¿Qué entendemos por economía?
Conviene profundizar en los escritos de Louis Even y de su Obra, porque en efecto, sin esa fe sólida en Dios y sin su inmenso amor al prójimo, Louis Even jamás habría emprendido esta obra de educación al pueblo de Dios.
La economía, ubicada en su justa dimensión debe estar subordinada, como actividad humana y como disciplina científica a la moral
Cuando se habla de economía, uno tiende a pensar en frugalidad, en ahorro. ¿No se nos ha dicho con frecuencia, "Ahorra tu dinero, ahorra tu fuerza"? Somos claramente aconsejados al respecto: "Ahorra, no seas dispendioso".
Sin embargo, nos enfrentamos igualmente con la siguiente reflexión: "He aquí una economía que no es realmente económica". Por ello, sin ser entrenados en las sutilezas del diccionario, la gente le da un mayor sentido a la palabra economía.
Por ejemplo, ¿qué no saben ya las pequeñas en cuarto grado de educación primaria respecto a la economía doméstica? Ir de la economía doméstica a la economía política no es más que una cuestión de extensión.
La palabra economía proviene de dos raíces griegas: Oika, casa y nomos, regla. La economía trata, por tanto, sobre el buen manejo de una casa, del orden en el uso de los bienes de la casa.
Podemos definir la economía doméstica como el adecuado manejo de los asuntos caseros y la economía política como el buen manejo de los asuntos de nuestra gran casa que es la nación.
Pero, ¿por qué buen manejo? ¿Cuándo podemos hablar de buen manejo en lo que concierne a nuestra casa o a nuestra nación? Hablamos de buen manejo sólo cuando alcanza su objetivo.
Algo es bueno cuando logra los resultados para lo que fue instituido.
Los fines de la economía
El hombre se enrola en diferentes actividades y persigue diferentes fines en diferentes órdenes y diferentes dominios.
Existen, por ejemplo, actividades morales del hombre que tienen que ver con su progreso hacia su fin último.
Las actividades culturales influyen en el desarrollo e incremento de su intelecto así como en la formación de su carácter.
Participando en el beneficio de la sociedad, el hombre se enrola en actividades sociales.
Las actividades económicas tienen que ver con la riqueza temporal. En sus actividades económicas, el hombre busca la satisfacción de sus necesidades temporales.
La meta o el fin de las actividades económicas, es, por tanto, el uso de los bienes terrenos para satisfacer las necesidades temporales del hombre. Y la economía alcanza su fin cuando los bienes terrenos sirven a las necesidades humanas.
Las necesidades temporales del hombre son aquellas que le acompañan desde la cuna hasta la tumba. Algunas son esenciales, otras no son tanto.
El hambre, la sed, el mal tiempo, el cansancio, la enfermedad, la ignorancia, le crean al hombre la necesidad de alimentarse, de beber, de vestirse, de buscar refugio, de calentarse, de refrescarse, de descansar, de cuidar de su salud y de educarse a sí mismo. Todas estas son necesidades humanas.
La comida, la bebida, la ropa, el refugio, la madera, el carbón, el agua, la cama, los remedios, los libros de texto de los profesores en las escuelas, todos estos son factores que deben estar presentes para llenar dichas necesidades.
El unir los bienes con las necesidades, esta es la meta, el fin de la vida económica.
Si esto se logra, la vida económica alcanza su objetivo. Si esto no se logra, o se alcanza solamente de manera incompleta o errónea, la vida económica fracasa en su objetivo o sólo lo alcanza imperfectamente.
La meta es empatar los bienes con las necesidades y no únicamente el tenerlos cerca.
En términos directos, uno puede decir, por tanto, que la economía es un bien, que alcanza su objetivo cuando es suficientemente bien regulado cuando la comida entra al estómago hambriento, cuando las ropas cubre los cuerpos, los zapatos los pies desnudos, cuando el fuego calienta las casas en invierno, cuando los enfermos reciben la visita del doctor, cuando tanto maestros como alumnos se encuentran.
Moral y economía
No le pidamos a la economía alcanzar un bien moral, ni a la moral alcanzar un bien económico. Esto sería tan descabellado como intentar ir de Montreal a Vancouver en el trasatlántico o de Nueva York a Francia en ferrocarril.
Un hombre que esté muriendo de hambre no calmará su hambre recitando el Rosario sino tomando alimento. Esto conlleva un orden. Es el Creador mismo quien lo dispuso de esta forma y vuelve a ello únicamente siguiendo el orden correcto, a través de un milagro. Sólo Él tiene derecho a romper ese orden. Para saciar el hambre del hombre, es la economía quien debe de intervenir y no la moral.
Y del mismo modo, un hombre con una conciencia sucia no podrá purificarla mediante una buena comida ni ingiriendo copiosas libaciones. Lo que necesita es ir al confesionario.
Es aquí cuando le toca intervenir a la religión ya que se trata de una actividad moral no de una económica.
No cabe duda que la moral debe acompañar todas las actividades del hombre, aun las de dominio económico. Pero la moral no reemplaza la economía. La guía en la elección de objetivos y supervisa la legitimidad de los medios, pero no lleva a cabo lo que le corresponde a la economía.
Por tanto, cuando la economía no alcanza su objetivo, cuando las mercancías permanecen en las tiendas o no son producidas y las necesidades continúan presentándose en los hogares, hay que buscar cuál es la causa en el orden económico.
Culpemos, desde luego, a los que desorganizan el orden económico, o a los que, teniendo la misión de gobernarlo, lo dejan en la anarquía. Al no llevar a cabo sus responsabilidades, son, ciertamente, moralmente responsables y caen bajo la sanción de la ética.
En efecto, si ambas cosas son realmente distintas, sucede, sin embargo, que ambas le conciernen al mismo hombre y si una es inmolada, la otra sufre por ello. El hombre tiene el deber moral de asegurarse que el orden económico, el orden social temporal, alcance su fin último.
También, a pesar de que la economía es responsable sólo de la satisfacción de las necesidades temporales del hombre, la importancia de las correctas prácticas económicas han sido una y otra vez resaltadas por aquellos encargados de cuidar las almas ya que normalmente sólo se requiere un mínimo de bienes temporales para motivar la práctica de la virtud.
El Papa Benedicto XV escribió, "Es en el campo económico que la salvación de las almas está en riesgo."
Y Pío XI: "Puede ser dicho con toda verdad que actualmente las condiciones de la vida social y económica son tales, que grandes multitudes de hombres pueden únicamente con gran dificultad prestar atención a lo único que es verdaderamente necesario, luchar por su salvación." (Carta Encíclica Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931).
El orden existe en todo: orden en la jerarquía de los fines, orden en la subordinación de los medios.
Es el mismo Papa quien dice en la misma encíclica:
"Éste es el orden perfecto que predica la Iglesia con gran intensidad y que la justa razón demanda: lo que coloca a Dios como el primero y fin supremo de toda actividad creada y ve todos los bienes creados como meros instrumentos bajo la supremacía de Dios, para ser utilizados únicamente en la medida en que ayuden a la obtención del sumo bien."
E inmediatamente después el Santo Padre añade: "no hay que imaginarse que las ocupaciones remuneradas son empequeñecidas o disminuidas en consonancia con la dignidad humana. Al contrario, se nos enseña a reconocer y reverenciar en ellas la voluntad manifiesta de Dios Creador, quien colocó al hombre sobre la Tierra para trabajarla y utilizar sus varios medios y así suplir sus necesidades."
El hombre es puesto en la Tierra por Su Creador y es de la Tierra de donde tiene que obtener lo necesario para satisfacer sus necesidades naturales. Él no tiene el derecho de acortar su vida al no contar con los bienes que Su Creador ha puesto en la Tierra para él.
El lograr que la Tierra, los bienes terrenales, sirvan todas las necesidades temporales de la humanidad, es el fin último de las actividades económicas del hombre: la adaptación de los bienes a sus necesidades.