Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistirle firmes en la fe. (1 Pe. 5, 8-9)

Quisiera iniciar este año recordándome y recordándoles que el demonio quiere perder nuestra alma. Quien es consciente de esta realidad vivirá en constante alerta, como recuerda la Primera Carta de San Pedro, vigilante, con una vida sobria de piedad y oración, alejada del mundo y del mundanal ruido, aun cuando esté en el mundo, preocupado por la gloria de Dios, la santidad de  su alma y el bien de sus hermanos. Una vida de oración y sacramentos debe ser su preocupación y verdadera alegría.

En estos tiempos de confusión la idea de que la inmensa mayoría se salvará, la cual no tiene base alguna evangélica ni magisterial, ha infectado incluso a muchas mentalidades tradicionales de fieles y sacerdotes, que, de una u otra forma, tienden a callar, oscurecer o difuminar esta realidad.

Así pues, viene siempre bien recordar la clarísima doctrina evangélica al respecto, que nos ayudará a mejorar y perseverar en nuestros esfuerzos, y a salir de las tinieblas a los confusos. En esta ocasión quiero compartir una selección de una meditación del padre Juan Croisset S.J, en su monumental y reconocida obra "Año Cristiano":

"Considera que hay pocas verdades en el cristianismo mas claras y mas sólidamente establecidas que esta: Entrad por la puerta angosta, nos dice el Hijo de Dios, porque la que conduce a la perdición es ancha y espaciosa, y es grande el número de los que entran por ella; pero la que conduce a la vida es estrecha, y pocos entran por esta puerta. Pauci sunt qui inveniunt eam. En otra parte dice: Muchos son los llamados, y pocos los escogidos. Pauci vero electi. Lo mismo y en los propios términos lo vuelve a repetir otra vez. Como el Salvador repetía tantas veces a sus discípulos esta terrible verdad, le hicieron en una ocasión esta pregunta: Señor, ¿y es posible que sea tan corto el número de los que se salvan? El Hijo de Dios por no aterrar demasiado a los que le preguntaban y a los que le oían, mostró eludir la pregunta, y se contentó con darles esta respuesta: Hijos míos, la puerta del cielo es estrecha; haced esfuerzos para entrar por ella. Toda la Escritura está llena de figuras, pruebas y ejemplos de esta espantosa verdad; y basta un buen entendimiento para convencernos de este corto número. No hay mas que un camino para el cielo, porque no hay mas que un Evangelio; pero ¿son muchos los que van por este camino? ¿son muchos los que siguen las máximas de este Evangelio? ¿Qué concepto formaríamos de la verdad y la santidad de nuestra Religión, si después de todo lo que Jesucristo nos dijo, después de todo lo que hicieron los Santos, fuera muy grande el número de los escogidos? Pero ¿seré yo de este corto número? Eso se ha de juzgar por la conformidad de nuestra vida con las máximas del Evangelio que seguimos tan mal.

[…] Considera que para salvarse hay preceptos que obedecer, reglas que observar, y máximas que seguir. Para salvarse es menester domar las pasiones, hacer violencia al natural, resistir a la inclinación, y tener una vida pura y mortificada. Los Fariseos eran unos hombres de un exterior muy compuesto y arreglado: su proceder parecía irreprensible; hacían larga oración, y ayunaban mucho. Con todo eso, según el oráculo del mismo Jesucristo, si nosotros no observamos la Ley más exactamente que ellos; si nuestra virtud no es más sólida y más perfecta que la suya, jamás entraremos en el cielo.

[…] Un solo pecado mortal nos arrebata en un momento todo el mérito de la más santa vida. ¿Son muchos los que viven hoy con inocencia? Ninguno hay que pueda estar seguro de su penitencia. Pues vuelve otra vez a inferir si serán muchos los que se salvan. La gracia final, que es la que propiamente constituye los escogidos, es un don gratuito que nunca podemos merecer.

[…] Todo me aterra, gran Dios, todo me espanta; mas ni por eso es capaz de disminuir un punto la confianza que tengo en vuestra infinita misericordia. Estas mismas reflexiones que ahora hago por vuestra divina gracia, son pruebas concluyentes del deseo que tenéis de mi eterna salvación. Voy a trabajar seriamente en ella, mediante vuestro poderoso auxilio; y por corto que sea el número de los que se salvan, confío, mi Dios, que no he de ser excluido de él. Tuyo soy, Dios mío, sálvame (Psalm. CXVIII). No me arrojes, Señor, de tu presencia, ni se aparte jamás de mi tu santa gracia (Psalm. L)"

P. Juan Croisset, S.J, 1854, Edición librería religiosa, Barcelona, Tomo agosto, págs. 199-202