Al paso de los siglos, no sólo los predicadores, también los pintores y poetas cristianos, han cantado la gloria del misterio de la Encarnación del Verbo, el Misterio mayor, el que es la fuente de todo el mundo de la gracia – Evangelio, Cruz, Resurrección, Pentecostés, Eucaristía, sacramentos, Iglesia –. Es el único misterio de los confesados en el Credo que la Liturgia manda honrar con un signo visible de la mayor veneración:
« Creo en un solo Señor, Jesucristo… que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo [en las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan] y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre ».
San Bernardo de Claraval
Monje francés (1090-1153), abad del monasterio cisterciense de Clairvaux, doctor de la Iglesia (1830).
Todo el mundo espera la respuesta de María
(Homilía sobre las excelencias de la Virgen Madre 4,8-9)
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe.
Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
« Aquí está – dice la Virgen – la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra ».