En su Año Cristiano escrito en francés por el Padre Juan Croiset, esboza una breve pero significativa historia de San José, la cuál la hemos transcrito en este artículo que consta de dos partes (cfr. Juan Croiset, Año Cristiano, marzo, Madrid: Imprenta de la Real Compañía, 1804, 344-353).

San José Esposo de la Santísima Virgen, (Gers. Serm. de Nativit. Virg.) y en cierto sentido propio y verdadero Padre del Salvador del mundo, nació en la Judea hacia los cuarenta y cinco o cincuenta años antes del nacimiento de Cristo. No se sabe con certeza el Lugar de su nacimiento; pero es probable que fue Nazaret, Población corta de la Galilea inferior, donde tenia el Santo su habitación. Era de la Tribu de Judá, y de la Casa Real de David, que reinó hasta la cautividad de Babilonia. Y aunque estaba del todo obscurecido el esplendor de esta Regia Casa, se conservaba su nobleza en los descendientes de ella, todos de sangre Real; bien que sin rentas y sin empleos que la hiciesen brillar en el mundo; nobleza en fin deslucida, que estaba como sepultada en la pobreza y en el estado humilde de los que la poseían.

Los dos Evangelistas que escribieron la Genealogía de San José, ambos prueban concluyentemente su descendencia del Real Tronco de David, aunque por diferentes ramos; tan necesaria era esta circunstancia para que en la persona del Salvador se reconociese indubitablemente al verdadero Mesías prometido. San Mateo prueba su descendencia de David, por Salomón, y por los demás Reyes de Judá; San Lucas la deriva por Natán, hijo de David; aquel le hace hijo de Jacob, éste de Elí. Y la opinión mas antigua y la más común entre los Santos Padres es la de Julio Africano, Autor que vivió hacia el fin del segundo siglo. Este asegura haber sabido por tradición, oída de boca de los mismos parientes del Salvador, que Jacob y Elí fueron hermanos uterinos; y que habiendo muerto Elí sin tener hijos, Jacob, según lo prescribía la Ley, se casó con la viuda de su hermano para suscitar en ella su sucesión, y que de este matrimonio nació San José.

Predicando, el famoso Gersón de la Natividad de nuestra Señora a presencia de los Padres del Concilio de Constancia, dijo se podía creer piadosamente que San José había sido santificado en el vientre de su madre: Pia credulitæte credi potest. Habiéndole destinado la divina providencia para ser Esposo de María, Tutor y Padre nutricio del Salvador, quiso que fuese de sangre Real, pero pobre. Porque habiendo de nacer el Señor en la humildad de un establo, y pasar toda la vida con necesidad y pobreza; ¿cómo había de escoger por Padre a un hombre rico, que viviese con esplendidez y con abundancia?

Descubriéronse pocas, o ningunas señas de niñez en sus primeros años; porque prevenido desde la cuna con dulces bendiciones del Cielo mas que de ningún otro Santo, crecía en prudencia mas que adelantaba en edad. Como el Señor le había hecho únicamente para sí, reinó perpetuamente él solo en su corto corazón. Nunca padeció quiebra ni alteración su pureza; siendo la principal ocupación de su juventud así la exacta observancia de la Ley, como el ejercicio de todas las religiosas virtudes.

Era de profesión Carpintero; pero aunque en el oficio fuese deslucido y humilde, jamás hubo en el mundo hombre ni más noble ni mas brillante a los ojos de Dios, dice San Epifanio; (Hær. 78.) ninguno se acercó ni con mucho al mérito y a la eminente santidad de este gran Patriarca.

Dios proporciona sus gracias a los empleos, en sentir de Santo Tomás, (Part. 3. q. 27. art. 4.) y los dones sobrenaturales corresponden siempre a la excelencia y a la santidad del estado a que nos destina. Pues habiendo escogido el Señor a San José para ser en la tierra, digámoslo así, el archivo de sus mayores secretos, Agente y Secretario del Altísimo en el Misterio de la Encarnación, Esposo de María y Protector de su Virginidad; Tutor y Nutricio del mismo Jesucristo, y en este sentido Padre suyo; comprended, dice San Bernardo, cuánto sería el resplandor de sus virtudes, cuanta la multitud de sus dones sobrenaturales con que el Cielo le enriquecería, qué sublime su elevación y excelencia.

Había llegado San José a aquel supremo grado de perfección, que declara el Evangelio en una sola palabra, llamándole Varón justo; esto es, un hombre que posee todas las virtudes en grado eminente; cuando queriendo el Verbo tomar carne en las entrañas de una Virgen, escogió a María por Madre, y a José por Esposo suyo.

Como la Santísima Virgen se había consagrado a Dios en el Templo casi desde la misma cuna; tocaba aún mas a los Sacerdotes que a sus padres buscarla un Esposo que fuese digno de tal Esposa; y escogieron a José, que sobre ser de la misma Casa de María, estaba conceptuado por el hombre mas modesto, por el mas prudente, por el mas religioso de su tiempo.

Es constante que San José, prevenido de una gracia especial; casi desconocida en aquellos tiempos, había resuelto guardar perpetua virginidad; y es probable que no habiendo ley alguna que obligase a casarse las mujeres solteras, nunca hubiera consentido la Santísima Virgen en el matrimonio con San José, si con luz superior no se la hubiera manifestado su eminente santidad, y el deseo que tenia de conservarse perpetuamente virgen como ella. Y aún por eso no encuentra dificultad San Agustín en comparar la virginidad de San José con la de María (Serm. 25. de Diversis.) Habet Joseph cum María cónjuge commúnem virginitátem. Y el Cardenal San Pedro Damián está tan persuadido de que San José fue siempre virgen, que quiere se cuente esta verdad en el número de aquellas de que no es lícito dudar: Ecclésiae fides in eo est, ut non modó Deípára, sed etiam putatívus pater at que nutrítius virgo habeátur. (Epist. 2. ad Nic. Papa) Y a la verdad, reflexiona Santo Tomás, si el Salvador no quiso encomendar a su Madre a un Discípulo que no fuese virgen; ¿cómo es verosímil que permitiese se desposase con ella un hombre que no lo fuese? Los que creyeron que San José había sido dos veces casado, y que de su primera mujer había tenido a Santiago, a Simón, y a los demás que en el Evangelio se llaman hermanos y hermanas del Salvador, (In cap. I. Ep. ad Galat.) no hicieron reflexión a que la madre de estos parientes de Cristo vivía todavía en tiempo de la Pasión, y que esta se decía también hermana de la Santísima Virgen, por la costumbre tan sabida de los judíos, entre los cuales se trataban de hermanos los parientes mas inmediatos.

Celebróse en Jerusalén el purísimo Desposorio, en el cuál, como explica el célebre Gerson, no tanto fueron dos esposos cuanto dos virginidades las que contrajeron matrimonio (Opusc. de Conjug. Maria & Jos.) Virgínitas nupsit. No hubo ni habrá en el mundo matrimonio mas feliz; porque ni le hubo ni le habrá mas santo; y si María recibió en José un custodio y un protector de su virginidad y de su honor; José recibió en María la dignidad mas augusta que puede imaginarse en la tierra, siendo Esposo suyo: Virum Maríæ: hoc est prórsus ineffábile, & nihil prætérea dici potest, exclama San Juan Damasceno.

Santo Tomás es de sentir, (Orat. de Nativit. Virg. 3. part, quæst. 28. art. 4.) que inmediatamente después de los Desposorios hicieron los dos Santísimos Esposos de común consentimiento voto de perpetua castidad; pareciéndole que dos personas tan santas no podían dispensarse en un acto de religión tan perfecto. A pocos días de desposados se apareció el Ángel San Gabriel a la Virgen María en su humilde pobre casa de Nazaret, y habiéndola saludado en términos de profunda veneración a la dignidad de Madre de Dios que sabía el celestial Paraninfo, que dentro de un instante había de ser elevada, la descubrió todo el Misterio de la Encarnación, intimándola que aquel Dios que quería hacerse hombre para redimir al Género Humano, la había escogido para Madre suya.

Vivía San José con la Virgen mas como Ángel que como hombre, y verisímilmente quiso el Señor que ignorase lo que pasaba, para que su misma duda fuese una sensible prueba de la concepción del Salvador, y de la virginidad de la Madre. Esta se guardaba bien de descubrir a su casto Esposo el Misterio que el Espíritu Santo quería estuviese reservado hasta su tiempo, cuando el mismo José advirtió el preñado de la purísima Esposa. El superior concepto que tenia de su elevada santidad no le permitía admitir ni aún la mas leve sospecha que manchase su reputación, y antes se inclinó a creer que era sin duda aquella Doncella de quien decía Isaías (Cap. 7.) que había de nacer el Salvador. Con efecto lo creyó así, dice San Bernardo y movido de aquella especie de humildad y de respeto, que andando el tiempo obligó a decir a San Pedro: Señor, apartaos de mí, porque soy un gran pecador, pensó José en dejar a su esposa María. ( Homil. 2. Super missus est. ) Accipe & in hoc, non meam, sed Patrum senténtiam, añade el Doctor Melifluo; y esta no es sentencia particular mía, es la común de los Padres.

No sabía el casto Esposo a qué partido determinarse; apartarse de ella era desacreditarla; y quedarse en su compañía, era presumir mucho de sí, teniéndose por digno de merecerla. En esta perplejidad se le apareció un Ángel en sueños, y le dijo: José, acuérdate que eres de la Casa de David, y que de ella ha de nacer el Mesías prometido. No temas, ni pienses en dejar la compañía de tu Esposa; es cierto que está preñada; pero el Hijo que tiene en sus entrañas fue concebido por el Espíritu Santo; porque es el Salvador del mundo, Unigénito del Eterno Padre, y el prometido Mesías. Dios te ha escogido para ser su Tutor y su Nutricio, y en este sentido Padre suyo. No receles, pues, el quedarte con María; porque estás destinado para Guarda fiel de su virginidad y de su honor, si se quedara sin Esposo, no podría ser Madre sin detrimento de su reputación. Pondrás el nombre de Jesús al Infante que naciere, para dar a entender a los mortales que este es el que viene a redimirlos y a salvarlos, ofreciéndose en sacrificio por los pecados de los hombres.En su Año Cristiano escrito en francés por el Padre Juan Croiset, esboza una breve pero significativa historia de San José, la cuál la hemos transcrito en este artículo que consta de dos partes (cfr. Juan Croiset, Año Cristiano, marzo, Madrid: Imprenta de la Real Compañía, 1804, 344-353).

San José Esposo de la Santísima Virgen, (Gers. Serm. de Nativit. Virg.) y en cierto sentido propio y verdadero Padre del Salvador del mundo, nació en la Judea hacia los cuarenta y cinco o cincuenta años antes del nacimiento de Cristo. No se sabe con certeza el Lugar de su nacimiento; pero es probable que fue Nazaret, Población corta de la Galilea inferior, donde tenia el Santo su habitación. Era de la Tribu de Judá, y de la Casa Real de David, que reinó hasta la cautividad de Babilonia. Y aunque estaba del todo obscurecido el esplendor de esta Regia Casa, se conservaba su nobleza en los descendientes de ella, todos de sangre Real; bien que sin rentas y sin empleos que la hiciesen brillar en el mundo; nobleza en fin deslucida, que estaba como sepultada en la pobreza y en el estado humilde de los que la poseían.

Los dos Evangelistas que escribieron la Genealogía de San José, ambos prueban concluyentemente su descendencia del Real Tronco de David, aunque por diferentes ramos; tan necesaria era esta circunstancia para que en la persona del Salvador se reconociese indubitablemente al verdadero Mesías prometido. San Mateo prueba su descendencia de David, por Salomón, y por los demás Reyes de Judá; San Lucas la deriva por Natán, hijo de David; aquel le hace hijo de Jacob, éste de Elí. Y la opinión mas antigua y la más común entre los Santos Padres es la de Julio Africano, Autor que vivió hacia el fin del segundo siglo. Este asegura haber sabido por tradición, oída de boca de los mismos parientes del Salvador, que Jacob y Elí fueron hermanos uterinos; y que habiendo muerto Elí sin tener hijos, Jacob, según lo prescribía la Ley, se casó con la viuda de su hermano para suscitar en ella su sucesión, y que de este matrimonio nació San José.

Predicando, el famoso Gersón de la Natividad de nuestra Señora a presencia de los Padres del Concilio de Constancia, dijo se podía creer piadosamente que San José había sido santificado en el vientre de su madre: Pia credulitæte credi potest. Habiéndole destinado la divina providencia para ser Esposo de María, Tutor y Padre nutricio del Salvador, quiso que fuese de sangre Real, pero pobre. Porque habiendo de nacer el Señor en la humildad de un establo, y pasar toda la vida con necesidad y pobreza; ¿cómo había de escoger por Padre a un hombre rico, que viviese con esplendidez y con abundancia?

Descubriéronse pocas, o ningunas señas de niñez en sus primeros años; porque prevenido desde la cuna con dulces bendiciones del Cielo mas que de ningún otro Santo, crecía en prudencia mas que adelantaba en edad. Como el Señor le había hecho únicamente para sí, reinó perpetuamente él solo en su corto corazón. Nunca padeció quiebra ni alteración su pureza; siendo la principal ocupación de su juventud así la exacta observancia de la Ley, como el ejercicio de todas las religiosas virtudes.

Era de profesión Carpintero; pero aunque en el oficio fuese deslucido y humilde, jamás hubo en el mundo hombre ni más noble ni mas brillante a los ojos de Dios, dice San Epifanio; (Hær. 78.) ninguno se acercó ni con mucho al mérito y a la eminente santidad de este gran Patriarca.

Dios proporciona sus gracias a los empleos, en sentir de Santo Tomás, (Part. 3. q. 27. art. 4.) y los dones sobrenaturales corresponden siempre a la excelencia y a la santidad del estado a que nos destina. Pues habiendo escogido el Señor a San José para ser en la tierra, digámoslo así, el archivo de sus mayores secretos, Agente y Secretario del Altísimo en el Misterio de la Encarnación, Esposo de María y Protector de su Virginidad; Tutor y Nutricio del mismo Jesucristo, y en este sentido Padre suyo; comprended, dice San Bernardo, cuánto sería el resplandor de sus virtudes, cuanta la multitud de sus dones sobrenaturales con que el Cielo le enriquecería, qué sublime su elevación y excelencia.

Había llegado San José a aquel supremo grado de perfección, que declara el Evangelio en una sola palabra, llamándole Varón justo; esto es, un hombre que posee todas las virtudes en grado eminente; cuando queriendo el Verbo tomar carne en las entrañas de una Virgen, escogió a María por Madre, y a José por Esposo suyo.

Como la Santísima Virgen se había consagrado a Dios en el Templo casi desde la misma cuna; tocaba aún mas a los Sacerdotes que a sus padres buscarla un Esposo que fuese digno de tal Esposa; y escogieron a José, que sobre ser de la misma Casa de María, estaba conceptuado por el hombre mas modesto, por el mas prudente, por el mas religioso de su tiempo.

Es constante que San José, prevenido de una gracia especial; casi desconocida en aquellos tiempos, había resuelto guardar perpetua virginidad; y es probable que no habiendo ley alguna que obligase a casarse las mujeres solteras, nunca hubiera consentido la Santísima Virgen en el matrimonio con San José, si con luz superior no se la hubiera manifestado su eminente santidad, y el deseo que tenia de conservarse perpetuamente virgen como ella. Y aún por eso no encuentra dificultad San Agustín en comparar la virginidad de San José con la de María (Serm. 25. de Diversis.) Habet Joseph cum María cónjuge commúnem virginitátem. Y el Cardenal San Pedro Damián está tan persuadido de que San José fue siempre virgen, que quiere se cuente esta verdad en el número de aquellas de que no es lícito dudar: Ecclésiae fides in eo est, ut non modó Deípára, sed etiam putatívus pater at que nutrítius virgo habeátur. (Epist. 2. ad Nic. Papa) Y a la verdad, reflexiona Santo Tomás, si el Salvador no quiso encomendar a su Madre a un Discípulo que no fuese virgen; ¿cómo es verosímil que permitiese se desposase con ella un hombre que no lo fuese? Los que creyeron que San José había sido dos veces casado, y que de su primera mujer había tenido a Santiago, a Simón, y a los demás que en el Evangelio se llaman hermanos y hermanas del Salvador, (In cap. I. Ep. ad Galat.) no hicieron reflexión a que la madre de estos parientes de Cristo vivía todavía en tiempo de la Pasión, y que esta se decía también hermana de la Santísima Virgen, por la costumbre tan sabida de los judíos, entre los cuales se trataban de hermanos los parientes mas inmediatos.

Celebróse en Jerusalén el purísimo Desposorio, en el cuál, como explica el célebre Gerson, no tanto fueron dos esposos cuanto dos virginidades las que contrajeron matrimonio (Opusc. de Conjug. Maria & Jos.) Virgínitas nupsit. No hubo ni habrá en el mundo matrimonio mas feliz; porque ni le hubo ni le habrá mas santo; y si María recibió en José un custodio y un protector de su virginidad y de su honor; José recibió en María la dignidad mas augusta que puede imaginarse en la tierra, siendo Esposo suyo: Virum Maríæ: hoc est prórsus ineffábile, & nihil prætérea dici potest, exclama San Juan Damasceno.

Santo Tomás es de sentir, (Orat. de Nativit. Virg. 3. part, quæst. 28. art. 4.) que inmediatamente después de los Desposorios hicieron los dos Santísimos Esposos de común consentimiento voto de perpetua castidad; pareciéndole que dos personas tan santas no podían dispensarse en un acto de religión tan perfecto. A pocos días de desposados se apareció el Ángel San Gabriel a la Virgen María en su humilde pobre casa de Nazaret, y habiéndola saludado en términos de profunda veneración a la dignidad de Madre de Dios que sabía el celestial Paraninfo, que dentro de un instante había de ser elevada, la descubrió todo el Misterio de la Encarnación, intimándola que aquel Dios que quería hacerse hombre para redimir al Género Humano, la había escogido para Madre suya.

Vivía San José con la Virgen mas como Ángel que como hombre, y verisímilmente quiso el Señor que ignorase lo que pasaba, para que su misma duda fuese una sensible prueba de la concepción del Salvador, y de la virginidad de la Madre. Esta se guardaba bien de descubrir a su casto Esposo el Misterio que el Espíritu Santo quería estuviese reservado hasta su tiempo, cuando el mismo José advirtió el preñado de la purísima Esposa. El superior concepto que tenia de su elevada santidad no le permitía admitir ni aún la mas leve sospecha que manchase su reputación, y antes se inclinó a creer que era sin duda aquella Doncella de quien decía Isaías (Cap. 7.) que había de nacer el Salvador. Con efecto lo creyó así, dice San Bernardo y movido de aquella especie de humildad y de respeto, que andando el tiempo obligó a decir a San Pedro: Señor, apartaos de mí, porque soy un gran pecador, pensó José en dejar a su esposa María. ( Homil. 2. Super missus est. ) Accipe & in hoc, non meam, sed Patrum senténtiam, añade el Doctor Melifluo; y esta no es sentencia particular mía, es la común de los Padres.

No sabía el casto Esposo a qué partido determinarse; apartarse de ella era desacreditarla; y quedarse en su compañía, era presumir mucho de sí, teniéndose por digno de merecerla. En esta perplejidad se le apareció un Ángel en sueños, y le dijo: José, acuérdate que eres de la Casa de David, y que de ella ha de nacer el Mesías prometido. No temas, ni pienses en dejar la compañía de tu Esposa; es cierto que está preñada; pero el Hijo que tiene en sus entrañas fue concebido por el Espíritu Santo; porque es el Salvador del mundo, Unigénito del Eterno Padre, y el prometido Mesías. Dios te ha escogido para ser su Tutor y su Nutricio, y en este sentido Padre suyo. No receles, pues, el quedarte con María; porque estás destinado para Guarda fiel de su virginidad y de su honor, si se quedara sin Esposo, no podría ser Madre sin detrimento de su reputación. Pondrás el nombre de Jesús al Infante que naciere, para dar a entender a los mortales que este es el que viene a redimirlos y a salvarlos, ofreciéndose en sacrificio por los pecados de los hombres.