Nadie, —excepto quizás los explotadores y privilegiados del sistema existente—, estaría de acuerdo en que el actual estado de cosas en el mundo es satisfactoria.
Prácticamente toda la población de casi todos los países se rebela; existe una revuelta de una forma u otra. Los empleados se rebelan contra las condiciones en las que trabajan. Los empleadores están en revuelta contra la restricción financiera, en contra de la interferencia del gobierno, en contra de las dificultades por las que están obligados a realizar sus negocios. Los contribuyentes patalean enérgicamente contra la siempre creciente carga de impuestos que es impuesta sobre ellos.
Dado que la revuelta es tan extendida en la actualidad y en continuo crecimiento, podemos suponer con certeza que cambios muy fundamentales son inevitables. ¿Acaso va a ser una revolución, un estado de caos invitando a una dictadura? ¿O vamos a ver cambios provocados que conducirán a condiciones satisfactorias para todos?
Un objetivo social común
Cada una de las asociaciones de personas tiene como fin la obtención de un objetivo común, de una manera más fácil y eficiente, contraria a luchar de forma solitaria e individual. Tales son, por ejemplo, sindicatos, asociaciones agrícolas, asociaciones de empleadores, empresas, cooperativas, clubes deportivos, etc. Cada uno de estos tipos especiales de asociaciones siguen la finalidad particular para la que fueron formadas. Sin este fin o propósito la organización pronto se disolvería.
La gran asociación de hombres que llamamos sociedad, tiene también un objetivo, un objetivo social, que es la adquisición o la facilitación de la adquisición de todos los bienes un hombre ha llegado al punto en que todos los ciudadanos juntos han el que vive con decencia, puede, si decidido que quieren. tiene algún sentido de libertad, reLas necesidades de un pueblo son chazar las condiciones que le ataciertamente multitudinarias y varia das. Entre todos los individuos que componen una sociedad hay quienes van a querer unas cosas que a otras personas les son totalmente indiferentes. Y ese orden social sería más imperfecto si satisficiera las demandas de unos pocos y dejara que la gran mayoría sufra completa frustración en el logro de sus deseos más fundamentales.
Ahora bien, sin lugar a dudas, hay cosas que cada individuo busca en primer lugar de la sociedad en la que habita. Estas dos cosas son:
- La seguridad económica;
- La libertad personal.
Por seguridad económica nos referimos al acceso a las cosas necesarias para la vida; los medios para satisfacer las necesidades esenciales de la persona. Sin duda, esto incluye alimentos, ropa, alojamiento, atención médica y educación tal como es necesario en la sociedad actual.
En teoría, la libertad personal es de un orden superior a la seguridad económica. Pero en la práctica, esta libertad no puede lograrse hasta que las necesidades fundamentales del hombre estén satisfechas. Los necesitados son esclavos de las condiciones impuestas sobre ellos por tener el derecho a vivir. ¡No son libres porque no pueden renunciar a la vida! Por otro lado, una vez que un hombre ha llegado al punto en el que vive con decencia, puede, si tiene algún sentido de libertad, rechazar las condiciones que le atarían a una forma de esclavitud, a pesar de que éstas podrían hacerle rico. La libertad valdría más que la riqueza o que un mayor grado de confort.
En cuanto al hombre que corre tras la riqueza y trata de acumular más y más de ella a cualquier precio, es un esclavo en todos los sentidos de la palabra, un esclavo del dinero.
Podríamos decir que la libertad comienza con la satisfacción de nuestras necesidades más comunes, y cesa cuando corremos tras lo superfluo de una manera desordenada.
Abundancia de bienes para todos
El propósito de un sistema económico es proporcionar los productos y servicios requeridos por los seres humanos en la cantidad, en el momento y en el lugar que se necesiten.
Hoy en día este fin es físicamente muy fácil de alcanzar. Es la característica sobresaliente de nuestros días de que somos capaces de producir con notable facilidad toda la variedad de productos que se necesitan, en las cantidades necesarias. Y lo que es más, somos capaces de hacerlo con una necesidad cada vez más reducida de la participación humana en la producción.
El hombre siempre se ha esforzado por satisfacer sus necesidades con un mínimo gasto de tiempo y energía a fin de poder tener más tiempo para entregarse a otras actividades humanas aparte de las puramente económicas. Hoy hemos llegado a ese objetivo. Podemos producir lo suficiente para todas nuestras necesidades con una cantidad cada vez menor de trabajo humano; podemos suministrar bienes para las necesidades de todos y sin la necesidad de que todos sean empleados en la producción.
Nadie puede negar que la capacidad de producción global moderna es suficiente para producir lo necesario para las necesidades de todos, cuando no es impedida y atada por las finanzas modernas o por otros obstáculos, y cuando se distribuyen los bienes, como debería ser.
Sólo queda por decidir si cada individuo o no, en razón de su ser miembro de la sociedad (y por ninguna otra razón) tiene derecho a participar en esta producción abundante. Veamos si este derecho está bien fundado.
Un gran patrimonio, común
La abundante producción moderna se debe en parte a la existencia de recursos naturales que Dios ha puesto en la tierra para el uso de todos los hombres. También es debido al hecho de los descubrimientos científicos, la aplicación de estos descubrimientos para la industria, el perfeccionamiento de las técnicas industriales y comerciales, la organización de la división del trabajo, todo esto haciendo una máquina de producción, cuyo rendimiento a través de esta coordinación es prácticamente ilimitado.
Todas estas formas de progreso que hemos mencionado más arriba — descubrimientos científicos, técnicas y procesos perfeccionados— no todos son obra de los actualmente empleados en la producción total del país. Tampoco son el producto del trabajo de los científicos y técnicos que actualmente están trabajando en investigación y desarrollo. Tampoco son el fruto de los avances de las últimas tres o cuatro generaciones. Son más bien el resultado de siglos de lucha por vencer carencias; siglos de estudio de la naturaleza y de lucha para dominarla; el resultado de todas las investigaciones del hombre, descubrimientos, inventos, todo esto conduce a nuevos descubrimientos e invenciones y nuevos perfeccionamientos de los métodos. Todos estos maravillosos avances aportados por una generación tras otra, transmitiendo de uno a otro el fruto del esfuerzo común, esto es lo que nos ha dado los milagros de la producción actual y todo esto constituye un vasto patrimonio común que fluye desde la misma naturaleza de la sociedad que ha permitido el desarrollo que hemos mencionado y su legado para las sucesivas generaciones.
Herencia común
Nuestra generación es heredera, al igual que las generaciones anteriores, de estas maravillas. Son una herencia común de la que nadie o ningún grupo puede proclamarse como dueño absoluto. Es un patrimonio que pertenece a todos.
Cada miembro de la sociedad, junto con su prójimo es co-heredero de este inmenso capital que es el factor preponderante en la producción moderna.
Ciertamente este vasto capital común debe ponerse a producir. Pero cada uno tiene derecho a una parte de lo que se produce a causa de este capital legado. Ya que cada uno es coheredero de ello; cada uno es un co-capitalista junto con sus conciudadanos. Y esto de ninguna manera niega la remuneración que va a todos los que participan activamente en hacer que este capital sea fructífero.
Imaginemos que sólo se necesita un uno por ciento de la población para que este inmenso capital común afecte a nuestra producción moderna, ¿Sería lógico que sólo el uno por ciento de la población deba participar en esta producción?
El mismo argumento es válido si en lugar del uno por ciento, decimos que el cuarenta por ciento. El otro sesenta por ciento no se puede excluir de la participación en esta producción. Ellos todavía mantienen su título como co-herederos de este inmenso patrimonio que el otro cuarenta por ciento está aplicado a la producción. El cuarenta por ciento de la población, son igualmente coherederos, co-capitalistas, y como tal comparten los frutos de esta producción; además, tienen derecho a una cuota adicional que es su recompensa por ayudar a hacer que este capital produzca dividendos y esto no afecta a nadie.
Los esfuerzos del productor deben ser recompensados. Pero el hecho sigue siendo que la mayor parte de esta producción se debe al enriquecimiento por asociación, con el patrimonio social.
Es preciso, por lo tanto, admitir no sólo que tenemos una abundancia para satisfacer nuestras necesidades, sino que además:
Debemos tener una seguridad económica sin medidas restrictivas, es decir, con una garantía de la libertad personal, que es el derecho, desde el nacimiento, de cada hombre, mujer y niño en el país.
En un mundo globalzizado como el nuestro, las reglas del "sistema financiero" en la actualidad niegan este derecho. El socialismo lo ignora. La aplicación de las propuestas financieras del Crédito Social, o democracia económica, garantizará su realización.