Dios escoge a los humildes, para humillar a los soberbios.
Los que confían en la sabiduría humana, y desprecian la sabiduría divina, ignoran el poder de los planes de Dios. El amor es un espejo en el que se refleja la horrible realidad de los que nunca lo han conocido, y siempre se han movido por intereses, cerrando el corazón a la verdadera felicidad, que solo se consigue entregándose ciegamente a cumplir la voluntad de Dios para nuestras vidas.
Dios nos da a cada uno lo que queremos en el fondo de nuestro corazón, pero solo da la felicidad, a quien busca hacer la voluntad de Dios, porque solo queriendo hacer su voluntad con auténtica sinceridad de corazón, podemos realizarnos como personas, afrontar la vida sin miedo, y confiar plenamente en los designios de la providencia, como cuando Abraham fue probado y creyendo que iba a perder a su único hijo por amor y fidelidad a Dios, se hizo padre de una estirpe incontable, y de una muchedumbre de naciones. Así es Dios, premia la confianza y da el ciento por uno, incluso a los que somos indignos de ella, nos colma de bienes. Dios ante todo, Dios sobre todos.
Continuando en este espíritu, comparto con ustedes un escrito de Tomas de Kempis, sobre cuatro cosas que producen una profunda paz.
CRISTO: Hijo, voy ahora a enseñarte el camino de la paz y de la libertad verdadera.
El DISCÍPULO: Haz lo que dices, Señor, con gusto te escucho.
CRISTO:
- Procura, hijo mío, hacer la voluntad ajena más bien que la propia.
- Elige siempre tener menos, más bien que más.
- Busca siempre el lugar más bajo y estar debajo de todos.
- Desea siempre y pide siempre que la voluntad de Dios se cumpla en ti perfectamente.
Mira, un hombre así entró ya en el reino de la paz y del reposo.
EL DISCÍPULO: Pocas palabras, Señor; pero ¡Cuánta perfección contienen! Frases cortas, pero de sentido profundo y abundante fruto.
Si fielmente las guardara, no me turbaría tan fácilmente.
Porque siempre que estoy turbado y triste, me reprocho no haber seguido esas máximas. Pero tú, que todo lo puedes, y quieres siempre mi progreso espiritual, dame más copiosa gracia para seguir tus consejos y alcanzar mi salvación.
"Señor y Dios mío, no te alejes de mí; ven a ayudarme, Dios mío" (Sal 70. 12), porque me han asaltado pensamientos diversos y grandes temores que angustian mi alma.
¿Cómo saldré sin heridas de este combate? ¿Cómo los venceré?
Y tú me respondes: "Yo marcharé delante de ti y a los arrogantes de la tierra humillaré (Is 45,2). Abriré las puertas de esa cárcel, y secretos misteriosos te revelaré"
Señor, haz lo que me dices, y que todos los malos pensamientos huyan ante ti.
Ésta es mi esperanza y único consuelo: en toda tribulación refugiarme en ti; en ti poner toda mi confianza, invocarte desde el fondo de mi corazón, esperando con paciencia hasta que me consueles.
¡Oh, amable Jesús! Alúmbrame con los rayos de la luz espiritual, y arroja de la morada de mi corazón todas sus tinieblas.
Reprime mis muchas distracciones; quebranta la furia de mis violentas tentaciones.
Señor, defiéndeme con la fuerza de tu brazo, doma estas bestias feroces, mis pasiones, que a placeres falaces me arrastran; para que viva en paz bajo tu protección, y el santuario de mi alma, la conciencia pura, resuene con himnos de gloria.
Manda a las tempestades y a los vientos. Dile al mar: "Cálmate", y al aquilón:"No soples más", y habrá luego gran serenidad.
"Derrama tu luz y tu verdad" (Sal 43, 3) sobre la tierra para que la alumbren, porque soy tierra estéril y oscura cuando tú no me iluminas.
De lo alto derrama sobre mí tu gracia. Baña de celestial rocío mi corazón. Riega con el agua del fervor la tierra de mi espíritu para que rinda buenos y excelentes frutos.
Eleva mi alma oprimida por el peso terrible de mis pecados. Dirige al cielo todos mis suspiros, para que probada la dulzura celestial, me den náuseas los pensamientos terrenales.
Arrebátame, arráncame de todos los fugaces consuelos de las criaturas, porque ninguna cosa creada puede llenar plenamente mis deseos, ni consolarme.
Úneme a ti con el lazo irrompible del amor, porque a quien te ama le bastas tú sólo, y sin ti, todas las cosas son vacías. Tomás de Kempis