"NADIE PUEDE TENER A DIOS POR PADRE SI NO TIENE A MARÍA POR MADRE" 2.a PARTE

La presencia de María en esta escena ilumina de amor maternal el designio de salvación por parte de Dios, develando, si puede decirse, el aspecto maternal de la Redención.  El corazón de Cristo, que es traspasado por la "lanza" (v. 34) y el corazón de María traspasado por la "espada" (Lc. 2, 35) hacen comprender bien la totalidad del amor doloroso de Cristo y de María que han redimido a la humanidad necesitada de salvación.

Es sobre el Calvario que la misión de la Maternidad corredentora de María Santísima se completa y se consuma en totalidad terminal de coinmolación con la inmolación del Hijo Redentor crucificado. (…)

El texto bíblico fundamental, Gén. 3, 15, había profetizado la victoria de la "Mujer" con su "descendencia" sobre la serpiente seductora de Eva; y de hecho, "la presencia de María bajo la Cruz -escribe el biblista P. Pietrafesa- es el punto culminante de su misión, ya preanunciada en el paraíso terrestre (Gén. 3, 15) a los mismos padres del género humano. Bajo la Cruz María debía ser proclamada Corredentora del género humano, la nueva Eva, la vencedora de la serpiente infernal. Como para Jesús la aparente derrota sobre la cruz debía signar en realidad su triunfo y el logro de su misión redentora, así para María aquella presencia y aquel insondable dolor al pie de la cruz, debía constituir el triunfo de su misión de Corredentora" (…).

María Santísima, de hecho, resalta San Juan Pablo II, "ha participado en manera admirable en los sufrimientos de su divino Hijo para ser Corredentora de la humanidad" (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Ciudad del Vaticano 1982, V/3, p. 404), y ha querido "sufrir con su Hijo moribundo en la Cruz (…) para restaurar la vida sobrenatural de las almas", como enseña el Vaticano II, llegando a ser Ella, en tal modo, "nuestra Madre en el orden de la Gracia" (L. G. 61).

Sobre el Calvario, pues, al pie de la Cruz, se verifica hasta la evidencia la más íntima correlación entre la Maternidad espiritual y la Corredención en María Santísima, por lo cual se puede decir que Jesús crucificado, desde lo alto de la Cruz, dándonos la Madre, nos ha dado la Madre Corredentora, es decir " la nueva Eva Corredentora", la más verdadera "madre de los vivientes" (Gén. 3, 20).

Sobre el Calvario, al pie de la Cruz, la Maternidad espiritual y la Corredención se presentan en su íntima reciprocidad, por lo cual María Santísima es realmente Madre nuestra en cuanto Corredentora, y es Corredentora porque es Madre nuestra (…).

- Interpretación de estos versículos

Es verdad que, durante mucho tiempo, la interpretación dominante de los versículos 25-27 ha sido la así llamada "personal-privada", que ha leído en esta escena solamente un gesto de amor filial por parte de Jesús, preocupado de confiar su Madre a Juan para que no quedase sola después de su muerte.  Hay que admitir, sin embargo, que un significado de tal género no concordaría ni siquiera con la prudencia que sería necesaria para proveer en el tiempo a la subsistencia cotidiana de la Madre, sin tener en cuenta los últimos instantes de la vida. De hecho, tal interpretación demasiado reduccionista del significado de aquella célebre perícopa1 ha sido por largo tiempo integrada por la interpretación "personal-comunitaria" y por la interpretación "representativo-comunitaria", según las cuales María fue proclamada sobre el Calvario Madre de los redimidos, representados por San Juan Evangelista. De hecho, Ella cooperó activamente en la Redención Universal tanto como persona singular, como personificación de la "Hija de Sion", figura de la Iglesia que engendra al nuevo Pueblo de Dios.

La búsqueda exegética, a partir de los inicios del siglo XX, ha podido llegar a la conclusión que la interpretación literal de la Maternidad espiritual de María en 19, 25-27 está sostenida tanto por la referencia a las bodas de Caná (Jn. 2, 1-11) y de otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, como del mismo contexto de la escena sobre el Calvario.

- El deber de los discípulos: ser hijos de la Madre de Jesús

Hay que notar que los dos versículos 26-27a, en sí mismos, estructuralmente se ubican en un esquema literario que ha sido definido "esquema de revelación", según un estilo característico de San Juan. Consiste en articular los tres momentos concatenados del ver, del decir, del adverbio "he aquí" seguido por un título o palabra de "revelación". En base a este "esquema de revelación", aplicado a los versículos 26-27a resulta, concretamente, que "Jesús, muriendo en la Cruz -como escribe I. de la Potterie-  revela que su Madre, en cuanto "Mujer", con toda la resonancia bíblica de esta palabra, será ahora también la madre del "discípulo", porque este último, como representante de todos "los discípulos" de Jesús, será ya el hijo de la Madre de Él. En otras palabras, revela la nueva dimensión de la maternidad de María, una dimensión espiritual y una nueva función de la Madre de Jesús en la economía de la salvación; pero en modo correlativo revela al mismo tiempo que el primer deber de los discípulos consistirá en ser hijos de la Madre de Jesús".               

- Nueva Eva, Madre de todos los vivientes:

La referencia a las bodas de Caná (2, 1-11) se presenta ligada particularmente al uso de la palabra "Mujer".(…) Otra referencia a las bodas de Caná es el discurso de la "hora" de Jesús, también proyectada sobre el Calvario, al menos como "hora" final y decisiva  de la manifestación total de la Redención, "hora" en la cual habría  también proclamado la Maternidad espiritual y universal de María, Nueva Eva "madre de todos los vivientes" (Gén. 3, 20).

Otro texto significativo de Juan es aquel de 11, 52 sobre la profecía de Caifás a propósito de la muerte de Jesús "para reunir en la unidad a los dispersos hijos de Dios". En proyección, también este texto está ligado con el Calvario donde María encarna a la "Madre Sion" que convoca a sus hijos del exilio y los reúne al pie de la Cruz, para constituir el nuevo Pueblo de Dios en unidad y estabilidad.               

El contexto inmediato de Jn. 19, 25-27, además, nos presenta antes que nada el tema de la unidad de la Iglesia, simbolizada por la túnica "indivisa", signo de la reconstituida unidad del Pueblo de Dios, prefigurado por María, la Madre, y por Juan, el hijo. En el versículo 24, como hace notar I. de la Potterie, el evangelista parece anunciar "lo que en la escena siguiente está por realizarse positivamente: la nueva comunidad mesiánica se constituye en su unidad bajo la Cruz. María y el discípulo son la prefiguración".     

(…)    Igualmente, se ha visto que María, al pie de la Cruz, representa la Iglesia y es, al mismo tiempo, Madre de la Iglesia. ¿Es posible esta duplicidad de roles que parecen excluirse? Responde también I. de la Potterie, muy bien: "No hay ninguna contradicción en decir que María es al mismo tiempo imagen de la Iglesia y Madre de la Iglesia. Como persona individual Ella es Madre de Jesús, y llega a ser la madre de todos nosotros, la Madre de la Iglesia. Pero su maternidad corporal respecto de Jesús se prolonga en una maternidad espiritual hacia los creyentes y hacia la Iglesia. Y esta maternidad espiritual de María viene a ser la imagen y la forma de la maternidad de la Iglesia.

"Luego dijo al discípulo:'He ahí tu Madre'"  (v. 27a)

En este versículo vemos bien que, junto a María, al pie de la Cruz, también San Juan evangelista desempeña un rol de representatividad tanto personal como comunitaria. Como Madre de Jesús, María es persona singular y única; como Esposa de Cristo es también una persona comunitaria, es la Iglesia. Igualmente sucede con San Juan: él es una persona singular, como discípulo predilecto de Jesús; pero también es el representante de todos los discípulos de Jesús, y por tanto de la Iglesia.

(…)  El discípulo que Jesús amaba simboliza a "los discípulos" de Jesús como tales, es decir, a todos los creyentes y, en este sentido, toda la Iglesia. María, la Madre de Jesús, simboliza la Iglesia misma, en su función maternal".                                                                                                             

Función maternal y función filial, por lo tanto; es decir, la Iglesia es Madre en María, es Hija en Juan.  María es Madre de Dios y de la Iglesia (representada por Juan); Juan es hijo de Dios y de María (que personifica la Iglesia). "Para llegar a ser hijos de Dios - explica bien I. de la Potterie -  debemos llegar a ser Hijos de María e hijos de la Iglesia. Jesús es su único Hijo, pero nosotros llegamos a ser conformes a Él si llegamos a ser hijos de Dios e hijos de María".

(…) Por esto, considerando la gravedad y la importancia del momento en el cual Jesús habla desde lo alto de la Cruz, no se puede subvalorar el hecho de que El da a Juan la misión de acoger a María como Madre haciéndose su hijo. Juan "recibe aquí -nota I. de la Potterie-  como única misión tener a María por Madre. Su primer deber no es ir a predicar el Evangelio, sino hacerse hijo de María. Para él y para todos los otros, es más importante ser creyente que apóstol. La misión apostólica le será confiada más tarde, después de la resurrección (Jn. 20, 21; 21, 20 – 23). Pero ser hijo de María y de la Iglesia-Madre es el primer y más fundamental aspecto de toda su vida de cristiano".

Hay que destacar, en este punto, dos aspectos particulares, extremadamente significativos, de la Maternidad de María Santísima en cuanto específicamente corredentora.

1)   El primer aspecto está ligado directamente a la maternidad espiritual de María, y se refiere a la procreación de todos sus hijos redimidos. Si María es la Madre de todos los redimidos, significa que Ella, como Madre verdadera y real, si bien no física sino espiritual, ha regenerado en la Pasión y Muerte de Cristo a cada uno de los hijos redimidos.  Pero la regeneración NO ha sido, de hecho, una regeneración inconsciente, genérica o masiva. Ninguna madre engendra jamás a sus hijos inconscientemente, en general o en masa. Cada madre engendra a sus hijos uno por uno, bien consciente y sufriente de cada procreación en particular. Esto significa que María Santísima, sobre el Calvario, al pie de la Cruz, Corredentora como (quasi) co-crucificada con el Hijo Redentor, ha engendrado a cada uno de los redimidos, conociéndolos singularmente y sufriendo por cada uno de ellos.

(…) María Santísima, especialmente al pie de la Cruz, ha recibido un conocimiento infuso de los pecados de aquellos por los cuales ha cooperado a la salvación de manera singular y generosamente cual digna Corredentora de la humanidad, sufriendo e intercediendo por cada persona humana (35). De Margerie cita en el artículo Santos y Doctores de la Iglesia como San Ambrosio, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Pedro Canisio, San Francisco de Sales, el Beato Domingo de la Madre de Dios; cita al Papa Pío XII y estudiosos eminentes como Suárez, el Cardenal Newman, el Cardenal Lepicier y Bossuet, razonando y concluyendo, al fin, que María Santísima es la Corredentora única, con el privilegio único y extraordinario del conocimiento infuso sobre lo que Ella estaba haciendo al pie de la Cruz, es decir,  sobre el cumplimiento de su misión de Madre Corredentora para regenerar a cada uno de sus hijos.   

2)    El segundo aspecto se refiere a nuestra filiación respecto de María Santísima. (…) el ser hijo de María, y tener a María por Madre, comporta una realidad vital tan verdadera y consistente, que todo redimido viene a ser en potencia, podría decirse, otro Cristo-hijo de María. En tal sentido tenemos también una válida y significativa verificación, particularmente del hecho que, después de la proclamación desde lo alto de la Cruz: "He ahí tu hijo (…) He ahí tu Madre", Jesús Resucitado y aparecido a Magdalena, habla de sus discípulos llamándolos expresamente "mis hermanos" (Jn. 20, 17). Si antes de la Pasión y Muerte, de hecho, llamaba a los apóstoles sus "siervos", sus "discípulos", sus "amigos", después de la resurrección, en cambio, los llama "hermanos" (…).                                               

"Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa"  (v. 27b)

(…). "Eis tà idia", expresión griega de muchos matices, quedaría mejor aquí con una traducción que evidencie la idea de la posesión de un bien preciosísimo. Juan acoge a María como su bien más íntimo y precioso, siendo a su vez, si pudiera decirse, "propiedad" o "posesión" de María, en analogía con el versículo 11 del Prólogo, donde la misma expresión - "eis tà idia"-  está referida al Verbo cuando viene entre aquellos que le pertenecían, es decir, entre los "suyos".

Y parece evidente la lección primera que se nos da a cada uno de nosotros: acoger a María como nuestra Madre, y por tanto como nuestro bien más íntimo y precioso, para llegar a ser a su vez sus hijos en totalidad de entrega y de confianza filial en Ella, la Madre. Y esto como fundamento de una devoción mariana que sea vida mariana, dinámica y progresiva en hacernos siempre cada vez más "hijos" de María, hasta la perfecta "conformidad" con el Hijo Jesús (Rom. 8, 29).    

La Maternidad universal de María no es metafórica o solamente jurídica; no es física o solamente moral, sino espiritual. María no nos ha engendrado en el orden físico sino en el orden de la gracia. (LG.  61). (…) Sobre la Cruz, además, la Iglesia "ha nacido como cuerpo distinto de la Cabeza" (…), la Maternidad de María ha sido una Maternidad Corredentora o sacrificial, porque al pie de la Cruz Ella estuvo "sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con ánimo maternal al sacrificio de Él, consintiendo amorosamente a la inmolación de la víctima engendrada por Ella" (LG. 58).

Tal Maternidad Corredentora, no considera solamente la redención subjetiva -o aplicación de la redención objetiva-  sino que se extiende "por voluntad divina al mismo cumplimiento de la redención objetiva o adquisitiva, y por tanto a la constitución misma de la Iglesia, fruto de los dolores redentores de Jesús y de los corredentores de María".  En sustancia, esta doctrina está contenida como hemos visto, en Jn. 19, 25 – 27, como texto fundamental ligado sólidamente a la consistente cadena de otros textos vetero y neo testamentarios: el Protoevangelio (Gén. 3, 15. 20),  la "Madre-Sion" (Sal. 86),  los  pasajes de Zac. 9, 9 y de Cánt.  8, 5,  las bodas de Caná (Jn. 2, 1 – 11),  la profecía de Caifás (Jn. 11, 52), la  "Mujer parturienta" (Jn. 16, 21 – 22), la túnica "indivisa" (Jn. 19, 24), la "sangre y el agua" salidas del costado traspasado de Jesús (Jn. 19, 34), la "Mujer" del Apocalipsis (12, 1-8 ) que da a luz entre los dolores.       

Esta es la exégesis bíblica puesta como fundamento de la Maternidad espiritual y universal de María, que abre y cierra la historia de la salvación, en la alegría y en el dolor, en la lucha y en la victoria con la "Mujer" del Protoevangelio  y con la "Mujer" del Apocalipsis, pasando por el eje central de la Cruz sobre el Calvario, donde la "Mujer"  - María -, presente y sufriente, es proclamada por Jesús mismo "Madre" de la humanidad redimida, y "todos nosotros, los cristianos, representados en San Juan, somos hijos de María".

Esta serie de textos, y otros similares, nos hacen pensar también en el serio desvío de planteos pastorales presentados como "novedades", que esquivan o minimizan -desdibujando- el misterio de la Cruz, el misterio de María, y el misterio de la Iglesia.

Quiera el Señor concedernos la gracia de la lucidez en la fe verdadera, sin recortes, sin pusilanimidad ante el llamado a pertenecer al linaje bendito de la que aplasta la Serpiente. Sólo en Ella nuestras familias comprenderán cabalmente el Amor verdadero, la maternidad genuina y fecunda, y el discipulado fiel.

Quiera Él concedernos una piedad mariana sin devaluaciones, tierna pero inquebrantable, filial y respetuosa ante la grandeza y majestad divina, agradecida en cada latido, porque todo es luz para quien comprende el privilegio infinito de ser verdaderamente hijos de Dios, e hijos de María.


1) Perícopa (del griego περικοπη, pericopé, “corte”) la denominación de cada uno de los pasajes de la Biblia que han adquirido gran notoriedad por leerse en determinadas ocasiones del culto religioso.