que los controladores del dinero y del crédito se han convertido en los amos de nuestras vidas y que nadie se atreve a respirar sin su consentimiento.
Rechazamos esta dictadura implacable de Mammón. Condenamos la declinación del César, quien se ha convertido en el lacayo de Mammón. No reconocemos que esa clase de César, quien se ha convertido en el esclavo de Mammón, tiene el derecho de privar a los individuos y a las familias para beneficio de Mammón ni tiene el derecho de abdicar a favor de sus falsas y codiciosas reglas.
La dictadura de Mammón es el enemigo del César, de Dios, de la persona humana creada por Dios, de la familia establecida por Dios.
Los Peregrinos de San Miguel trabajan para liberar al hombre de esta dictadura. Al mismo tiempo, trabajan para liberar al César de la sujeción de Mammón. Los Peregrinos están, por tanto, a la vanguardia de quienes quieren, concretamente, darle a la persona humana que ha sido creada a imagen de Dios lo que le pertenece, darle a la familia establecida por Dios lo que le corresponde, darle a Dios lo que es de Dios.