« ¡El día esperado ha llegado, y pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato! » Consiguió, « con la fuerza de un gigante », devolver al cristianismo su fuerza transformadora del mundo, y hacer que los cristianos « dejasen de tener miedo ». « Realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía ».

Los fervorosos aplausos de los asistentes a la ceremonia de beatificación de Karol Wojtyla no se dejaron esperar: « Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato ».

Así lo dijo el Papa Benedicto XVI al inicio de su homilía en la misa de beatificación de Juan Pablo II tras la lectura del Evangelio según san Juan que narra la Resurrección de Jesús, el texto que corresponde a la fiesta del día, Segundo Domingo de Pascua. 

Ante más de un millón de peregrinos llegados de todo el mundo a Roma para la beatificación, el Papa Benedicto XVI definió en su homilía, al nuevo beato como un "gigante" que dedicó su vida a una "causa": "¡No temáis!!Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!" 

La gran tarea de Juan Pablo II, explicó, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo a este último su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres. El papa polaco, afirmó, "abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible". 

"Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio". Es decir, añadió, "nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás".

La Divina Misericordia

Durante su homilía, el Pontífice señaló que « éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial ».

El Papa expresó su alegría porque la beatificación tuviera lugar en el primer día del mes mariano: « La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad ».

El Santo Padre resaltó que Juan Pablo II recordó la llamada de todos los cristianos a la santidad: « Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad ».

Juan Pablo II, el Vaticano II y la Virgen María

El Papa Benedicto XVI quiso subrayar el mérito de Juan Pablo II de haber abierto las "riquezas del Concilio Vaticano II" a toda la Iglesia. La clave de ello, explicó, fue la profunda devoción mariana que acompañó toda la vida del nuevo beato. Karol Wojtyla, "primero como obispo auxiliar y después como arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera". 

"Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre", afirmó el Papa. 

Recordó las palabras del testamento de su predecesor, que le dirigió el cardenal Stefan Wyszynski: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio". Juan Pablo II añadía a continuación: "Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo". 

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! 

Benedicto XVI concluye su homilía mencionado el último testimonio de su predecesor, el sufrimiento: « El Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una « roca », como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía. ¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén ».

La seguridad de un futuro Papa

El diario vaticano revela una entrevista al cardenal Wojtyla cuando todo se tambaleaba.

Esta entrevista con el arzobispo de Cracovia que publicaba el sábado 2 de abril L´Osservatore Romano se la hizo Joaquín Alonso Pacheco para Palabra en el número 86 de octubre de 1972. 

Las declaraciones del cardenal Karol Wojtyla a Pacheco versan sobre el sacerdocio, en plena « crisis de identidad » tras el Concilio Vaticano II que estaba costando a la Iglesia una sangría de secularizaciones (regulares o irregulares), motivando en 1971 la convocatoria de un Sínodo donde se plantearon todos los interrogantes que animaban entonces el debate teológico, al tiempo que se beatificaba al hoy San Maximiliano Kolbe, modelo de sacerdote entregado a Dios y al prójimo hasta dar su vida por los demás, como hizo en Auschwitz.

Ante ese clima en el que temblaba y parecía tambalearse la base de la estructura jerárquica de la Iglesia, es reveladora la seguridad que evidencia en sus respuestas el futuro Juan Pablo II, anticipo de la que mostraría después en este tema en sus 28 años de pontificado.

Describe la situación en Polonia, donde en medio de las dificultades, « todos los fieles buscan conducir su vida en sintonía con la especial intención de Dios contenida en el Bautismo, pero la vocación sacerdotal se comprende precisamente en su especificidad », por lo cual el sostén de los laicos a los seminarios era amplio y generoso.

« Los fieles ven en el sacerdote al sustituto y al seguidor de Cristo, que sabe soportar con paciencia cualquier sacrificio personal por la salvación de las almas que le han sido confiadas », afirmaba el cardenal Wojtyla, quien sacaba una conclusión muy clara: « Insistiendo sobre estas cualidades de la existencia sacerdotal [a las que añadía "el celo apostólico" y "el incansable espíritu de sacrificio por el prójimo, en el espíritu de Cristo"] se puede superar cualquier "crisis de identidad"... Los fieles no necesitan funcionarios o dirigentes administrativos, sino guías espirituales y educadores ».

Interrogado por la cuestión, entonces de moda, de si los sacerdotes debían tener otras ocupaciones (era la época de los « curas obreros »), el futuro Juan Pablo II recuerda que « el sacerdocio ministerial, como fruto de la particular llamada de Cristo, es un don de Dios en la Iglesia y para la Iglesia; y este don, una vez aceptado por el hombre en la Iglesia, es irrevocable... El autor del don, quien ha instituido el sacerdocio, es Dios mismo ».

Y no deben cambiar estos criterios con el argumento de que la escasez de sacerdotes podría paliarse atrayendo personas que sólo se dedicasen a tiempo parcial (argumento utilizado también contra el celibato sacerdotal): « No se pueden resolver las dificultades que surgen de la cantidad renunciando a la calidad », olvidando que « sólo "el dueño de la mies" puede multiplicar este don y a los hombres sólo compete recibirlo con las disposiciones que exige ».

Karol Wojtyla no encontraba en Polonia el mismo pulular que en otros países de doctrinas nacidas « como forma de contestación a la metodología teológica tradicional », en alusión a la teología de la « muerte de Dios », la teología de la liberación, etc.: « En el choque con la ideología marxista y con el ateísmo programado y difundido por la propaganda, la Iglesia no ha perdido su propia identidad ».

Seis años después de esta entrevista, el interlocutor de Pacheco era elegido Papa, y las convicciones y certezas aquí manifestadas dejaron de ser patrimonio exclusivo de sus compatriotas, para pasar a formar parte del alimento espiritual de miles de millones de católicos.