Acerca del autor: Carlos Freile es Individuo de Número y Director de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica, Individuo de Número de la Academia Nacional de Historia, Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia, de las Academias Colombiana y Paraguaya de Historia, de la Real Academia Española de la Lengua, etc. Dicta clases en la Universidad San Francisco de Quito. Ha publicado varios libros y artículos sobre Historia de la Iglesia y otros temas.
Un profundo impacto han causado las palabras del Papa en Santa Cruz de la Sierra en su discurso en el encuentro con los movimientos populares el día 9 de julio de este año. Como era de esperarse, los enemigos de la Iglesia no han tardado en usar esas palabras para sus consabidos ataques; pero también algunos católicos las han rechazado, sobre todo en España y en nuestra América. Estas son las palabras polémicas:
« Y aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que « cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia ». Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y también quiero decirlo: al igual que San Juan Pablo II, pido que la Iglesia -y cito lo que dijo él- "se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos ». Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II, pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América ».
En primer lugar se debe notar el matiz de aparente diferencia entre lo dicho por San Juan Pablo II y la afirmación de Francisco. El primero menciona "los pecados pasados y presentes de sus hijos", el segundo "las ofensas de la propia Iglesia". Francisco no se refiere a la Iglesia en su sentido restrictivo común, vale decir la jerarquía, sino en el teológico: todos somos Iglesia, la docente y la discente, los santos y los pecadores ("sus hijos"). En consecuencia, cuando el Papa pide perdón lo hace por los pecados cometidos por quienes se decían, aunque en la práctica no lo fueran, católicos. Pasemos a los "crímenes"; es verdad que se cometieron muchos y horribles, pero sus autores no solo violaron las normas fundamentales de la Iglesia sino de los monarcas españoles. La Iglesia jerárquica no tiene culpabilidad en hechos cometidos contra sus expresas y repetidas disposiciones, la tienen los católicos que no le hicieron caso.
Con sabiduría el Papa improvisó un párrafo de oro:
« Y junto a este pedido de perdón y para ser justos también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdón y por eso pido perdón, pero allí también donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres de esos pueblos originarios ».
La historia enseña que la Iglesia Católica como institución se opuso firmemente a las injusticias y opresiones, allí están los documentos pontificios, sobre los que escribiré más adelante; pero también las innumerables condenas de los abusos emanadas de obispos y sacerdotes durante la conquista y los siglos coloniales. Sobre los hechos históricos tocaré tan solo dos o tres ejemplos paradigmáticos utilizados por los enemigos para atacar a la Fe Católica.
Primer punto: los indios son hombres
Diversos autores y en diferentes medios han afirmado que la Iglesia Católica recién reconoció que los indios son hombres en 1537 cuando el Papa Pablo III dictó la Bula Sublimis Deus. Pero para llegar a esa conclusión hace falta cometer dos errores metodológicos. En primer lugar no analizar el contexto en que nació el documento. En segundo, no cotejar si la traducción utilizada es correcta. El Papa escribió esa Bula para finalizar la polémica que se había originado en México sobre la esclavitud de los indios. Los encomenderos querían esclavizarlos, los religiosos se oponían. Fray Bernardino de Minaya viajó a Roma para hablar directamente con Pablo III y éste escribió dos documentos prohibiendo esa esclavitud. Aprovechó para prohibir también el robo de los bienes de los indígenas. Para mayor claridad, el texto, traducido del latín, dice así:
"Nos, por tanto, que, aunque sin merecerlo, hacemos en la tierra las veces del mismo nuestro Señor, procuramos con todo empeño atraer a las ovejas de su rebaño, a Nos encomendadas, que andan fuera del redil; considerando que los mismos indios, como verdaderos hombres no solamente son capaces de recibir la fe cristiana, sino que, como lo hemos sabido, acuden con la mayor prontitud a la misma fe; y deseando proveer sobre este negocio con remedios convenientes; por las presentes letras decretamos y declaramos con nuestra autoridad apostólica, que los referidos indios y todos los demás pueblos que en adelante vengan al conocimiento de los cristianos, aunque se encuentren fuera de la fe de Cristo, no han de estar privados ni se han de privar de su libertad, ni del dominio de sus cosas; y más todavía que pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de esta libertad y de este dominio, ni deben ser reducidos a servidumbre; y que es írrito, nulo y de ningún valor ni momento todo lo que de otra manera se haga..." (Los subrayados son míos).
Como se ve el documento no decreta ni declara que los indios son hombres sino que tienen total derecho a su libertad y a sus bienes. La mención a la humanidad de los indígenas se halla en el "considerando", o sea en el antecedente conocido y aceptado, no en el decreto.
Por otra parte, desde su llegada los primeros sacerdotes a las Antillas bautizaron a los indígenas; mejor prueba del reconocimiento de su humanidad no puede darse.
Segundo punto: el genocidio
El lugar común sobre el supuesto genocidio se puede resumir como escribió un académico: "Es notorio que no necesita ninguna nueva comprobación de que la colonización de las Américas fue acompañada del mayor genocidio de la historia humana". Si entendemos por genocidio el voluntario asesinato en masa de un pueblo, etnia, nación, lo desmiento de manera categórica. En la actualidad los autores están de acuerdo en que las genocidas fueron las enfermedades traídas por los europeos y desconocidas en el mundo indígena originario. Sin lugar a dudas el contagio involuntario de una enfermedad mortal no cae bajo categorías ni morales ni jurídicas. Para tan solo citar el caso ecuatoriano veamos algunos números: Los autores más optimistas dan 1.000.000 de habitantes para el Ecuador prehispánico (otros hablan de 500.000 o menos). Siguiendo a Suzanne Austin Alchon en el siglo XVI hubo las siguientes epidemias, bastante bien documentadas: 1524-28: Viruelas, murieron más de 200.000 o 1/3 o 1/2. 1531-33 Sarampión, murieron del 25% al 30%.- 1546: Neumonía o tifoidea, murieron el 20%.- 1558-59: Viruelas, sarampión y gripe, murieron del 15% al 20%.- 1585-91: Viruelas, sarampión, gripe y tifoidea, murieron el 50%.
En el siglo XVII hubo epidemias en los años 1604, 1606 (tabardillo), 1609, 1611-1612 (tabardillo, sarampión), 1614 (tabardete), 1618-19 (sarampión y mal del valle), 1634 (tabardete), 1639 (tabardillo), 1644-45 (alfombrilla y garrotillo), 1648-49 (viruelas y alfombrilla), 1651 (paperas y cotos), 1652 (varias enfermedades), 1657 (idem), 1667 (tabardillo y dolor del costado), 1676-77 (viruelas y otras), 1680 (peste), 1683 (peste), 1685-89 (tabardillo y dolor del costado). (Id. p. 59). Todos lamentamos esa hecatombe poblacional, pero no la podemos atribuir a un genocidio voluntario ni organizado.
Se ha convertido en saber aceptado el afirmar que el supuesto genocidio se realizó en nombre de Dios y con la complicidad y apoyo de la Iglesia Católica. Ese lugar común aceptado por todas las personas que desean ser políticamente correctas no soporta las investigaciones documentales metódicas y científicas. No quiero detenerme en las razones que dieron origen al infundio (elemento indispensable de la llamada leyenda negra ), aunque es muy claro que tienen que ver con equivocaciones metodológicas como las cometidas por fray Bartolomé de Las Casas al creer que todos los muertos fueron provocados por la crueldad hispánica. Se relacionan también con la política, pues los enemigos de España y de la Iglesia en los siglos coloniales (Inglaterra y Holanda) propagaron esa calumnia. Desde el siglo XIX las mentiras sobre el supuesto genocidio se vinculan con la campaña de descatolizar a Hispanoamérica para ocupar ese espacio, campaña llevada a cabo tanto por los liberales como por los marxistas y ciertas denominaciones protestantes. Aquí cae como anillo al dedo la famosa frase de Goebbels: "Una mentira repetida el suficiente número de veces pasa a ser verdad", o para citar a un autor más venerado por los políticamente correctos, Voltaire: "Miente, miente que algo queda".
La defensa de los indígenas
Entre los importantísimos aportes de los pensadores católicos se encuentra la creación del Derecho de Gentes, o sea de la afirmación filosófica y jurídica de que todos los seres humanos tienen los mismos derechos por el mero hecho de serlo, lo que hoy constituye el derecho internacional. Esta doctrina fue enseñada en Salamanca por varios profesores de la Orden de los Dominicos, entre los cuales sobresalió Francisco de Vitoria. Cuando se planteó en el ámbito académico europeo el problema de la licitud de la conquista de América este sacerdote analizó todas las causales posibles y las descartó porque violaban los derechos naturales de los indios. Al mismo tiempo sostuvo que nadie tenía derecho a despojarlos de sus bienes públicos y privados. Dice Luciano Pereña: "Por obra y gracia de Francisco de Vitoria, el mundo aprendió a ser más universal y más humano a pesar de sus agresiones y de sus crímenes, y precisamente por razón de ellos". No es necesario recordar la labor de su hermano de orden fray Bartolomé de las Casas, meritoria a pesar de sus exageraciones. Pero sí las obras de Martín de Azpilcueta, Domingo de Báñez, Melchor Cano, Bartolomé de Carranza, Antonio de Córdoba, Diego de Covarrubias, Domingo de Cuevas, Bartolomé Ledesma, Pedro de Ledesma, Luis López de Solís, Bartolomé de Medina, Felipe Meneses, Tomás de Mercado, Luis de Molina, Miguel de Palacio, Juan de la Peña, Juan Ramírez, Juan de Salas, Francisco de Toledo, Juan de Zapata.... todos ellos religiosos. Varios investigadores, sobre todo anglosajones, han confundido el sentido de la discusión y afirman que algunos sostenían que los indios no eran seres racionales, sin embargo la verdadera discusión giraba sobre si la razón de los indios era suficiente para que se gobernasen a sí mismos. De hecho esta discusión comenzó varios años después del arribo de Colón al Caribe y se inspiró en las tesis de Aristóteles.
¿Y que sucedió con la tremenda explotación a la que redujeron los españoles a los indígenas con la complicidad interesada de la Iglesia, según afirma el saber común? La respuesta no es simple pero se puede intentar. Nadie puede negar que hubo un trato inmisericorde a los indígenas de parte de conquistadores, colonos, chapetones, criollos, mestizos y caciques. En esa conducta anticristiana se involucraron malos sacerdotes y religiosos, es cierto. Pero también es verdad que todas las denuncias de injusticias y malos tratos provenían precisamente de hombres de Iglesia o de laicos impulsados por su fe. En Ecuador el relato de Fray Marcos de Niza (1534) sobre la crueldad de varios conquistadores no puede ser más estremecedor. Así mismo fueron sacerdotes los primeros en oponerse con toda dureza a la mita y a los horrores de los abusos en las encomiendas, desde Fray Pedro Bedón y Fray Pedro de la Peña en el siglo XVI hasta Manuel Vallejo, Tadeo Orozco y Tomás Jijón en el XVIII, cuyas denuncias deberíamos todos conocer y meditar. La defensa de los indios por parte de curas y religiosos les significó ataques y calumnias de todo tipo, incluyendo golpes y puñaladas.
La mayor dificultad que tuvieron los indígenas para aceptar el mensaje cristiano no provino de los métodos incipientes de los misioneros, sino de los antecedentes culturales nativos y sobre todo del mal ejemplo de los conquistadores. Fueron constantes las quejas y denuncias de los eclesiásticos a este respecto, pues los indígenas al ver las crueldades e injusticias de muchos conquistadores repudiaron la religión cristiana. Por ejemplo, así lo testimonió Girolamo Benzoni para la región de Manabí (Ecuador), hacia 1550: "De ella (de la Fe católica) estos indios públicamente hacen burla, diciendo que no quieren ser cristianos, a causa de nuestras maldades". Esta amarga realidad se afirmó con el paso de los años como se lee en los informes de los obispos. Con todo no se debe dejar de lado la negativa de muchos indígenas a abandonar costumbres que para el cristianismo son pecaminosas: la poligamia, la sodomía, la adivinación, la magia, la venganza ritual.
En la América Española hubo obispos con mayor o menor solvencia en la administración y en el gobierno, situación normal en toda actividad humana, pero la casi totalidad se distinguió por su defensa de los indígenas frente a la explotación y los abusos de todo tipo que sufrían de parte de españoles, criollos, mestizos y caciques, así lo afirma, entre muchos, Enrique Dussel. Para el caso de Quito, Pedro de la Peña (1565-1583) excomulgó a quienes se valían de su autoridad para tratar mal a los conquistados y se reservó la absolución del pecado de abusar de ellos. Luis López de Solís (1592-1605) siguió la misma línea, se quejaba de que las autoridades no le apoyaban y por eso no pasaba de ser un honrado sacristán, también quiso que los indígenas pudiesen ser ordenados sacerdotes, pero las autoridades españolas se opusieron siempre, aun cuando el Papa Clemente VIII dictaminó que ellos eran tan aptos como los europeos para el sacerdocio. Alonso de la Peña (1658-1688) decía que los indígenas no solo debían ser ordenados sino preferidos a los demás por saber mejor el idioma y propuso normas de avanzadísima justicia social. Tan solo en 1697 el rey Carlos II expidió la llamada Cédula de Honores que igualaba a indígenas y españoles en el derecho a alcanzar cargos de todo tipo, pero en el virreinato del Perú no se puso en práctica. La ausencia de sacerdotes indígenas (no total, pues sí hubo varios, entre ellos uno al que llamaban el padre Inga, aunque en general debían presentarse como mestizos) significó la permanente minoría de edad de la población, necesitada de tutores y guías, además impidió una evolución más autónoma y rica de las formas de expresión de la fe. Siguiendo con los obispos: Sancho de Andrade (1688-1702) y Andrés Paredes de Polanco (1734-1745) sobresalieron por su preocupación por los pobres, Francisco Romero (1718-1726) escribió pastorales en defensa de la capacidad de los indios para recibir la doctrina, Blas Sobrino y Minayo (1776-1789) fundó el Hospicio de Jesús, María y José para indigentes, huérfanos, expósitos y leprosos, José Pérez Calama (1790-1792) impulsó la comunión frecuente entre los indios e insistió en su capacidad para ello...
¿La Iglesia justificó y se aprovechó impúdicamente de las injusticias cometidas por ambición desmedida? Aunque es verdad y nadie podrá negar que hubo sacerdotes convertidos en verdugos de los indígenas y de los esclavos africanos, lo hacían porque desoían las normas de la Iglesia y no respondían a las exigencias mínimas de su condición. El mal sacerdote no invalida el valor del mensaje evangélico ni debe hacer olvidar a tantos sacerdotes defensores heroicos y padres bondadosos de los indígenas y de los desamparados en general. El tan citado Pedro de la Peña insistía acerca de las autoridades: "ha crecido en ellos (en los gobernantes) una desordenada codicia,... hacen excesivos y malos tratamientos a los naturales quitándoles sus haciendas y aun mujeres, ejidos, y no hay nadie que se ose quejar,... están hechos de codicia". También como ejemplo tenemos las durísimas condenas de los sacerdotes contra las mitas en 1764 a raíz de la rebelión ocurrida en Riobamba (Ecuador) contra esa inmisericorde forma de esclavitud disfrazada. Recalco que si hubo sacerdotes cómplices de la injusticias también actuaron auténticos profetas que denunciaron la opresión del pobre; y estos fueron más, muchos más. He citado ejemplos del Reino de Quito, para no alargar, pero se pueden traer centenares de denuncias desde California hasta la Patagonia. Con motivo del Quinto Centenario se publicaron muchos volúmenes con documentos y estudios, que en honor a la verdad no deben caer en el olvido.
Otro dato a tenerse en cuenta es que desde la conquista hasta la independencia no se registra ni una sola sublevación de indígenas o esclavos contra la Iglesia, antes al contrario. Por eso, una autoridad del siglo XVIII afirmó: "Los curas son los únicos hospitaleros de los indios". Y un eclesiástico: "De estas experiencias (maltratos e injusticias) estamos llenos los curas de indios quienes no tienen otro asilo ni amparo que su cura, sin que tampoco falten curas que los tiranicen."
Conclusión
Este corto artículo ha pretendido aclarar algunos conceptos y realidades históricas, sobre todo cuando su desconocimiento trae consecuencias negativas para la Iglesia. Varios Papas y en diferentes oportunidades han afirmado, palabra más, palabra menos, que la Iglesia no le teme a la verdad, antes bien desea que se conozca y se propague entera y sin acomodaciones. Con la verdad es suficiente.
La Iglesia busca que se conozca cabalmente el pasado, con sus luces y sombras, porque cumple un servicio a la verdad; junto a este deber sigue el mandato del Señor de predicar su Evangelio para la salvación de las almas, por eso pide perdón por los pecados de sus hijos. La búsqueda de la verdad histórica es una labor científica, el reconocerse pecadores es una actitud religiosa, la primera ayuda a la segunda.