Ningún mandamiento de dios es imposible de guardar
El sábado 8 de octubre el cardenal Ennio Antonelli, ex presidente del Pontificio Consejo para la Familia, ha hecho público un documento titulado « Instrucciones para los confesores, en el surco de la tradición católica », en el que aborda la situación de los "divorciados vueltos a casar" (adúlteros). El purpurado recuerda que es magisterio católico en el grado más alto la doctrina de que no hay un solo mandamiento de la ley de Dios imposible de guardar.
El cardenal Antonelli explica el magisterio de la Iglesia:
He dicho que la observancia de la norma moral podría ser considerada erróneamente por la persona como algo imposible, porque en realidad, con la ayuda de la gracia de Dios, siempre es posible observar los mandamientos, también el de ser castos según la propia condición de vida.
El magisterio de la Iglesia lo enseña comprometiendo su autoridad en el grado más alto:
"Dios no manda lo que es imposible, sino que al mandar algo te exhorta a hacer aquello que puedes, y a pedir lo que no puedes, y te ayuda para que puedas" (Concilio de Trento, DH 1536).
"Si alguien dice que aún para el hombre justificado y constituido en gracia los mandamientos de Dios son imposibles de observar: sea anatema" (Concilio de Trento, DH 1568).
"La observancia de la ley de Dios, en determinadas situaciones, puede ser difícil, dificilísima, pero nunca es imposible. Esta es una enseñanza constante de la tradición de la Iglesia" (San Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 102).
Es por ello que el purpurado añade:
Para quien reza, cultiva una intensa relación personal con el Señor Jesucristo e invoca, con humildad y confianza, la ayuda de su gracia, es posible observar los mandamientos, y si es un "divorciado vuelto a casar", le es posible observar la continencia sexual. Según una célebre metáfora, usada muchas veces por san Juan Pablo II, la vida cristiana es difícil como el escalar una montaña, pero el creyente no debe renunciar a subirla, debe, por el contrario, ponerse en camino solícitamente y buscar con energía proceder hacia la cumbre.
La ley de la gradualidad, en efecto, no significa que la ley obligará en un futuro más o menos lejano. "No pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar con valentía las dificultades. Por ello la llamada "ley de gradualidad" o camino gradual no puede identificarse con la "gradualidad de la ley", como si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones." (San Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 34).
Como consecuencia de ello, el cardenal dice que un sacerdote:
[...] no debe permanecer en silencio, cuando se encuentra ante la persona de un cristiano que, aún viviendo en una situación conocida públicamente de grave desorden moral, tiene la intención de recibir la sagrada comunión, sacramento de la unidad eclesial, espiritual y visible, que requiere una armonía entre la profesión de la fe y la coherencia objetiva en la forma de vida.
Además manifiesta que:
"El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente". (San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 37).
La contradicción objetiva y evidente crea escándalo e implica la responsabilidad de la comunidad eclesial y, sobre todo, de los pastores. El sacerdote, si conoce la situación irregular, debe amonestar a la persona en cuestión, con respeto y amor, para que no considere solamente el juicio de su conciencia; ha de posponer la admisión a la comunión eucarística hasta que no haya discernido "con el sacerdote en el fuero interno" (AL 298; cf. 300) y no haya realizado bajo la dirección de él un camino eclesial apropiado (cf. AL 294; 300; 305; 308).
Y recuerda que:
Dado que las normas generales negativas obligan siempre, sin ninguna excepción, el cristiano en situación irregular (léase adulterio) está obligado ante Dios a hacer todo lo posible para salir del desorden objetivo y armonizar su comportamiento con la norma.
Puede ser que su conciencia, errónea de buena fe, no sea consciente de ello; pero el sacerdote, que le acompaña, le debe guiar con caridad y prudencia para discernir y cumplir la voluntad de Dios para él, hasta llegar a asumir una forma de vida coherente con el Evangelio.