"Llegará el tiempo en que los hombres ya no tolerarán la sana doctrina"
La oveja negra de una familia o grupo es el que no actúa correctamente, el que no actúa como los demás. Hace cincuenta años, los que daban mal ejemplo y vivían una vida de pecado en público eran considerados ovejas negras, y eran despreciados por el resto de la sociedad. Pero en los últimos cincuenta años, las cosas han cambiado por completo. Hoy, la sociedad ha dado un vuelco total, y nos encontramos en la situación contraria: son los que quieren seguir siendo buenos católicos los que son menospreciados y llamados "ovejas negras".
Hoy decimos que lo bueno es lo que hace la mayoría. Por ejemplo, si la mayoría de la gente no va a misa los domingos, diremos que los que lo hacen no son normales, que son gente "rara", fanáticos, etc. El aborto siempre se ha considerado un asesinato, pero hoy no metemos en la cárcel a los que matan niños en el vientre de su madre, ¡sino a los que denuncian esos asesinatos!
La sociedad actual ha perdido completamente el sentido de los valores: llamamos "bueno" a lo que es malo a los ojos de Dios, y hacemos legal según la ley humana lo que es condenado por la ley de Dios. Sin embargo, los Mandamientos de Dios son muy claros, y nunca cambiarán. San Pablo escribe en su primera carta a los Corintios: "¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios." (1 Corintios 6, 9-10.) Y esta lista de ejemplos podría continuar hasta el infinito.
¿Cuál es el problema? Es la batalla entre Dios y Satanás, entre el bien y el mal que se libra en la tierra desde el principio del mundo. Como la gente ya no busca los medios para permanecer en gracia de Dios, cae en las trampas del diablo y escucha sus muchas mentiras. San Pablo escribe también: "Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se unirán a un montón de maestros por el deseo de oír novedades." (2 Timoteo, 4, 3.)
La gente llama "virtudes" a lo que en realidad son vicios. La gente ya no quiere creer en las verdades de la religión católica, en la presencia de Dios en la Sagrada Eucaristía, sino que se fabrica falsos ídolos y está dispuesta a creer todas las mentiras de Satanás, como la astrología, la reencarnación, los extraterrestres, etc. Cuando vemos estas mentiras tan extendidas, no podemos evitar establecer un paralelismo con las terribles palabras de Nuestro Señor: "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?" (Lucas 18, 8).
Como escribió el Papa Juan Pablo II en 1995 en su carta encíclica "El Evangelio de la Vida": "Lamentablemente, una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la Carta a los Romanos. Está formada « de hombres que aprisionan la verdad en la injusticia » (1, 18): habiendo renegado de Dios y creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de Él, « se ofuscaron en sus razonamientos » de modo que « su insensato corazón se entenebreció » (1, 21); « jactándose de sabios se volvieron estúpidos » (1, 22)."
Esta gente no quiere los Mandamientos de Dios, quieren ser "libres" para cometer todos los pecados que quieran. ¡Qué locos se han vuelto! La gente dice ser libre de Dios y de Sus Mandamientos, pero se convierten en esclavos del pecado. Para ellos, la mera presencia de cristianos es una reprensión. Los cristianos católicos practicantes son una amenaza para el modo de vida actual, y son perseguidos porque no siguen la corriente del mundo. Pero Jesús dijo: "El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros." (Juan 15, 20).
Existe una oposición irreconciliable entre el espíritu del mundo y el espíritu de Dios; hay que elegir uno u otro; no se puede servir a ambos al mismo tiempo. San Agustín dice que el mundo está dividido en dos campos: la Ciudad de Dios, donde se practica "el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo", y la ciudad de Satanás, donde se practica "el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios".
Dar testimonio de la verdad
Concretamente, ¿qué debemos hacer? Dar testimonio de la verdad, defender la verdad, dedicarnos a la justicia y a los derechos de Dios. Antes de ser condenado a muerte, Jesús respondió a Pilato: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad." (Juan 18,37). Debemos defender la verdad, les guste o no a algunos.
¿Tienes miedo de que te persigan o se rían de ti? Entonces mira el problema de esta manera: hagas lo que hagas o digas lo que digas, nunca podrás agradar a todo el mundo. Así que, ya que no puedes agradar a todo el mundo, asegúrate de agradar al menos a Dios, que es lo único que cuenta. Dios no nos pide que tengamos éxito en todo lo que hacemos, pero sí nos pide que lo intentemos, que demos testimonio. Él hará lo imposible, lo milagroso, siempre que pongamos nuestro granito de arena, que cooperemos en su obra de salvación.
Por ejemplo, para los que conocemos la revista San Miguel, es nuestro deber dar testimonio de esta revista, darla a conocer a los demás, encontrar nuevos suscriptores.
En cada situación, no te preguntes qué pensarán los demás, pregúntate solamente qué pensará Dios. Jamás debemos avergonzarnos de Dios ni de nuestra fe. "Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles." (Marcos 8,38). Jesús nos dice: "¡No tengáis miedo, yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo!".
El propósito de la vida en la tierra es conocer, amar y servir a Dios, para vivir felices con Él en el Cielo por toda la eternidad. Si no alcanzamos este objetivo, lo habremos perdido todo. Vivir en la tierra e ignorar este objetivo es una locura. Somos peregrinos en esta tierra, sólo de paso. Nuestro verdadero hogar eterno es el Cielo. Pero cuidado, no vamos allí automáticamente: como está escrito al final del Evangelio de San Mateo sobre el Juicio Final, sólo iremos allí si hemos puesto en práctica el amor a Dios y el amor al prójimo. De lo contrario, será el infierno eterno, privados de Dios por toda la eternidad.
Sin la ayuda de Dios, no podemos permanecer en estado de gracia; necesitamos absolutamente su ayuda, sus sacramentos. El Papa sugiere cinco medios para que los jóvenes permanezcan en estado de gracia: la comunión y la confesión frecuentes, la oración, la meditación de la Sagrada Escritura y la adoración eucarística. El mayor deseo de Dios es vivir unido a nosotros en nuestros corazones. Por eso inventó el sacramento de la Eucaristía, que es el modo más íntimo de unirse a nosotros: dándose en alimento. ¡Qué gran misterio de amor!
Pero para poder recibir el Cuerpo de Cristo, no se debe tener ningún pecado grave (mortal) en la conciencia. La primera condición para la salvación es reconocer que somos pecadores, que necesitamos el perdón de Dios, en el confesionario. Quien dice que no hay pecado no puede salvarse, porque está diciendo que no necesita el perdón de Dios. Para ser perdonados, los pecados graves deben ser confesados individualmente al sacerdote en el confesionario.