Al decir esto me refiero a esa pobre sociedad que agoniza alejada de Dios, agitada y perpleja entre los dos opuestos extremos del materialismo y del ocultismo. Las incertidumbres, las conmociones y angustias, cada día más agudas, nos revelan la profundidad del mal. También lo que llama mi atención en este momento es esa sociedad que ha dejado de ser cristiana para volver a ser pagana; y es, sobre todo, la sociedad cristiana, la que se llama y se cree tal, y que de hecho conserva las apariencias  y las prácticas de la vida cristiana. Y dentro de esta sociedad me refiero especialmente a las almas que hacen profesión de piedad, a las que por su estado, por inclinación o por vocación, se entregan a los ejercicios de una vida más religiosa. Las miro y veo un gran número cuya existencia languidece en la tibieza. La anemia de las almas es más alarmante que la de los cuerpos. ¡Pobres almas que viven vacilando, apuntaladas con una multitud de pequeñas prácticas y que nunca llegan a tenerse de pie! ¡Tísicos que temen el aire libre, quienes, sin conocerlo, ni advertirlo, se ahogan en la atmósfera tibia de un sentimentalismo enervante! ¡Cuántas postraciones y cuántas dolencias!

Falta de substancia

La piedad padece hoy una enfermedad general: carece de substancia y de fondo; le falta el elemento sólido. ¡Es todo tan superficial en algunas almas… y en algunos libros!... ¿Será que la piedad ha seguido el camino descendente del siglo, o que el siglo ha decaído por haberse debilitado la piedad? No lo sé: tal vez han ocurrido ambas cosas. ¿No sería más exacto afirmar que, habiéndose desvirtuado la sal, ha dejado que la tierra se corrompa? "Vosotros sois la sal de la tierra" (Mat 5,13): estas palabras, dirigidas a las Apóstoles y a los que tienen participación en su ministerio, pueden también ser aplicadas a las almas superiores que por aquella virtualidad amarga, oculta en la piedad, son llamadas a purificar el mundo y a preservarlo de la corrupción. Y si la sal ha perdido su eficacia, ¿con que se salará?

Sentimentalismo

Sea de esto lo que fuera, el mal es uno mismo en todas partes. De las regiones de la idea y de los principios hemos descendido al fango de las emociones y de los sentidos. En la vida pública lo mismo que en la vida privada, en la vida intelectual como en la vida moral y hasta en la misma vida espiritual se buscan con demasiada frecuencia las emociones y se vive muy fácilmente por los sentidos.  Hay perezosos que ponen el contenido de la vida interior en los goces de una ociosidad agradable, y buscan los consuelos de Dios, y no al Dios de los consuelos. La vida tiende a animalizarse y a no ser más que una serie continua de sensaciones. Los caminos profundos del espíritu y del corazón son cada vez más ignorados; el romanticismo va penetrando en todas partes, hasta en la piedad.

Vida superficial

Viviendo por los sentidos se vive en lo exterior, no se penetra en lo íntimo del alma. Ésta tiene profundidades insondables.  "Dios –se ha dicho- habla en la profundidad del alma. Escuchar allí que es donde la verdad se deja oír y donde se recogen las ideas, ir por medio de la piedad al Maestro interior", ¿cuántos hay que sepan hacerlo? ¿Cuántos que piensen en eso? ¿Cuántos que, conociendo la vía intelectual por la cual Dios viene a nosotros, salgan a su encuentro sabiendo andar por el interior de su morada, en la inocencia de su corazón? (Sal 100, 2). ¡Cuán poco conocemos nuestro interior! ¡Cuán poco sabemos entrar en él!... A veces ni nos cuidamos de penetrar, y con mucha frecuencia, hasta tenemos miedo de hacerlo.

Nos contentamos con una mirada superficial; pero la purificación profunda del alma, la transformación progresiva de la vida humana en la vida divina, despojarse del hombre viejo y revestirnos del nuevo, todo este trabajo de las profundidades del alma lo ignoramos casi por completo y dejamos que toda clase de miserias invadan esas profundidades.