En los siglos pasados los seguidores del hereje Cornelio Jansenio (†1638) hicieron de Dios un juez tan severo, un justiciero tan riguroso, un Dios tan terrible que llenaba de susto y miedo el alma del pecador, alejando así el corazón del hijo del más tierno de los padres.
Dicho esto, hay que evitar un escollo, ya que en nuestros días hay peligro de caer en el error opuesto al de los Jansenistas. Pues la doctrina modernista enseña: Dios es Amor, Dios es bueno y Misericordioso, Dios quiere la salvación de todos y por lo tanto todos se salvarán.
Según esta doctrina el hombre ya no necesita luchar contra el pecado, frenar sus pasiones, confesarse y hacer penitencia en expiación de sus pecados; ¡es suficiente confiar en la Misericordia de Dios para tener asegurado el Paraíso!
Esta doctrina modernista se asemeja a la doctrina de Lutero que se puede resumir en ese conocido axioma "peca fuertemente y cree más fuertemente", dicho de otra manera: peca cómo y cuánto quieras, porque Dios es infinitamente bueno, Él te perdonará y te salvará, basta que tú creas en Él y confíes en Su Misericordia.
Lo que dicen éstos es un grave error, un verdadero engaño del demonio para perder eternamente a muchas almas, dejándolas podrirse en su vida desordenada.
Por eso María Santísima nos ha advertido contra esta trampa diabólica, diciendo a los tres niños de Fátima, en la aparición del 19 de agosto de 1917; "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Sabed que muchas, muchas almas van al Infierno porque no hay quien se sacrifique y ore por ellas".
Dios es Amor y Misericordia y manifiesta su bondad amando a los pecadores, compadeciéndose de ellos, perdonándolos, tratando de atraerlos a Sí con todos los medios para hacerlos eternamente felices en el Paraíso.
Los pecadores, por su lado, tienen que tener una confianza inmensa en la bondad Misericordiosa del buen Dios.
Pero esta confianza tiene que apoyarse en sus pilares: un arrepentimiento sincero de los propios pecados; el propósito firme de evitarlos en el futuro y acudir al sacramento de la Confesión, instituido por Jesucristo para la remisión de los pecados.
Algunas reflexiones actuales
El Sínodo de los Obispos sobre la Familia se está preguntando si los divorciados vueltos a casar pueden ser admitidos por la Iglesia a la Comunión eucarística. Es un asunto grave, muy grave. La respuesta a esta pregunta ya había sido dada con extraordinaria autoridad por los Romanos Pontífices precedentes, San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sobre ello, decía Benedicto XVI, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
« Por lo que respecta a la posición del Magisterio acerca del problema de los fieles divorciados y vueltos a casar (…) el gran peligro es callar o comprometer la verdad en nombre de la caridad. La palabra de la verdad puede, ciertamente, doler y ser incómoda; pero es el camino hacia la curación, hacia la paz y hacia la libertad interior. Una pastoral que quiera auténticamente ayudar a la persona debe apoyarse siempre en la verdad. Sólo lo que es verdadero puede, en definitiva, ser pastoral. "Entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32) ».
« La misericordia de Cristo no es una gracia barata; no implica trivializar el mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructora. Quema y transforma el mal en el sufrimiento, en el fuego de su amor doliente (…) ¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento! (…) se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4,14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse "llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina", parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos (…) En Cristo coinciden la verdad y la caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, la verdad y la caridad se funden. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la caridad sería como "címbalo que retiñe" (1 Cor 13,1) (…) (Cf. Homilía del Cardenal Ratzinger en la Misa pro eligendo Pontifice, 18 de abril de 2005.)
El Padre Santiago Martín FM, manifiesta su preocupación: "Quiero afrontar en esta meditación […] una cuestión que me preocupa extraordinariamente. Hasta tal punto me preocupa que creo que está en juego, posiblemente como nunca en dos mil años, el futuro de la Iglesia. Veo en el horizonte la posibilidad real de un cisma de graves consecuencias. Naturalmente, mi opinión no tendría mayor valor si no estuviera unida a la opinión de personas mucho más entendidas y relevantes que yo."
"Ya se habla abiertamente del cisma como una posibilidad real. Y creo que hay momentos en la vida en los cuales hay que tener el valor de hablar. Y de hablar francamente, honestamente […] Para que no ocurran determinadas cosas que hay muchas, pero muchas, posibilidades de que ocurran, es la hora, yo creo que la hora decisiva, de hablar."
"Me veo en el deber de conciencia de hablar con esta claridad. Creo que somos muchos los que lo estamos haciendo. No sé si inútilmente, pero es el momento de decirlo. No se puede ir en contra de las enseñanzas de Cristo. Nadie, absolutamente nadie, puede en la Iglesia Católica decir: "Habéis oído que Jesús os dijo… pero yo os digo", porque solamente Jesús es el Hijo de Dios… Si alguno pretende ser más Dios que Jesucristo, está automáticamente fuera de la Iglesia Católica." (Cf. Magníficat TV: Amor, verdad y misericordia).
En el blog "La buhardilla de Jerónimo" de InfoCatólica, se hace este interesante análisis: « La utilización que se está haciendo del concepto de misericordia es una utilización absolutamente demagógica. Decir que la misericordia tiene que aplicarse al margen o en contra de la verdad es ir directamente contra las enseñanzas del propio Cristo. Decir que la verdad no existe o es inalcanzable o es relativa y que no existe ninguna verdad absoluta u objetiva no sólo es negar dos mil años de pensamiento cristiano sino negar miles de años anteriores del pensamiento mismo, es retroceder culturalmente a una época anterior a Sócrates. Hay que tener o bien mucho valor o bien mucha ignorancia para atreverse a decir esto. Solamente se puede decir ante esto: "¡qué atrevida es la ignorancia!".
La verdad existe y es posible conocerla. Quitar la verdad del discurso del amor es ir directamente a una falsificación demagógica de ese discurso que termina por hacer daño a la persona.
Si bien la misericordia de Dios es infinita, su recepción está limitada por el hombre. La misericordia es un don y no un derecho. Es algo que recibimos cuando cumplimos ciertas condiciones. Dios tiene misericordia de nosotros siempre, pero la recepción de esa misericordia es la que nosotros podemos condicionar. Para recibirla, hay que pedirla y disponerse interiormente como corresponde.
La misericordia de Dios, el perdón de Dios, sólo puede ser entendida como regalo y no como un derecho. Este es un punto sobre el cual se está llevando a las personas, demagógicamente, a la confusión. Tengo derecho a…. ¿a qué? ¿a comulgar? ¿a ser sacerdote? Esos son dones. No hay derecho a estas cosas. El planteamiento hacia Dios no puede ser un planteamiento de derechos, sino de gratitud. ¿Acaso tenemos derecho a que Dios nos perdone?
Viviendo en un mundo donde los derechos se han hipertrofiado y los deberes se han anulado, todo es derecho; cualquier deseo es visto como un derecho. Lo cual es falso.
Se ha producido un desequilibrio a todos los niveles, laborales, familiares, sociales, que lleva a la sociedad a la autodestrucción. Y destruye en primer lugar la relación con Dios.
Si nos planteamos la relación con Dios desde la perspectiva de quien tiene derecho a…, anulamos la posibilidad del agradecimiento, y con ella la posibilidad de amar al Amor, y al no amar no podemos ser felices y además nos cerramos las puertas del Cielo, porque para ir al Cielo hay que amar.
Un concepto de misericordia que no tenga en cuenta que ésta no es un derecho sino un don, y que no tenga en cuenta que hay que cumplir unas condiciones para recibirla (arrepentimiento y propósito de enmienda) es un concepto falso de misericordia.
Separar, como se está haciendo, demagógicamente, a la verdad del concepto de misericordia, es hacer un inmenso daño a la persona a la cual teóricamente se le quiere hacer el bien.
Se dice que la Comunión Eucarística es un derecho al cual se tiene que poder acceder sin cumplir ningún tipo de condición. Esto significa ignorar las palabras propias del Nuevo Testamento (1 Cor 11 27-29). Quien recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo indignamente ofende al mismo Cristo y, esto puede llevarlo a su condenación. En dos mil años de historia de la Iglesia nunca se ha pretendido separar el estado de Gracia de la Comunión Eucarística. Esto es algo inédito en la Iglesia; jamás se han puesto en duda estas cosas. Para que una persona pueda recibir la Eucaristía tiene que estar en Gracia y comulgar con las enseñanzas de la Iglesia.
Las declaraciones del Cardenal Kasper respecto a la posibilidad de que se admita a la Comunión Eucarística a los divorciados vueltos a casar, rompe con toda la tradición de la Iglesia.
Si se abriera la puerta a la Comunión Eucarística al margen de las condiciones dichas (estar en Gracia de Dios y aceptar la Enseñanza de la Iglesia), si se les permitiera comulgar a los divorciados vueltos a casar, inmediatamente vendría el pedido para que se permita comulgar a cualquiera, sin distinción de cuál sea su estado de vida, su comportamiento moral o su adhesión a la Enseñanza revelada por el Señor y mantenida fielmente por la Iglesia desde los comienzos hasta el día de hoy. Si se abre la puerta para que comulguen los divorciados vueltos a casar, es cuestión de tiempo, y no mucho, para que esa puerta se abra de par en par a todos, absolutamente.
La misericordia, la compasión, incluso cuando ésta es pedida por la propia persona que sufre, si está separada de la verdad no es verdadera misericordia, es falsa, y no beneficia a quien la pide sino que le produce daño.
Hoy se presenta como misericordioso a aquel que acoge y accede a la a petición de una persona que desea comulgar y no está en condiciones de hacerlo. Pero, ¿qué autoridad tiene para autorizar esto? El mismo Cristo ha establecido las condiciones y nadie está por encima de Él ni tiene autoridad para cambiar su mensaje. Quien así lo hace está como destituyendo a Cristo como fundador del cristianismo y ocupando su lugar. Lo hace llevado por la compasión, pero obra en contra de la voluntad del propio Cristo.
Una concesión de este tipo, no solamente dañaría a la persona que se acerca a comulgar sin las debidas condiciones, sino que dañaría gravemente a la comunidad, porque se la llevaría a la división. Si esto sucediera se estaría yendo, claramente, a un cisma. »