En la parábola de la cizaña se lee que, habiendo crecido en un campo el grano junto a la cizaña, los siervos quisieron arrancan esta última. Dijo el dueño: en el tiempo de la siega, diré a los segadores:
"arrancad primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla" (Mt 13,24-30). Esta parábola muestra por una parte la paciencia del Señor y, por otra, su rigor hacia los obstinados.
San Agustín decía que el demonio engaña a los hombres de dos maneras: con la desesperación y con la esperanza. Tras el pecado, lleva al pecador a la desesperación, con el miedo a la divina justicia; pero antes de pecar empuja el alma al pecado con la esperanza en la divina misericordia. Por eso, amonesta "San Agustín: Tras el pecado espera en la misericordia, antes del pecado ten respeto por la justicia". En efecto, no merece misericordia quien se sirve de ella para ofender a Dios. Dios usa su misericordia con quien le ama, no a quien se sirve de ella para no amarlo.
Es difícil encontrar a una persona tan desesperada, que quiera verdaderamente condenarse. Los pecadores quieren pecar sin perder la esperanza de salvarse. Pecan pensando: Cometeré este pecado y luego confesaré o haré lo que me plazca, porque Dios es bueno.
No digamos: "Su misericordia es grande, perdonará nuestros pecados" (Sir.5,6).
No digamos: Por muchos pecados que cometamos, con un acto de arrepentimiento, arreglado. ¿Y por qué?
No están en Él misericordia e ira, su cólera se volverá sobre los pecadores. Dios, aun siendo misericordioso, es también justo...Dios promete su misericordia a quien Lo ama, no a quien abusa de ella. Su misericordia se extiende a los que le aman. Cantó la Madre de Dios en el Magníficat. A los obstinados Dios les amenaza con la justicia. [...]
NE: "El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes [...]"
Resumiendo, dice San Pablo: No se puede bromear con Dios (Gál. 6,7):
"No os engañéis: Dios no se deja burlar: pues lo que el hombre sembrare, eso cosechará."
No se puede ofender continuamente adrede y luego pretender el Paraíso. Cada cual recogerá lo que siembre: quien siembre pecados, no pretenda esperar más que el castigo del infierno. La red con la que el demonio pesca a las almas para el infierno es el engaño sibilino, con las palabras: Pecad libremente, porque os salvaréis a pesar de vuestros pecados. Dios detesta la esperanza de quien se obstina, puesto que su esperanza es una abominación. Tal esperanza consigue el castigo de Dios, merecido por quienes, abusando de su bondad, lo ofenden de todos modos.
No lo hagamos más
"Hijo, ¿has pecado? No vuelvas a pecar más; antes bien haz oración por las culpas pasadas, a fin de que te sean perdonadas (Sir 21,1)."
Cristiano mío, tu buen Señor te quiere salvar y así te amonesta: "Hijo, no vuelvas a ofenderme, pero de hoy en adelante, pide perdón por los pecados cometidos".
Hermanos míos: cuanto más hayamos ofendido a Dios, más debemos evitar ofenderlo porque aumentando los pecados, inclinaremos la balanza hacia la divina justicia y podemos condenarnos eternamente.
No decimos que, tras otro pecado, no haya perdón en absoluto, sino que esto puede suceder. Dime, por favor: si sabes que un alimento está envenenado, ¿lo tomarías igualmente? Si en el camino por el que transitas, crees que ladrón puede atentar contra tu vida, ¿pasarías igualmente, o, cogerías otra calle más segura? Así, ¿que seguridad tenemos de que volviendo a pecar sentiremos dolor y lo podremos enmendar antes de la muerte?
Cuando queremos comprar una casa, estamos muy atentos para no tirar nuestro dinero. Cuando tomamos un medicamento, nos aseguramos de que no está caducado. ¿Porqué, entonces, por el mero gusto de los sentidos queremos privarnos de la salvación eterna, diciendo: Luego me confesaré ¿Cuando nos confesaremos? El Domingo ¿Y quien nos garantiza que lleguemos a vivir hasta el Domingo? Mañana ¿Y quien nos garantiza el mañana? Dice San Agustín: No eres dueño de una hora, ¿cómo puedes serlo del mañana? ¿Cómo podemos prometer confesar mañana, cuando no sabemos si tendremos una hora de vida? Continúa el Santo. Dios ha prometido el perdón a quien se arrepiente, pero el que ofende no tiene garantizado el mañana.
Si pecamos, quizás Dios nos conceda el tiempo de arrepentirnos, pero si no nos lo da, ¿qué será de nosotros durante la eternidad? ¿Por qué queremos perder la gracia? ¿Por un mísero goce? ¿Te arriesgarías a perder diez mil dólares? ¿Nos apostaríamos todo, suelo, casa, poder, libertad y vida? ¿No? Entonces, ¿por qué por un simple placer estamos dispuestos a perderlo todo de una vez: el alma y el paraíso de Dios? ¿Creemos, o no, en la existencia del paraíso, el infierno y la eternidad?, ¿Para nosotros son verdades de fe, o cuentos? Si la muerte nos sorprende en pecado, estamos perdidos para siempre.
Si creemos, qué locura sería obtener una pena eterna por no remediar a tiempo el pecado. En efecto, por analogía, nadie sería tan imprudente de tomar veneno con la intención de catarlo y luego tomarse el antídoto. Con estos pensamientos errados, podemos definitivamente condenarnos a perpetuidad.
Hermanos: meditemos las palabras del Espíritu: Confía en tu maldad. Te caerá encima una calamidad que no podrás evitar (Is. 47, 10-11).
"Confía en tu maldad, pensabas: "Nadie me ve." Tu sabiduría y tu ciencia te han engañado, por lo cuál dijiste en tu corazón: "Yo, y no hay más que yo." Vendrá sobre ti la calamidad, y no sabrás conjurarla; caerá sobre ti una desgracia que no podrás alejar, y te sobrevendrá de repente la ruina sin que lo sepas.
Si hemos pecado temerariamente contra la misericordia divina, el castigo nos cae de repente, sin saber de dónde viene.