Quiero guiar esta edición, con algunas preguntas y recordando una verdad elemental y demasiado olvidada: que cuando se sabe que hay otro mundo, que la vida continúa eternamente, hay que decirlo. Cuando se sabe que no hay ni habrá en la tierra otra esperanza para el hombre fuera de la esperanza Cristiana, hay que decirlo. Si no sabemos esto, ¿qué es lo que predicamos? ¿De qué somos maestros? ¿Qué buena noticia es la que anunciamos a los pobres?
En estos tiempos, quien acude a la ortodoxia, aunque sea posconciliar, corre el peligro de ser sospechoso de varias culpas: conformismo, cerrazón mental, superficialidad, ausencia de fantasía creadora….
Estamos asistiendo en realidad al curioso equívoco por el que hoy es considerado "valiente" quien se adecua al conformismo del momento, a las modas que impone el mundo. Y, sin embargo, hoy lo que se necesita es más coraje para hacer frente a las modas y leyes perniciosas, que tratan de restarle adeptos a la Iglesia de siempre.
Debemos tomar conciencia de la necesidad de formarnos en la fe, a tomar con mayor seriedad la grave necesidad de adquirir una formación doctrinal sólida y profunda en las verdades de la fe y de la moral católicas. Con esta formación, junto con una intensa vida de oración y un esfuerzo sincero por ser santos, seremos capaces de vivir nuestra condición y misión de católicos en un mundo que se presenta cada vez más hostil al Evangelio y a la Iglesia.
« Estad siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza » (1 Ped 3,15). Esta era la invitación de Pedro a los primeros cristianos que debían moverse en un mundo pagano y hostil. Un mundo que guarda muchas semejanzas con el nuestro y en el que, no obstante la acción transformadora del cristianismo durante veinte siglos, asistimos a un florecimiento de nuevas formas de paganismo y secularismo.
Resulta cada vez más evidente, que difícilmente podremos vivir nuestra fe, y menos aún dar testimonio convincente de ella ante los demás, si no la conocemos. Me pregunto cuántos de nosotros tenemos un conocimiento al menos suficiente de las verdades de la fe y de la moral católica. Cuántos seríamos capaces de exponer de manera convincente, por ejemplo, la postura de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal o el sacerdocio femenino, sobre la indisolubilidad del matrimonio, el aborto, la anticoncepción, etc. Y pasando al campo doctrinal, me pregunto cuántos de nosotros tenemos un conocimiento preciso sobre la historicidad de los evangelios, la divinidad de Jesús, la necesidad de la Iglesia para la salvación, la doctrina sobre los sacramentos, etc.
Confío en que esta edición les ayude en este camino de formación.