« La muchedumbre de hambrientos, constituida por niños, mujeres, ancianos, emigrantes, prófugos y desocupados eleva hacia nosotros su grito de dolor. Nos imploran, esperando ser escuchados. La amplitud del fenómeno pone en tela de juicio las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales que, apoyados en diversas presiones políticas, rigen la economía mundial: ellos se revelan casi incapaces de absorber las injustas situaciones sociales heredadas del pasado y de enfrentarse a los urgentes desafíos y a las exigencias éticas ». Ang. Card. Solano, Pontificio Consejo Cor Unum, documento: El hambre en el mundo, un reto para todos: El desarrollo solidario". 4 de octubre de 1996.
La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en Inglés), la agencia de las Naciones Unidas en Roma, informó el 11 de septiembre 2013, que un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se echan a perder; 750 mil millones de dólares al año. Irónicamente, el énfasis de este informe se centra principalmente en el problema de la contaminación; que los residuos de alimentos causan innecesarias emisiones de carbono que dañan el medio ambiente. También se lamentan de que el 30% de las tierras agrícolas, así como volúmenes de agua se están desperdiciando, como resultado de este problema. Muy poco siquiera se mencionó en los informes sobre el problema de las personas que pasan hambre en el mundo.
Según algunas estadísticas, se necesitarían tan sólo una pequeña fracción de los $ 750 mil millones en comida desperdiciada con el fin de alimentar a los 870 millones de personas que pasan hambre cada día en el mundo entero. ¿Por qué, entonces, no hay un clamor general pidiendo una justa distribución de los más de 1,3 millones de toneladas de alimentos desperdiciados al año?
Esta paradoja de la falta de alimentos, por un lado, y el grave desperdicio de comida, por otro, ilustra el verdadero problema: ¡la falta de dinero (poder adquisitivo) en las manos de aquellos que tienen hambre! Estamos confundiendo los medios con el fin. ¡Hemos olvidado el verdadero propósito de la economía, que es satisfacer las necesidades de la población! El Papa Pío XII, en su mensaje de radio del 1 de junio de 1941 "La Solennità" (Solennità por ser esta la primera palabra italiana con la que comienza. La Solemnidad a la que se refiere es la de Pentecostés), desarrolla una doctrina que asienta los derechos referidos a los bienes materiales en un principio y que es que los bienes materiales han sido creados por Dios para el uso de todas las personas, por lo que tales bienes deben estar distribuidos de tal forma que lleguen a manos de todos y cada uno de los hombres, de acuerdo con los principios de la justicia y la caridad. Por lo tanto, el verdadero problema al que nos enfrentamos es uno de distribución.
Este derecho sobre los bienes es un derecho primario hasta el punto que muchos otros derechos, como el mismo de la propiedad privada, que sin duda es reafirmado, como el derecho y la obligación del estado a la intervención y regulación de los deberes derechos de las personas, deben estar sometidos a este derecho primordial.
La verdadera riqueza de los pueblos no está en la producción y posesión de la cantidad de los bienes que poseen sino en que los mismos, muchos o pocos, estén distribuidos de tal forma que cumpla con el principio de que los bienes han sido creados por Dios para todos.
Louis Even expresó esto de la siguiente manera: « Esta debe ser la meta, el propósito de la economía: el unir los productos a las necesidades, y si se logra este objetivo, entonces la economía cumple con su propósito. Si no lo hace, o si lo hace mal o de forma incompleta, entonces la vida económica no ha logrado cumplir con su aspiración, o bien la cumple imperfectamente... Para decirlo claramente, la economía es buena cuando está bien regulada y cumple suficientemente su propósito. Es decir, que permita que los alimentos puedan entrar en el estómago hambriento, que la ropa cubra el cuerpo desnudo, que los zapatos cubran los pies descalzos, que el calor térmico caliente la casa fría en invierno, que los enfermos reciban atención médica, que los niños reciban una educación adecuada...
El propósito de la economía no es solamente para la producción de bienes, sino con el fin de producir bienes que sean útiles y necesarios. Y con el fin de que estos productos no se quedan en los estantes, sino que sean consumidos por quienes los necesitan, las personas necesitarán dinero para comprar estos bienes. »
El principio de subsidiariedad y el dividendo
En su primera carta encíclica, Deus Caritas Est (Dios es amor), el Papa Benedicto XVI escribió: "La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. […] El objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes de la comunidad." Y debido a que en el actual sistema económico existen millones de hermanos que mueren de hambre, que debemos esforzarnos por cambiar el sistema económico actual.
Cuando nuestro Señor hizo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, Él nos estaba mostrando que Él es el único que provee. Él crea lo que producimos y luego nos dice que debemos distribuirlo. "Dadles vosotros de comer." (San Marcos, 6-37) El Papa Francisco, en la audiencia en la Plaza de San Pedro del 05 de junio de 2013, dijo: "[…] el sistema sigue como antes, pues lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre: es el dinero, el dinero; la moneda manda. Y la tarea de custodiar la tierra, Dios Nuestro Padre la ha dado no al dinero, sino a nosotros: a los hombres y a las mujeres, ¡nosotros tenemos este deber!". Este es precisamente el objetivo de la economía del Crédito Social - que el dinero se convierta en la herramienta en manos de los ciudadanos que les permita obtener los bienes necesarios.
San Luis IX, rey de Francia, dijo: "El primer deber de un rey es el de acuñar moneda cuando es necesario para una vida económica sana de sus súbditos". ¿Cómo puede hacerse esto? Louis Even encontró esta solución: "Por lo tanto, el dinero debe ser puesto en circulación (creado) de acuerdo con la tasa de producción y, como las necesidades de distribución así lo dictaminen. Pero ¿para quién, usted puede preguntar, podrá este nuevo dinero pertenecer al entrar en circulación en el país? Este nuevo dinero pertenecerá a los propios ciudadanos. No va a ser propiedad del Gobierno ya que el Gobierno no es dueño del país; ellos son los protectores del bien común. Ni el dinero pertenecerá a los contadores del organismo monetario nacional; ellos simplemente llevan a cabo una función social, similar a la de un juez, y se les paga por sus servicios a la sociedad. No, este nuevo dinero pertenecerá íntegramente a los ciudadanos ".
"Nuevo dinero debe ser creado, y luego también distribuido, a través de un dividendo nacional para cada ciudadano, desde la concepción hasta la muerte natural, a fin de que cada uno pueda comprar los productos que existen y para satisfacer sus necesidades básicas.
Cada hombre, mujer o niño, independientemente de su edad, recibiría entonces su participación en esta nueva etapa de progreso, lo que hace que el nuevo dinero sea necesario. Este no sería dinero en pago por un trabajo hecho, sino más bien un dividendo a cada persona, en representación de su participación en un capital común. Así como existe la propiedad privada, también existe la comunidad de bienes, que todos poseen de la misma manera. El dinero debe servir, y no gobernar."
Un problema que surge en nuestra economía actual es que productores y comerciantes a menudo pierden ganancias cuando los precios son demasiado bajos; por ejemplo, cuando hay una gran cantidad de producción y los precios bajan. Los productores prefieren permitir que el producto sea desperdiciado, o incluso que sean destruidos, en lugar de vender a pérdida. El gobierno incluso subsidia a los agricultores para no producir. Al hacer esto, ellos son capaces de mantener los precios artificialmente altos, lo que les permite obtener un tanto por su pérdida, sin embargo, al mismo tiempo, crean una cantidad considerable de residuos.
La solución que se propone en la economía del Crédito Social sería más bien dar un descuento para el consumidor, y luego compensar al comerciante. Esto se conoce como el Descuento Compensado y que se lo realiza a través de la Oficina Nacional de Crédito, en base a una ecuación: la suma total de los precios equivale a la disponibilidad del poder adquisitivo de los consumidores. Esto sería realmente una democracia económica, ya que el consumidor tendría entonces el dinero suficiente para votar sobre los bienes que necesitan, lo que permite, al mismo tiempo, la posibilidad de favorecer a las pequeñas empresas, a las granjas familiares y a los artesanos locales, debido a que el obstáculo artificial de las finanzas ahora sería eliminado. En otras palabras, el objetivo de un sistema financiero debe ser satisfacer las necesidades de toda la población.
¡Sí, este desperdicio de alimentos en el mundo tiene que parar, pero no en detrimento de los pobres! Como vimos en el milagro de los panes y los peces, el Señor nos mostró que los recursos de la tierra son un don de Dios. Este don debe ser apreciado y respetado y, ¡sí, por supuesto, no desperdiciado! Nuestro Señor mismo, después de decir a los Apóstoles que distribuyan, les dijo que recojan las sobras, "... Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces." (San Marcos 6, 43). ¡Este alimento que no se comió, no se desperdició! Debía ser recogido con el fin de alimentar a otros, los que no habían tenido la suerte de estar allí en esa ladera en la tarde. "El desperdicio de la comida es como robar a los pobres", dijo el Papa Francisco el 6 de junio de 2013.
El hambre no puede considerarse un hecho normal
He aquí extractos del mensaje del Santo Padre Francisco por el Día Mundial de la Alimentación, del 16 de octubre de 2013, dirigida al señor José Graziano da Silva, Director General de la FAO: Es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. No se trata sólo de responder a las emergencias inmediatas, sino de afrontar juntos, en todos los ámbitos, un problema que interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa y duradera. Que nadie se vea obligado a abandonar su tierra y su propio entorno cultural por la falta de los medios esenciales de subsistencia. […] el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. ¿Qué podemos hacer? Creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global.
El tema elegido por la FAO para la celebración de este año habla de « sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición ». Me parece leer en él una invitación a repensar y renovar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva de la solidaridad, superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y orientando mejor nuestro compromiso de cultivar y cuidar el medio ambiente y sus recursos, para garantizar la seguridad alimentaria y avanzar hacia una alimentación suficiente y sana para todos. Esto comporta un serio interrogante sobre la necesidad de cambiar realmente nuestro estilo de vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos. Los datos proporcionados en este sentido por la FAO indican que aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos no está disponible a causa de pérdidas y derroches cada vez mayores. Bastaría eliminarlos para reducir drásticamente el número de hambrientos. Nuestros padres nos educaban en el valor de lo que recibimos y tenemos, considerado como un don precioso de Dios.
Pero el desperdicio de alimentos no es sino uno de los frutos de la « cultura del descarte » que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo; un triste signo de la « globalización de la indiferencia », que nos va « acostumbrando » lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal.