El siguiente artículo fue tomando y adaptado de Aleteia, diario de información y formación católica en internet. Se trata de una iniciativa lanzada por laicos católicos y que cuenta con el apoyo del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.
Es muy frecuente que, en discusiones doctrinales o litúrgicas, aparezcan personas confundidas que citan una frase de un vidente, para fundamentar cuestiones de la fe de la Iglesia. La confusión se da por el desconocimiento del valor de las revelaciones privadas frente a la Palabra de Dios, a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia.
Es triste observar a muchos cristianos que están ávidos de literatura que hable de revelaciones privadas o apariciones, y terminan siguiendo a videntes alejados de la fe católica y que solo los confunden. Todavía existen muchos creyentes que leen con más entusiasmo revelaciones privadas no aprobadas por la Iglesia, que el mismo Evangelio.
Aun en el caso de supuestas apariciones que se mantienen dentro de la fe católica, es preciso recordar que nunca son un dictado del cielo, ni siquiera las aprobadas por la Iglesia, como Lourdes o Fátima.
Es necesario recordar siempre la doctrina de la Iglesia al respecto de las revelaciones privadas:
San Juan de la Cruz escribió al respecto: "Si la fe ya está fundada en Cristo y en el Evangelio, no hay para qué preguntar más. En Cristo, Dios ya dijo todo lo que tenía que decir. Y buscar nuevas revelaciones y o visiones sería una ofensa a Dios, pues sería como sacar los ojos de Cristo, buscando alguna otra novedad". (Ascensión al Monte Carmelo, Libro II, cap. 22).
Por otra parte, la mayoría de las veces cuando la Iglesia aprueba ciertas "revelaciones privadas" lo que aprueba es el culto a tal o cual devoción y la autenticidad de la experiencia mística del vidente y que sus mensajes no contradigan la doctrina de la Iglesia. Los mensajes aprobados, aunque se recomienden como lectura edificante, no añadirían nada a lo que ya ha sido revelado, y por lo tanto nadie está obligado a creerlos, ya que no pertenecen al depósito de la fe de la Iglesia. No tienen el mismo valor que la revelación contenida en la Biblia.
En 1738 el Papa Benedicto XIV (dos años antes de ser nombrado Pontífice) publicó un tratado titulado: "La Beatificación de los Siervos de Dios", donde escribe: "Las revelaciones privadas, aunque hayan sido aprobadas por la Iglesia, no se les debe atribuir un asentimiento obligatorio. Por lo tanto, uno puede rechazarlas y negarse a aceptarlas".
El Catecismo de la Iglesia Católica nos aclara al respecto:" A lo largo de los siglos hubo revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Guiados por el Magisterio de la Iglesia, los fieles deben discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia" (No 67).
Y el mismo Concilio Vaticano II en su constitución dogmática sobre la Iglesia afirma: "El Romano Pontífice y los Obispos, por razón de su oficio y la importancia del asunto, trabajan celosamente con los medios oportunos para investigar adecuadamente y para proponer de una manera apta esta Revelación; y no aceptan ninguna nueva revelación pública como perteneciente al divino depósito de la fe". (LG 25)
En el anterior Código de Derecho Canónico (1917) el canon 1385 prohibía "los libros y libelos que narran nuevas apariciones, revelaciones, visiones, profecías y milagros, o lanzan nuevas devociones, aun bajo el pretexto de que son privadas". Fue Pablo VI quien abolió este canon en 1970, dando mayor libertad a estas manifestaciones, sin embargo, él mismo advertía ya en 1964:
En cualquier catequesis sobre el tema, es preciso recordar que aún en el caso de las devociones y "revelaciones privadas" aprobadas, nunca hay que considerarlos como revelación directa de Dios, en el sentido de un dictado divino, ni mucho menos proponerlo como una novedad que agrega algo a lo ya revelado en Cristo de una vez para siempre. Porque si hay algo claro en el cristianismo, es que Jesucristo es la última Palabra de Dios a los hombres y en Él se manifiesta la plenitud de la revelación de Dios para toda la humanidad (Dei Verbum 5).
Hoy en día muchos se aprovechan de la crisis doctrinal y el relativismo que campea en la propia Iglesia para dar discursos fundamentalistas que caen en herejías del otro extremo, poniéndose por encima de la Palabra de Dios y de la misma Iglesia para defender fanáticamente a un vidente particular como si fuera la última revelación del cielo a la humanidad, cayendo en toda clase de iluminismos y fundamentalismos.
Normalmente suelen preferir temas como el purgatorio, el infierno, la acción del demonio, el fin del mundo, los ángeles, exorcismos, el uso de sacramentales como si fueran amuletos mágicos y la preocupación por cómo se comulga. Temas que la catequesis y la pastoral secularizante han descuidado, y no se puede negar tampoco. Pero ¿qué debemos creer como católicos? ¿A quién escuchar entre tantas voces contradictorias?
¿Cuál es su autoridad?
Ninguna. No tienen autoridad para la fe de los católicos, son solo una ayuda para la fe y la vida espiritual, para recordar lo ya revelado en la Palabra de Dios y enseñado por la Iglesia. Por esta razón no es adecuado citarlos como una fuente de doctrina, ya que su función es llamar a la conversión, a la oración, a una vida más devota, a una mayor fidelidad a Cristo y a la Iglesia, pero no legislar sobre liturgia o dar cátedra de teología dogmática explicando los misterios de la fe. Para enseñar está el Magisterio, no los videntes.
Si una revelación privada incluye la manifestación de una verdad contenida en el depósito de la fe, lo que está haciendo es repetir algo ya revelado (revelación pública), pero no agrega ni amplía nada. Si con el tiempo algo que comenzó como una revelación privada, como el caso del "Sagrado Corazón de Jesús", termina siendo asumido por el Magisterio auténtico, comienza a gozar de autoridad no por su origen, sino porque ha sido presentado para ser creído por quien tiene autoridad para hacerlo.
A propósito de las visiones Benedicto XVI nos explica que cuando un vidente ve el purgatorio, el infierno o el cielo, lo que ve no es la realidad del más allá como si fuera una película, sino que debe ser interpretado siempre por la Iglesia y no tomado al pie de la letra.
Ante la actual crisis cultural y religiosa en que muchos viven, un discurso seguro y apocalíptico les es más seductor y convincente, pero encierra muchos peligros y es fuente de no pocos fanatismos iluministas.
¿Qué hacer cuando se presentan dudas sobre la fe católica?
Leer la Biblia y consultar el Catecismo de la Iglesia Católica. El Catecismo es un verdadero compendio de toda la doctrina de la Iglesia, donde con gran claridad se expone brevemente todo lo que la Iglesia enseña. ⴕ