El cielo es la felicidad con que Dios premia eternamente a los que mueren en Su gracia. "Nos hiciste Señor para Tí; y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti."
El cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. La felicidad del cielo será proporcional a los méritos contraídos en esta vida; pero todos serán totalmente felices, pues no les cabrá más felicidad.
Como ocurre con vasos, de distintos tamaños, llenos de agua: unos tienen más agua que otros, pero a ninguno le cabe más.
En el cielo seremos felices sin necesidad de lo que aquí disfrutamos. Lo mismo que un adulto no necesita los juguetes que hacen feliz al niño.
« La Iglesia ha definido como dogma de fe la existencia y eternidad del cielo ».
El cielo, más que un espacio es una relación con Dios.
Las almas son espirituales, y las cosas espirituales no necesitan espacio. Hay cosas que son reales pero no ocupan espacio: el amor, el odio, la lealtad, la traición, la simpatía, la envidia, etc.
« El cielo es primordialmente un "estado". Es un modo de existir. « El espacio es para las cosas materiales. Los espíritus, para existir, no necesitan de un lugar. »
« Pero es necesario además suponer que el cielo se halla localizado en algún "lugar" aunque no sepamos decir dónde está » .
« No hay más solución que decir, que, de uno u otro modo, el cielo es un lugar de gloria ». En el cielo, los buenos viven con Dios eternamente felices. Éste es el único modo de ser del todo feliz.
Para Platón la felicidad está en amar la Belleza, y para Aristóteles en conocer la Verdad. Como en Dios está la Suprema Belleza y Verdad, en el disfrute de Dios está la verdadera felicidad. Y esto es el cielo.
Por eso dice San Agustín: « Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti ».
Dios ha hecho al hombre para el cielo. Por eso aquí en la Tierra ningún hombre encuentra esa felicidad completa que tanto busca.
Goethe afirmaba de sí mismo: « Se me ha ensalzado como a uno de los hombres más favorecidos por la fortuna. « Pero en el fondo de todo ello no merecía la pena, y puedo decir que en mis setenta y cinco años de vida no he tenido cuatro semanas de verdadera felicidad. Ha sido un eterno rodar de una piedra que siempre quería cambiar de sitio ».
Los ricos y los pobres, los de arriba y los de abajo, todos los hombres, en sus momentos de sinceridad, reconocen que no encuentran la felicidad que los sacie, aunque hayan tenido de todo y hayan gozado de todo.
Y es que « la aspiración fundamental del hombre no puede saciarse con la posesión de un objeto, el hombre no puede alcanzar su felicidad plena en una relación sujeto-objeto, sino en una relación yo-tú, es decir, en la relación con una persona ».
Incluso en este mundo la mayor felicidad está en el amor. No precisamente el amor-lujuria, sino el amor espiritual. El amor brota ante la presencia de lo bueno, de lo bello.
En el cielo la posesión intuitiva del Bien infinito -Dios- nos proporcionará, por el amor, una felicidad insuperable. Ahora, lo que conocemos de Dios, como dice San Pablo, es una caricatura. Pero cuando conozcamos a Dios en el cielo tal como es, lo que merece ser amado y lo que nos ama, su amor nos hará inmensamente felices.
Lo mismo que por más que te explique un cosmonauta la sensación de ingravidez que él siente en el espacio, no puedes entenderla como él, así es imposible que un pecador comprenda a Santa Teresa cuando habla de la felicidad del amor de Dios.
La felicidad del cielo es difícil que la comprendamos con nuestra mentalidad terrena. Es como hablarle a un ciego de colores, o a un sordo de música. Decirle a un ciego que el color rojo es como un sonido de trompeta, no le aclara mucho.
Ya lo dijo San Pablo: « Ni ojo vio, ni oído oyó, ni ha concebido jamás el corazón humano la felicidad que Dios tiene preparada para los que le aman ».
La única felicidad completa, verdadera y definitiva está en el cielo. Por eso la salvación eterna es el problema más importante que el hombre tiene que resolver en esta vida.
Es un asunto difícil, pero a nosotros mismos nos interesa que salga bien. Si me sale mal, yo seré el que me hunda para siempre.
En el cielo conoceremos todo lo que nos interese sobre nuestra familia, amigos, etc. Incluso todas las maravillas de la ciencia en todas las ramas del saber humano. Y como en el cielo no se puede sufrir, los bienaventurados no sufren viendo sufrir a sus seres queridos, pues ven los bienes que se siguen de ese sufrimiento.
Pero sin duda pedirán a Dios que alivie sus penas y les dé fuerzas y resignación para sobrellevarlo todo.
Los Testigos de Jehová dicen que sólo se salvan 144.000 porque es el número que da el Apocalipsis.
Pero todo el que sabe un poco de Estudios Bíblicos conoce que los números en la Biblia tienen un valor simbólico. No pretenden la exactitud. Como cuando decimos « te he llamado mil veces » lo que queremos decir es « muchas veces »; y cuando dices « llevo esperándote tres horas » quieres decir mucho rato, y no precisamente ciento ochenta minutos.
Hay números simbólicos como el 7, el 12, el 40. Setenta veces siete. Cuarenta días de ayuno. Doce apóstoles. Doce tribus de Israel.
Los 144.000 son 12.000 por cada una de las doce tribus de Israel. Doce es símbolo de plenitud y mil de multitud.
Por eso el Apocalipsis dice unas líneas después que era « una gran muchedumbre que nadie podía contar ». Y San Pablo: « Dios quiere que todos los hombres se salven ». Y Cristo encargó a los Apóstoles: « Predicad a toda criatura..., el que crea se salvará ».
Esta doctrina de los Testigos de Jehová ha sido tan refutada que ellos mismos buscan otra interpretación del texto y van admitiendo que son muchos más los que se salvan.
« Incluso los que, sin culpa suya, no son cristianos pero han permanecido fieles a la voz de su recta conciencia, participarán de la felicidad eterna con el Señor, pues la acción invisible del Espíritu Santo en sus corazones, los unirá al misterio pascual de Jesucristo ».
Dice Santo Tomás que el que no conoce la religión verdadera sin culpa suya, pero ha procurado vivir conforme a su conciencia haciendo el bien y evitando el mal, según sus alcances, hay que creer certísimamente que Dios buscará el modo de iluminarle antes de morir para que pueda salvarse.
« Es cierto que nadie ha ido nunca al infierno, ni irá, sino por su propia culpa ».
Dice el Concilio Vaticano II: « Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero se esfuerzan en cumplir con su conciencia pueden conseguir la salvación eterna.
« La Divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa suya ignoran el conocimiento expreso de Dios, y se esfuerzan en llevar una vida recta ».
En cambio, el instruido suficientemente en la religión católica que rechace a la Iglesia Católica no podrá salvarse.
Al decir que también los no católicos pueden salvarse hay que evitar la idea de que los católicos tenemos que subir a la cumbre de la salvación a pie, mientras que los no católicos suben en funicular, pues llegan al mismo sitio sin las obligaciones de los católicos.
Para salvarse y ganar el cielo, es necesario servir a Dios y guardar los mandamientos. Esto cuesta trabajo, porque nuestras inclinaciones al pecado son muy fuertes, y el demonio -que nos envidia y quiere condenarnos con él- nos pone trampas de tentaciones para que caigamos.
Sin embargo, podemos vencer al demonio y a nuestras pasiones. « Todo es posible para el que ora ».
Si se lo pido mucho al Señor y a la Virgen, si confieso y comulgo con frecuencia, y procuro apartarme de las ocasiones de pecar, será casi cierto que me salvaré.
Tenemos en nuestra mano los medios necesarios y suficientes para alcanzar la salvación: quien los pone en práctica convenientemente se salva.
Para no apartarse del camino de la salvación es muy conveniente hacer todos los años Ejercicios Espirituales.
Hay además tres cosas muy eficaces para conseguir una buena muerte: comulgar los Primeros Viernes de mes y los Primeros Sábados, y rezar todas las noches tres Avemarías a la Santísima Virgen, que son prenda de salvación eterna.
Aunque, naturalmente, todas las devociones son inútiles si no tenemos sincero deseo de servir a Dios y hacer el bien. Es necesario pedir mucho nuestra salvación eterna.
Quien pide salvarse, con insistencia y de corazón, es cierto que se salvará y, por el contrario, quien no lo pide, no se salvará, ordinariamente hablando.
Dice San Alfonso María de Ligorio: « Todo el negocio de la salvación depende de la oración; si no oráis, vuestra condenación será cierta ».
El misterio de la predestinación consiste en la coordinación de la Sabiduría, Bondad y Justicia de Dios, con nuestra libertad.
Para nosotros la coordinación de estas cuatro cosas es un misterio.
Pero comprendemos que Dios puede coordinarla. Vamos a intentar dar un poco de luz:
A veces se oye preguntar: « Si Dios es bueno, ¿por qué me crea sabiendo que me voy a condenar? Me hubiera hecho un favor no creándome ».
Te equivocas.
No creándote no te hace ningún favor. Si no existes, no puede hacerte favores.
En cambio, al crearte te da el billete de entrada para el cielo, lo cual es un bien inmenso.
Si tú rompes esa entrada no es culpa de Dios, sino exclusivamente tuya. Él ya hizo bastante comprándote esa entrada a costa de su vida. ¿Vas a dudar de su Bondad?
Si Dios no creara a los que se van a condenar, haría un perjuicio a los posibles descendientes de esos hombres, que podrían ser excelentes, salvarse y ser eternamente felices.
Todos podemos tener en nuestros ascendientes alguno que se haya condenado.
Si para que él no se condene, Dios no lo crea, tampoco hubiéramos existido nosotros, y nos veríamos privados de la felicidad eterna que esperamos conseguir. Si tú quieres condenarte, no por eso va Dios a privar de la felicidad eterna a tantos seres descendientes tuyos (hablo en general) que se querrán salvar y ser eternamente felices.
Además, si Dios creara sólo a los que se iban a salvar, entonces los hombres, seguros de su salvación a última hora, se despreocuparían de hacer buenas obras.
El riesgo de la condenación estimula a practicar el bien.
Con esto se aumenta el premio eterno.
Y Dios considera que esto es motivo suficiente para permitir que otros voluntariamente prefieran ir por el camino de la condenación.
Es verdad que Dios podría enviarnos la muerte aprovechando un momento en que estemos en gracia, o antes de que tengamos uso de razón, si nunca vamos a tener un buen momento.
Pero Dios hace plan de dar a cada uno un tiempo de vida determinado, y no lo cambia.
Si Dios subordinara el momento de la muerte de cada uno a esperar que esté en gracia, como esto depende de la voluntad del hombre, sería el hombre el que, de alguna manera, determinaría el momento de morir.
Y es impropio de Dios subordinarse a los caprichos de la criatura.
Con todo, no es inútil pedir a Dios la curación de un enfermo grave. Pues como Dios sabía que se iba a pedir por él, pudo, desde la eternidad, teniendo en cuenta esas oraciones, señalar el momento de morir más conveniente.
« Dios quiere que todos los hombres se salven » y a todos les da las gracias necesarias para ello; si ellos no la rechazan voluntariamente.
Es más, si necesitas un millón, Él te da cinco millones.
Dijo Cristo: « Yo he venido para que tengan vida sobrenatural, y para que la tengan en abundancia ».
Es decir, que con la gracia que te da, te puedes salvar de sobra. Si no te salvas, es porque no quieres.
Dios ha querido que tú pongas algo de tu parte. Si no lo quieres poner, la culpa es exclusivamente tuya. De ninguna manera de Dios, que con lo que te ha dado, tienes de sobra para salvarte.
¿Por qué deja Dios esto en nuestras manos? Porque sin libertad no hay mérito, y sin mérito no hay salvación.
El hombre es esencialmente racional. El ser racional es necesariamente libre. El ser libre implica autodeterminación en la elección del bien y del mal, por lo tanto ser responsable. Para ser responsable hay que ser libre.
Esto es lo que hace posible el mérito necesario para la salvación, y al mismo tiempo la culpabilidad del mal que lleva a la condenación.
Si Dios suprimiera la libertad, suprimiría al hombre.
¿Que Dios podía haber elegido otro orden de cosas en el que se condenaran menos? ¡De acuerdo!
Y, ¿por qué ha elegido éste?
No lo sabemos. No lo ha revelado. Es un misterio.
Lo cierto es que en todo orden de hombres libres es lógico que algunos abusen de su libertad; y que en el actual orden de cosas, que nos ha tocado vivir, quien quiere sinceramente salvarse, con la ayuda de Dios, se salva. Nadie se condena sino por su propia culpa.
Dios llama a todos a la salvación; pero la respuesta de cada uno es personal y libre. « Lo quiere con voluntad condicionada. Es decir, la voluntad de Dios no se impone a la libertad del hombre, sino que la respeta ». Dios respeta esa libertad.
Vamos a poner aquí un resumen de la Doctrina de la Iglesia sobre predestinación:
- Dios quiere que todos los hombres se salven.
- Cristo murió por todos los hombres sin excepción.
- Dios no niega a nadie las gracias necesarias y suficientes para salvarse.
- Nadie se condena sin culpa suya.
- Todos podemos salvarnos, pues Dios no pide imposibles, sino que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, que Él te ayudará para que puedas.
- La oración bien hecha y la devoción a María son prenda de salvación eterna.
Todos podemos salvarnos, pues Dios así lo quiere.
Para eso nos ha puesto en la vida.
Esta voluntad de Dios no es absoluta, la cual no admite excepción; sino condicionada, es decir, con la condición de que el pecador se arrepienta de sus pecados.
Para que podamos salvarnos nos da los medios suficientes para ello, como son la gracia y los sacramentos.
Basta que nosotros queramos utilizarlos y cooperar con la gracia que Dios nos da, cumpliendo los mandamientos.