1) MARIA MEDIADORA
La naturaleza de la Mediación
Mediador es aquel que está en medio de dos personas o cosas para unirlas (si no estaban ya unidas) o reunirlas (si se habían separado por discordia).
Santo Tomás enseña (S. Th., III, q. 26, a. 1, in corpore) que para ser mediador se requieren 2 cosas :
1º) estar en medio de dos extremos ; pues bien, María está en medio de Dios y los hombres, al ser ella verdadera Madre del Hombre-Dios y verdadera creatura humana ;
2º) unir o reunir dos entidades ; pues bien, María cumplió el oficio de reunir a Dios y a los Angeles (que no estaban unidos) y a Dios y a los hombres, que estaban separados a causa del pecado original. Por tanto, María dio de nuevo a Dios al hombre y el hombre a Dios, mediante la gracia santificante devuelta al hombre.
María es mediadora entre el hombre y Dios
1º) en cuanto que coopera, de manera subordinada y secundaria, con Cristo en la recuperación de la gracia perdida por el pecado original (Maria Corredentrix);
2º) en cuanto que distribuye y aplica, subordinadamente a Cristo, la gracia recuperada a todos los hombres que no le ponen obstáculo (Maria dispensatrix omnium gratiarum).
La Mediación se divide en dos fases :
1º) la recuperación de la gracia santificante mediante la Redención ;
2º) la distribución o dispensación de la gracia a todos los hombres mediante la aplicación de la Redención.
Jesús es el Mediador principal, en este sentido, y María la Mediadora secundaria y subordinada a Cristo.
Varios tipos de Mediación
María no es la Mediadora principal, independiente de Cristo, suficiente por sí misma, absolutamente necesaria.
La Mediación de María es secundaria y subordinada a la de Cristo, dependiente de ella, insuficiente por sí misma, ya que toma su fuerza de la de Cristo, solo hipotéticamente o condicionadamente necesaria, esto es, necesaria porque Dios la ha querido [1].
La Mediación de María, por ello, no contradice el dogma revelado en San Pablo (1 Tim., II, 5-6) : « Uno solo es el Mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Jesucristo, el cual se entregó a sí mismo como precio de rescate en favor de todos ». Sólo Jesús es el Mediador principal, independiente, suficiente por sí mismo, absolutamente necesario (en el plan establecido por la Santísima Trinidad), pero esto no excluye la cooperación o Mediación, secundaria, dependiente, insuficiente por sí misma, hipotética o condicionadamente necesaria de María a la Redención del mundo.
2) MARIA CORREDENTORA
El hecho o la existencia de la Corredención
María es Corredentora, o sea, es Mediadora en la recuperación de la gracia santificante.
La Corredención de María no es una cuestión periférica a nuestra Fe, sino central, porque toca la esencia del dogma de la Redención del género humano.
Después del pecado original, Dios era libre de redimirnos o no y de elegir cualquier modo de redimirnos. Ya que decidió libremente redimirnos mediante la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen, asoció íntimamente a María a la Redención, haciéndola Mediadora (Corredentora y Dispensadora).
La primera vez que se encuentra aplicado a María el término de Corredentora es en el siglo XV, mientras que el título de Redentora se encuentra ya en el siglo X (cfr. R. Laurentin, Le titre de Corédemptrice, en « Marianum », n. 13, 1951, p. 429).
El significado de Corredención
Redención significa rescatar o pagar un rescate para recuperar una cosa poseída antes y perdida después.
Por ejemplo, cuando los bandidos secuestran a un niño y piden a sus padres 1 millón de euros como rescate, si el padre paga ha rescatado o « redimido » en sentido lato al hijo desembolsando la suma exigida. En el caso de la Redención de la humanidad, Cristo pagó, con toda su Sangre derramada en la Cruz, la gracia que Adán había perdido y que hemos recuperado por la Redención de Cristo.
Pues bien, María cooperó a la Redención del género humano con Cristo de manera subordinada y secundaria, consintiendo a la Encarnación del Verbo en su seno y ofreciendo a Cristo en la Cruz al Padre para rescatar o redimir a la humanidad, sufriendo indeciblemente y « conmuriendo » místicamente con El a los pies de la Cruz. Por tanto, María es Corredentora secundaria y subordinada a Cristo.
Los autores católicos sostienen comúnmente que María cooperó formalmente en la Redención, consintiendo a la Encarnación redentora.
El modo de la Corredención
El modo de esta cooperación es inmediato, o sea, Dios decretó que la Redención del género humano fuera operada directamente, además de por los méritos de Jesús (Redentor principal), también por los méritos de María (Corredentora secundaria), de modo que los méritos de ambos constituyen el « precio » establecido por Dios para rescatar a la humanidad perdida por Adán. María es Corredentora y no sólo Dispensadora de las gracias, al aplicar la Redención a todo hombre que no le pone obstáculo. Como se ve, la Corredención de María es un elemento esencial y no accidental de la Redención de la humanidad de modo que, sin la Corredención mariana, no se tendría la Redención así como la Santísima Trinidad la quiso y decretó.
Para dar un ejemplo, la Corredención de María es análoga a nuestra cooperación en la obra de nuestra salvación y santificación, la cual es esencial a nuestra Redención, pero no perjudica a la unicidad del Redentor Jesucristo, Salvador principal del hombre. Así, María coopera con Jesucristo, de manera más eminente, en nuestra salvación como Corredentora subordinada y secundaria. Por lo que se puede decir en ambos casos que sólo Jesús redime al género humano : María subordinadamente a Cristo « corredime » a la humanidad de manera eminente y nosotros cooperamos con nuestro libre concurso en nuestra salvación como causas secundarias junto a Jesús y por debajo de él. Como nuestra salvación sin nuestra cooperación sería incompleta (« El que te ha creado sin ti no te salva sin ti », San Agustín), análogamente nuestra salvación sería incompleta sin la Corredención de María, esto es, no sería como Dios la decretó.
Objeción : María, al ser redimida, no puede ser « Redentora »
Algún teólogo ha objetado que también María fue redimida por Cristo y, por tanto, no puede ser al mismo tiempo y en el mismo sentido « Redentora » por el principio de no contradicción.
Se responde fácilmente que María fue redimida de manera preservativa, o sea, fue preservada de contraer el pecado original, mientras que los demás hombres son redimidos de manera liberativa, esto es, son liberados del pecado original contraído. Por tanto, María no es redimida y « Redentora » en el mismo sentido, sino que es redimida de manera preservativa y Corredentora de manera liberativa. María no cooperó en su Redención preservativa, que fue operada por Dios solo, pero cooperó en la Redención liberativa de todos los hombres infectados por el pecado original. Por tanto, María no es redimida y Redentora de sí misma, es decir, a la vez efecto y causa, lo cual es imposible por el principio de no contradicción, sino que primero fue redimida por Cristo y después fue Corredentora con Cristo y por debajo de él. Se disipa, así, toda sombra de contradicción en el ser María redimida y « Redentora ».
El padre Gabriele Roschini [2] escribe que « Cristo se ofreció primero (por prioridad lógica y no cronológica) al Padre en sacrificio por la Redención preservativa de María y, después, junto a la « co-oblación » de María, El se ofreció para la Redención liberativa de todos los demás » (Dizionario di Mariologia, Roma, Studium, 1960, p. 327). Por ello el Sacrificio que Cristo hizo de Sí mismo en la Cruz tiene un doble aspecto :
1º) se ofreció para la Redención preservativa de María ;
2º) se ofreció, junto a la « co-oblación » de María, para la Redención liberadora del pecado original por todo el género humano (adviértase que se trata de una prioridad solamente lógica, o sea, en cuanto a nuestra manera de pensar y de expresarnos, y no de una prioridad ontológica y cronológica). Como se ve, la Inmaculada Concepción de María la separa de todos los demás hombres para permitirle poder ser su Corredentora.
La Sagrada Escritura y la Corredención mariana
El Génesis (III, 14-15) narra el pecado de Eva y de Adán, tentados por el diablo en forma de serpiente. Entonces Dios, dirigiéndose a la serpiente infernal, dijo : « Por haber hecho esto, maldita seas… Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su descendencia. Ella te aplastará la cabeza y tú insidiarás su talón ».
En este texto del Antiguo Testamento son expuestas 4 cosas :
1º) la lucha inextinguible entre Cristo/María contra Satanás/secuaces;
2º) la victoria de Cristo/María (Redención) ;
3º) a la lucha de Cristo coronada por la victoria (Redención) es asociada íntimamente María, Su verdadera Madre física (Corredención) ;
4º) en esta asociación se aplica el contrapeso o la represalia : como el diablo hizo pecar a Eva y esta tentó a Adán, así Dios y los Angeles buenos asocian a María, la nueva Eva (Eva = Ave), a la lucha y victoria de Cristo (Redención y Corredención), que se obtiene con el aplastamiento de la cabeza de la serpiente por parte de María, que lleva en sí misma a Cristo ; el diablo, sin embargo, consigue insidiar y morder el talón de María, o sea, a los fieles que no serán suficientemente fuertes para resistir a las adulaciones diabólicas como no lo fue la primera Eva, mientras que María y Jesús se servirán de la cooperación de los fieles buenos que son la parte no mordida del talón (la parte más humilde del cuerpo de María) que aplastará (« Ipsa conteret », Gén., III, 5) la cabeza de la serpiente.
Esta es la interpretación auténtica de los versículos del Génesis dada por Pío IX en la Bula dogmática Ineffabilis Deus, en la que el Papa escribe : « Los Padres vieron designados [en los versículos del Génesis] a Cristo Redentor y a María unida a Cristo por un vínculo estrechísimo e indisoluble, ejercitando junto a Cristo y por medio de Las sempiternas enemistades contra la serpiente venenosa y consiguiendo sobre ella una plenísima victoria ». Por lo que se puede decir, con certeza teológica, que, como Cristo venció al demonio con su Pasión, así María lo venció con su Compasión. Por tanto, María, junto y subordinadamente a Cristo, venció a satanás y nos « corredimió ».
El Evangelio según San Lucas (I, 38) nos narra que el Angel Gabriel fue enviado a María por Dios para conseguir su consentimiento a la Encarnación y a la Corredención. En esta escena evangélica tenemos, por contraposición a la del Génesis, la presencia de un Angel bueno (Gabriel), de una nueva Eva (María) y de un nuevo Adán (Cristo).
También en el Evangelio encontramos vaticinada la Corredención subordinada y secundaria de María y, específicamente, en el Evangelio según San Lucas (II, 34-35) cuando el anciano Simeón, con ocasión de la presentación del Niño Jesús en el Templo, predice a María su íntima asociación a la Pasión y Muerte de Cristo : « Este niño está destinado a ser causa de la ruina y de la resurrección de muchos en Israel y a ser un signo de contradicción ; tu misma alma será traspasada por una espada ».
En Lucas es, por tanto, presentado el futuro lleno de todo dolor de Jesús, al cual será asociada su Madre, cuya alma será atravesada místicamente por una espada de dolor. Adviértase que, no obstante esté presente también San José, el Evangelio no habla de una suya asociación subordinada al Sacrificio de Cristo, sino que nombra sólo y exclusivamente a María, única Corredentora subordinada en sentido estricto.
En el texto evangélico de San Juan, María nos es presentada en el Calvario junto al Apóstol Juan a los pies de la Cruz en la que pende Jesús, que dice a María : « Mujer, he ahí a tu hijo ; hijo [San Juan], he ahí a tu madre » (Jn., XIX, 26-27).
María es la nueva Eva, Madre espiritual de todos los fieles, en contraposición con la antigua Eva, que nos arruinó dando a Adán a comer del fruto prohibido.
El mismo paralelismo encontramos en el último Libro Sagrado, el Apocalipsis de San Juan (cap. XII), en el cual nos son presentados también tres personajes : la mujer (María), su hijo (Jesús) y el Dragón rojo (satanás), que intenta hacer daño a la mujer : como en el Génesis quería morder el talón, así quiere ahora agredirla, pero el Dragón es derrotado y la mujer y su hijo son puestos a salvo.
La Tradición y la Corredención mariana
Desde el siglo II hasta el siglo XII, la doctrina de la Corredentora la encontramos expresada implícitamente por los Santos Padres. Por ejemplo, San Justino (Dialog. cum Triph., PG, 6, 709-712), San Ireneo (De carne Christi, c. 17, PL 2, 782) y Juan el Geómetra, que, en el siglo X, el primero, habla de la Maternidad espiritual de María y de la Corredención.
Desde el siglo XII hasta el siglo XVII, tenemos una segunda etapa, en la que se va de manera más neta de lo implícito a lo explícito, o sea, del papel de María como nueva Eva a la Corredención. Los autores más famosos son : San Bernardo de Claraval [3], Arnoldo de Chartres, San Alberto Magno, San Buenaventura ; en el siglo XIV tenemos a Taulero, San Antonino de Florencia, Dionisio Cartujano, Alfonso Salmeró n.
Finalmente, desde el siglo XVII hasta nuestros días, se calculan 124 teólogos que se expresan a favor de la Corredención inmediata de María, en el siglo XVII, entre los cuales San Lorenzo de Brindis, San Juan Eudes y Olier. En el siglo XVIII, sólo 53 escritores eclesiásticos se decantan a favor de la Corredención. En el siglo XIX, los teólogos pro Corredemptione suben hasta 130, entre los cuales resalta el card. Alexio Lépicier (L'Immacolata Madre di Dio, Corredentrice del genere umano, Roma, 1905). Hoy, después del Concilio Vaticano II, la Corredención, por motivos pseudo-ecuménicos, ha sido llevada adelante por pocos teólogos, entre los cuales los Franciscanos de la Inmaculada con la Revista teológica Immaculata Mediatrix y Mons. Brunero Gherardini.
El Magisterio y la Corredención mariana
León XIII, en la Encíclica Jucunda semper (1894), enseña que « Cuando María se ofreció completamente a sí misma, junto a su Hijo en el Templo, Ella era desde ese momento partícipe de la dolorosa expiación de Cristo en favor del género humano, o sea, de la Redención […]. En el Calvario, con El, murió en su corazón ».
También León XIII, en la Encíclica Auditricem populi (1895), enseña que « Aquella que había sido cooperadora en el misterio de la Redención humana, habría sido también la cooperadora en la distribución de las gracias derivadas de tal Redención ». Adviértase cómo el Papa distingue la Corredención de la Dispensación de las gracias y enseña que María cooperó en ambas.
San Pío X, en la Encíclica Ad diem illud (1904), verdadera obra maestra mariológica, afirma : « María fue asociada por Cristo a la obra de nuestra salvación, nos merece de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo nos merece de condigno ». Adviértase cómo el Papa afirma dos verdades :
1º) María fue asociada a la Redención por Cristo y no se asoció por sí misma ;
2º) en virtud de dicha asociación, María mereció por pura conveniencia o condescendencia divina (de congruo) las mismas gracias merecidas por Cristo por estricta justicia (de condigno).
Benedicto XV es el primer Papa que formula de manera inequívoca la doctrina sobre la Corredención en la Carta Apostólica Inter Sodalicia (1918), enseñando que « María, a los pies de la Cruz, de tal manera sufrió y casi murió con el Hijo para placar la justicia divina, que con razón se puede decir que Ella ha redimido al género humano junto a Cristo ».
Pío XI es el primer Papa que aplica el título de Corredentora a María en el Mensaje radiofónico del 28 de abril de 1935 : « Madre de piedad y de misericordia… compaciente y Corredentora… ».
Pío XII, en tres Encíclicas, trata de la Corredención mariana. La primera es la Mystici Corporis (1943), en la que enseña que María « ofreció a Jesús al Padre en el Gólgota, haciendo holocausto de todo derecho materno suyo y de su materno amor, por todos los hijos de Adán. De tal modo, Aquella que, en cuanto al cuerpo era Madre de nuestra Cabeza, pudo convertirse, en cuanto al espíritu, en madre de todos sus miembros ». Adviértase cómo Pío XII enseñó formalmente que María es madre espiritual de todos los justos y, por tanto, Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.
En la segunda Encíclica, sumamente mariana, Ad Cœli Reginam (1954), el Papa enseña que la Virgen es Reina no sólo por ser Madre de Cristo, que es Rey, sino también « por la parte singular que tuvo en la obra de nuestra salvación por voluntad de Dios… María fue asociada a Cristo. […]. Ella es Reina no sólo por ser Madre de Jesús, sino también porque, como nueva Eva, ha sido asociada al nuevo Adán. […]. De esta unión con Cristo nace aquel poder real por el que Ella puede dispensar los tesoros del Reino del divino Redentor ». Adviértase cómo el Papa enseña que el primer fundamento de la Realeza de María es la Maternidad divina y el segundo fundamento es la Corredención.
Finalmente, en la Encíclica sobre el Sagrado Corazón Haurietis aquas (1956), el papa Pacelli enseña : « Era justo, en efecto, que Aquella que había sido asociada a la obra de la regeneración de los hijos de Eva a la vida de la gracia, fuese proclamada por el mismo Jesús, Madre espiritual de la entera humanidad ». También, al final de la Encíclica, escribe : « Para que el culto al divino Corazón de Jesús produzca frutos más copiosos, oblíguense los fieles a asociar a él la devoción al Corazón Inmaculado de María. En efecto, es sumamente conveniente que, como Dios quiso asociar indisolublemente a la Bienaventurada Virgen María a Cristo en la realización de la Redención […], así, el pueblo cristiano, que recibió la vida divina de Cristo y de María, después de haber tributado los debidos homenajes al Sagrado Corazón de Jesús, preste también al Corazón Inmaculado de María similares obsequios de piedad […]. En armonía con este sapientísimo designio de la Providencia divina, Nos mismo queremos consagrar solemnemente la Santa Iglesia y el mundo entero al Corazón Inmaculado de María ».
La razón teológica de la Corredención
En la Corredención de María brilla
1º) la Sabiduría divina, que se sirvió del mismo medio (la mujer) del que se había servido el diablo para la ruina de la humanidad, humillándolo enormemente al hacer que fuera vencido por una joven mujer ;
2º) el Poder divino, ya que Dios, con un medio débil (una joven mujer) realizó una obra tan excelsa (la Redención) ;
3º) la Justicia divina, la cual decretó que la soberbia de Adán y Eva fuera reparada por la humillación de Jesús y María ;
4º) la Bondad divina, la cual, en lugar de abandonar a la mujer que había pecado, la ennobleció haciéndola Corredentora.
La esencia o la naturaleza de la Corredención
Hemos visto el hecho o la existencia de la Corredención admitida por la Sagrada Escritura, por la Tradición y por el Magisterio, hemos ofrecido su razón teológica ; ahora nos queda ver la naturaleza de la Corredención, o sea, qué es.
La Corredención es la participación subordinada de María a la Redención de Cristo. Ahora bien, la Pasión de Jesús y la Compasión de María han obrado nuestra Redención y Corredención, pero ¿de qué manera ? ¿cuál es su naturaleza ? ¿qué son exactamente ?
Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48) enseña que la Pasión de Cristo obró nuestra Redención de tres modos :
1º) a modo de mérito, al merecernos la gracia santificante perdida con el pecado original ;
2º) a modo de satisfacción, pagando a Dios la deuda por el pecado, reparándolo e intercediendo por nosotros ;
3º) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo al Padre como víctima en la Cruz.
También María cooperó subordinadamente a Cristo de estos 3 modos en nuestra Redención. Los teólogos dicen que lo que Cristo nos mereció de condigno o por estricta justicia, María nos lo mereció de congruo o por pura liberalidad de Dios.
En cuanto a la naturaleza de la cooperación mariana en nuestra Redención, los teólogos sostienen comúnmente que la ofrenda que María hizo de Jesús y de sí misma en el Calvario no es un acto sacrificial y sacerdotal en sentido estricto : María no tiene un sacerdocio análogo al de Cristo y no tiene ni siquiera el Orden sacramental del Sacerdocio cristiano, pero la cooperación de María en el Sacrificio de Cristo es equiparable a la que tienen todos los bautizados, los cuales pueden unirse al sacerdote (ordenado válidamente) y ofrecer por medio de él el Sacrificio de la Misa a Dios, pero María la posee en un grado eminentemente superior al de todos los bautizados, porque es la Madre de Dios. Sin embargo no es sacerdote en sentido estricto, aun teniendo el espíritu del Sacerdocio. Adviértase que el Santo Oficio prohibió representar a María revestida con los ornamentos sacerdotales y llamarla « Virgen-Sacerdote » (cfr. R. Laurentin, Le problème du sacerdoce marial devant le Magistère, en « Marianum », n. 10, 1948, pp. 160-178).
Por lo que respecta a la naturaleza de la cooperación de María en la Redención de Cristo, la opinión común de los teólogos considera que es inmediata y consiste en el hecho de que sus méritos y sus satisfacciones (junto y subordinadamente a las de Jesús) fueron queridos, exigidos y aceptados por el Eterno Padre para la reconciliación del género humano con El (cfr. M. I. Nicolas, La doctrine de la Corédemption dans le cadre de la doctrine thomiste de la Rédemption, en « Revue thomiste », n. 47, 1947, pp. 20-42).
Además, María, en cuanto Madre de Cristo, tenía el derecho de proteger la vida de su Hijo de todos sus injustos agresores. En cambio, María abdicó este derecho suyo natural y, en obediencia a la voluntad divina, ofreció a su Hijo en sacrificio para la Redención del género humano.
CONCLUSION
La devoción a María no se funda en motivos sentimentalistas, sino estrictamente dogmáticos. Ella es verdadera Madre de Dios y Corredentora subordinada del género humano ; además, todas las gracias pasan a través de ella para llegar de Dios a nosotros. Por tanto, si queremos ser redimidos y salvados, según el plan elegido por Dios, debemos dirigirnos a María para ir a Jesús y a la Humanidad de este último para acceder a la Santísima Trinidad. Ad Jesum per Mariam !
Continuo con una hermosa oración de San Francisco de Sales :
« Acuérdate y trae a tu mente, oh dulcísima Virgen María, que eres mi Madre y que soy tu hijo ; que eres poderosísima y soy un pequeño ser vil y débil. Te suplico, dulcísima Madre mía, que me guíes y defiendas en todos mis caminos y en todas mis acciones.
No me digas, oh Virgen graciosa, que no puedes, ya que tu Hijo predilecto Te dio todo poder… No me digas que no debes hacerlo, pues eres la Madre común de todos los pobres humanos y especialmente la mía. Si no pudieses te excusaría diciendo : Es verdad que es mi Madre y que me ama como a un hijo, pero su pobreza carece de posesiones y de poderes. Si no fueses mi Madre, tendría justamente paciencia, diciendo : Ella es rica para asistirme, pero ay de mí, al no ser mi Madre, no me ama.
Pero ya que, oh dulcísima Virgen, eres mi Madre y eres poderosa, ¿cómo podrás excusarte de no consolarme y de no prestarme tu ayuda y tu asistencia ?
Ves, Madre mía, que estás obligada a consentir a todas mis peticiones ».
Notas preliminares :
[1] Varios autores que por su extensión difiucltan inlcuirlos a todos en este corto espacio.
[2] p. Roschini. Considerado el mayor mariólogo del siglo XX.
[3] San Bernardo
Necesaria Insitencia
Si bien no ha habido hasta ahora una declaración dogmática del magisterio al respecto, la corredención de María forma parte de la revelación divina. Su fundamento escriturístico es innegable. Éste consiste en el paralelo y en la analogía existente entre Eva y la Santísima Virgen. Paralelo y analogía que se manifiestan en el papel desempeñado por ellas en relación, por un lado, con Adán en la caída original y, por el otro, con Jesucristo, nuevo Adán (Rm. 5, 14 – I Cor. 15, 22), en la reparación de la misma.
En efecto, del mismo modo que Eva participó en la caída de Adán, por su falta de fe y su desobediencia, María lo hizo en la redención, a través de su fe y su obediencia. Con su "fiat" y su consentimiento al sacrificio salvador de Jesús, María hizo posible la Redención, así como Eva, tentando a Adán a instancias de la Serpiente, había hecho posible la falta original. Es Adán quien la comete, pero Eva está íntimamente vinculada a ella, no como artífice, sino como partícipe necesaria y a modo de causa instrumental.
De manera análoga, María, nueva Eva, participa en el acto redentor realizado por Jesucristo, nuevo Adán, no como autora, sino como partícipe necesaria - Dios así lo dispuso en su Divina Providencia -, y como causa instrumental - con su "fiat" libremente otorgado, María suministró la "materia" del sacrificio redentor, es decir, el cuerpo de la víctima expiatoria -.
Es en este sentido que debe entenderse el término "corredención" aplicado a María, como expresión de su íntima participación en la obra redentora consumada por su divino Hijo - autor exclusivo de la misma -, y no como si la redención hubiera sido realizada por ambos, en el mismo sentido y en un pie de igualdad, como si fuesen coautores del hecho.
Así pues, a semejanza de Eva, que interviene de manera decisiva en la caída del género humano provocada por la falta de Adán, la Santísima Virgen María, Eva de la Nueva Alianza, está estrechamente involucrada en la redención operada por el nuevo Adán, Jesucristo.
Veamos lo que dice al respecto San Ireneo, Padre y Doctor de la Iglesia, discípulo de San Policarpo, quien, a su vez, lo había sido del apóstol San Juan, en su obra "Contra los herejes" :
"En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice : « He aquí tu sierva, Señor : hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38) ; a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, (…) habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad ; así también María, teniendo a un varón como marido, pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). (…) Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María ; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe." [5]
Citemos ahora al gran doctor mariano San Luis María Grignon de Montfort :
"Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás ; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor. -53- (…) Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente – respecto de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza : "Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia", dicen los santos. -74-."[6]
Cito ahora por partida doble a Pío XII, primero en una alocución dirigida a los peregrinos de Génova del 22 de abril de 1940 :
"De hecho, ¿no son Jesús y María los dos amores sublimes del pueblo Cristiano ? ¿No son acaso el nuevo Adán y la nueva Eva, a quienes el Árbol de la cruz une en el dolor y el amor para redimir el pecado de nuestros primeros padres en el Edén ?"[7]
Y luego, en su constitución apostólica Munificentissimus Deus, en la que definió solemnemente el dogma de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma :
"Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protœvangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6 ; 1 Cor 15, 21-26 ; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal (n. 39)."[8]
Transcribo seguidamente otras citas pontificias sobre esta cuestión :
León XIII : "Cuando María se ofreció a si misma completamente a Dios junto con su Hijo en el templo, ya estaba compartiendo con Él la dolorosa expiación a favor de la raza humana. Es seguro, por tanto, que sufrió en lo más profundo de su alma con los sufrimientos más amargos y los tormentos de Él. Finalmente, fue precisamente frente a los ojos de María que el sacrificio divino, por el cual Ella había nacido y alimentado a la víctima, tuvo que ser consumado ; vemos que estuvo Su Madre frente a la Cruz de Jesús (…) voluntariamente ofreciendo a su Hijo a la divina justicia, muriendo con Él en su corazón, atravesada con la espada de dolor". Encíclica Jucunda Semper, 1894.[9]
San Pío X : "A todo esto hay que añadir, en alabanza de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos la materia de su carne con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres ; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo." Encíclica Ad diem illum, 1904.[10]
Pío XI : "Oh Madre del amor y de la misericordia quien, cuando vuestro dulcísimo Hijo estaba consumiendo la Redención de la raza humana en el altar de la cruz, permanecisteis de pie junto a Él, sufriendo con Él como la Corredentora. (…) Conserva en nosotros, os lo suplicamos, e incrementa día a día, los frutos preciosos de Su Redención y la compasión de su Madre." Oración en la clausura del Jubileo de la Redención, 1933.[12]