Vivir según la verdad de los Mandamientos de Dios
Lo que el Papa Juan Pablo II (fallecido el 2 de abril de 2005 y declarado santo en 2014) consiguió en casi 27 años de pontificado es sencillamente extraordinario y no tiene comparación en la historia del papado. Una de las encíclicas más importantes de Juan Pablo II sigue siendo "Veritatis splendor" (el esplendor de la verdad), publicada en 1993, que trata de los fundamentos de la moral -los Diez Mandamientos de Dios- que no cambian y son válidos en todo momento. La encíclica recuerda también que la Iglesia no existe para ser popular, sino para transmitir la Palabra de Dios en toda su integridad y enseñar a los fieles lo que deben hacer para salvarse.
Una crisis real
Juan Pablo II escribe que "incluso en los seminarios y en las facultades de teología" circulan teorías contrarias a la enseñanza moral de la Iglesia que ponen en peligro la fe y la salvación de los fieles. El Papa habla de la existencia de una "verdadera crisis, tan graves son las dificultades que entraña, para la vida moral de los fieles y la vida en sociedad". En un determinado momento de la encíclica, el Sumo Pontífice menciona estas palabras de San Pablo:
"Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el deseo de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas." (2 Tm 4, 3-4.)
Con esta encíclica, Juan Pablo II quiso poner fin a la confusión que reina en la mente de demasiados fieles, a los que los falsos profetas -que se dicen católicos, pero que lo son sólo de nombre, permaneciendo en la Iglesia sólo para destruirla mejor- han contado durante años mentiras como "ya no hay pecado, no hay infierno, los Diez Mandamientos son anticuados y ya no son válidos hoy en día, se puede ser un buen católico y salvarse estando en contra de las enseñanzas de la Iglesia, todo lo que hay que hacer es tomar lo que le conviene y dejar el resto, etc."
A fuerza de oír tales falsedades, muchos católicos han terminado por creerlas, desgraciadamente, para gran satisfacción del demonio, que quiere que se pierdan las almas y fracase el plan de Dios. Este documento magisterial del Santo Padre (más de 178 páginas) es, por tanto, muy oportuno. No debe extrañarnos que algunos de los llamados "teólogos" estén furiosos con esta encíclica, ya que en ella el Papa denuncia clara y lógicamente los mismos errores que esos mismos teólogos llevan años difundiendo con ahínco. He aquí un resumen de la encíclica; las palabras del Papa están en negrita y entrecomilladas:
Obedecer los mandamientos de Dios
Como base de la encíclica, Juan Pablo II retoma el diálogo de Jesús con el joven rico: — "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?". — "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". Guardar los Diez Mandamientos es, pues, la primera condición de la salvación. No es el hombre quien puede decidir lo que está bien o mal, sino sólo Dios.
En este sentido, la expresión "debemos actuar según nuestra conciencia" sólo es válida si nuestra conciencia está sometida a la verdad, a la Ley divina, de la que la Iglesia católica romana es fiel depositaria e intérprete, según el mandato que Cristo le confió. Alguien puede ser sincero y, sin embargo, estar equivocado. La Iglesia está, pues, para ayudar a los fieles a formar su conciencia. Por eso la Iglesia enseña que, si bien es cierto que todo hombre tiene libre albedrío, existe también "aún antes la obligación moral, arduo es para cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida."
Algunas personas pueden utilizar falsos razonamientos para justificar sus pecados, pero la Palabra de Dios es muy clara: "El apóstol Pablo declara: excluidos del reino de los cielos a los « impuros, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces » (cf. 1 Co 6, 9-10)"
"Los preceptos negativos de la ley natural (no matarás, etc.) son universalmente válidos: obligan a todos y cada uno, siempre y en toda circunstancia…. Está prohibido a cada uno y siempre infringir preceptos que vinculan a todos y cueste lo que cueste, y dañar en otros y, ante todo, en sí mismos, la dignidad personal y común a todos."
El Papa nos recuerda la existencia del pecado mortal que, como su nombre indica, causa la muerte del alma, y la presencia de uno solo de estos pecados nos hace merecedores del infierno:
"Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley y, por tanto, se hace culpable frente a toda la ley (cf. St 2, 8-11); a pesar de conservar la fe, pierde la « gracia santificante », la « caridad » y la « bienaventuranza eterna »… El Sínodo de los obispos de 1983, del cual ha emanado dicha exhortación, « no sólo ha vuelto a afirmar cuanto fue proclamado por el concilio de Trento sobre la existencia y la naturaleza de los pecados mortales y veniales, sino que ha querido recordar que es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento »
Amar a Dios hasta el martirio
"El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo. Es un honor para los cristianos obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 4, 19; 5, 29) e incluso aceptar el martirio a causa de ello, como han hecho los santos y las santas del Antiguo y del Nuevo Testamento, reconocidos como tales por haber dado su vida antes que realizar este o aquel gesto particular contrario a la fe o la virtud."
"La Iglesia propone el ejemplo de numerosos santos y santas, que han testimoniado y defendido la verdad moral hasta el martirio o han preferido la muerte antes que cometer un solo pecado mortal. Elevándolos al honor de los altares, la Iglesia ha canonizado su testimonio y ha declarado verdadero su juicio, según el cual el amor implica obligatoriamente el respeto de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y el rechazo de traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la propia vida…
"Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el más humilde de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales… las autoridades civiles y los individuos jamás están autorizados a transgredir los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana.
Aunque sepamos lo que es bueno, no siempre lo hacemos porque, desde la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, el pecado original está en nosotros, y somos tentados a hacer el mal. Por eso Dios nos ofrece la ayuda de su gracia para vencer las tentaciones, y si caemos en pecado, Dios nos da la gracia de resucitar mediante el sacramento de la penitencia.
No es una democracia
Qu Aunque una mayoría de católicos estuviera a favor del aborto o del control artificial de la natalidad (la "píldora", etc.), eso no cambia el hecho de que el aborto y el control artificial de la natalidad son malos en todo momento. En efecto, como hemos dicho antes, no es el hombre quien decide lo que es bueno o malo, sino sólo Dios.
Del mismo modo, aunque una mayoría de fieles presionara al Papa para que declarara que el aborto y la píldora ya no son pecados, sería completamente inútil, porque no es el Papa el autor de los Diez Mandamientos, sino Dios; ni el Papa ni ningún hombre tiene poder para cambiarlos. El deber del Papa y de la Iglesia es decir la verdad a los fieles, incluso en los puntos más difíciles, les guste o no a algunos. Así lo explica el Papa en su encíclica:
"El hecho de que algunos creyentes actúen sin observar las enseñanzas del Magisterio o, erróneamente, consideren su conducta como moralmente justa cuando es contraria a la ley de Dios declarada por sus pastores, no puede constituir un argumento válido para rechazar la verdad de las normas morales enseñadas por la Iglesia… El desacuerdo, mediante contestaciones calculadas y de polémicas a través de los medios de comunicación social, es contrario a la comunión eclesial y a la recta comprensión de la constitución jerárquica del pueblo de Dios.
En el Ángelus del 3 de octubre de 1993 en la Plaza de San Pedro de Roma, Juan Pablo II habló a los fieles sobre su nueva encíclica:
"La Iglesia, cuando habla, lo hace porque se siente deudora tanto hacia el hombre, a menudo desorientado entre muchas voces discordantes, como hacia la verdad, de la que es destinataria, antes que anunciadora. Por estar al servicio de la palabra de Dios, de ningún modo le sería lícito callarla o manipularla para seguir modas pasajeras. Una Iglesia que cediera a esa lógica no sería ya la esposa fiel de Cristo."