EL profeta Daniel, en su visión sobre la consumación de los tiempos, contempla a una bestia con diez cuernos, que representan a una multitud de reyes; y a continuación narra cómo, de entre esos diez cuernos, nace otro « cuerno pequeño » que, hablando con gran arrogancia, vence o somete a los demás reyes y acaudilla con poder omnímodo una gran confederación de naciones que « quebrantará a los santos y pretenderá mudar los tiempos y la ley ». Recordando quizá aquella profecía de Daniel, afirmaba Donoso Cortés:
« En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Hoy, señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso... Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales (...), porque todos los ánimos están divididos, y todos los patriotismos están muertos ». Hacia la entronización de ese « tirano gigantesco » vamos caminando inexorablemente; poco a poco descubrimos que su índole no es política, sino económica, tal como Pío XI vislumbrara proféticamente en su encíclica Quadragesimo Anno: « Un dominio ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan de las finanzas y señorean sobre el crédito; y por esta razón diríase que administran la sangre de la que vive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad ». Tal dominación, « horrendamente dura, cruel, atroz », tras lograr la hegemonía económica —prosigue Pío XI—, « entablará rudo combate para adueñarse del poder público, para poder abusar de su influencia y autoridad en los conflictos económicos », trayendo consigo « la caída del prestigio del Estado, que debería ocupar el elevado puesto de rector y supremo árbitro de las cosas y se hace, por el contrario, esclavo, entregado y vendido a la pasión y a las ambiciones humanas ».
Lo que avizoraron Daniel, Donoso Cortés y Pío XI, entre otros hombres clarividentes, ya está formándose ante nuestras narices: un Nuevo Orden Mundial tiránico que se impone sin resistencias físicas ni morales; y que —¡oh, misterio de iniquidad!— aparece a los ojos atónitos de las masas cretinizadas como la única salvación posible ante las catástrofes que él mismo ha originado, en su apetito insaciable de poder. Su estrategia salta a la vista: extensión del pánico, mediante mecanismos especulativos, entre los Estados debilitados, que acaban entregando su soberanía para convertirse en lacayos obedientes del Nuevo Orden Mundial y acceden a someter a sus súbditos a las privaciones más ímprobas, bajo la amenaza de una estampida de los inversores que sostienen la deuda hipertrofiada de tales Estados. Y así, uno tras otro, sucumben los reyes de la tierra ante la pujanza de este nuevo tirano de poder omnímodo, mientras las masas cretinizadas aceptan, acojonaditas, todo tipo de « cambios estructurales »; o, dicho en román paladino: aumento de los impuestos y reducción de los salarios. Pero esto sólo es el principio: las arrogancias de este nuevo tirano no han hecho sino empezar; acabarán siendo sangrientas. Sólo nos resta el consuelo de saber que su dominio será breve, como ocurre siempre con los tiranos envanecidos de su poder. Pero, entre tanto, devorará y triturará cuanto halle a su paso, con el beneplácito lacayuno de los reyes de la tierra —patéticos Merkel y Sarkozy—, con todo su enjambre de reyezuelos adláteres, ahora congregados en Bruselas.