San Alfonso María de Ligorio insiste en que para llegar al Cielo es necesario ser mártir y nadie puede llegar al Cielo sin serlo. O bien mártir de sangre o bien mártir de paciencia.
El santo explica que María fue Reina de los mártires porque su martirio fue más cruel y más prolongado que el de todos ellos. San Alfonso recuerda que para que el martirio sea considerado como tal, basta que se sufra un dolor capaz de quitar la vida, aunque no se siga realmente la muerte.
Aunque el cuerpo de María no fue herido por la mano del verdugo, su corazón bendito sintió espiritualmente todo el dolor de la Pasión de su Hijo, dolor que era suficiente para darle no una, sino mil muertes a Ella cuya sensibilidad era de una delicadeza absoluta. Recuerda el santo doctor que los demás mártires padecieron sacrificando la vida propia, pero la Virgen sufrió sacrificando la vida de su Hijo, al cual amaba mucho más que la suya propia.
María sufrió mucho en la Pasión de Cristo y sufrió sin alivio. Hay que recordar que algunos santos mártires de la Iglesia sufrieron crueles martirios como San Vicente, San Bonifacio o San Lorenzo entre otros muchos. Pero el Señor les otorgaba gracias singulares para que no sintieran el dolor físico en toda su magnitud. Por eso, San Lorenzo desafiaba a sus verdugos mientras estaba siendo quemado. Pero María sufrió sin ningún tipo de consuelo durante la Pasión. María era consciente de todos y cada uno de los insultos, burlas o desprecios que sufría Jesús y sufría espiritualmente todos y cada uno de los golpes que sufría Nuestro Señor en su cuerpo.
Nos enseñan los teólogos que María, al estar llena de gracia y tener un amor puro a Dios, ganaba más méritos recogiendo un alfiler del suelo por amor a Dios que San Lorenzo quemándose en la parrilla.
Debemos recordar siempre que María sufrió durante la Pasión de Cristo mucho más que una madre normal en las mismas circunstancias, que ya hubiera sido espantoso. Dado que María era esposa del Espíritu Santo, amaba a Jesús con un amor infinito, incomparablemente superior al que las madres humanas sienten hacia sus hijos. Por eso su dolor fue también infinito.
Según un ángel reveló a Santa Brígida, la Virgen prefirió sufrir todo tipos de tormentos antes que ver las almas de los hombres sin redimir. Su único consuelo en medio del gran dolor de ver a Jesús en la cruz era pensar en el mundo redimido con su muerte y el saber que muchos hombres en el futuro adorarían a Jesucristo, valorando y admirando su muerte en la Cruz. Tengámoslo siempre presente, nosotros también.
Por eso, no perdamos de vista que cualquier sufrimiento físico o espiritual que nos atormente durante nuestra vida en nosotros mismos o en algún ser querido, siempre será poca cosa comparado con lo que sufrió María por nosotros. Si en esas circunstancias somos capaces de unir nuestro dolor al de la Pasión de Nuestro Señor, ofreciéndoselo a la Virgen, estaremos ganando un auténtico tesoro en el Cielo que algún día será nuestro. Adelante la Fe.