La campana femenina
Al atardecer de la tempestad del Terror revolucionario, cuando los rugidos pavorosos de los cañones hubieron cesado y los incendios se hubieron extinguido, cuando el sol volvió a iluminar el horizonte sereno y una brisa calma impregnó la huerta… el sosiego de la naturaleza pareció indicar a las vendeanas que una nueva etapa había comenzado en sus vidas.
Reconquistada la paz y restablecido el culto, las mujeres retomaron sus trabajos cotidianos en medio del silencio desgarrador de un hogar devastado por la ausencia masculina : padres, esposos e incluso hijos ya no estaban. No obstante, todo el entorno les hablaba de los gigantes caídos y de los innumerables mártires ejecutados. ¿Qué hacer ?
Fue entonces cuando se despertó en ellas el querer transmitir la historia de tantas luchas y sufrimientos pasados a las generaciones postreras. El simple hecho de narrar y escribir las mantuvo, de alguna manera, "en conversación con los difuntos" como dice Quevedo, es decir, con sus muertos, con sus hérœs…
El shock de la guerra y la muerte de sus seres más queridos, junto al natural deseo de una reparación y memoria perpetua, las puso a escribir con una intención bien clara : evitar enterrarlos para siempre, como pretendían los enemigos. Recordemos que la República no solo los había fusilado y guillotinado, tirando los cuerpos en anónimas fosas comunes o ahogándolos en el Loire, sino también que los habían estigmatizado en la historia oficial como "traidores a la patria" y bandidos de la peor estirpe.
Fue la gota que colmó el vaso. Era necesario entonces dar a conocer la campana de la contrarrevolución, explicar la Vendée, y para eso aparecieron "ellas". Sí, fueron las mujeres vendeanas las primeras en redactar la gesta heroica de sus maridos, convirtiéndose en depositarias y guardianas de la memoria histórica de su pueblo. Un rol importantísimo, sin muchos precedentes hasta ese entonces. Fueron ellas las que aportaron una explicación profunda al misterioso fenómeno que el propio revolucionario Bertrand Barère confiesa como "la inexplicable Vendée".
A primera vista parece curioso constatar el gran número de mujeres escritoras de la cruzada vendeana, sin embargo, era lo más natural y lo único que podía hacerse… Los hombres ya habían pagado con su vida el tributo a la patria, les tocaba ahora a sus esposas contarles a sus hijos y nietos las hazañas de los abuelos, papás, tíos y vecinos.
Así surgieron las mujeres "memorialistas", como las llaman en Francia, que se hicieron famosas por transmitir sus autobiografías o crónicas de la guerra en primera persona, redactadas de una manera personalísima por la experiencia vivida de cada una. Cuánto más cuando quienes las escribían eran sobrevivientes, viudas de generales, espías secretas, enfermeras en la retaguardia, prisioneras de guerra y hasta excombatientes en el frente. Roles que las invistieron de una legitimidad única para cumplir su nueva misión : tomar el relevo de los caídos continuando su gesta con la pluma, aunque poco y nada supiesen de estrategias militares.
Literatura preciosa y esencial, sin la cual sería difícil conocer la verdad completa de los hechos, puesto que normalmente los historiadores están condenados a buscar sus fuentes en los documentos oficiales, tan áridos, fríos e impersonales como un archivo nacional.
Refutando al enemigo
Ya en 1795 el general republicano Louis-Marie Turreau, acusado por su mismo partido de crueldades inauditas, debió "defender" su manchada reputación redactando en prisión las Memorias para servir a la historia de la Vendée. Dando el puntapié inicial de la historia oficial contra los execrables bandidos.
Y fue justamente Victoire Donnissan, viuda de Lescure y de La Rochejaquelein, una de las primeras voces femeninas que a principios del siglo XIX salió a refutar las calumnias republicanas. La marquesa comenzó a escribir en el exilio una historia global de la epopeya vendeana, centrándose principalmente en el ejército del Alto Poitou, comandado por su primer marido, el Gral. Lescure. Y ni bien la restauración monárquica se lo permitió, publicó sus Memorias en 1814, no sin antes hacerlas revisar por un reconocido político e historiador, el barón De Barante. Su escrito fue el primer texto salido de las filas femeninas contrarrevolucionarias con gran éxito en toda Europa por su enorme difusión, ya que fue traducido a varias lenguas y reeditado más de diez veces entre 1814 y 1823.
Allí la Marquesa de La Rochejaquelein deja su impronta personal en cada página, mostrando una original forma de coraje femenino, madurado por el amor conyugal y acrisolado en la persecución sangrienta. Aunque ella podría tranquilamente haber emigrado poniéndose al abrigo del peligro, como su marido se lo suplicó en insistentes oportunidades, decidió quedarse en la Vendée, acompañando a su esposo codo a codo, ya sea con sus hijos a cuestas o en el vientre… Y no solo Victoire, sino también su anciana madre y su tía, es decir, todas las mujeres de la familia, como lo explica al pasar de manera muy sencilla : "Yo no quise dejar a mi marido, mi madre rechazó separarse de mi padre, y mi tía de mi mamá…" Así, todas juntas siguieron al ejército en un segundo plano, aunque cumpliendo un papel esencial.
Además, en sus escritos no se limita escuetamente al período del levantamiento en la Vendée militar, sino que comienza mucho antes describiendo el ambiente prerrevolucionario y la delicada situación en la corte de Versalles ; para seguir in crescendo con la sangrienta toma de las Tullerías, las matanzas de septiembre, el regicidio y la insurrección como punto culmen. Continúa luego, con la aniquilación de los vendeanos, los armisticios y el concordato con Napoleón como punto final.
Todo eso entrelazado con su vida personal, mostrándonos que su "felicidad solo fue un sueño" en este via crucis que le tocó vivir, antes, durante y después de la revolución. En efecto, en un abrir y cerrar de ojos la marquesa fue despojada de todo lo material que le quedaba debiendo partir precipitadamente con su hijita al reencuentro de su marido, ya herido de guerra. Atrás quedó el castillo familiar que las columnas infernales no tardaron en saquear e incendiar. En su desesperación e ingenuidad pretendió llevar consigo lo único que poseía : "algunas joyas, 200 luises en oro y 3.000 francos en plata" pensando que le servirían de algo. Lo perdió todo y mucho más, en el arrebatado viaje que ni le dio tiempo a lamentarse.
A fin de cuentas, su sufrimiento y despojo fueron el camino más directo para crecer en la virtud y sobrellevar un sin fin de obstáculos. Como ya hemos visto, esta hija única, frágil florecilla sobreprotegida por sus padres y educada en los salones de Versalles, se convertirá en la mujer de dolores por excelencia.
Efecto dominó…
Siguió su ejemplo la viuda del Gral. Bonchamps, Marie Renée Marguerite de Scépeaux, otra heroica sobreviviente, que con su pluma contribuyó a poner en primer plano a su marido, cuya noble y cristianísima figura los revolucionarios se habían empecinado en borrar : "Durante todo el tiempo que duró la guerra, mi obediencia al Señor Bonchamps fue sin límites ; y todo lo que hice después me fue inspirado por el deseo de darle homenaje a su memoria".
Así también aparecieron otras aristócratas que se animaron a remover el lodo para que reluciera la verdad histórica. Así vieron la luz los Recuerdos inéditos de la baronesa de Candé o los Souvenirs de la condesa de la Bouëre, sin desperdicio para quienes deseen conocer a fondo las atrocidades republicanas ; fue esta la primera en contar con lujo de detalles cómo los azules hacían fundir el cuerpo de las mujeres para obtener su grasa. Por su parte, en las Memorias de Julienne Goguet de Boishéraud, se describe acabadamente el inhumano régimen de prisión. Más cerca del cielo que de la tierra, Pauline de Rochetemer escribió Memorias de una nonagenaria, Madame de Cambourg, donde nos cuenta sus penurias como madre de familia y esposa de un emigrado que partió para defender a los hermanos del rey.
En 1820 Madame Sapinaud de Boishuguet sorprendió con otras Memorias, narrando cómo, luego de que su marido partiera a la guerra, su casa de Mortagne se convirtió en centro de estrategias y punto de concentración de los jefes vendeanos. Allí se reunían secretamente a planificar los ataques para los grandes enfrentamientos, mientras ella los escudaba. Cuando mataron al Gral. Sapinaud y la situación se agravó, la pobre viuda debió dejar todo y salir en búsqueda desesperada de su hija que había cruzado el Loire huyendo del enemigo, condenándose al vagabundeo como una pordiosera.
Su sobrina Sophie de Sapinaud, alias "la bella vendeana", no se quedó atrás en esta competencia de la pluma, y ya octogenaria se puso a escribir el relato de toda una familia que sufrió la persecución por ponerse al servicio de la contrarrevolución : los seis hombres de la casa se alistaron y las mujeres debieron seguir al ejército intentando salvar sus vidas. Su escrito, dedicado a sus hijos y nietos, es una crónica de las verdaderas miserias que la guerra esconde.
Además de las nobles, también se animaron a inmortalizar sus prœzas escribiendo de manera muy sencilla, o dictándolas por falta de rudimentos gramaticales, las mujeres más humildes y rústicas del pueblo que habían combatido o se habían jugado la vida por Dios y por el rey de diferentes maneras. Como son los casos de Françoise Després, agente secreto de los generalísimos para sondear los poblados y operar levantamientos ; o la espía bretona Marie Lourdais, que con su astucia y sagacidad salvó muchísimos sacerdotes refractarios ; o la guerrera Renée Bordereau, quien por expreso pedido de la marquesa de La Rochejaquelein, dejó asentado su testimonio de un valor histórico inigualable. Fue ella la famosa angevina que se vistió de hombre y tomó el fusil para embarrarse a fondo en el campo de batalla. Y no fue un caso aislado, ya que los historiadores están de acuerdo en enumerar al menos una decena de "mujeres-soldados" enroladas en las filas del ejército monárquico ; ya de a pie, ya de a caballo, disfrazadas de hombre o como salvajes amazonas, ¡todas ellas fueron al frente con el fusil en mano !
Forzadas a la gesta
Si bien al principio de la revolución las vendeanas tuvieron un rol de mera protesta contra la "Constitución Civil del Clero" (1790) que les impedía practicar su Fe con los sacerdotes de siempre, nunca imaginaron que en poco tiempo serían parte activa del levantamiento teniendo un papel verdaderamente protagónico. Aunque por el momento, se contentaran con dar asilo a los curas refractarios, convertidos en parias por negarse a prestar el juramento cismático.
Después que se les prohibió practicar el culto público, las vendeanas se convirtieron en las guardianas de la tradición católica, pues siguieron como si nada : catequizando en sus hogares, bordando escapularios del Sagrado Corazón, desgranando rosarios, organizando misas clandestinas en los bosques y hasta saliendo a la cabeza de las procesiones nocturnas, especialmente a los dos santuarios más concurridos de la región : Notre-Dame de Cholet y Notre-Dame des Gardes en Anjou.
Incluso en los albores de la insurrección, las campesinas buscaron evitar el enfrentamiento sangriento para sus inexpertos maridos, como fue el caso de Louise Godin, quien intentó persuadir a su esposo Jacques Cathelineau, mostrándole a sus cinco criaturas llorando, al tiempo que le suplicaba no abandonarlas ni dejarlas huérfanas.
Sin embargo, su actitud fue evolucionando gradualmente, a medida que las circunstancias se agravaron de mal en peor, persuadidas de que la resistencia armada era la única opción válida para salvaguardar sus hogares y la religión. Fue entonces cuando asumieron el doble papel de madres y padres de sus niños, ya sea en la crianza cotidiana como el duro trabajo del campo, manteniendo los cultivos y cosechas hasta que los hombres volviesen…
Más aún, las veremos envalentonando a los pusilánimes maridos que al divisar las terribles tropas del Gral. Kléber se aterrorizaron y emprendieron la retirada en masa. ¡Qué sorpresa se dieron ! cuando en plena huida se toparon con sus propias mujeres que les impedían el paso a punta de pistola, palos y piedras, amén de una catarata de insultos y reproches, exhortándolos a retomar el combate. Todo ello, bajo amenaza de ser ellas mismas las que tomarían las armas en caso de dejar el puesto de batalla… Como fue el ejemplo de la joven Perrine Loiseau, lanzada a la pelea con todas sus fuerzas mientras maniobraba la espada "como un terrible molino", según un testigo ocular. Al menos mató a tres republicanos antes que el cuarto la degollara con su sable. La lección estaba dada. Enfervorizados por semejante gesto, volvieron al ataque obteniendo una importantísima victoria en la batalla de Torfou. El hecho inaudito ha quedado asentado como un verdadero hito en la guerra, pintado magníficamente por Alfred Chasteignier.
Como el panorama para los insurrectos fue empeorando, especialmente después del desastre de Cholet (octubre 1793) que provocó la decisión de cruzar el Loire en masa buscando apoyo bretón e inglés, la crítica situación las arrastró de un día para el otro en el torbellino de la guerra. A partir de ese momento crucial, la mayoría de ellas se vio constreñida a tomar parte de alguna manera ; imposible quedarse solas y desprotegidas en los pueblos que estaban siendo devastados con incendios, violaciones y fusilamientos mediante un ataque de pinzas de los republicanos. Fue allí donde cada una buscó cumplir un rol para colaborar activamente contra el enemigo ; y la creatividad femenina unida a la generosidad incondicional logró milagros.
Puntos de inflexión
Amenazada la vida de sus hijos y la de ellas mismas, expulsadas de sus hogares, habiendo perdido todo, se pusieron a disposición de los jefes de la insurrección para lo que fuese necesario. Estos no tardaron mucho en encontrarles "puestos claves" : allí donde los hombres no podían llegar o lo hacían con mucha dificultad, las mujeres pasaban sigilosamente cual hadas sin ser percibidas. Ya sea para una misión especial en plena zona patriótica, donde sagazmente penetraban disfrazadas de vendedoras ambulantes o pordioseras ; o bien, como meras observadoras, sacando la información necesaria sin dejo de ninguna sospecha.
Otras, en cambio, se entregaron a actividades mucho más comprometidas con su estado, mostrando un espíritu viril bien resuelto : fábrica de pólvora, negocio de cartuchos, compra de armamento, traslado secreto de municiones entre pueblo y pueblo, etc. asegurando así un servicio fundamental para las tropas.
Famoso fue el caso de la "mujer política" por excelencia, Madame Françoise de Lespinay de La Roche, quien ya emigrada, decidió volver con sus hijos a la Vendée en el peor momento de persecución para la nobleza, poniendo sus excepcionales dotes de mando y organización en favor de la causa monárquica. Instalada en su castillo de Avau fundó un comité que en poco tiempo agrupó la elite de la región para alentar a los campesinos en contra de la leva forzosa. En varias ocasiones ordenó tocar las campanas de las iglesias para convocar la soldadesca de los alrededores, asegurando ella misma el abastecimiento de las tropas ; como si fuera poco creó una fábrica de balas y hasta llegó a nombrar oficiales, indicándoles las operaciones a seguir. Su propio castillo se convirtió en "prisión VIP" de republicanos, encerrados en las distintas habitaciones, atendidos con una caridad exquisita… con cama, sábanas y comida diaria servida por la noble anfitriona.
Con todo, donde la actuación femenina tuvo un desempeño particularmente admirable fue en el puesto natural que siempre, en todas partes y en todas las épocas ha tenido la mujer : el de enfermera. Fue allí, en el ojo de la tormenta donde ellas mostraron sus cualidades maternales excepcionales, poniendo todo el corazón y el alma no solo al servicio de los heridos en la retaguardia, sino también dando sepultura a los muertos en los abandonados campos de batalla.
Y por más que el ejército católico no llegó a tener un servicio médico sistemáticamente organizado, el celo atento, la asistencia pronta y la caridad sin límites de las vendeanas, muchas de ellas religiosas, suplieron y remediaron toda indigencia y carencia material. Conocido fue el caso excepcional del famoso hospital de campaña organizado por el Gral. Stofflet en medio del bosque de Maulévrier atendido por médicos y cirujanos, acompañados por la solicitud protectora y piadosa de las Hijas de la Sabiduría.
Objetivo a exterminar
Por todo esto y mucho más que todavía falta salir a la luz (y que trataremos en diferentes artículos sobre las masacres), fue que el Comité de Salud Pública dio el visto bueno a los generales republicanos para llevar adelante el terrible holocausto contra las vendeanas y sus niños, especialmente durante 1794.
No solo eran un estorbo, como el mismo Turreau lo confiesa : "las mujeres se mezclan en la guerra más que nunca", sino que constituían "el surco reproductor de la raza maldita", convirtiéndose por lo tanto, en el objeto inmediato a destruir.
Así lo ordenó el general a sus mercenarios : "masacrar a las mujeres para que no reproduzcan y a los niños ya que serán futuros rebeldes". En el mismo sentido, el Gral. Carrier hablaba a sus tropas : "¡Os conjuro en nombre de la ley : tirad fuego en todas partes, y no perdonéis a nadie, ni siquiera mujeres y niños, fusilad a todos, ¡incendiadlo todo !"
El ensañamiento fue feroz llegando a lo inimaginable pues la perversidad diabólica no tuvo límites, baste una sola cita del libro de Reynald Secher donde se transcribe el testimonio del sacerdote Pierre Robin, testigo ocular de las masacres : "Allí estaban las pobres mujeres completamente desnudas suspendidas en ramas de árboles, con las manos atadas a las espaldas, después de haber sido violadas. Dichosas aun cuando, en ausencia de los azules, algunos transeúntes caritativos les liberaban de este vergonzoso suplicio. Aquí, por un refinamiento de barbarie, quizás sin ejemplo, unas mujeres embarazadas fueron extendidas y aplastadas bajo unas prensas. Una pobre mujer, que se encontraba encinta, fue abierta viva en el Bois-Chapelet (…) Miembros sangrantes y niños de pecho eran llevados en triunfo en el extremo de las bayonetas. Una joven de La Chapelle fue tomada por los verdugos, que después de haberla violado la suspendieron en un roble, con los pies en alto. Cada pierna estaba atada separadamente a una rama del árbol y alejada de lo más posible una de otra. Es en esta posición como le partieron el cuerpo con su sable hasta la cabeza y la separaron en dos".
Y por más que las columnas infernales tuvieron todos los medios legales y materiales para exterminarlas de la faz de la tierra vendeana, esmerándose por cumplir a fondo su objetivo, milagrosamente algunas heroínas no solo escaparon a sus garras, sino que sobrevivieron para contarlo. "El hombre propone y Dios dispone…" como bien dice el sabio adagio, quizá porque esa era la misión que les faltaba realizar.
Otorguémosles, entonces, la palabra a las "memorialistas", escrita con letras de su propia sangre…