« No tengas miedo de los sufrimientos, Yo estoy contigo » (Diario de Santa María Faustina Kowalska, núm. 151). El Señor Jesús nos asegura que, ante cualquier sufrimiento, es Él el primero que carga con su peso y sufre junto a nosotros. Cualquier sufrimiento que estemos padeciendo, si en la oración se lo entregamos a Jesús, se convierte en fuente de las mayo-res gracias. Santa Faustina escribe que entonces: « El sufrimiento es el tesoro más grande que hay en la tierra, purifica al alma. En el sufrimiento conocemos quién es nuestro verdadero amigo. El amor verdadero se mide con el termómetro del sufrimiento » (Diario…, núm. 342).
Nuestro Señor Jesucristo llama a ciertas personas a esa gran misión que consiste en sufrir con Él por la salvación del mundo.
Así le hablaba Jesús a Santa Faustina: « Te esperé para compartir contigo el sufrimiento, ya que ¿quién puede comprender Mis sufrimientos mejor que Mi esposa? » (Diario…, núm. 348). Sor Faustina Le pidió perdón a Jesús por su tibieza y le rogó que le diera una espina de Su corona. Jesús le prometió esa gracia.
« Por la mañana, durante la meditación sentí una espina dolorosa en la parte izquierda de la cabeza; el dolor duró el día entero, pensé continuamente cómo Jesús había logrado soportar el dolor de tantas espinas que hay en la corona. Uní mis sufrimientos a los sufrimientos de Jesús y los ofrecí por los pecadores. A las cuatro, al venir a la adoración, vi a una de nuestras alumnas ofendiendo terriblemente a Dios con los pecados impuros de pensamiento. Vi también a cierta persona por la cual pecaba. Un temor atravesó mi alma y pedí a Dios, por los dolores de Jesús, que se dignara sacarla [de] esa horrible miseria. Jesús me contestó que le concedería la gracia no por ella, sino por mi plegaria; entonces comprendí cuánto deberíamos rogar por los pecadores » (Diario…, núm. 349). Jesús le hizo comprender a Santa Faustina, y también nos hace comprender a cada uno de nosotros lo siguiente: « Cuando agonizaba en la cruz, no pensaba en Mí, sino en los pobres pecadores y rogaba al Padre por ellos. Quiero que también tus últimos momentos sean completamente semejantes a los Míos en la cruz. Hay un solo precio con el cual se compran las almas, y éste es el sufrimiento unido a Mi sufrimiento en la cruz. El amor puro comprende estas palabras, el amor carnal no las comprenderá nunca » (Diario…, núm. 324).
Después de haber emitido su primera Profesión religiosa, el estado de salud de sor Faustina empeoró muy gravemente y entonces sufría muchísimo. Además, algunas hermanas sospechaban de ella que estaba fingiendo. « Un día —escribe sor Faustina— me quejé ante Jesús que yo era una carga para las hermanas. Me contestó Jesús: No vives para ti, sino para las almas. Otras almas se beneficiarán de tus sufrimientos. Tus prolongados sufrimientos les darán luz y fuerza para aceptar Mi Voluntad ». (Diario…, núm. 67).
Nuestro Señor Jesucristo dio a conocer a sor Faustina en qué consiste el verdadero amor y cómo hay que demostrárselo a Dios. Así lo escribe Santa Faustina: « Dios me dio a conocer en qué consiste el verdadero amor y me concedió la luz cómo demostrárselo en la práctica. El verdadero amor a Dios consiste en cumplir la voluntad de Dios. Para demostrar a Dios el amor en la práctica, es necesario que todas nuestras acciones, aún las más pequeñas, deriven del amor hacia Dios. Y me dijo el Señor: Niña Mía, más que nada Me agradas a través del sufrimiento. En tus sufrimientos físicos, y también morales, hija Mía, no busques compasión de las criaturas. Deseo que la fragancia de tus sufrimientos sea pura, sin ninguna mezcla. Exijo que te distancies no solamente de las criaturas, sino también de ti misma. Hija Mía, quiero deleitarme con el amor de tu corazón: amor puro, virginal, intacto, sin ninguna sombra. Hija mía, cuanto más amarás el sufrimiento, tanto más puro será tu amor hacia Mí » (Diario…, núm. 279).
En el punto número 302 del Diario de Santa Faustina leemos: « Un gran amor sabe transformar las cosas pequeñas en cosas grandes y solamente el amor da valor a nuestras acciones; y cuanto más puro se hace nuestro amor, tanto menos tendrá por destruir en nosotros el fuego del sufrimiento, y el sufrimiento dejará de serlo para nosotros. Se convertirá en un gozo. Con la gracia de Dios he recibido ahora esta disposición del corazón, de que nunca estoy tan feliz como cuando sufro por Jesús, al que amo con cada latido del corazón ». Y a continuación cuenta lo siguiente: « Una vez, cuando tenía un gran sufrimiento, dejé mi trabajo para correr a Jesús y pedirle que me ayudara. Después de una corta plegaria volví al trabajo llena de entusiasmo y alegría. En ese momento una hermana me dijo: "Sin duda, hermana, usted tiene hoy muchas consolaciones, dado que está tan radiante. Dios segura-mente no le da ningún sufrimiento, sino exclusivamente consolaciones". Contesté: "Usted, hermana, está equivocada, ya que justamente cuando sufro mucho, mi gozo es mayor, mientras que cuando sufro poco, también mi gozo es más pequeño". Pero aquella alma me daba a entender que no me comprendía. Traté de explicárselo: "Cuando sufrimos mucho, tenemos una gran oportunidad de demostrarle a Dios que lo amamos, mientras [que] cuando sufrimos poco, tenemos poca posibilidad de demostrar a Dios nuestro amor; y cuando no sufrimos nada, entonces nuestro amor no es grande ni puro. Con la gracia de Dios podemos llegar [al punto] en que el sufrimiento se transformará para nosotros en gozo, puesto que el amor sabe hacer tales cosas en las almas puras" » (Diario…, núm. 303).
Recemos con estas palabras de Santa Faustina: « Oh, Jesús, Te doy gracias por las pequeñas cruces cotidianas, por las contrariedades con las que tropiezan mis propósitos, por el peso de la vida comunitaria, por una mala interpretación de [mis] intenciones, por las humillaciones por parte de los demás, por el comportamiento áspero frente a nosotros, por las sospechas injustas, por la salud débil y por el agotamiento de las fuerzas, por repudiar yo mi propia voluntad, por el anonadamiento de mi propio yo, por la falta de reconocimiento en todo, por los impedimentos hechos a todos [mis] planes.
Te doy gracias, Jesús, por los sufrimientos interiores, por la aridez del espíritu, por los miedos, los temores y las dudas, por las tinieblas y la densa oscuridad interior, por las tentaciones y las distintas pruebas, por las angustias que son difíciles de expresar y especial-mente por aquellas en las que nadie nos comprende, por la hora de la muerte, por el duro combate durante ella, por toda la amargura.
« Te agradezco, Jesús, que has bebido el cáliz de la amargura antes de dármelo endulzado. He aquí, he acercado los labios a este cáliz de Tu santa voluntad; hágase de mí según Tu voluntad, que se haga de mí lo que Tu sabiduría estableció desde la eternidad. Deseo beber hasta la última gotita el cáliz de la predestinación, no quiero analizar esta predestinación; en la amargura, mi gozo; en la desesperación, mi confianza. En Ti, oh Señor, todo lo que da Tu Corazón paternal es bueno; no pongo las consolaciones por encima de las amarguras, ni las amarguras por encima de las consolaciones, sino que Te agradezco todo, oh Jesús. Mi deleite consiste en contemplarte, oh Dios Inconcebible. En estas existencias misteriosas está mi alma, es allí donde siento que estoy en mi casa. Conozco bien la morada de mi Es-poso. Siento que en mí no hay ni una gota de sangre que no arda de amor hacia Ti.
« Oh Belleza Eterna, quien Te conoce una vez solamente, no puede amar ninguna otra cosa. Siento la vorágine insondable de mi alma y que nada la puede llenar, sino Dios Mismo. Siento que me hundo en Él como un granito de arena en un océano sin fondo » (Diario…, núm. 343).
« Mi mayor deseo es que las almas Te conozcan, que sepan que eres su eterna felicidad, que crean en Tu bondad y que alaben Tu infinita misericordia » (Diario…, núm. 305).