Totus Tuus ego sum, Maria, et omnia mea tua sunt!
Entrevista al Card. Camillo Ruini sobre el testimonio de Juan Pablo II.
Hombre de oración, del anuncio, de la caridad. Con un gran empuje misionero, como auténtico enamorado del Señor. Es el retrato que de Juan Pablo II propone a Avvenire el Card. Camillo Ruini, vicario emérito de la diócesis de Roma y presidente el Comité CEI para el proyecto cultural, y durante casi 20 años uno de los más estrechos colaboradores de Juan Pablo II. Fue él, el 28 de junio de 1986, quien lo nombró secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana, y quien lo quiso a su lado en Roma el 17 de enero de 1991; después de poco menos de dos meses, lo llamó a la guía de la CEI y en el consistorio del 28 de junio de 1991 lo creó cardenal, para confirmarlo sucesivamente por tres veces en el cargo de presidente de la CEI. Una larga experiencia pastoral con una constante fidelidad a las indicaciones de Juan Pablo II.
Eminencia, falta poco más de un mes y medio para la Beatificación de Juan Pablo II. En todo el mundo crece la espera.
¿Cómo la vive Usted, que ha tenido el honor de abrir y cerrar la investigación diocesana sobre la fama de santidad del Papa Wojtyla?
La vivo con alegría, agradecido al Señor y a Benedicto XVI porque en un tiempo tan breve, seis años, Juan Pablo ha llegado a la Beatificación.
Después de la muerte de Juan Pablo II comenzaron a llegar gracias recibidas y curaciones por su intercesión, que continúan aún hoy.
¿Qué representa este testimonio incesante, al que se añade las visitas también continuas a su tumba?
Gracias y curaciones habían acompañado también la vida terrena de Juan Pablo II: es uno de los aspectos de su intimidad con el Señor, un fruto de la total confianza que tuvo en la presencia salvadora del Señor en cualquier dimensión de nuestra vida.
En nuestro periódico, recorreremos algunos momentos y algunos temas importantes del pontificado de Juan Pablo II. Aunque sus intervenciones han tocado todos los aspectos de la vida, subrayando así el interés por todo lo que toca a la vida de hombres y mujeres,
¿Qué ámbitos indicaría Usted como centrales del pontificado?
El primero es el que hemos tocado hace un momento: vivir en la presencia de Dios, en oración pero también en el estudio, en el trabajo pastoral, en las más diversas circunstancias y situaciones. El segundo, es la dedicación a la causa del Evangelio, el vivir para llevar a los fieles al encuentro con Cristo: por tanto, la misión, la nueva evangelización. El tercero, la caridad, la dedicación a la causa del hombre, de cada persona concreta y de cada pueblo de la tierra. Por último, podría recordar su espontaneidad, su gran humanidad y vitalidad, su simpatía humana. Naturalmente estos aspectos se pueden distinguir unos de otros para poder captar mejor toda la riqueza de su Pontificado, pero en él se presentaban en unidad. Este era el secreto de su fascinación: estar tan cerca de Dios y al mismo tiempo tan cerca de nosotros, tan verdadera e íntegramente hombre.
¿Qué idea de Roma ha dejado Juan Pablo II a través de sus homilías, de sus discursos, de sus visitas? ¿A qué identidad ha intentado llamar la ciudad y a sus habitantes?
Juan Pablo II dijo desde el inicio de su Pontificado que era consciente de ser Pastor de la Iglesia universal porque también era Obispo de Roma. Tenía una gran idea de Roma, la ciudad en la que la fe cristiana ha sido transmitida por los apóstoles Pedro y Pablo y que está llamada a vivir ejemplarmente, a testimoniar, a conservar pura y a defender por todas partes esta fe. Roma era para él la patria común, se sentía sinceramente polaco pero también romano. Le gustaba jugar con el nombre de Roma, leyéndolo al revés: así Roma se convierte en amor. Esta del amor universal era para él la vocación profunda de nuestra ciudad y de nuestra Iglesia.
Se da en Juan Pablo II una insistencia particular sobre la nueva evangelización, insistencia que se concretizó en Roma en una iniciativa como la de la misión ciudadana, copiada después por otras diócesis.
¿Qué le impresionó de aquella intuición y qué provocó en el tejido eclesial diocesano?
Fue una intuición muy fecunda, basada en el concepto no de la simple "misión al pueblo", sino del "pueblo de Dios en misión", según la eclesiología del Concilio Vaticano II. Fueron años, aquellos de la misión ciudadana, de extraordinario fervor y compromiso para nuestra diócesis, que fortalecieron el sentido de pertenencia a la Iglesia diocesana. Según modalidades diferentes, aquel empuje tiene que continuar: a este objetivo apuntan también algunos programas actuales de la diócesis.
Las visitas a las parroquias romanas han tenido un papel esencial en el pontificado de Juan Pablo II, ¿recuerda algún hecho en particular de aquellas visitas?
Recuerdo la espera y la alegría del Papa por aquellas visitas, la dedicación con que él las llevaba a cabo y la gran respuesta de afecto, de participación, de emoción que suscitaba su presencia.
También en el sufrimiento, y quizá sobre todo a través de ese, en la parte final del pontificado, Juan Pablo II habló al mundo. ¿Cuál es la enseñanza que nos deja, en una época en la que se difunda una tendencia cultural que invoca la autodeterminación frente al final de la vida?
Juan Pablo no escondió el sufrimiento, lo consideró voluntad del Señor y parte de su vida, una parte preciosa que lo configuraba a Cristo, la oferta de cada día, más eficaz que muchas palabras. La enseñanza que se deduce para nosotros es, ante todo, la de estar disponibles a comportarnos en el mismo modo cuando el sufrimiento llame a las puertas de nuestra vida. Pero, también, la de saber descubrir el valor, la grandeza de la persona humana, no en una cualidad de vida entendida superficialmente, sino según nuestra capacidad de amar y, por tanto, de sufrir, dos capacidades íntimamente vinculadas.
¿De qué se siente particularmente agradecido a Juan Pablo II?
Por tantísimas cosas pero sobre todo por haberme tenido a su lado durante veinte años, hasta el final de su vida terrena.
Si tuviese que contar quien ha sido Juan Pablo a un chico que no lo ha conocido, ¿qué le diría?
Le diría que Karol Wojtyła fue un chico muy vivaracho, pero también extraordinariamente bueno y siempre enamorado del Señor. Así puede ser cualquier chico si deja que el Espíritu de Dios trabaje en él para realizar una de esas obras de arte de las que sólo el Señor es capaz.
Que el amor siempre triunfe... como triunfó en él!