El Purgatorio, las ánimas benditas. Un mundo casi desconocido para nosotros, personas que aún peregrinamos por la vida terrenal hacia la eternidad. ¿Pero acaso nos resulta completamente desconocido ?
La Sagrada Escritura sugiere en varias ocasiones la existencia de un lugar en el cual, después de la muerte, viven las almas y se purifican para poder alcanzar la gloria plena (2 Mac 12, 39-45 ; Mt 5, 23-26 ; Mt 12, 32 ; 1 Cor 3, 10-15 ; 1 Pe 3, 18-20 ; 1 Pe 4, 6). El Catecismo de la lglesia Católica (CEC) enseña lo siguiente : « Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo » (CEC 1030).
Algunos santos han recibido la gracia de ver el Purgatorio. Por ejemplo, Santa María Faustina Kowalska describe esta experiencia en su Diario : « Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, sólo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban.
Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas : ¿Cuál era su mayor tormento ? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María "La Estrella del Mar". Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo, mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior] que me dijo : "Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige" » (Diario, 20).
Santa Catalina de Génova cuenta en su pequeña obra Tratado del Purgatorio, lo que vio : « El alma separada del cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto se arroja en él, y con toda voluntad […] Me parece ver que la pena de las almas del purgatorio consiste más en que ven en sí algo que desagrada a Dios, y que lo han hecho voluntariamente, contra tanta bondad de Dios, que en cualesquiera otras penas que allí puedan encontrarse Y digo esto porque, estando ellas en gracia, ven la verdadera importancia del impedimento que no les deja acercarse a Dios […] No creo que sea posible encontrar un contento comparable al de un alma del purgatorio, como no sea en el que tienen los santos en el Paraíso Y este contentamiento crece cada día por el influjo de Dios en esas almas ; es decir, aumentado más y más a medida que se van consumiendo los impedimentos que se oponen a ese influjo » (Cfr. Santa Catalina de Génova : Tratado del Purgatorio, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2005). San Padre Pío le dijo una vez a su hijo espiritual, el sacerdote Domenico Labellarte, fundador de cuatro institutos de vida consagrada : « Hijo mío, mejor toda la vida con los mayores tormentos que un día en el Purgatorio ».
Fray Daniel
Dentro de ese grupo de gente a la cual le ha sido otorgado conocer el Purgatorio se encuentra también el Siervo de Dios Fray Daniel Natale, un capuchino fallecido en 1994, por el que hace unos años, se inició en San Giovanni Rotondo su proceso de Beatificación.
Michele -el nombre con el que le bautizaron sus padres- había nacido el 11 de marzo de 1919, en San Giovanni Rotondo, siendo el cuarto hijo de siete hermanos. Apenas si llegó a terminar el tercer curso de la escuela primaria. De niño ayudaba a sus padres en el campo. El 4 de junio de 1933, fiesta de Pentecostés, se dirigió al monasterio para asistir a la Santa Misa, desearle felices fiestas al superior de entonces y recibir de él la bendición antes de ingresar en el Seminario Menor de los Hermanos Capuchinos. En la sacristía se encontró con el Padre Pío. Su sorpresa y alegría fueron enormes, porque hacía dos años que el Padre Pío no tenía ya contacto con los fieles. Recibió entonces de él una bendición especial para el camino de vida monástica que iba a emprender.
Cuando llegó a Vico del Gargano, resultó que allí ya no había seminaristas. Así pues, se quedó en el convento durante nueve meses como postulante, al cabo de los cuales fue enviado a Foggia. El Superior Provincial, queriendo poner a prueba al joven postulante, le dio a leer la vida de San Conrado de Parzham. Todavía un quinceañero, se leyó el libro en un santiamén, pero a continuación tenía que acudir al Provincial para que le examinara de su lectura. Fray Bernardo d'Apicella se quedó sorprendido por la agudeza del muchacho y le aconsejó que estuviera listo para partir, en cuanto quedara libre un puesto en el seminario. A lo cual escuchó como respuesta : « ¡No, padre, yo quiero ser un fraile corriente ! Vine al monasterio para ser santo y, leyendo la vida de San Conrado, me di cuenta de que no hay que ser necesariamente sacerdote para alcanzar la santidad ».
En 1935 ingresó en el noviciado, tomando el nombre Daniel. Un año después profesó sus votos temporales y en 1940, sus votos perpetuos. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en la Curia Provincial de los Hermanos Menores Capuchinos en Foggia, como limosnero y cocinero. En 1943, durante los bombardeos acudía deprisa a socorrer a los heridos, enterraba a los muertos y ponía a salvo los objetos litúrgicos. Después de la guerra se dedicó a ayudar a los soldados vagabundos. En 1952, en la clínica "Regina Elena", tuvo lugar un hecho extraordinario, que influiría considerablemente para el resto de la vida de fray Daniel.
En la clínica
¿Qué es lo que ocurrió en la clínica « Regina Elena » ? Desde hacía algún tiempo, fray Daniel venía sintiendo un dolor en la barriga. Así pues, se fue al médico para que le hicieran una revisión. Le emitieron el peor diagnóstico : tenía cáncer de bazo, lo cual en aquellos tiempos equivalía a estar sentenciado a muerte. Con esta triste noticia se fue a ver al Padre Pío, quien le dijo : « Déjate operar ». Le respondió : « No tiene sentido. El médico no me ha dado ninguna esperanza. Yo sé que me voy a morir ». A lo cual le replicó el Padre Pío : « No importa lo que te haya dicho el médico ». Le mandó ir a una clínica concreta y a un doctor concreto, diciéndole : « No te preocupes que yo siempre estaré contigo ». Le dijo esto con tanta fuerza y convencimiento, que fray Daniel se fue enseguida a Roma y encontró al especialista que le había indicado el Padre Pío, el doctor Riccardo Moretti. Este médico al principio no quería realizar la operación, porque estaba seguro de que el paciente no iba a sobrevivirla. Al final, sin embargo, influenciado por un impulso interior, decidió intentarlo. La intervención se llevó a cabo al día siguiente por la mañana. Fray Daniel, a pesar de que le habían administrado la anestesia, siguió consciente. Sentía un gran dolor, pero no lo manifestaba ; al contrario, estaba satisfecho de poder ofrecer su sufrimiento a Jesús. Al mismo tiempo, tenía la impresión de que el dolor que estaba sufriendo, estaba purificando cada vez más su alma de sus pecados. Al cabo de un momento sintió que se dormía. Los médicos, sin embargo, afirmaron que después de realizada aquella grave operación, el paciente había entrado en coma. Permaneció en coma durante tres días. Por desgracia, al cabo de esos tres días falleció. Se expidió el certificado médico de defunción. Acudieron sus familiares, para rezar por el difunto. Sin embargo, pasadas unas horas, para asombro de los allí reunidos, de repente el muerto volvió a la vida.
Dos horas de Purgatorio
¿Qué le había pasado a fray Daniel durante aquellas escasas horas ? ¿Dónde había estado su alma ? He aquí su propio relato : « Yo estaba de pie delante del trono de Dios. Vi a Dios, pero no como un juez severo, sino como un Padre afectuoso y lleno de amor. Entonces me di cuenta de que el Señor lo había hecho todo por amor mío, que había cuidado de mí desde el primer hasta el último instante de mi vida, amándome como si yo fuera la única criatura existente sobre esta tierra. Me di cuenta también, sin embargo, de que no sólo no había correspondido a este inmenso amor divino, sino que lo había descuidado del todo. Fui condenado a dos-tres horas de Purgatorio. "Pero, ¿cómo ? -me pregunté- ¿Sólo dos-tres horas ? ¿Y después voy a permanecer para siempre junto a Dios, Amor eterno ?". Di un salto de alegría y me sentí como un hijo predilecto. [.] Eran unos dolores terribles, que no se sabe de dónde venían, pero se sentía intensamente. Los sentidos que más habían ofendido a Dios en este mundo : los ojos, la lengua sentían mayor dolor y era una cosa increíble, porque ahí en el Purgatorio uno se siente como si tuviera el cuerpo y conoce, reconoce a los otros como ocurre en el mundo. Mientras tanto, no habían pasado más que unos pocos momentos de estas penas y ya me parecía que fuese una eternidad. [...] Entonces pensé en ir a un hermano de mi convento para pedirle que rezara por mí, ya que yo estaba en el Purgatorio. Ese hermano se quedó maravillado, porque sentía mi voz, pero no veía mi persona, y él preguntaba : "¿Dónde estás ? ¿Por qué no te veo ?". [...] Sólo entonces me di cuenta de estar sin cuerpo. Me contentaba con insistirle en que rezara mucho por mí y me fui de allí. "Pero, ¿cómo ? me decía a mí mismo- ¿No deben ser sólo dos-tres horas de purgatorio… ?
¡Y ya han pasado trescientos años !". Al menos así me lo parecía. De repente se me aparece la Bienaventurada Virgen María y le supliqué, le imploré diciéndole : "¡Oh, Santísima Virgen María, Madre de Dios, obtén para mí del Señor la gracia de retornar a la tierra para vivir y actuar sólo por amor de Dios !". Me di cuenta también de la presencia del Padre Pío y le supliqué también a él : "Por tus atroces dolores, por tus benditas llagas, Padre Pío mío, reza tú por mí a Dios para que me libere de estas llamas y me conceda continuar el Purgatorio sobre la tierra". Después no vi nada más, pero me di cuenta de que el Padre Pío le hablaba a la Virgen. Después de unos pocos instantes se me apareció de nuevo la Bienaventurada Virgen María [.] Ella inclinó su cabeza y me sonrió. En aquel preciso momento recuperé la posesión de mi cuerpo […] con un movimiento brusco, me liberé de la sábana que me cubría. [.] los que me estaban velando y rezando, asustadísimos se precipitaron fuera de la sala para ir en busca de los enfermeros y de los doctores. En pocos minutos en la clínica se armó un jaleo. Todos creían que yo era un fantasma ».
Al día siguiente por la mañana, fray Daniel se levantó por sí mismo de la cama y se sentó en un sillón. Eran las siete. Los médicos pasaban normalmente alrededor de las nueve. Pero ese día, el Dr. Riccardo Moretti, el mismo que había redactado el certificado médico de defunción de fray Daniel, había llegado más temprano al hospital. Se plantó frente a fray Daniel y con lágrimas en los ojos le dijo : « Sí, ahora creo : creo en Dios, creo en la lglesia, creo en el Padre Pío ». El Doctor Moretti antes no era creyente. No se conoce exactamente qué había pasado en su vida aquella noche. Únicamente se sabe que no pegó ojo y que fue una noche de pesadilla para él, durante la cual se produjo su completa transformación interior. Como el apóstol Tomás, que de ser el incrédulo se volvió un hombre creyente.
Fray Daniel, en cambio, sufrió en efecto hasta el final de su vida su propio Purgatorio sobre la tierra. Puesto que así lo había elegido para sí. Al final de su vida le decía a su hermana Felicia : « ¡Hermana mía, son más de 40 años que no recuerdo qué significa sentirme bien ! ».
No perder ocasión
¿Qué nos está enseñando el relato de fray Daniel ? Este religioso capuchino prefirió muchos años de sufrimiento en la tierra, a cambio de un par de horas de Purgatorio después de la muerte. Nunca se lamentó de este cambio ; es más, se sentía un privilegiado de que en su caso esto hubiera sido posible. Prestemos atención al hecho de que fray Daniel no tenía pecados graves, porque tales pecados rompen la relación con Dios y cierran el camino a la salvación. Él estaba purgando por pecados veniales, sobre todo por pequeñas faltas contra su voto de pobreza. La primera conclusión se hace evidente por sí sola : los sufrimientos del Purgatorio son muy severos, e incluso por pecados leves hay que desagraviar, o en la tierra o de forma incomparablemente más dolorosa tras la muerte. Así pues, no deberíamos despreciar los pecados pequeños, sino esforzarnos por evitarlos, confesarnos de ellos y reparar por ellos. A menudo la penitencia simbólica que nos impone el sacerdote después de confesarnos es más bien un incentivo, para que hagamos penitencia por nuestra cuenta. De nuestras dificultades y sufrimientos en la vida podemos extraer un tesoro, aceptándolos y ofreciéndoselos al Señor en desagravio por nuestros pecados y los del prójimo. Cada sufrimiento ofrecido con la intención de reparar a Dios, hace más ligero el Purgatorio, tanto el nuestro en el futuro, como ahora mismo el de algún difunto, dependiendo de su intención.
Fray Daniel afirmaba todavía otra cosa muy importante : « Lo que más hace sufrir en el Purgatorio no es tanto el fuego, aunque muy intenso, sino el sentirse lejos de Dios y lo que más duele es haber tenido todos los medios a nuestra disposición para la salvación y no haberlos sabido aprovechar ». El alma, cada vez que peca, se separa de Dios. Esta sensación de alejamiento, una vez que justo después de la muerte se ha tenido la visión de Su bondad, de Su amor y desvelo por nosotros, provoca que el alma sufra una nostalgia inenarrable de Dios, que es amor. Sin embargo, no puede acercarse hasta Él hasta que no se purifique. Dios nos da todos los medios para que seamos santos, es decir : para que vivamos cerca de Jesucristo en unión con Él. Se trata, sobre todo, de la oración y los sacramentos, de alimentarse con la palabra de Dios y el magisterio de la Iglesia, y a continuación buscar la voluntad divina y encarnarla en nuestra vida. Los pecados no son sólo un mal que hemos cometido, sino también un bien que hemos omitido, sobre todo un bien que atañe a la salvación de nuestra alma. Después de la muerte vamos a rendir cuentas también por no habernos aprovechado de la ayuda que Dios nos había estado ofreciendo ; mientras que la experiencia de fray Daniel nos dice que esto va a ser para nosotros motivo de una tristeza terrible por nosotros mismos, que hemos vivido así en la tierra, sin importarnos demasiado las consecuencias.
Prestar ayuda
Fray Daniel, estando en el Purgatorio, buscó la ayuda de un hermano vivo de su orden. Este hecho nos recuerda la certeza de que las almas del Purgatorio cuentan con nuestra ayuda. La enseñanza de la lglesia sobre este tema es la siguiente : « Desde los primeros tiempos, la lglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La lglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos : "Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración [.]" » (CEC 1032). Necesariamente tenemos que acordarnos de las almas de nuestros difuntos y, en general, de las almas que padecen en el Purgatorio.
¿Vamos a dejarlas, con todo lo que están sufriendo, sin ayuda ? Ofrezcámosles nuestro auxilio de tal manera y con tanto fervor, como quisiéramos que nos ayudaran a nosotros después de nuestra muerte.