El poder de San Miguel Arcángel
Testimonio de un infante de marina estadounidense durante la Guerra de Corea
Lo que sigue es una carta escrita por un joven marino a su madre mientras se encontraba hospitalizado tras ser herido en un campo de batalla de Corea en 1950. Llegó a las manos de un capellán de la Marina que leyó la carta frente a 5000 infantes de marina en una base naval de San Diego en 1951. El capellán de la marina había hablado con el joven, con su madre, y con el sargento a cargo de la patrulla. Este capellán de la marina, el padre Walter Muldy, aseguró a todos que se trata de una historia real. Esta carta era leída una vez al año en la década de 1960 a través de una emisora de radio del Medio Oeste en la época de Navidad. A continuación, la carta:
Querida Mamá, No me atrevería a escribir esta carta a nadie más que a ti, porque nadie lo creería. Tal vez incluso te resultará difícil, pero tengo que decírselo a alguien. En primer lugar, estoy en un hospital. Ahora no te preocupes, ¿me oyes? no te preocupes. Fui herido pero estoy bien. El médico dice que voy a estar bien más o menos en un mes.
Pero eso no es lo que quiero decirte. ¿Recuerdas cuando me uní a los Marines el año pasado; recuerdas cuando me fui, lo que me dijiste de hacer una oración a San Miguel cada día. En verdad no tenías que decirme eso. Desde que tengo memoria siempre me dijiste que rezara a San Miguel Arcángel. Incluso me pusiste su nombre.
Bien, siempre he rezado a San Miguel. Cuando llegué a Corea, oré aún más fuertemente. ¿Recuerdas la oración que me enseñaste?
"Miguel, Miguel de la mañana, acorde fresco que adorna el Cielo, mantenme salvo hoy día, y en el tiempo de la tentación, aleja al diablo lejos de mí. Amén."
Pues, la decía todos los días. A veces, cuando marchaba o a veces descansando, pero siempre antes de ir a dormir. Incluso hice que algunos de mis compañeros la digan.
Bueno, un día yo estaba en una misión, adelantado a lo largo de las líneas del frente. Estábamos explorando la posibilidad de presencia de los comunistas. Avanzábamos penosamente por el frío; mi aliento era como el humo del cigarro. Pensé que conocía a todos los hombres de la patrulla, cuando a mi lado vi que caminaba un marino que no conocía. Él era más alto que cualquier otro marino que había visto nunca. Debe de haber medido casi dos metros, pero perfectamente proporcionado. Me dio una especial sensación de seguridad el tener a un cuerpo como este tan cerca de mí.
De todos modos, ahí estábamos caminando a lo largo del frente. El resto de la patrulla se dirigió hacia fuera. Sólo para empezar una conversación le dije: "No está frío!". Y entonces me reí. Ahí estaba yo con una buena oportunidad de perder la vida en cualquier momento y hablando sobre el tiempo. Mi compañero parecía entender. Le oí reír en voz baja.
Lo miré y le dije: — Nunca te he visto antes. Pensé que conocía a todos los hombres en la tropa.
— Me he unido a última hora — me respondió, para añadir: — Mi nombre es Miguel.
Sorprendido, le dije:— Qué curioso…el mío también.
— Lo sé — afirmó y, para terminar de desconcertarme, agregó:— Miguel, Miguel de la mañana…
Yo estaba demasiado sorprendido y me llamé a silencio. Pensaba con rapidez. ¿Cómo sabía mi nombre y una oración que tú me habías enseñado? Entonces sonreí para mis adentros; todos los chicos en el equipo sabían de mí. ¿No había enseñado la oración a todo aquel que quería escucharla? Incluso ahora se refieren a mí como "San Miguel". Ninguno de los dos habló durante un tiempo, y luego se rompió el silencio. "Vamos a tener algunos problemas más adelante."
Él debe haber estado en una buena forma física, o respiraba tan ligeramente que no podía ver su aliento. Mi respiración salía como humo de chimenea. Ahora no había sonrisa en su rostro. Problemas cercanos, me dije a mí mismo, bien lógico, con los comunistas a nuestro alrededor, eso no es una gran revelación. Comenzó a nevar tan fuertemente que en un momento todo el campo fue borrado. Y yo estaba marchando en una niebla blanca de partículas pegajosas. Mi compañero desapareció.
"¡Miguel!" grité yo alarmado repentinamente. Sentí su mano en mi brazo. "Esto se detendrá en breve", escuché que me decía con su voz rica y fuerte." Su profecía resultó ser correcta. En pocos minutos la nieve se detuvo tan bruscamente como había empezado. El sol era un disco que brillaba con fuerza. Miré hacia atrás buscando al resto de la patrulla, no había nadie a la vista. La habíamos perdido en esa fuerte nevada. Miré por delante mientras llegábamos a una pequeña subida.
Mamá, mi corazón se detuvo. Había siete de ellos. Siete comunistas en sus pantalones y chaquetas acolchadas y sus sombreros que entonces no me parecieron tan divertidos como siempre. Siete fusiles nos apuntaban.
"¡Abajo Miguel!", grité y golpeé la tierra helada. Escuché esos fusiles disparar casi como uno solo. Oí las balas. Miguel aún estaba en pie. Mamá, esos tipos no podían haber fallado, no a esa distancia. Yo esperaba verlo literalmente volado en pedazos. Pero allí estaba él, sin hacer ningún esfuerzo para disparar. Parecía estar paralizado por el miedo. Sucede a veces, mamá, incluso a los más valientes. Era como un pájaro fascinado por una serpiente. Al menos, eso fue lo que pensé entonces. Yo me levanté de un salto para tirar de él hacia abajo, y fue entonces cuando yo fui herido. Sentí un fuego repentino en el pecho. A menudo me preguntaba lo que se sentiría al ser impactado. ¡Ahora lo sé!
Recuerdo sentir unos fuertes brazos a mi alrededor, brazos que me pusieron muy suavemente sobre una almohada de nieve. Abrí los ojos, para una última mirada. Me estaba muriendo. Tal vez ya estaba muerto, recuerdo haber pensado: "Bueno, esto no es tan malo". Tal vez yo estaba buscando al sol. Tal vez yo estaba en shock. Pero parecía que vi de nuevo de pie a Miguel. Sólo que esta vez, su rostro brillaba con un terrible esplendor.
Como digo, tal vez era el sol en mis ojos, pero él pareció cambiar mientras lo observaba. Se hizo más grande, con los brazos extendidos a lo ancho, tal vez fue la nieve que caía de nuevo, pero había un brillo a su alrededor como las alas de un ángel. En sus manos había una espada. Una espada que brillaba con un millón de luces. Bueno, eso es lo último que recuerdo hasta que el resto de los compañeros se acercó y me encontró. No sé cuánto tiempo había pasado. De vez en cuando, tenía un momento de descanso del dolor y la fiebre. Yo recuerdo haberles dicho que el enemigo estaba por delante.
"¿Dónde está Miguel", pregunté. Vi que se miraban entre sí. "¿Dónde está quién?", preguntó uno. "Miguel, el inmenso infante de marina con quien yo estaba caminando justo antes de que la tormenta de nieve nos golpeara". "Niño", dijo el sargento, "tú no estabas caminando con nadie. Yo tenía mis ojos en ti todo el tiempo. Estabas yendo demasiado lejos. Estaba a punto de llamarte cuando desapareciste en la nieve ".
Me miró con curiosidad.
— ¿Cómo hice qué? — le pregunté algo enojado a pesar de mi herida — Ese infante de marina llamado Miguel que estaba conmigo justo…— balbuceé.
— Hijo —, dijo el sargento amablemente. — Yo mismo te puse ese uniforme y simplemente no hay otro Miguel en él. Tú eres el único Miguel que lo lleva.
Se detuvo un minuto. Volvió a mirarme con intensidad.
— Solo dime ¿cómo lo hiciste niño? Escuchamos disparos y tu rifle no ha hecho ninguno Y no hay ni un poco de plomo en esos siete cuerpos sobre la colina".
Yo no dije nada, ¿qué podía decir? Sólo podía mirar con la boca abierta de asombro. Fue entonces cuando el sargento habló de nuevo.
— Hijo — me dijo suavemente —, cada uno de esos siete comunistas fue muerto por un golpe de espada."
Eso es todo lo que te puedo decir mamá. Como ya he dicho, puede haber sido el sol en mis ojos, puede haber sido el frío o el dolor. Pero eso es lo que pasó. Te quiero. Miguel