Moral y economía
No le pidamos a la economía alcanzar un bien moral, ni a la moral alcanzar un bien económico. Esto sería tan descabellado como intentar ir de Montreal a Vancouver en el trasatlántico o de Nueva York a Francia en ferrocarril.
Un hombre que esté muriendo de hambre no calmará su hambre recitando el Rosario sino tomando alimento. Esto conlleva un orden. Es el Creador mismo quien lo dispuso de esta forma y vuelve a ello únicamente siguiendo el orden correcto, a través de un milagro. Sólo Él tiene derecho a romper este orden. Para saciar el hambre del hombre, es la economía quien debe de intervenir y no la moral. Entendido esto, debe quedar claro que, entre los deberes de los gobernantes, tiene como primera responsabilidad, velar por el bien del pueblo, es decir, el de defender por igual a todas las clases sociales, observando inviolablemente la justicia llamada distributiva.
Y del mismo modo, un hombre con una conciencia sucia no podrá purificarla mediante una buena comida ni ingiriendo abundantes bebidas. Lo que necesita es ir al confesionario. Es aquí cuando le toca intervenir a la religión ya que se trata de una actividad moral no de una económica.
No cabe duda de que la moral debe acompañar todas las actividades del hombre, aun las de dominio económico. Pero la moral no reemplaza la economía. La guía en la elección de objetivos y supervisa la legitimidad de los medios, pero no lleva a cabo lo que le corresponde a la economía.
Por tanto, cuando la economía no alcanza su objetivo, cuando las mercancías permanecen en las tiendas o no son producidas y las necesidades continúan presentándose en los hogares, hay que buscar cuál es la causa en el orden económico.
Culpamos, desde luego, a los que desorganizan el orden económico, o a los que, teniendo la misión de gobernarlo, lo dejan en la anarquía. Al no llevar a cabo sus responsabilidades, son, ciertamente, moralmente responsables y caen bajo la sanción de la ética.
El hombre tiene el deber moral de asegurarse que el orden económico, el orden social temporal, alcance su fin último.
También, a pesar de que la economía es responsable sólo de la satisfacción de las necesidades temporales del hombre, la importancia de las correctas prácticas económicas han sido una y otra vez resaltadas por aquellos encargados de cuidar las almas ya que normalmente sólo se requiere un mínimo de bienes temporales para motivar la práctica de la virtud.
El Papa Benedicto XV escribió, "Es en el campo económico que la salvación de las almas está en riesgo."
Y Pío XI: "Puede ser dicho con toda verdad que actualmente las condiciones de la vida social y económica son tales, que grandes multitudes de hombres pueden únicamente con gran dificultad prestar atención a lo único que es verdaderamente necesario, luchar por su salvación." (Carta Encíclica Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931).
El orden existe en todo – orden en la jerarquía de los fines, orden en la subordinación de los medios. Es el mismo Papa quien dice en la misma encíclica: "Este es el orden perfecto que predica la Iglesia con gran intensidad y que la justa razón demanda: lo que coloca a Dios como el primero y fin supremo de toda actividad creada y ve todos los bienes creados como meros instrumentos bajo la supremacía de Dios, para ser utilizados únicamente en la medida en que ayuden a la obtención del sumo bien."
E inmediatamente después el Santo Padre añade: "no hay que imaginarse que las ocupaciones remuneradas son empequeñecidas o disminuidas en consonancia con la dignidad humana. Al contrario, se nos enseña a reconocer y reverenciar en ellas la voluntad manifiesta de Dios Creador, quien colocó al hombre sobre la Tierra para trabajarla y utilizar sus medios y así cubrir sus necesidades."
El hombre fue puesto en la Tierra por Su Creador y es de la Tierra de donde tiene que obtener lo necesario para satisfacer sus necesidades naturales. Él no tiene el derecho de acortar su vida al no contar con los bienes que Su Creador ha puesto en la Tierra para él.
El lograr que la Tierra, los bienes terrenales, sirvan todas las necesidades temporales de la humanidad, es el fin último de las actividades económicas del hombre: la adaptación de los bienes a sus necesidades.
El verdadero objetivo de la economía es, hacer que se produzcan los bienes que la gente necesita, y que estos lleguen efectivamente a todos los que los requieran. El dinero, al que muchos identifican como la esencia, el motor y el objetivo de la economía, es en realidad sólo un medio. El valor del dinero se sustenta en la producción, a la cual el billete o la moneda solo simbolizan esa producción.
El sistema financiero actual no está funcionando adecuadamente. La actual crisis económica global lo demuestra. Sin embargo, con el fin de conservar y acrecentar su poder, aquellos que lo controlan (los banqueros de la alta finanza), pretenden hacernos creer, entre otras cosas, que la causa de los problemas económicos que agobian al mundo se debe a que la población crece y los bienes producidos no alcanzan para tantos.
Pero la realidad es que en la mayoría de los países del mundo se está dando una sobreproducción que se queda en bodegas o es destruida, como sucede en algunos países de la Unión Europea, en los que se eliminan toneladas de alimento "excedente" destinando sólo una pequeña parte a naciones hambrientas ¿Por qué? Porque se cede al interés de un reducido grupo de financieros que controlan el dinero.
En los países de renta baja, uno de cada diez niños muere antes de cumplir cinco años. En los países de renta alta, la cifra es de uno de cada 143.
El precio de los productos de primera necesidad subirá un 50%. Los países más pobres pagarán de media un 56% más por la importación de cereales.
(Fuentes: FAO, UNESCO Y ONU)
"Es deber ineludible de todo cristiano combatir y cambiar ese sistema económico que masifica la producción de personas pobres, hambrientas y sin hogar.
"La verdad que no se proclama no sirve a su propósito".
El verdadero objetivo de la economía es, hacer que se produzcan los bienes que la gente necesita, y que estos lleguen efectivamente a todos los que los requieran.