Bélgica exporta su modelo de muerte
En los 12 años que lleva siendo legal en Bélgica, la eutanasia ha mostrado su verdadera cara: lejos de limitarse a unos pocos casos muy controlados, se aplica por los motivos más insospechados, y muchas veces sin que el paciente la pida. Ahora, se amplía a los menores, y la provincia canadiense de Quebec se inspira en este modelo para aprobar su propia ley. Con esta normalización de la eutanasia, crece la presión sobre enfermos y discapacitados
Dos leyes de eutanasia en poco más de una semana. Ése es el triste balance, ya que la provincia canadiense de Quebec ha pasado el proyecto de ley 52, también conocido como "un acto de respeto de los cuidados al final de la vida", que fue aprobado el jueves 5 de junio por la tarde en voto libre en la Asamblea Nacional, en la ciudad de Quebec.
El pasado día 13 de febrero de 2014, el Parlamento belga decidió extender la eutanasia a los niños con una enfermedad incurable, si se les considera capaces de discernir. Bélgica se convierte así en el primer país que legaliza la eutanasia infantil sin límite de edad. En la vecina Holanda, sólo se permite a partir de los 12 años, y está despenalizada en bebés con problemas graves, incluso si los que sufren son sólo sus padres.
Entre los detractores de la ley belga, se encuentran los líderes religiosos del país; especialmente los Obispos católicos, que además de lamentar este atentado contra los niños, temen que a esta ampliación le sigan otras. También los 160 pediatras que han denunciado que es una ley innecesaria, y los 250 especialistas en cuidados paliativos infantiles, que la han criticado desde un congreso internacional en la India. Y, por último, las decenas de miles de europeos que están firmando una petición on-line para que el rey Felipe no firme la ley. Por el contrario, el 70% de la población apoya la ley, aunque días antes de la votación dos sondeos parecían mostrar cierta reticencia.
La confusión y manipulación de los términos hacen difícil saber qué apoyo real reciben estas leyes. Según la encuestadora estadounidense Gallup, en mayo de 2013, la aceptación del suicidio asistido en este país pasaba del 70% al 51% si, en vez de terminar la vida por medios indoloros, se hablaba de ayudar a suicidarse. Cualquier persona quiere morir con dignidad. Los promotores de la eutanasia lo saben, y centran el debate en la falsa disyuntiva entre una muerte provocada, y otra en medio de terribles sufrimientos. Ignoran las posibilidades que ofrecen los cuidados paliativos.
¿Qué hay, entonces, detrás de la eutanasia? La situación de Bélgica resulta paradigmática, y puede dar bastantes respuestas. Las leyes de eutanasia, o de suicidio asistido, se apoyan, sobre todo, en dos ideas: la vida es indigna si se vive con sufrimiento o limitaciones; y la autonomía de la persona debe ser siempre el criterio absoluto de decisión. Por eso, en los primeros pasos de estas leyes, se exige que se cumplan dos criterios: una enfermedad incurable o terminal, y el consentimiento del paciente.
Ante cualquier problema, la muerte
Sin embargo, pronto se comienza a aceptar la eutanasia sólo con una de estas dos condiciones. Por un lado, si la autonomía personal es absoluta, cualquiera puede ejercerla, sin condiciones. En Bélgica, en el último año, han muerto por eutanasia una mujer insatisfecha tras una operación de cambio de sexo; dos gemelos sordos que se estaban quedando ciegos; una mujer víctima de abusos por parte de su psiquiatra; el Premio Nobel Christian de Duve, de 95 años, que tomó la decisión tras caerse y pasar varias horas en el suelo de su casa; y dos parejas de ancianos que querían morir juntos. Llevando este argumento hasta el extremo, se ve que la eutanasia es simplemente una versión estética de los mismos suicidios que la sociedad trata de evitar. De hecho, el australiano Philip Nitschke, fundador de la entidad pro-eutanasia Exit Internacional, vende por Internet, al alcance de todos, un kit de suicidio indetectable.
El otro extremo de este divorcio se da cuando, en casos de enfermedad grave o de discapacidad, se plantea la eutanasia sin que el paciente la pida. Se asume que cualquier persona sensata, en esa situación, desearía la muerte. Según un estudio publicado en 2010 en el Canadian Medical Association Journal, un 32% de las eutanasias analizadas en Bélgica se ejecutaron sin petición de los pacientes, que eran en su mayoría ancianos de más de 80 años ingresados en un hospital.
Por uno y otro extremo, los límites se hacen cada vez más borrosos. Hace 12 años, cuando se legalizó la eutanasia de adultos, sus promotores aseguraron que nunca se aplicaría a niños. Ahora, se ha legalizado porque, según esos mismos promotores, ya se estaba aplicando. Como resultado, en todos los lugares con eutanasia o suicidio asistido, los casos se disparan. En Bélgica, en diez años, se han multiplicado por seis, y sólo en 2012 han crecido un 25%. Eso, sin contar con que la mitad de las veces -según un estudio de 2010 publicado en el British Medical Journal- no se declaran. En Suiza, entre 1998 y 2012, se multiplicaron por ocho; y en el Estado de Oregón -uno de los tres de Estados Unidos que permite el suicidio asistido-, por cinco.
Así, pedir morirse se convierte en normal, en lo esperado. El envejecimiento de la población y el gasto sanitario al final de la vida fortalecen esta expectativa que, en muchos casos, se convierte en « una presión sutil » sobre los más vulnerables, como ha denunciado monseñor André-Joseph Léonard, Presidente de la Conferencia Episcopal Belga. En Inglaterra, donde no se investigan los casos de enfermos que viajan a países con eutanasia para morir, un paciente con una enfermedad motora denunciaba hace poco, en la BBC, cómo las continuas preguntas de la gente sobre si se plantea una muerte asistida « te hacen sentir como si debieras planteártelo, por el bien del servicio de salud, o de mi familia ». A veces, la presión no es tan sutil: en 2008, el seguro médico público de Oregón negó a Barbara Wagner, enferma de cáncer, un nuevo tratamiento; en cambio, le ofrecían los medicamentos para suicidarse, 40 veces más baratos.
Quebec: ya se habla de ampliarla
El Consejo de Canadienses con Discapacidad ha subrayado « la carga emocional que supone oír continuamente » que las personas que no pueden manejarse solas « deberían recibir ayuda para morir ». El hecho de que la ley de Quebec se inspire en el modelo belga, en vez de en las leyes de suicidio asistido de Estados Unidos, no augura nada bueno. Esta ley legalizará la eutanasia y el suicidio asistido para los enfermos incurables -no necesariamente terminales- con un sufrimiento insoportable, físico o psíquico. Pero, antes incluso de haberse aprobado, la Comisión de Derechos Humanos y el Colegio de Médicos ya estaban planteando que se amplíe a menores y personas incapaces de dar su consentimiento. Por otro lado, el Tribunal Supremo ha admitido que se tramite un recurso que le obligará a replantear la prohibición de estas prácticas a nivel nacional.
La siguiente parada de la eutanasia probablemente sea Francia. El Presidente Hollande quiere empezar la tramitación este año, y ha reunido a un grupo de 18 ciudadanos que han emitido un informe favorable. Entre sus argumentos, está « el coste del final de la vida para la sociedad ». Mientras, el Consejo de Estado tendrá que decidir en breve sobre la vida de Vincent Lambert, un hombre en estado de mínima conciencia a quien su médico y su mujer quieren retirar la nutrición, contra el deseo de sus padres.
Con todo, otros países resisten a esta oleada. Los socialdemócratas y democristianos austriacos están dando los primeros pasos para prohibir la eutanasia en la Constitución. Y en Alemania, el ministro de Sanidad, Hermann Gröhe, ha mostrado su deseo de que « las personas que ya no se puedan cuidar solas, sepan que la sociedad les ayuda. Nadie debe preocuparse porque soy una carga para los demás, así que pongo punto y final ».