Que pueden cometerse punibles excesos y abusos de espantosa trascendencia dentro del estado nupcial, es cosa que no puede ocultarse, y que con ingeniosa frase significó San Bernardino de Sena diciendo que muy bien puede el hombre embriagarse con el vino de su propia cuba; más acerca de estos desórdenes preciso es tender un velo, y deplorarlos sin sacarlos a luz.

 En cuanto a los casados que buscan la fruta del huerto ajeno, teniendo su propio huerto, es un horror lo que pasa con ellos. Ni reparan en la salud, ni en la de su consorte, que vician con males importados al lecho doméstico, ni en la pública decencia y decoro, ni en su buen nombre que es su vida, ni en su alma, ni en su hacienda; con todo atropellan como rabiosas fieras, sin atender a las divinas leyes ni a las humanas.

Teniendo sus esposas como ángeles, se adhieren al estiércol como decía llorando Jeremías (Jer. IV, 5). Y el Sabio dice que la mujer mala es como el estiércol en el camino (Eccles. XI, 10), que todos lo pisan, y los cerdos lo buscan para delectarse con él. El adultero más quiere el estiércol de la mujer ajena, que la hermosura de la propia.

Veamos ahora la malicia del adulterio. Job dice que es un mal, y la iniquidad máxima (Job. XXXI, 9), y debe considerarse cuál será su gravedad para merecer un superlativo de tan grande ponderación (Máxima iniquidad). A la casa rica de Faraón la llenó Dios de plagas máximas, como lo dice el sagrado Texto (Gen. XII, 17), por la mujer de Abrahán que tenía usurpada. El profeta Jeremías llegó a decir que la tierra lloró a la faz de la maldición, por estar llena de adúlteros (Jerem. XVII, 10); Oseas, que el camino de éstos será cercado de espinas (Ose. II, 6); Ezequiel, que viven en casas ruinosas y a cada paso temen su perdición.

De las mujeres que se hacen reas del mismo delito dice cosas terribles la divina Escritura; que son la total perdición de sus infelices casas, la confusión de sus maridos, la ruina de sus hijos, el escándalo de su familia, malditas de Dios y de los pueblos, y que son como las bestias, y aún peores y más abominables. Añádase, como consecuencia, los celos rabiosos que convierten la casa en un abismo del infierno, donde no se oyen sino injurias y execraciones, y los divorcios que asolan las familias, y son causa de gravísimos males.