"Las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, de pobreza en medio de abundancia, la amplitud del fenómeno pone en tela de juicio las estructuras y los mecanismos financieros y monetarios" – Juan Pablo II, enciclica Redemptor hominis, 1979
En una de sus últimas encíclicas, Juan Pablo II expresó: "En el ámbito de la investigación científica se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que, no solo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral. Consecuencia de esto es que algunos científicos, carentes de toda referencia ética, tienen el peligro de no poner en el centro de su interés la persona y la universalidad de su vida. Más aún, algunos de ellos, ceden, no solo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo".
El hombre es una persona, no un mero animal, es un ser social, es decir, ha sido creado para vivir en sociedad. Mientras más perfecta es la persona, lo es también la vida en sociedad. La asociación responde a una necesidad de la naturaleza humana.
La sociedad de ángeles es más perfecta que la sociedad humana. Tomemos en cuenta a las Tres Divinas Personas que viven en una sociedad infinitamente íntima, sin confundirse en una sola; Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Más aún, la Sociedad Divina se le propone al hombre como modelo: "Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste." (Jn 17,21)
El hombre es un ser social
La vida en sociedad responde a la naturaleza del hombre por dos razones:
Porque el ser humano es un universo, a imagen de Dios y recibe del modelo, de quien es imagen, la tendencia a dar de sí mismo, a comunicar la riqueza que él posee.
El ser humano también es un universo de indigencia, tanto en el mundo temporal como en el espiritual. El ser humano necesita de otros seres humanos para salir de su indigencia. Necesita físicamente a otros para su concepción, nacimiento, crecimiento. Necesita a otros también intelectualmente: sin una educación adquirida, ¿qué nivel intelectual podría lograr un ser ignorante?
No hablaremos aquí de su indigencia espiritual, tampoco de la necesidad que tiene de la sociedad conocida como Iglesia.
En este artículo, nos restringiremos a nosotros mismos al orden temporal, sin perder de vista, la subordinación del orden temporal al espiritual, porque ambos conciernen al mismo hombre, y porque el fin último del hombre precede sobre todos los fines intermedios.
El bien común
Toda asociación existe para un fin. El objetivo de una asociación es un cierto bien común que varía dependiendo del tipo de asociación, pero que es siempre el bien de todos y cada uno de sus miembros.
Y es precisamente dado, que es el bien de todos y cada uno que es un bien común. No es el bien particular de uno de sus miembros, ni de un componente lo que busca la asociación, sino el bien de todos y cada uno de sus integrantes.
Veamos un ejemplo: tres personas se asocian para una empresa. Pedro contribuye con su fuerza física; Juan con su iniciativa y experiencia y Mateo pone el capital. El bien común es el éxito de la empresa. Pero este éxito no es buscado exclusivamente por el bien de Pedro, ni por el de Juan o el de Mateo. Si alguno de ellos es excluido de los beneficios de la empresa, no se asociará.
Los tres forman una asociación para lograr, para todos y cada uno, el resultado que los tres persiguen, pero que no puede ser conseguido tan solo por uno de los tres. Pedro teniendo sólo sus brazos, no recibirá mucho dinero, Juan por su lado, contando sólo con su inteligencia y experiencia, tampoco recibirá lo suficiente. Y Mateo, si no cuenta con las cualidades de sus compañeros y sólo tiene dinero, no hará nada interesante que le reditúe ganancias. Pero, cuando los tres combinan sus recursos, la empresa tiene éxito y todos se benefician de ella. Aunque no obtengan el mismo grado de beneficio, obtienen más que si lo hicieran por sí mismos.
Cualquier asociación que frustra a sus asociados o a una parte de estos, debilita su unión. Los asociados tienden a desasociarse, cuando las huellas del descontento se hacen cada vez más profundas. Y es precisamente debido al gran número de asociados que son restringidos de la parte que les corresponde del bien común.
Además, dado que las asociaciones humanas están hechas por hombres, por seres humanos inteligentes y libres, el bien común de dichas asociaciones debe estar de acuerdo con el desarrollo de dicha inteligencia y libertad. De otro modo, deja de ser un bien común; deja de ser el bien común, a través de la asociación, de todos y cada uno de los seres humanos libres e inteligentes que la componen.
La conflictiva realidad social y económica que se ha venido gestando a partir de las últimas décadas exige la necesidad de plantear por qué y para qué del bien común.
Fines y medios
Debemos distinguir entre los fines y los medios, y especialmente subordinar los medios al fin y no al revés. Esto es de extrema importancia.
El fin es el objetivo, la meta deseada; el medio es el proceso, los métodos, los actos utilizados para conseguir el fin.
Utilicemos un ejemplo: Yo quiero construir una mesa. Mi fin es la construcción de dicha mesa. Consigo lo necesario para ello, mido, observo, planifico y clavo la madera. Muchos movimientos, muchas acciones que son los medios utilizados para fabricar la mesa.
Pero el fin al que no pierdo de vista, que es la fabricación de la mesa, es lo que determina mis movimientos, el uso de las herramientas, etc. El fin controla los medios. El fin existe primero en mi mente aún si los medios tienen que ser ejecutados antes de alcanzar el objetivo. El fin existe antes de los medios, pero es alcanzado después de haber utilizado los medios. Esto parece elemental, pero sucede con frecuencia, tratándose de asuntos públicos cotidianos, que uno confunde los medios con el fin y llega el asombro cuando al final todo está hecho un verdadero caos.
Otro ejemplo al respecto es el empleo. Muchos legisladores consideran al empleo como un fin de la producción y es por ello por lo que destruyen o paralizan todo lo que pueda ahorrar tiempo para el mismo. Si ellos consideraran al trabajo como un medio de producción, estarían satisfechos con la cantidad de trabajo necesario para lograr la meta deseada.
¿Acaso no le corresponde al gobierno el facilitarle a la nación, incluidos todos los estados, la obtención del bien común? Con ello lograría servir, de acuerdo con dicho bien, a la gente que compone las diversas "asociaciones" de los diferentes municipios. ¿Acaso no creemos, por lo menos en la práctica, que el gobierno existe para velar por los intereses del pueblo al que gobierna?
Uno puede decir lo mismo sobre los sistemas. Los sistemas se inventaron y se establecieron para servirle al hombre y no el hombre para servir a los sistemas. Entonces si un sistema daña a la mayoría de la gente, ¿debemos dejar que la multitud sufra a causa de dicho sistema? ¿No sería mejor cambiar el sistema para que sirva a la multitud?
Otra materia que será sujeto de un mayor estudio en el transcurso de nuestras ediciones será el dinero: dado que el dinero fue establecido para facilitar la producción y la distribución, ¿debemos limitar la producción y la distribución al dinero? o ¿debemos relacionar el dinero con la producción y la distribución?
Por tanto, uno se da cuenta que el tomar los fines como medios y viceversa o de subordinar los fines a los medios es una locura tan extendida hoy en día, un error demasiado difundido que además causa un gran desorden.
Jerarquía de los fines
El fin es por tanto el objetivo, la meta buscada. Pero hay fines próximos, intermedios, lejanos y últimos. Por ejemplo: Yo me encuentro en Cusco, Perú. La compañía automotriz en la que trabajo me envía a China para negociar la obtención de relaciones comerciales. Empiezo por tomar el autobús del Cusco a Lima. Ahí tomo un avión que me llevará a Hong Kong, donde deberé recurrir al transporte público para el resto del viaje.
El abordar el autobús en Cusco es para llegar únicamente a Lima, pero Lima no es la meta de mi viaje, aunque sí es el fin de mi viaje por autobús. Llegar a Lima es, por tanto, un fin intermedio, es sólo un medio arreglado para el fin último de mi viaje, pero si es tan sólo un medio para el fin último no es, en ningún caso, un fin tan lejano como el viaje en autobús. Pero si este fin intermedio no es llevado a cabo, mi fin último – lograr la negociación para la apertura de relaciones comerciales en China – no podrá lograrse.
Los fines intermedios tienen un campo determinado. No puedo pedirle al chofer del autobús que me lleve hasta Hong Kong. Tampoco puedo pedirle al capitán del avión que me lleve de Cusco a Lima. Además, debo centrar todos los fines intermedios en el fin último, y esto me llevará sin lugar a duda al fin último: cerrar las relaciones comerciales con China.
Esta situación es sólo un ejemplo de algo elemental, la distinción entre los medios y el fin. Uno por lo regular no es consciente de ello, pero es el olvido de estas cosas tan elementales lo que nos lleva al caos en materia económica. Esta situación dramática de la economía en el mundo entero encuentra mayor interés cuando el escenario político y económico en nuestros países se oscurecen aún más. Hoy se superponen la ola destructiva del posmodernismo, del capitalismo salvaje y del gansterismo político de la gente, quienes, con métodos sin escrúpulos, ávidamente pelean por el poder y el dinero, pero solamente para ellos y no para las naciones.
Los estados cada vez se precipitan más, y el poder del dinero internacional surge. En consecuencia, el poder es continuamente cedido al Mercado. Se podría decir que nuestra situación actual es como un "desarrollo gigantesco de la parábola de la Biblia, del rico que se saciaba en sus banquetes y Lázaro el hombre pobre que comía las migajas.
Es tan conocido este fenómeno que nos lleva a cuestionar los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales que, apoyándose en varias políticas, soportan la economía mundial. Es evidente que el actual sistema económica mundial es incapaz de remediar las situaciones sociales injustas heredadas del pasado, o incluso, tratar con urgencia los retos y demandas éticas del presente.
Se debe promover el desarrollo de un mundo mejor para nuestra vida pública por medio de la introducción de principios más cristianos, especialmente en el campo económico. El dinero no lo es todo, pero, no obstante, es el problema más urgente que se debe resolver, ya que los otros problemas son consecuencia de éste.
Las instituciones que tienen el poder de crear dinero, guardianes y administradores del capital financiero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su voluntad. Quieren llevarnos al punto en donde la mitad del año vivamos solicitando créditos y aumentando nuestras deudas y la otra mitad trabajemos para pagar intereses e impuestos.
El poder de aquellos que están vendiendo sus almas por avaricia y poder se sitúa en la ignorancia de la gente. Por eso es necesario que la gente sepa diferenciar entre los medios y los fines y así colabore con el encuentro entre la ética y las finanzas.
Louis Even