¿Cuál ha de ser la relación y presencia de los cristianos en el mundo? ¿Cómo vivir la tensión evangélica entre el "estar en el mundo" y "no ser del mundo" (Jn 17,11.14.16) ¿Y cómo se las arreglaban los cristianos de los primeros siglos en un mundo tan hostil? ¿Huir del mundo o permanecer en él? Los cristianos primeros se saben unidos al Cordero de Dios, que entrega su vida para « quitar el pecado del mundo ». Y saben que ésa es también su propia vocación. Este es el tema de fondo de la Carta a Diogneto.
La Epístola a Diogneto es una de las apologías del cristianismo más breves de la antigüedad, pero de estilo perfecto y a la vez sencillo y profundo, lo que la convierte en la obra más brillante y hermosa de la literatura cristiana griega. Por todo ello fue definida como la « perla de la antigüedad cristiana ».
La finalidad de la carta es la de responder al interés del destinatario por conocer las creencias y la vida de los cristianos. Las preguntas pueden deducirse de la introducción de la carta:
"Pues veo, excelentísimo Diogneto, tu extraordinario interés por conocer la religión de los cristianos y que muy puntual y cuidadosamente has preguntado sobre ella: primero, qué Dios es ése en que confían y qué género de culto le tributan para que así desdeñen todos ellos el mundo y desprecien la muerte, sin que, por una parte, crean en los dioses que los griegos tienen por tales y, por otra, no observen tampoco la superstición de los judíos; y luego, qué amor es ése que se tienen unos a otros; y por qué, finalmente, apareció justamente ahora y no antes en el mundo esta nueva raza, o nuevo género de vida" (Capítulo I, 1)
Llama la atención que esta obra fue redescubierta y editada en la época contemporánea en el contexto en que Europa estaba amenazada por los regímenes totalitarios y la guerra, mientras la Iglesia discutía los modos de presencia de los cristianos en la sociedad. Su actualidad en aquel contexto era evidente. Así lo vio el gran patrólogo Marrou. La cuestión que el pagano Diogneto plantea al autor desconocido de la Carta se refiere a la religión y al culto autenticos: ¿en qué Dios creen los cristianos para que vivan y mueran así? El autor critica primero el culto pagano (idolátrico) para después abordar el culto judío (más auténtico y adecuado a la imagen de Dios pero limitado a lo material y al ritualismo) y después pasa al culto cristiano. Ahora bien, curiosamente éste consiste en el modo de presencia de los cristianos en el mundo. No se distinguen externamente del mundo pero viven de forma distinta. Su existencia es una paradoja fecunda. Siendo alma del mundo dan el culto auténtico a Dios. Merece la pena citar sus palabras:
"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres…Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, adoptan las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.
Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar" (Carta a Diogneto, V-VI).