El tema que traigo a su consideración es editado de unos excelentes escritos de Michael Voris (Church Militant) y de Luis Fernando Pérez (InfoCatólica).

Algunos líderes de la Iglesia han perdido de vista las verdades fundamentales de la fe y de la forma en que han de ser aplicadas, como la verdad del pecado y de la Gracia. Demasiado reconocimiento se ha dado a la visión mundana del hombre, y no se ha prestado suficiente atención a la verdadera visión y misión del hombre.

Una gran ingenuidad se adentró en la Iglesia hace algunos siglos, y sigue hasta el día de hoy. Por ejemplo: la  noción misma de Iglesia Militante ni siquiera se sabe, mucho menos es  entendida por una gran mayoría de católicos, incluidos un gran número de clérigos.

Hoy en día, esta ingenuidad se ha presentado como la creencia de que si la Iglesia simplemente dialoga con el mundo -sea lo que sea esto en teoría- las cosas van a mejorar, que el mundo llegará simplemente a aceptar la gloria de la fe en sus propios méritos, si tan sólo la Iglesia los sigue repitiendo. Esta visión absurda de las cosas descarta el mal que está presente dentro de los hombres y el pecado que se resiste a la verdad.

Creemos algunos fieles que el enfoque actual de diálogo debe ser suplantado por el de Celo Apostólico de declarar la verdad. El mundo necesita que le digan la verdad, y no entrar en diálogo sobre el tema. El diálogo es para aquellos que ya aceptan la verdad - como medio para profundizar su amor y  comprensión y aprecio y devoción a la verdad.

No debe haber lugar para la noción de diálogo en la evangelización. Un simple vistazo al mundo va a demostrar que esa táctica es inútil - que es exactamente por lo qué el mundo mismo se niega a usarla. El mundo no dialoga con la Iglesia. El mundo la ignora y grita su mensaje de falsedad tan fuerte como puede. El mundo sólo se involucra en diálogo con la Iglesia como un medio para desarmarla, para conseguir que la Iglesia Militante deponga sus armas.

Desde dentro de la Iglesia escuchamos a los agentes del mundo dialogar incesantemente acerca de la necesidad  de dialogar incesantemente, y esto lo usan como una táctica de distracción, apelando a los líderes de la Iglesia a tener una vulnerable misericordia.

La Misericordia sólo puede extenderse eficazmente a aquellos que estén dispuestos a recibirla. Para aquellos que piensan que no tienen necesidad de ella, no tiene sentido.

La Iglesia no tiene nada que aprender del mundo - sino todo lo contrario- ya que el mundo no cree que está en error, por lo que el diálogo no tiene sentido. Esto es lo que la Iglesia tiene que volver a predicar: la veracidad de sus propias convicciones, de que el mundo se tiene que acoplar en la medida en que esté dispuesto a ser salvado, y no en entrar en dialogo con el.

Desgraciadamente gran parte en la Iglesia está asumiendo en la práctica una visión del pecado que se aleja de la verdad de la Revelación y entra en un falso diálogo. Luis Fernando Pérez, escribe algo muy interesante: Esa visión (del pecado) consiste básicamente en una banalización del mismo.

Por ejemplo, se banaliza el pecado del aborto cuando se equipara a la víctima inocente asesinada con la mujer que ha ordenado matar a su hijo no nacido. 

Se banalizan los pecados del adulterio y la fornicación cuando se esconde el hecho de que ambos no son meras "situaciones irregulares" sino pecados mortales que, de no ser objeto de arrepentimiento, llevan al que los comete al infierno.

Se banaliza hasta extremos intolerables el pecado de la herejía, cuya extensión en la actualidad es fruto sobre todo de la ausencia de una política pastoral encaminada a librar al pueblo de Dios de esa plaga, lo que provoca que millones de almas estén en grave peligro.

Se banaliza el pecado de la falta de práctica religiosa. Siendo yo pequeño tenía muy claro que si no iba a Misa un domingo, tenía que confesarme cuanto antes. Hoy se te ocurre decir que no ir a Misa es pecado mortal, y te miran como un bicho raro.

Se banaliza el pecado de llevar una vida cristiana mundana, que afecta a todos los ámbitos de la vida, pero especialmente al ocio, que lleva a un consumo desenfrenado, que deshace las relaciones familiares, etc.

En realidad, se resta importancia al pecado porque se da por hecho que es inevitable, imposible de erradicar de la vida. Y porque se piensa que a Dios, al fin y al cabo, no le importa gran cosa que pequemos. Lo cual es pisotear la Cruz de Cristo. Si a Dios le diera más o menos igual nuestros pecados, no habría enviado a su Hijo a morir en la Cruz para obtenernos la redención.