El siguiente texto proviene de las homilías del 28 de enero, 4 y 11 de febrero de 2007, cuando monseñor Christian Lépine (ahora Arzobispo de Montreal en Canadá) era aún párroco en Repentigny, Canadá.
Monseñor Lépine es especialista en la "teología del cuerpo", expresión que se refiere a una serie de 129 conferencias pronunciadas por el Papa Juan Pablo II durante sus audiencias de los miércoles en la Plaza de San Pedro, de septiembre de 1979 a noviembre de 1984, sobre el plan de Dios para el hombre y la mujer, cuya vocación es el don total de sí mismo, ya sea a través del celibato o del matrimonio.
por Monseñor Christian Lépine
Sobre la teología del cuerpo
Cuando una persona dice que "amo a esta mujer, amo a este hombre", ¿quiere decir lo mismo que cuando dice, amo este objeto?
¿Cuál es mi aspiración más profunda? ¿Me deleito en la desfiguración del amor, que es la codicia, la reducción del otro a un objeto destinado a asegurar mi satisfacción?
¿Quiero vivir el verdadero amor que es un don de uno mismo y que pone la felicidad del otro primero?
Consumimos un objeto, no consumimos a una persona. Le das tu vida a una persona, no le das tu vida a un objeto. ¿Reduzco al otro a un objeto que está ahí para mí, para mis necesidades?
Ante el miedo a estar solo, no se trata de hacer del otro un instrumento para llenar mi soledad, sino de querer llenar al otro. Incluso frente a la aspiración de amar, no se trata de enamorarse del amor, sino de amar al otro.
En el amor egocéntrico, no queremos el amor verdadero del otro, podría ser demasiado atractivo. Queremos poder permanecer libres, es decir, queremos poder mantener abierta la posibilidad de vincularnos con otra persona. Al tratar al otro como algo que está disponible como yo desee, es decir a mi antojo, queremos poder salir de esa relación cuando hayamos agotado la satisfacción que nos aporta, o cuando hemos conocido a otra persona que promete más satisfacción.
En tal perspectiva, la pareja se convierte no en el lugar donde nos entregamos el uno al otro, sino en el lugar donde nos usamos el uno al otro, es decir, el lugar donde nos consumimos como si fuéramos objetos.
En tal contexto, amar es encontrar a la persona que satisface las necesidades del momento. Cuando este momento, ya sea largo o corto, ha pasado, negociamos una separación que queremos sin dolor. Entonces se supone que todos deben regresar en busca de otra persona que pueda satisfacer las necesidades de una nueva etapa en la vida.
En el amor verdadero, la persona no quiere manipular, sino servir, por eso quiere darse a sí misma. Al querer darse a sí misma, quiere darlo todo, todo lo que tiene y todo lo que es, porque en su pensamiento el amor siempre es más grande, quiere darlo todo, darse por completo y sin reservas. Y como el tiempo está a nuestra disposición, darse a sí mismo es también dar toda la vida.
La fidelidad es, por lo tanto, una parte intrínseca de todo amor verdadero, hasta el punto de que cualquier adolescente puede decir: "La fidelidad a la persona con la que quiero casarme comienza ahora, incluso antes de conocerla". La virginidad se convierte así no en lo que se pide al otro, sino en lo que se quiere dar al otro como expresión de la radicalidad de la entrega.
Mostrarse al otro
El amor, que es la entrega de sí mismo, espera también ser amado y confía en que la unión será posible gracias a la entrega mutua. Y para que la relación sea posible, debe haber comunicación, que es un intercambio continuo. Por eso amar es darse a uno mismo y siempre ser transparente. Mostrarse a sí mismo es revelarse, mostrarse como uno es, con sus dones y limitaciones, sus riquezas y debilidades.
Mostrarse es, delicadamente decir lo que nos duele. Mostrarse es, cariñosamente, decir lo que nos llena. Mostrarse es decirle al otro cuánto nos hace vivir su amor, cuánto nos deslumbra incesantemente el misterio de su persona.
Cuando en una pareja los dos se entregan el uno al otro y se muestran, no sólo pueden decir; mi amor por ti, tu amor por mí, sino también nuestro amor.
¿Es idílica tal visión de la pareja? ¿Es un sueño hueco, sin esperanza de ser realizado? ¿Es un sueño de antaño que ayer era posible, pero que hoy se ha vuelto imposible?
Y aquí tocamos uno de los aspectos fundamentales del problema: para poder amar de esta manera, uno no solo debe querer amar, también debe creer en ese amor. Uno no da la vida por una duda, uno da la vida por una certeza.
¿Es esto posible?
Esta confianza está siendo socavada por todos lados. Los héroes y heroínas presentados por el mundo de los medios de comunicación, a menudo parecen encontrar su felicidad en amores transitorios, aventuras sin futuro.
En la sociedad, nos enfrentamos a un número creciente de rupturas en las parejas. Tal vez en nuestra propia familia somos testigos de separaciones dolorosas; tal vez yo mismo, después de haber creído en el amor, me encuentre abandonado, deje de lado el amor o me dejaron de lado porque ya mi pareja y yo, ya no vamos por el mismo camino.
La sospecha se siembra así en nuestras mentes y corazones. La duda se abre paso y poco a poco nos conduce a la certeza de que el verdadero amor no existe.
El joven ya no se atreve a creer que puede conocer a una mujer que querrá amarlo y entregarse a él de por vida. La joven ya no se atreve a creer que podrá conocer a un hombre que querrá amarla y entregarse a ella de por vida.
Las parejas que están pasando por momentos difíciles ya no se atreven a creer que podrán perdonarse mutuamente y crecer en su comunicación y entrega mutua. Destruir la confianza es destruir el amor.
Conservar la confianza
Para salvar a la pareja y a la familia, el verdadero amor debe ser salvado. Para salvar el amor verdadero, la fe en la posibilidad del amor debe ser salvada.
Se trata de poder creer que el hombre y la mujer están hechos para amar y están habitados por una capacidad de entrega.
Se trata de poder creer que esta persona con la que me casé tiene, en el fondo, un deseo de amarme y una fuerza para superarse a sí misma.
Se trata de poder creer que tengo en mí todo lo que necesito para poder amar a la persona casada libremente, totalmente y sin reservas.
Mientras que el contexto social y mediático favorece la duda; mientras que el sentimiento de amor que sentí tan intensamente parece haberse desvanecido hace mucho tiempo y no quiero volver; mientras que la comunicación parece irremediablemente imposible, es la fe en Cristo la que lo salva todo.
Confianza en Jesucristo
Estamos llamados a ver en Jesús la salvación. Creer en Jesucristo y en la salvación que Él trae es cambiar la visión de las personas, es poder ver la capacidad para el bien que está allí, es esperar en la obra de la gracia que aumenta la capacidad para darse libremente y la fortalece.
A través de la fe en Cristo, Cristo mismo viene a depositar en mí la confianza de que el verdadero amor existe y es posible. Él me hace capaz de creer que el otro siempre puede amarme, creer que puedo amarlo con un amor cada vez más grande.
No tengamos miedo de creer en la entrega total del amor, la fe en Cristo nos fortalece. No tengamos miedo de embarcarnos en la aventura del amor verdadero, aunque eso signifique no saber hacia dónde vamos (incertidumbres sobre lo que será el futuro a nivel social, político, económico, etc.). La fe en Cristo nos anima, nos da confianza…
Que, a través de la fe, la persona que ha sido dominada por el egocentrismo y ha sido infiel de diversas maneras, se vuelva a la misericordia de Jesucristo que perdona y renueva los corazones.
Por medio de la fe, que los que están solos en el ejercicio de las responsabilidades parentales sepan que Jesucristo es el eternamente fiel, capaz de proporcionar apoyo más allá de cualquier cosa imaginable.
Que el adolescente, gracias a la fe, emprenda con confianza la lucha por la castidad y la virginidad. Gracias a la fe, que la pareja nunca se desanime y persevere con confianza en la fidelidad, la entrega mutua y la comunicación.
Oremos a la Sagrada Familia de Jesús, María y José para que los jóvenes y las parejas busquen al Señor y su poder, que viene a salvarnos, que viene a salvar en nosotros la fe en el amor y a ayudarnos a saber amar.