Cuenta de sí mismo el P. Juan Taulero que después de haber rogado por muchos años al Señor que se dignase enseñarle la verdadera vida espiritual, oyó un día cierta voz que le decía: Vé a tal Iglesia y encontrarás lo que pides. Fuése realmente a la Iglesia, y halló en la puerta un miserable mendigo, descalzo y andrajoso, y le saludó diciéndole: buen día, amigo.

Respondió el pobre: señor maestro no tengo memoria de haber pasado un día malo. Dios, replicó el Padre, os conceda una dichosa vida. Y dijo entonces el pobre: nunca he sido yo infeliz. Y añadió después: atended, Padre mío, que no sin razón he dicho no haber nunca tenido un mal día; pues cuando tengo hambre, alabo a Dios; cuando nieva o llueve le bendigo: si alguno me desprecia o me desecha, si sufro alguna otra miseria, siempre glorifico a mi Dios. He dicho también que nunca he sido infeliz; y esto es una verdad, porque me he acostumbrado a querer todo aquello que quiere Dios, sin reserva; motivo por el cual, todo cuanto me acontece, sea dulce, o amarga, lo recibo de su mano con alegría, como lo que más me conviene, y en esto consiste toda mi felicidad. Y si por ventura, replicó el padre Taulero, os quisiese Dios condenado, ¿qué diríais entonces? Si esto quisiera Dios, contestó el mendigo, con humildad: Con todo el amor que le tengo, me abrazaría con el Señor, y tan fuerte le estrecharía, que sí quisiese precipitarme en el infierno, sería menester que viniese conmigo, y de este modo me sería más dulce estar con él en el infierno, que poseer sin él todas las delicias del cielo. ¿Y en dónde habéis hallado a Dios?, dijo el Padre. Yo, respondió, hallé a Dios en el punto mismo en que dejé a las criaturas.

— ¿Y quién sois vos?

— Soy un rey, contestó el pobre.

— ¿Y en dónde está vuestro reino?

— Está en mi alma, en donde lo tengo todo en orden: las pasiones obedecen a la razón, y la razón obedece a Dios.

Por fin, preguntóle el P. Taulero, ¿qué era lo que le había conducido a tanta perfección? Ha sido, respondió, el silencio, callando con los hombres para hablar con Dios, y la unión que he procurado tener con mi Señor, en quien he encontrado y encuentro toda la paz de que disfruto.

En suma, tal vino a ser este pobre, por la unión que tenía con la divina voluntad; y no hay duda que, en el seno de su indigencia, fue más rico que todos los monarcas de la tierra, y, en sus sufrimientos y penas, más dichoso que todos los mundanos nadando en sus delicias mundanales.

"Conformidad con la Voluntad de Dios"