La Bestia cruel que sojuzga a millones
Resulta patente cada vez para más personas, que desde el 2008 la economía se ha convertido en un monstruo devorador de la vida de millones de seres humanos. La economía con sus necesidades, con sus imperativos, con sus exigencias, se ha tornado una bestia cruel que sojuzga a millones de trabajadores en países del Este, que devora el futuro de toda una generación de jóvenes, que forja cadenas, arroja de los hogares, quita la salud y roba la esperanza de naciones enteras.
Algunos, inconscientes, indignados, se lanzan a las plazas gritando que se haga caso omiso de la Bestia, que se siga con la vida normal, como si no existiera. Ojalá todo fuera tan fácil, pero no es así. Las leyes de la Bestia son férreas. Si decides saltarte sus leyes, llega un día en que no salen billetes del cajero automático, llega un día en que el supermercado está vacío.
La Bestia es objetiva, real, tiene poder, no podemos hacer como si no estuviera allí, porque está allí.
El único modo de escapar de ella es que los príncipes de los pueblos, al menos de Occidente, se reúnan y se pregunten cómo se creó esa maquinaria infernal trituradora de pueblos. Necesitarán ayuda de expertos para entender cuál fue su génesis, cuáles fueron los pecados que la engendraron: la codicia, el egoísmo, la falta de caridad, la irresponsabilidad.
Y una vez que entiendan mejor a la Bestia, esos Grandes deberían ponerse de acuerdo para enfrentarse a ella, todos juntos. No se trata de que se pongan de acuerdo acerca de cuál será el índice de inflación de este año, o el nivel de endeudamiento permitido, o sobre tal cual o cual política determinada. No, no es ésa la cuestión.
Esta vez deben sentarse para discutir acerca de muchos años por delante, acerca de una guerra contra la Bestia que si se empezara ahora sería larga, costosa y llena de lágrimas. Pero ha llegado el momento en que los Grandes, los Príncipes de los Pueblos, aquellos que tienen en sus manos los timones de las naciones, se den cuenta de que están ante una maquinaria implacable, ciega, que no se detiene ante nada. Es el capitalismo puro y duro que entrevieron los Pontífices en el siglo XIX. Ellos dijeron que no se podía caminar hacia ese abismo. Pero la fascinación de las riquezas nos hizo desoír sus voces.
O levantamos las banderas frente a ese puño de hierro colosal, o no nos queda otro remedio que ir pagando año tras año, mes tras mes, los rescates que nos sean exigidos en un chantaje que no tiene fin. ¡No! Es el sistema entero el que debe ser rediseñado con una medida humana. Es el sistema el que debe servir al ser humano. Cuántos suicidios de desahuciados, cuántas factorías en las que viven los obreros hacinados se hubieran evitado si se hubiese escuchado la voz que Cristo derramó sobre la tierra. Sí, Jesucristo tiene su Vicario sobre este mundo, pero no se le escuchó. Ahora pagamos el precio en oro y en sangre, con ese goteo de suicidas que no pueden aguantar más.