La revista San Miguel es una obra de educación de gran importancia en nuestros días, tanto espiritual como económica. Por ejemplo, la confusión está tan extendida en la sociedad actual que ya no distinguimos entre el bien y el mal, e incluso llegamos a llamar bueno a lo que es malo (ver página 4). San Pablo habla incluso de un tiempo venidero "en el que los hombres ya no soportarán la sana doctrina" (2 Tim 4,3). Hablando del fin de los tiempos, Sor Lucía de Fátima afirma que los dos últimos remedios para los tiempos actuales son el Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María (ver página 32).
A menudo se dice que debemos actuar según nuestra conciencia. Esto es cierto, pero sólo a condición de que nuestra conciencia esté bien formada, es decir, sujeta a la verdad (ver página 6). ¿Y quién puede decirnos lo que es justo? Dios, que es la verdad misma, y cuyo Verbo - su Hijo - se hizo carne y vino a la tierra para salvarnos y enseñarnos la voluntad de su Padre.
¿Y quién puede transmitirnos esta voluntad de Dios, este mensaje de Cristo? Su Iglesia, sus apóstoles, sus ministros. Como escribió San Pablo: "¿Cómo creer sin oír? Para que la fe se transmita, primero hay que enseñarla. Es una gran ventaja para una nación tener todavía escuelas católicas (ver página 22), mientras que las escuelas públicas han alejado a Dios, formando generaciones de pequeños incrédulos.
Siguiendo con el tema de saber lo que está bien y lo que está mal, el Vaticano acaba de publicar un importante documento, Dignitas Infinita, que recuerda todo lo que atenta contra la dignidad humana y es inaceptable a los ojos de Dios (véase la página 8), aunque a veces se trate de cosas legalizadas por los parlamentos pero que claman venganza al Cielo, como el horrible crimen del aborto (véase la página 13).
En sus recientes catequesis de los miércoles sobre las virtudes, el Papa Francisco nos recuerda las virtudes de la justicia y la fortaleza (véase la página 14). Si, según Santo Tomás de Aquino, la justicia consiste en dar a cada uno lo que le es debido, según la Democracia Económica enseñada por C.H. Douglas y Louis Even, la justicia consiste en decir que lo que se le debe a cada uno es un dividendo social, basado en la herencia de las riquezas naturales y en las invenciones de las generaciones pasadas (véase la página 16).
La Democracia Económica, o Crédito Social, es una gran luz, que pondría fin a los problemas económicos actuales y garantizaría la seguridad económica de cada individuo. Un Créditista social (seguidor del Crédito Social) australiano ha llegado a decir (y explicar) que "el futuro de la civilización cristiana depende de aquellos que entiendan la idea de Douglas" (ver página 20).
Para lograr este cambio en el sistema financiero, tenemos que educar a la gente sobre el dinero. Todo el mundo tiene que entender que todo el dinero que existe procede de préstamos de los bancos comerciales, y que necesariamente debe volver al banco con intereses. En otras palabras, si nadie pidiera prestado a los bancos, no habría dinero en circulación. Esto da a la gente la opción inaceptable de endeudarse o morirse de hambre (véase la página 27).
Tanto el gobierno de Quebec como el de Ottawa acaban de anunciar déficits récord. Louis Even explica que lo absurdo de todo esto es registrar como deuda lo que ha hecho el propio pueblo (ver página 28).
Para que la Democracia Económica sea una realidad, necesitamos una auténtica democracia política, es decir, que los ciudadanos puedan obtener resultados de sus representantes electos, para que éstos dejen de ceder a las presiones de los financieros y se pongan al servicio de los intereses del pueblo. Esto se logrará educando a la gente, para formar una opinión pública lo suficientemente poderosa como para que la gente escuche a sus representantes electos (véase la página 30). Disfruten de la lectura.