Catalina Rivas de Cochabamba, Bolivia, vive actualmente en Mérida, en el estado de Yucatán, México. Se dice que recibe mensajes de Jesús, María y los ángeles. El obispo de Cochabamba, René Fernández Apaza (1924-2013), dio su imprimátur a los mensajes recibidos. El siguiente texto es la reproducción (primera parte) del testimonio de Catalina sobre "La Santa Misa", en el que Nuestro Señor y la Santísima Virgen le explica, lo que realmente sucede durante la Santa Misa en el mundo espiritual, y cómo debemos centrarnos más, en los grandes misterios que tienen lugar allí. 

El Padre Daniel Gagnon, O.M.I., de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México, escribió en abril de 2000 sobre su libro : "En este escrito no encuentro nada que vaya en contra de la Fe y la Doctrina de la Iglesia. No me corresponde a mí confirmar su carácter sobrenatural ; sin embargo, lo recomiendo por su inspiración espiritual.

Primera parte

El testimonio de Catalina Rivas sobre La Santa Misa

En la maravillosa catequesis con la que el Señor y la Virgen María nos han ido instruyendo, en primer lugar ; enseñándonos la forma de rezar el santo rosario, aprender a orar con el corazón, de meditar y disfrutar de los momentos de encuentro con Dios y con nuestra Madre bendita ; la manera de confesarse correctamente, se encuentra también la del conocimiento de lo que sucede durante la Santa Misa y la forma de vivirla con el corazón.

Este es el testimonio que debo y quiero dar al mundo entero, para mayor Gloria de Dios y para la salvación de todo aquel que quiera abrir su corazón al Señor. Para que muchas almas consagradas a Dios reaviven el fuego del amor a Cristo, unas que son dueñas de las manos que tienen el poder de traerlo a la tierra para que sea nuestro alimento, las otras, para que pierdan la "costumbre rutinaria" de recibirlo y revivan el asombro del encuentro cotidiano con el amor. Para que mis hermanos y hermanas laicos del mundo entero vivan el mayor de los Milagros con el corazón : la celebración de la Santa Eucaristía.

Era la vigilia del día de la Anunciación y los miembros de nuestro grupo habíamos ido a confesarnos. Algunas de las señoras del grupo de oración no alcanzaron a hacerlo y dejaron su confesión para el día siguiente antes de la Santa Misa.

Cuando llegué al día siguiente a la Iglesia, un poco retrasada, el señor arzobispo y los sacerdotes ya estaban saliendo al presbiterio. Dijo la Virgen con aquella voz tan suave y femenina que a una le endulza el alma.

"Hoy es un día de aprendizaje para ti y quiero que prestes mucha atención, porque de lo que seas testigo hoy, todo lo que vivas en este día, tendrás que participarlo a la humanidad". 

Me quedé sobrecogida sin entender, pero procurando estar muy atenta.

La oración penitencial

Lo primero que percibí es que había un coro de voces muy hermosas que cantaban como si estuviesen lejos, a momentos se acercaba y luego se alejaba la música como con el sonido del viento.

El señor arzobispo empezó la Santa Misa, y al llegar a la oración penitencial, dijo la Santísima Virgen :

"Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al Señor por todas tus culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar dignamente de este privilegio que es asistir a la Santa Misa."

Seguramente que por una fracción de segundo pensé : "Pero si estoy en Gracia de Dios, me acabo de confesar anoche".

Ella contestó : "¿Y tú crees que desde anoche no has ofendido al Señor ? Déjame que yo te recuerde algunas cosas. Cuando salías para venir aquí, la muchacha que te ayuda se acercó para pedirte algo y como estabas con retraso y muy apurada, le contestaste no de muy buena forma. Eso ha sido una falta de caridad de tu parte, ¿y dices no haber ofendido a Dios... ?"

"De camino hacia acá un autobús se atravesó en tu camino, casi te choca y te expresaste en forma poco conveniente contra ese pobre hombre, en lugar de venir haciendo tus oraciones, preparándote para la Santa Misa. Has faltado a la caridad y has perdido la paz y la paciencia. ¿Y dices no haber lastimado al Señor... ?"

"En el último momento llegas, cuando ya la procesión de los celebrantes está saliendo para celebrar la Misa...y vas a participar de ella sin una previa preparación..."

Ya, Madre Mía, ya no me digas más, no me recuerdes más cosas porque me voy a morir de pesar y vergüenza, contesté.

"¿Por qué tienen que llegar en el último momento ? Ustedes deberían estar antes para poder hacer una oración y pedir al Señor que envíe Su Espíritu Santo, que les otorgue un espíritu de paz, que eche fuera el espíritu del mundo, las preocupaciones, los problemas y las distracciones, para que sean capaces de vivir este momento tan sagrado. Pero llegan casi al comenzar la celebración, y participan como si participaran de un evento cualquiera, sin ninguna preparación espiritual. ¿Por qué ? Es el Milagro más grande, van a vivir el momento de regalo más grande de parte del Altísimo y no lo saben apreciar."

Era bastante. Me sentía tan mal que tuve más que suficiente para pedir perdón a Dios, no solamente por las faltas de ese día, sino por todas las veces que, como muchísimas otras personas, esperé a que terminara la homilía del sacerdote para entrar en la Iglesia. Por las veces que no supe o me negué a comprender lo que significaba estar allí, por las veces que, tal vez habiendo estado mi alma llena de pecados más graves, me había atrevido a participar de la Santa Misa.

El Gloria

Era día de fiesta y debía recitarse el Gloria. Dijo nuestra Señora :

"Glorifica y bendice con todo tu amor a la Santísima Trinidad en tu reconocimiento como criatura suya".

Qué distinto fue aquel Gloria. De pronto me veía en un lugar lejano, lleno de luz ante la Presencia Majestuosa del Trono de Dios, y con cuánto amor fui agradeciendo al repetir : "...Por tu inmensa Gloria Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos, Te damos gracias, Señor, Dios Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso y evoqué el rostro paternal del Padre lleno de bondad... Señor, Hijo único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, Tú que quitas el pecado del mundo..." Y Jesús estaba delante de mí, con ese rostro lleno de ternura y Misericordia, "...porque sólo Tú eres Dios, sólo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo..." el Dios del Amor hermoso, Aquel, que en ese momento estremecía todo mi ser...

Y pedí : "Señor, libérame de todo espíritu malo, mi corazón te pertenece, Señor mío envíame tu paz para conseguir el mejor provecho de esta Eucaristía y que mi vida dé sus mejores frutos. Espíritu Santo de Dios, transfórmame, actúa en mí, guíame ¡Oh Dios, dame los dones que necesito para servirte mejor... !"

La Liturgia de la Palabra

Llegó el momento de la Liturgia de la Palabra y la Virgen me hizo repetir : "Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir fruto abundante, que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para que Tu Palabra crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que esté bien dispuesto."

"Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda la homilía del sacerdote. Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin haber dado fruto. Si tú estás atenta, va a quedar algo en ti de todo lo que escuches. Debes tratar de recordar todo el día esas Palabras que dejaron huella en ti. Serán dos frases unas veces, luego será la lectura del Evangelio entera, tal vez solo una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en ti porque esa es la forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de Dios lo transforme a uno".

"Y ahora, dile al Señor que estás aquí para escuchar lo que quieres que Él diga hoy a tu corazón".

Nuevamente agradecí a Dios por darme la oportunidad de escuchar su palabra y le pedí perdón por haber tenido el corazón tan duro por tantos años y haber enseñado a mis hijos que debían ir a Misa los domingos, porque así lo mandaba la Iglesia, no por amor, por necesidad de llenarse de Dios...

Yo que había asistido a tantas Eucaristías, más por compromiso ; y con ello creía estar salvada. De vivirla, ni soñar, de poner atención en las lecturas y la homilía del sacerdote, menos.

¡Cuánto dolor sentí por tantos años de pérdida inútil, por mi ignorancia !... ¡Cuánta superficialidad en las Misas a las que asistimos porque es una boda, una Misa de difunto o porque tenemos que hacernos ver con la sociedad ! ¡Cuánta ignorancia sobre nuestra Iglesia y sobre los Sacramentos !

¡Cuánto desperdicio en querer instruirnos y culturizarnos en las cosas del mundo, que en un momento pueden desaparecer sin quedarnos nada, y que al final de la vida no nos sirven ni para alargar un minuto a nuestra existencia ! Y, sin embargo, de aquello que va a ganarnos un poco del cielo en la tierra y luego la vida eterna, no sabemos nada, ¡Y nos llamamos hombres y mujeres cultos… !

El ofertorio

Un momento después llegó el ofertorio y la Santísima Virgen dijo "Reza así : (y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica, Tú Señor con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro apostolado, por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones... Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro. Así oraban los santos, así quiero que lo hagan".

Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón en el suelo para que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos con el dolor de aquel pisotón.

Años después leí un librito de oraciones de un santo al que quiero mucho : José María Escrivá de Balaguer y allí pude encontrar una oración parecida a la que me enseñaba la Virgen. Tal vez este Santo a quien me encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas oraciones.

De pronto empezaron a ponerse de pie unas figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos, iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar.

Dijo nuestra Madre : "Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el altar del Señor."

En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin embargo, la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre. Los pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.

Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba mucho con una luz blanca dorada, dijo la Virgen :

"Son los Ángeles de la Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen algo que ofrecer al Señor..."

"Ofrezcan en este momento..., ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito, por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir."

Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen : 

"Son los Ángeles de las personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor."

En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las manos juntas en oración, pero con la mirada baja. 

"Son los Ángeles de la Guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones."

"No entristezcan a su Ángel de la Guarda... Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por los demás."

"Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos ? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre."

Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente podría compararse a otra. Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían a mi vista.

El Sanctus

Llegó el momento final del Prefacio y cuando la asamblea decía : "Santo, Santo, Santo" de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció. Del lado izquierdo del señor arzobispo, hacia atrás en forma diagonal, aparecieron miles de Ángeles pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores ; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos.

Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la cabeza. Se escuchaba una música preciosa, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo : Santo, Santo, Santo…

La Consagración

Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más maravilloso de los Milagros... Del lado derecho del arzobispo, hacia atrás en forma también diagonal,  una  multitud de personas iban vestidas con la misma túnica pero en colores pastel : rosa, verde, celeste, lila, amarillo ; en fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, parecían tener toda la misma edad. Se podía apreciar (y no puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban también ante el canto de "Santo, Santo, Santo, es el Señor..."

Dijo nuestra Señora : "Son todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios." Entonces la vi, allá justamente a la derecha del señor arzobispo... un paso detrás del celebrante estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante. Me hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.

"Te llama la atención verme un poco más atrás de monseñor (el arzobispo), ¿verdad ? Así debe ser... Con todo lo que me ama Mi Hijo, no me ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales.  Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí."

¡Dios mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos conscientes !

Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba. Dijo la Virgen Santísima :

"Son las almas benditas del purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse. No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente."

"Ya lo ves, aquí estoy todo el tiempo... La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de mis apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte estoy más tiempo presente que en la Santa Misa. Al pie del altar donde se celebra la Eucaristía, siempre me van a encontrar ; al pie del Sagrario permanezco yo con los ángeles, porque estoy siempre con Él."

Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del "Santo", al igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo. Y pensar que hay gente, habemos personas que podemos estar en ese momento distraídas, hablando...

Con dolor lo digo, muchos varones más que mujeres, que de pie cruzan los brazos, como rindiéndole un homenaje de pie al Señor, de igual a igual. Dijo la Virgen :

"Dile al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios."

El celebrante dijo las palabras de la "Consagración". Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos. Cuando levantaba la forma, vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús !... Era Él que con Su Cuerpo envolvía el del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor arzobispo. En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el rostro maravilloso de Jesús mirando hacia su pueblo.

Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora : "No agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la suya y repite la oración de Fátima : Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y Misericordia... Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes."

Se lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme Hostia, pero supe que así contemplaba a cada persona, lleno de amor... Luego bajé la cabeza hasta tener la frente en el suelo, como hacían todos los Ángeles y bienaventurados del Cielo. Por fracción de un segundo tal vez, pensé que era aquello que Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía nuevamente pequeña. Tenía yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.

La segunda parte será publicada en el próximo número de San Miguel.