En el 2010 Dios actuó y me convertí. Gracias a ese hecho puedo dar testimonio de Su amor salvífico. Fui educado en una familia católica. La historia de mi alejamiento de Dios empezó cuando tenía 15 años, después de terminar la escuela primaria. Eran los años 90; entonces no había enseñanza secundaria obligatoria y la enseñanza primaria duraba 8 años. Eran tiempos en los que estaban muy de moda películas que presentaban varios géneros de artes marciales.
Cuando tenía 15 años, esas películas me fascinaron. Bruce Lee y otros de sus protagonistas llenaron mi imaginación. De hecho, mi historia empieza y termina de noche. Cuando acabamos octavo, tuvimos un baile. Terminada la fiesta, mis amigos y yo aún tardamos bastante en volver a nuestras casas. Cerca de nuestro barrio había un bosque, y esa noche pasamos un rato allí charlando (nuestros padres sabían donde estábamos).
De repente, salió del bosque un hombre que llevaba unos objetos extraños de los que se usan durante los entrenamientos de artes marciales. Se llamaba Robert y tenía el apodo "El Verde"; en nuestro barrio era conocido como maestro de artes marciales. Se puso a hablar con nosotros como se habla con gente mayor, lo cual nos impresionó muchísimo. Nos propuso que fuéramos con él a entrenar.
Algunos chicos empezaron a entrenar con él. Los entrenamientos eran bastante duros, por eso, pasado algún tiempo, muchos amigos ya no podían aguantarlo y abandonaron nuestro grupo. No pagábamos por esos entrenamientos; un hecho que ahora me extrañaría, ya que normalmente todos los entrenadores exigen un pago por las sesiones de ejercicios que dirigen. Pasado algún tiempo, Robert nos propuso que fuéramos a entrenar al campo, a la finca de un amigo suyo.
Teníamos que ayudar un poco al propietario y a cambio pudimos crear un espacio para entrenar. Detrás de la casa había un huerto donde montamos nuestro "monasterio shaolin" con equipamiento para entrenar. Al principio íbamos allí los fines de semana, y luego hacíamos campamentos que duraban más tiempo.
Como la juventud de entonces normalmente solía pasar su tiempo libre en los portales de las casas, bebía alcohol o iba a discotecas sospechosas donde pasaban cosas peligrosas, mis padres estaban muy contentos de que yo, al contrario de otros chicos, trabajara sobre mi carácter, fortaleciendo mi forma física, sin fumar ni beber. Tales eran nuestras reglas y Robert cuidaba de que las respetáramos. El dueño de la casa campestre se llamaba Andrés.
Como se descubrió después, era maestro de Robert (conforme a las reglas de las artes marciales tradicionales chinas, todos tienen su propio maestro). Para ser alumno había que pasar una dura prueba y demostrar obediencia. No hacíamos nada malo; íbamos allí, entrenábamos, comíamos comida sana (en eso se hacía hincapié especialmente); todo eso me fascinaba.
Mi maestro Robert se dedicaba, entre otras cosas, a la "energía". Él y Andrés sabían mucho sobre este tema y nos enseñaban trucos como quebrar alicates con las manos o aplastar nueces con los dedos. Lo veía con mis propios ojos y esas cosas me impresionaban. Decidí ser una buena persona y convertirme en un gran maestro del Kung-fu. Entrenaba con mucha intensidad, hasta que pasado algún tiempo me convertí en la mano derecha de mi maestro. Al principio, cuando estaba empezando a entrenar Kung-fu, todavía iba a misa. A veces nuestro maestro Robert también iba con nosotros a Misas para jóvenes. Sin embargo, con el tiempo mi fe en Dios desapareció. Robert nunca hablaba de Dios, usaba más bien la palabra "sistema". Se suponía que ese "sistema" nos debía apoyar en todo, llenándonos de una energía cósmica.
Así pues, todo era estupendo; entrenaba artes marciales, no bebía ni fumaba y mis padres estaban contentos. Pasaron unos cinco años. Una vez uno de mis amigos que se llamaba Tomás y estudiaba en un instituto de formación profesional ferroviaria, dijo que en una clase de religión el sacerdote les había hablado de una secta y había leído el testimonio de un hombre que había escapado de ella. A Tomás le extrañó ese testimonio, ya que describía muchas situaciones parecidas a las que tenían lugar durante nuestros entrenamientos. Más tarde resultó que en realidad se había tratado de nosotros. El mundo entero se me cayó encima; tenía un maestro, una ocupación, un objetivo en la vida y de repente resultó que estaba metido en una secta. Eso no me cabía en la cabeza. Encontramos al chico que había dado aquel testimonio y nos enteramos de que nuestro grupo de verdad pertenecía a una secta. Andrés, el maestro de Robert, también tenía al suyo en Varsovia; se llamaba Roman y tenía un nombre largo Kundalini. Toda la secta llevaba el nombre de Kundalini (del nombre de cierta energía). Tenía sus propias empresas, incluso intentaba fundar escuelas públicas e involucrarse en ciertas actividades políticas. Sufrí un shock muy grande, pero seguía sin ver nada malo en todo eso. Al final Tomás se fue y yo me quedé, ya que Robert me convenció de que en realidad no hacíamos nada reprobable.
Más tarde conocí al propio maestro Kundalini. Tenía alrededor de 60 años, físicamente era muy diestro y se decía de él que disponía de una "energía cósmica" que le permitía curar a la gente. Para mí era algo abstracto. Uno de los amigos vio con sus propios ojos a Kundalini curar a una mujer de cáncer. Se suponía que de joven él mismo había padecido una enfermedad incurable, pero se inició en el yoga y consiguió una "iluminación" gracias a la cuál se había curado a sí mismo, aprovechando la fuerza de su propia voluntad.
Por desgracia me contrataron en una empresa de la secta. A menudo salía con mi maestro en viajes de negocios, permaneciendo las 24 horas del día bajo su influencia. Poco a poco dejaba de estar convencido de que lo que hacía fuera razonable y quería irme de allí, pero no podía. Decidí dejarlo, pero ellos luchaban para que me quedara.
Años después leí muchos artículos sobre esa secta y me di cuenta de que era muy peligrosa. Posiblemente quiso incluso destruir al Papa. Cuando la dejé, me llevó mucho tiempo creer que había estado realmente metido en una secta. De todas formas, mi aventura con ese grupo de gente terminó.
Luego mi vida tomó un mal rumbo. Entablé una relación con una mujer casada. Ahora me da vergüenza hablar de ello, pero entonces era un chico joven y me "enamoré" de una mujer de la que no hubiera debido "enamorarme". Y si estando en la secta cometí inconscientemente un mal, pues ahora, deseando de todo corazón ser buena persona, hacía cosas que sabía que eran malas... Aquello duró unos 4 años y me llevó a un estado casi depresivo; tenía la sensación de que nada me salía bien en la vida; ni en mi carrera de artes marciales, ni en las relaciones con las chicas.
Me sentía muy infeliz y recuerdo que en ese momento por vez primera desde hacía años, empecé a preguntar a Dios por qué era tan infeliz. ¿Qué era lo que me estaba pasando? Creo que Dios contestó a mi pregunta, ya que algún tiempo después rompí con esa mujer y conocí a Gosia, la que ahora es mi esposa. Mi vida empezó a cambiar un poco. Gosia se mostró muy escéptica frente a mi interés por el budismo, la "energía" y otras cosas de ese tipo que me fascinaban. Yo tenía un montón de libros sobre ese tema, de los que muchos eran caros y traídos desde el extranjero; de ellos aprendí, entre otras cosas, a salir de mi propio cuerpo (lo conseguí tres veces). Gosia consideraba que era algo peligroso, pero yo no veía nada peligroso en ello. Me parecía que volando y rodando por el más allá, podía conocer un mundo distinto y enterarme de lo que sería de nosotros después de la muerte. En realidad, en mi vida no había lugar para Dios. Viví el primer encuentro con Él, (el primero contando desde que terminé la primaria), durante mi boda con Gosia. Fui a confesarme y estaba feliz.
Mirando nuestra vida desde fuera, parecía que nos iba bien; nació nuestro hijo, teníamos un piso y un coche; todo lo que uno podría soñar. Sin embargo estábamos lejos de Dios. Un día, uno de nuestros amigos nos propuso que participáramos en un retiro. Mi mujer aceptó, pero yo no estaba convencido, no tenía ninguna gana de ir. Al final decidí ir para hacerle compañía a mi mujer.
Justo antes de partir, leí mucho sobre el budismo. Leí casi todos los libros de Dalai Lama y empecé a pensar que todo eso tenía que tener sentido; la reencarnación, el camino budista etc. Estaba a punto de creer en todo eso. Y salimos al retiro como ya me había comprometido con mi esposa.
La actividad se realizaba en un convento y llegó la noche. Me acosté para dormir y sentí que algo me atacaba, como intentando sacarme de mi propio cuerpo. Tengo que decir que siempre había querido ser un luchador, era un tío duro y valiente, pero en ese momento quizás por primera vez en la vida estaba asustado como un niño pequeño.
No sabía qué era. Empecé a luchar contra esa fuerza, hasta que al fin y al cabo logré librarme de ella y me senté en la cama. De repente me di cuenta de que mientras estaba sentado, mi cuerpo seguía estirado detrás de mí. ¡Estaba horrorizado! Me retiré a mi cuerpo y abrí los ojos. Era la una de la madrugada aproximadamente.
¡Cada vez que intentaba cerrar los ojos, algo empezaba a desgarrarme, hasta que al fin vi un lobo que saltó desde debajo de la cama, se echó sobre mí y empezó a devorar mis órganos internos! Yo, luchador, tenía un miedo terrible. En un momento me desperté y me puse a rezar a Jesucristo con las palabras de la oración que nos propusieron durante esa jornada del retiro: "Señor Jesús, ten piedad de mí, pecador". Y añadí mis propias palabras: "Y defiéndeme". Ciertamente por primera vez en la vida le pedía a Cristo que me defendiera. Todo desapareció, como si alguna fuerza invisible de verdad me hubiera protegido. Estoy seguro de que justo en ese momento el Señor Jesús me salvó la vida.
Aquella noche me convertí. La conversión no consistió tan solo en recordar unas verdades de la fe que había conocido siendo todavía niño. Fue una sensación concreta de estar salvado. El Señor Jesús me salvó, me tocó y me liberó enteramente de todo lo que venía causándome dolor desde hacía tantos años, aunque no era plenamente consciente de todo eso. La noche siguiente dormí tranquilo. Esos dos días en el convento me cambiaron por completo.
Posiblemente, si hace dos años hubiera oído mi propio testimonio, no me lo habría creído. Pero eso me ocurrió a mí y estoy seguro de que Jesús me salvó la vida. Creí en que Jesús es nuestro Dios que murió por nosotros en la cruz hace 2000 años. Lo de disponer de un "pensamiento abierto", la apertura hacia otras religiones, la "energía cósmica" y otras cosas que hacía, todo eso ya pertenece al pasado. Dios me hizo cambiar por completo. Aunque no me he convertido en un ser ideal y a veces caigo, sin embargo vivo una vida muy distinta con Dios. Todo el tiempo sigo luchando con mis debilidades. Me di cuenta de que no era tan fuerte como a mí me parecía y que sin Jesús no soy capaz de hacer nada.
Creo en que Dios sabe sacar bien del mal; el bien supremo nos fue dado en Jesucristo. Quiero dar testimonio de que Jesucristo es Hijo de Dios y de que murió por cada uno de nosotros en la cruz. Debemos estarle agradecidos por eso. Sé que si no le doy la espalda, Dios nunca me dejará. Es la única cosa cierta en mi vida.
Os lo advierto: no hagáis experimentos con ninguna "energía", con salir del propio cuerpo o cosas parecidas. Es muy peligroso y conduce a la posesión demoníaca. Cuando me confesé de ese pecado, esa misma noche sentí que estaba flotando en el aire y oí a alguien hablarme: "Flota, flota, y verás lo bueno que es". La tentación de volver a esas prácticas es muy fuerte, aunque sé que esto significa traicionar a Jesús. Estoy convencido de que precisamente fue mi interés por las artes marciales orientales lo que había hecho que me abriera a las religiones del Oriente y me aficionara a todo lo que aleja de Dios.
De verdad, merece la pena convertirse al Señor, ya que en realidad Él es lo más importante en nuestra vida. Aquí vivimos solo un momento, mientras que con el Señor estaremos por toda la eternidad.
Una tentación maliciosa
Mucha gente se rinde ante esta tentación engañosa y no busca la felicidad en Dios, sino en el ocultismo. En vez de acudir a Cristo con sus problemas, van a adivinos, videntes, quiromantes, bioenergoterapeutas y magos. Se dedican a la astrología, creen en los horóscopos y ceden a las supersticiones, "pidiendo consejo a las estrellas" antes de tomar una decisión importante. Cuando les falta la salud acuden a todo tipo de sanadores ocultistas, que son herramientas de influencia de los malos espíritus. También hay quienes, desviviéndose por una carrera, el dinero, el poder o el éxito, entregan su vida al diablo para conseguir un placer sexual perverso, algún poder sobre otras personas, o para lograr dinero.
Si el ser humano empieza a depositar su esperanza en las fuerzas ocultas, automáticamente rechaza a Dios y su Evangelio. Tal actitud lleva a que Satanás lo posea. En las sociedades secularizadas que aceptan formas de vida propias del paganismo, donde las iglesias están vacías y triunfa el libertinaje, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la deshonestidad y la corrupción, es donde el ocultismo goza de mayor popularidad. Normalmente ocurre que la gente pasa del ateísmo a la fe en el ocultismo, confiando en todo tipo de sectas, supersticiones, cultos orientales, idolatría y satanismo.
Tomek - Revista Amaos