Dado los tiempos en que estamos viviendo, con tremendos escándalos doctrinales de primer orden y discusiones sobre lo que está en conformidad con el Magisterio y la Tradición y lo que supone una ruptura con los mismos, he decidido alejarme por un tiempo del estrépito de la batalla e ir a descansar el alma en "verdes praderas". En específico, en los escritos de los Santos y Padres de la Iglesia.
Una de las cuestiones clave que entre los Santos y grandes de la Iglesia se aborda es cómo reconocer a la verdadera Iglesia, y cómo combatir los errores doctrinales. Cómo defender a esa Iglesia que es la continuidad y una misma con la de los apóstoles.
Ya en otras ediciones me he referido a San Vicente de Lerins y me gustaría que iniciemos este segmento recordando aquí su "Regla para distinguir la verdad Católica del error:
« Habiendo interrogado con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas, sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre cómo poder distinguir por medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: « Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la tradición de la Iglesia Católica ».
Y he creído que también una lectura de San Bonifacio nos ayudará al respecto:
"La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada a sí misma, sino gobernada.
De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre.
Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura.
Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en Él, y Él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre fortísima es el nombre del Señor, en Él espera el justo y es socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tengamos confianza en Él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos, como ellos, conseguir la herencia eterna.
No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia."
Del oficio de Lecturas del lunes de la novena semana del Tiempo Ordinario.
De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir (Carta 78; MGH, Epistolae 3, 352. 354)