Padre Jerzy Popieluszko, modelo para la Iglesia. Sacerdote Polaco asesinado por el régimen comunista
Torturado, le ataron entre la boca y las piernas, le pusieron una roca en los pies y lo echaron al Vístula cuando todavía estaba vivo. Tenía 37 años. Por su defensa de los derechos humanos y la petición de libertad y justicia, se convirtió en una amenaza para la dictadura.
El padre Jerzy Popieluszko es testimonio y mártir del pueblo polaco, contribuyó a la derrota del partido comunista en su país con las armas del amor y el Evangelio.
Este joven sacerdote, muerto a los 37 años, fue beatificado el 6 de junio de 2010 en Varsovia.
La vocación sacerdotal
JERZY (en castellano Jorge) Popieluszko nació el 23 de septiembre de 1947 en el pequeño pueblo de Okopy (noreste de Polonia) como tercero de los cinco hijos de Wladyslaw y Marianna. En 1965, siguiendo el ejemplo de su santo favorito, san Maximiliano Kolbe, decidió emprender el camino hacia el sacerdocio e ingresó en el seminario de Varsovia. En los años 1966-68 efectuó el servicio militar en un destacamento especial para los seminaristas. En 1972 recibió la ordenación sacerdotal de mano del primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski. Trabajó en varias parroquias de Varsovia, siendo la última de ellas, la de San Estanislao de Kostka, en el barrio de Zoliborz. Sin embargo, debido a graves problemas de salud (tuvo que someterse, entre otros, a una complicada operación de la tiroides) tuvo que dejar la función de vicario y permaneció en la parroquia en calidad de sacerdote residente. No obstante, en 1978 fue nombrado capellán de los médicos y de las enfermeras de Varsovia, debido a lo cual, le tocó coordinar el servicio médico durante los viajes del papa Juan Pablo II a Polonia en 1979 y 1983.
El capellán de los obreros
FRUTO de una casualidad o, mejor dicho, como designio de la Providencia, el padre Popieluszko asume también la capellanía de los obreros en el agitado año 1980, cuando el movimiento sindicalista católico Solidarnosc (Solidaridad) pone a las autoridades comunistas en aprieto mediante una huelga general, que literalmente paraliza todo el país y obliga a los comunistas a emprender las negociaciones. En respuesta a la demanda de los obreros, el cardenal Wyszynski pide al párroco de San Estanislao de Kostka que acuda a la huelga para asistir espiritualmente a los obreros, pero éste ya tenía otro compromiso y, al no tener otro remedio, envía como sustituto al joven padre Popieluszko. Éste pronto entabla una relación muy especial con los obreros: se convierte en su amigo y su guía espiritual. Se celebran misas dentro de la planta siderúrgica de Varsovia (cosa impensable hasta entonces en un país comunista); los obreros hacen cola para confesarse y se sienten acompañados por su sacerdote, cuya presencia les da ánimo y confianza. Aquellas grandes huelgas de agosto de 1980 acabaron con la firma de un acuerdo entre el gobierno comunista y Solidarnosc, en virtud del cual fue legalizada, convirtiéndose a la vez en un movimiento sindical de una relevancia insospechada, con diez millones de afiliados. Parecía una gran victoria, aplaudida no solamente por la sociedad polaca, sino por todas las sociedades occidentales.
Sin embargo, los comunistas, recuperados del golpe sorpresa de la huelga general, estaban preparando en silencio un doloroso contragolpe. El 13 de diciembre de 1981 el general Jaruzelski, comunista convencido y títere en las manos del gobierno de Moscú, declara « el estado de guerra », que es como se denomina la ley marcial en la legislación polaca. La acción preparada y ejecutada con una precisión militar consiste en encarcelar en una sola noche toda la cúpula de Solidarnosc (más de diez mil hombres y mujeres), cortar las líneas telefónicas, prohibir reuniones, declarar las huelgas ilegales y enviar tropas de asalto contra los trabajadores de las fábricas y las minas, en las que éstos se hicieron fuertes, como por ejemplo en la mina Wujek, en Silesia, donde los mineros ofrecieron resistencia, pagando con la muerte de nueve de ellos y varios más heridos. Así pues, la incipiente libertad política queda suprimida, la oposición política eliminada y el único espacio de cierta libertad de palabra que queda son las Iglesias, que se llenan de fieles cada domingo en un país donde el 90 por ciento de la población es practicante y cuyo fervor religioso es animado por las palabras del Papa polaco.
Los servicios secretos y la policía comunista no pueden soportar la libertad de palabra que ejercen los sacerdotes en las Iglesias. Sacerdotes, como el padre Jerzy Popieluszko, el padre Kazimierz Jancarz de Cracovia-Nowa Huta o el padre Henryk Jankowski de Gdansk-Santa Brígida organizan las misas por la patria, proporcionan ayuda a las familias de los encarcelados y no tienen miedo de reivindicar públicamente la liberación de los presos y exigir el respeto por la libertad y la dignidad de su nación. Éstos despiertan una auténtica furia en los comunistas, ávidos de alcanzar la totalidad del poder sobre un pueblo privado de sus líderes políticos. Los servicios secretos recurren a diversos métodos para amedrentar a los sacerdotes indomables. Por un lado presionan a las autoridades eclesiásticas para que les retiren la facultad de pronunciar sermones o que les envíen al extranjero (ante tales demandas del gobierno el nuevo primado Josef Glemp consideró oportuno pedir al padre Jorge que se fuera a estudiar a Roma), y por el otro extienden una densa red de espionaje, infiltrando en el entorno más próximo de los sacerdotes a espías y a agentes secretos. En el caso del padre Popieluszko ninguna de estas medidas surte efecto. Le responde al cardenal Glemp que no puede ir a estudiar a Roma, porque no puede abandonar a sus obreros. Reza por los policías que le siguen por todas partes, les lleva el té caliente, cuando los ve vigilando la entrada de su piso; por Navidad sale a compartir las obleas (vieja tradición polaca) con los soldados de Jaruzelski, que ocupan las calles de Varsovia y siente una verdadera compasión por ellos. Al mismo tiempo sigue incansablemente con su labor pastoral. A las misas por la patria en Zoliborz acuden miles de personas de todo el país y el padre Popieluszko, de forma totalmente inesperada incluso para él, se convierte en el sacerdote más querido por su pueblo y más odiado por las autoridades.
La noticia de su labor llega a Juan Pablo II quien a partir de entonces siempre pedirá a los peregrinos de Zoliborz que acuden al Vaticano que trasladen sus saludos a su sacerdote y durante la visita del obispo auxiliar de Varsovia, Zbigniew Kraszewski, le pide que cuide mucho al padre Jerzy.
Mientras tanto, las autoridades refuerzan su actividad represiva con la ayuda de la prensa. En los periódicos oficiales aparecen artículos que atacan brutalmente al padre Popieluszko, acusándole de ser un fanático religioso y reaccionario político. Los agentes secretos invaden su pequeño piso en su ausencia y dejan allí folletos antigubernamentales y armas de fuego, pretexto que se utiliza para encarcelarlo. La noche que pasa en la cárcel con verdaderos criminales y asesinos, sirve para que entable amistad con ellos y que algunos de ellos aproveche para confesarse. Como fruto de la intervención del episcopado es liberado, pero los ataques ya no cesan y se hacen cada vez más violentos. Recibe continuamente amenazas de muerte por teléfono. Le tiran dentro de su piso un ladrillo -rompiendo la ventana- con una carta, en la que se le anuncia su muerte. Los agentes secretos realizan un intento de asesinato, intentando causar un accidente mortal, en el camino de vuelta de Gdansk a Varsovia; pero por esta vez el chófer y amigo del padre, Waldemar Chrostowski, consigue desviar el coche y ambos salen ilesos. Hasta algunos de sus amigos más próximos temen por su vida y le piden que se marche a Roma.
Él es consciente del peligro y tiene momentos de duda, pero al final decide seguir con su misión y como un buen pastor no abandona a sus ovejas. En la conversación con una de las personas de su entorno más próximo, Anna Szaniawska, reconoce: « Sé que caeré antes o después ». « Pues que sea lo más tarde posible », contestó ella. En respuesta escuchó las palabras del padre Jerzy: « Eso está en las manos de Dios. Además, ¿qué hay más maravilloso para un sacerdote que morir por Dios y por la patria? ». Pero no buscaba el martirio de una manera voluntaria e imprudente. Aceptó ser acompañado siempre por alguno de los obreros, especialmente por su chófer, que hacía las veces de guardaespaldas. Sus amigos reconocen que humanamente tenía miedo.
En su última aparición pública, pocas horas antes de ser secuestrado, pide a Dios: « recemos para que estemos libres del miedo pero, sobre todo, del deseo de venganza y de violencia ». Su lema principal, que repetía en numerosas ocasiones, también en esta última, fue la frase de san Pablo: « vence al mal haciendo el bien » (Rm 12,21). Estas palabras las pronuncia el 19 de octubre de 1984 en la meditación del misterio de la muerte de Cristo, rezando el rosario en la Iglesia de Santos Mártires en la ciudad de Bydgoszcz, a unos trescientos kilómetros de Varsovia.
La hora del martirio anunciado
ESTE mismo 19 de octubre de 1984 el padre Popieluszko es secuestrado y llevado a un paradero desconocido. Aunque siga habiendo bastantes cosas por aclarar en cuanto a las circunstancias del crimen la versión de la que disponemos como fruto de las declaraciones del chófer y de los propios secuestradores es la siguiente: el padre Popieluszko, tras haber asistido al rosario en la parroquia de los Santos Mártires en Bydgoszcz se dispone junto con su chófer a retornar a su parroquia en Varsovia. En un bosque a medio camino entre las dos ciudades les detienen unos policías y les separan. Ponen a Waldemar en uno de los coches y al padre en otro. El padre es golpeado y torturado cruelmente (entre otras torturas le arrancan la lengua). Acto seguido, lo atan, lo ponen en un saco con piedras y tiran a un pantano cerca de Varsovia.
Mientras tanto el chófer espera su oportunidad y cuando atraviesan un pueblo, a pesar de estar esposado, consigue abrir la puerta y salta a la calle, donde rápidamente avisa a la primera persona que encuentra, cosa que obliga a las autoridades oficiales a emprender la búsqueda del padre Popieluszko. Como resultado, el día 30 de octubre el cuerpo es encontrado por los buzos y la foto del sacerdote masacrado recorre el mundo entero.
Esta noticia conmueve a toda la nación, al papa Juan Pablo II y a la opinión pública internacional. Su cuerpo es enterrado al lado de la Iglesia de San Estanislao de Kostka en Zoliborz y en seguida se convierte en el lugar de peregrinación de sus compatriotas, el más célebre de los cuales, Juan Pablo II acude para rezar en la tumba del nuevo mártir en su viaje en 1987.
En la actualidad en el sótano de la Iglesia existe un museo del padre Popieluszko, donde se puede ver, entre otras cosas, la sotana manchada de sangre, que llevaba el día en el que fue secuestrado.
Un recuerdo personal
EL 6 de junio de 2010, Marianna Popieluszko, que todavía goza de buena salud, pudo asistir a la ceremonia de la beatificación de su hijo en la plaza Pilsudski en Varsovia. Las lágrimas de tristeza y dolor que derramó veinticinco años atrás se convirtieron en lágrimas de alegría, cuando oyó las palabras del papa Benedicto XVI que saludaba desde Chipre a los reunidos en la ceremonia de la beatificación diciendo:
« El sacrificio y el ministerio del padre Popieluszko son un signo particular de la victoria del bien sobre el mal. Que su ejemplo y su intercesión despierten el celo en los sacerdotes y enciendan el amor de los fieles. »
En honor a este gran sacerdote, el director Rafael Wiecznski realizó una película titulada « Popieluszko: no se puede asesinar la esperanza » que ya ha sido presentada en varios cines del mundo incluso en las instalaciones de radio Vaticana.
Texto editado de varias fuentes que incluye un artículo de Marcin Kazmierczak de la revista Cristiandad de agosto-septiembre 2010.