Robert "Bob" Lambert, 94 años, de South Deerfield, Massachusetts, murió en paz en su casa el 14 de febrero de 2016. Fue miembro de los Peregrinos de San Miguel arcángel desde 1974.
Mi padre, Robert Lambert, fue criado en Lowell, Massachusetts, durante la Gran Depresión. Fue uno de seis hijos en un hogar monoparental. Sabía lo que era pasar hambre y frío. Su madre viuda, una católica devota, había inculcado en sus hijos un tremendo amor por Dios y una confianza en Su providencia para satisfacer las necesidades de su familia. A Papá le gustaba contar la historia de un día cuando algunos hombres del gobierno llegaron a su casa con el deseo de colocar a los seis niños en un orfanato. "Cuando mamá se dio cuenta a lo que habían venido, tomó la escoba y sacó a esos hombres fuera de la casa. ¡Dios era su seguro!, nos decía y nunca dejaba su Santo Rosario". Estaba hecha de lo mismo que mi papá: determinación, dedicación y confianza.
Cuando era joven, mi padre asistió a la Universidad de la Santa Cruz en Worcester, Massachusetts, en donde recibió de los jesuitas una sólida formación en religión, teología y filosofía. Sus estudios fueron interrumpidos cuando fue llamado a servir durante la Segunda Guerra Mundial; se alistó con la fuerza aérea para unirse al esfuerzo de guerra en Europa.
Fue durante ese tiempo en el extranjero que experimentó el gran acontecimiento de su vida: conoció a la estigmatizada alemana Teresa Neumann. Tuvo el privilegio de estar con ella en varias ocasiones, incluso fue testigo cuando ella recibía los estigmas. (Lea el siguiente artículo, Teresa Neumann).
El encuentro con esta santa mujer dejó una impresión duradera en papá y con entusiasmo compartía su historia con todos los que conocía. Muy pocos son los que no recibieron de él una copia de una fotografía tomada de él en 1945. En la foto, el joven Bob Lambert, vestido con su uniforme militar, posa de pie con Teresa Neumann. Papá distribuyó miles de estas fotos a lo largo de los años. Su deseo más grande era que ella fuese canonizada durante su vida, y se sintió profundamente conmovido cuando el proceso de beatificación se abrió en 2005, nombrando oficialmente a Teresa Neumann "Sierva de Dios".
Papá volvió de la guerra a una carrera, primero en la enseñanza, y luego se unió a su hermano John en un negocio de fontanería que era a la vez gratificante y exitoso. Se casó con Mary Elizabeth Danaher y se sentía orgulloso de su familia de tres niñas.
Fue en 1974, durante un tiempo de sufrimiento personal, que papá conoció por primera vez a los Peregrinos de San Miguel. Los peregrinos le impresionaron por su dedicación a la Santísima Virgen a través de la recitación del Santo Rosario y su preocupación por las necesidades espirituales y temporales de la familia, en la sociedad actual. Papá se unió a ellos, "dándolo todo". Después de hacer su total consagración a Jesucristo por medio de María, según San Luis María Grignion de Montfort, papá viajó a través de los Estados Unidos y Canadá, misionando con los Peregrinos de San Miguel, visitando a las familias y manteniendo reuniones. Hizo esto durante varios años, uniéndose a los esfuerzos de muchos otros peregrinos. Pero lo que más amaba de todo era la Cruzada del Santo Rosario que los Peregrinos de San Miguel apenas iniciaban en los Estados Unidos; yendo de casa en casa, golpeando las puertas, llevando la devoción del Santo Rosario a los hogares.
Con su hermano, John, y su buen amigo, Ralph Lauren, papá formó un equipo inseparable que se prolongó durante más de diez años, viajaban juntos a través de Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Pennsylvania e incluso por partes de Canadá. Tengo mapas de las ciudades a las que fueron, donde se aprecia calle tras calle marcada desde el centro hasta el borde de la ciudad. Su objetivo era el "tocar todas las puertas" para pedir humildemente el rezo de una decena del Santo Rosario de Nuestra Señora en los hogares que visitaba. La sonrisa de papá y su contagioso buen humor hacía difícil a que las personas se negasen a su petición, y los dejaba con un mensaje de esperanza, respaldado por las promesas que la Santísima Virgen María había hecho a los tres niños en Fátima para aquellos que fielmente recitaran todos los días el Santo Rosario.
La Cruzada del Rosario se convirtió para mi padre en la misión de su vida - y su entusiasmo por este apostolado provenía de su propio amor a Dios, a la Santísima Virgen y a su prójimo. Él sabía de la necesidad de la oración en el hogar debido a la pérdida de la fe. Había visto y sentido el dolor causado por la plaga del divorcio, pero también fue testigo de primera mano, de los milagros de curación traídos a estas familias rotas, cuando abrazaban esta devoción a la Virgen.
La historia del Evangelio favorita de mi padre es la de los dos discípulos que iban a Emaús. La parte en la que los discípulos reconocen a Jesús siempre traía lágrimas a sus ojos. "…Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. (San Lucas 24: 30-31). Papá amó la Santa Misa y comulgaba todos los días. En sus últimos años, y especialmente después de los acontecimientos del 9/11, asistía a múltiples misas durante el día. Él sabía que era de la Santa Misa de donde sacaba las fuerzas para su apostolado, en la promoción del Rosario en las familias.
Papá pasó el último mes y medio antes de morir en el hospital. Lo visitábamos a diario y rezábamos el Santo Rosario con él. Se había debilitado mucho, pero durante cada Ave María, con reverencia inclinaba la cabeza en el Santo Nombre de Jesús. Cuando llegó el tiempo de papá, lo llevamos a casa. Era su deseo morir en su casa con su familia. Allí recibió el Viático y la Bendición Apostólica de nuestro Pastor, rezó un rosario más y la Coronilla de la Divina Misericordia con nosotros, entonces murió tranquilamente durante la noche. Bob Lambert había vivido toda su vida por este día. Reunidos alrededor de su cama, fue con mucha consolación que cantamos con él por última vez el Te Deum:
Te rogamos, pues que vengas en ayuda de tu siervo, a quien redimiste con tu preciosa Sangre. Haz que en la gloria eterna se asocie a tus santos.