Hoy traéme a las almas que están en la cárcel del Purgatorio
Desde siempre, la Iglesia ha venido proclamando la necesidad de rezar por los difuntos (Cfr. 2 Mac 12, 45). La enseñanza sobre el Purgatorio está confirmada por las palabras de la Sagrada Escritura (Mt 12, 32; 1 Cor 3, 10-15). De este modo, el Purgatorio constituye un estado en el cual las almas, en el momento de su muerte, tras conocer la santidad de Dios y de todos los que están junto a Él, y siendo además conscientes de sus imperfecciones, están anhelando purificarse de ellas.
La Iglesia también enseña que los vivos pueden prestar una ayuda particular a los difuntos. Cuando ofrecemos la Santa Misa, indulgencias, oraciones, limosnas o mortificaciones, podemos ayudar a nuestros familiares fallecidos a cumplir sus deseos de alcanzar la alegría eterna de estar junto al Señor.
Santa Faustina fue igualmente una especial intercesora de las almas del Purgatorio. La misericordia que se manifiesta a los que no se pueden ayudar por ellos mismos, es como imitar la misericordia inmerecida que experimentamos cada día por parte de Dios mismo.
« Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María "La Estrella del Mar ". Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior] que me dijo: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes » {Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 19).
« Cuando entré por un momento en la capilla, el Señor me dijo: Hija Mía, ayúdame a salvar a un pecador agonizante; reza por él esta coronilla que te he enseñado. Al empezar a rezar la coronilla, vi a aquel moribundo entre terribles tormentos y luchas. El Ángel Custodio lo defendía, pero era como impotente ante la gran miseria de aquella alma; una multitud de demonios estaba esperando aquella alma. Mientras rezaba la coronilla, vi a Jesús tal y como está pintado en la imagen. Los rayos que salieron del Corazón de Jesús envolvieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron en pánico. El enfermo expiró sereno. Cuando volví en mí, comprendí la importancia que tiene esta coronilla rezada junto a los agonizantes, ella aplaca la ira de Dios » {Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1565).
« Hoy tráeme a las almas que están en la cárcel del Purgatorio y sumérgelas en el abismo de Mi misericordia. Que los torrentes de Mi sangre refresquen el ardor del Purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por Mi. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a Mi justicia. Está en tu poder llevarles alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de Mi Iglesia y ofrécelas en su nombre... Oh, si conocieras los tormentos que ellas sufren, ofrecerías continuamente por ellas limosnas del espíritu y saldarías las deudas que tienen con Mi justicia » (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1226).
« Jesús misericordiosísimo, Tú Mismo has dicho que deseas la misericordia; heme aquí que llevo a la morada de Tu muy compasivo Corazón a las almas del Purgatorio, almas que Te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa adeudada a Tu justicia. Que los torrentes de Sangre y Agua, que brotaron de Tu Corazón, apaguen el fuego del Purgatorio, para que también allí sea glorificado, el poder de Tu misericordia » (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1227).