La era del coronavirus asiste a una nueva fase de la contienda cósmica entre las fuerzas del Cielo y las del Infierno. En efecto, es necesario ver en la historia, junto a la mano de Dios, también la del Demonio, que siempre se opone a los planes divinos intentando llevar a cabo sus deformes proyectos. El Reino de Dios es el del orden, la paz y la armonía ; el del Demonio, el del caos, los conflictos y la revolución perenne. Dios permite, para mayor gloria suya, que ambos reinos – el primero siempre triunfante, el segundo eternamente derrotado – combatan hasta el final de los tiempos.

Hoy en día, los seguidores del Demonio son los científicos que en sus laboratorios se empeñan en hacerse dueños de la vida y de la muerte de los hombres, y en los ingenieros sociales que valiéndose de complejas técnicas manipulan el estado de ánimo de la opinión pública. Tras el fracaso de las grandes ilusiones que inauguraron el siglo XX, las fuerzas de la Revolución fomentan una situación de profundo caos social y mental. Transcurridos seis meses de su estallido, las consecuencias más graves que ha tenido hasta ahora el coronavirus no han sido de orden sanitario ni económico, sino de índole psicológica. Nadie sabe qué pensar, y con frecuencia se suceden pensamientos contrarios, como en los casos de disonancia cognitiva. En un agudo artículo aparecido en un diario romano, el sociólogo Luca Ricolfi escribe que el terreno en que se están desenvolviendo las transformaciones más radicales es el funcionamiento de nuestra mente. La alteración más evidente es la incertidumbre, que no consiste simplemente en la dificultad para proteger el futuro, sino en un « estado generalizado de anarquía mental ». Según Ricolfi, el régimen de anarquía mental instaurado por el covid es peligroso para la cohesión social porque la vida social se rige por reglas comunes y esquemas compartidos de percepción de la realidad, « pero es también peligroso para el equilibrio psicológico de la persona, porque en un mundo en el que cada uno ve lo que quiere ver sin importarle lo que le ven los demás es sumamente ansiógeno, conflictivo y desestabilizador (Come il Covid sta cambiando le nostre vite, in Il Messaggero, 5 de septiembre de 2020).

El covid es un virus traicionero, mentiroso y mutable que aterroriza a algunos, inmovilizando sus fuerzas y eliminando el equilibrio de otros al hacerles creer que no existe. Gracias a estas contradicciones, el reino de Babel avanza en medio de un ambiente de miedo y pesimismo. Es necesario abandonarse a la Divina Providencia para resistir sin perder la virtud sobrenatural de la esperanza. Quien vive sumido en el terror a contagiarse se somete a cualquier imposición de la autoridad civil o eclesiástica y está desprovisto de esperanza. Y también lo está quien atribuye cuanto sucede a un proyecto destructivo contra el que no se puede hacer otra cosa que gritar de rabia.

Quien en tiempos de coronavirus vive con miedo, rabia y frustración pierde la batalla contra el maléfico virus. Sólo gana quien mantiene en el fondo del alma la alegría que brinda el servicio al Señor. Esta alegría es un don de Dios. Para quien no pide esa ayuda todo está perdido. Por el contrario, quien confía en la ayuda de la gracia combate y gana, sobre todo si se confía a Aquella que es transmisora de todas las gracias, la Santísima Virgen María, cuya Natividad recuerda la Iglesia cada 8 de septiembre, así como Su Santísimo nombre el 12 del mismo mes. San Bernardino de Siena opuso a la revolución en las costumbres del siglo XV la devoción al nombre de Jesús. La devoción al nombre de María constituye una valiosa arma contra la revolución psicosocial del siglo XXI. Después del nombre de Jesús no puede resonar nombre más grande que el de María, ante el cual se dobla toda rodilla en los Cielos, en la Tierra y en el Infierno (Filipenses 2,10). Con este nombre en los labios y en el corazón, no tenemos miedo a nada.