Me llamo Lech Dokowicz, soy polaco, camarógrafo y productor de películas documentales. Tengo 42 años, estoy felizmente casado y soy padre de cinco hijos.
El comienzo
Cuanto tenía catorce, llegó a Polonia Harris, un terapista bioenergético mundial. "Curando" enfermedades que la medicina clásica no podía, recibía a cientos de miles de personas. Así introdujo el ocultismo en mi país. Muchos sufren terribles dolencias espirituales desde entonces.
También me afectó a mí. Al poner sus manos sobre mi cabeza, balbuceó algo… Estando en misa, me desmayé. En la siguiente misa me sentí otra vez muy mal y me acerqué a las puertas para tomar aire fresco. Dos semanas después me retiré más atrás, y a las tres semanas estuve fuera de la Iglesia. Allí encontré otros jóvenes y hablamos el mismo idioma. Dejé de ir a misa. Por años mentí a mis padres haciéndoles creer que sí iba.
Europa y el movimiento tecno
A los dieciocho años viajé a Alemania, donde viví veinte años. Entrenaba a un grupo de jóvenes en basquetbol. Muy pronto tuve un automóvil nuevo, ropa, "completa libertad", todo con lo que los jóvenes sueñan.
Ingresé a la Opera Nacional de Baviera trabajando en iluminación, mientras seguía mis estudios. A los cuatro años, integré un grupo de teatro de vanguardia. Viajamos por Europa e hicimos muchas locuras. Formé mi propio grupo en espectáculos multimedia. Por fin, me encontré en el fascinante mundo de la televisión. Era admirado por mi familia, amigos y conocidos. "Qué suerte tiene", decían. Tuve autos caros, viajes, mejores ropas… Me sentía muy orgulloso de mí mismo.
En los'90, entré al "movimiento tecno" o música electrónica generada por computadoras. Allí reinaban las nuevas drogas sintéticas con las que se podía vivir años sin que nadie se diera cuenta (profesores o padres), pero eran muy destructivas. En Polonia, ya escuchaba a Jean Michel Jarr o Pink Floyd, fuentes de la tecno.
Ideé un instrumento acústico de 16 parlantes cuya señal podía ser enviada inalámbricamente y programado y proyectado por computadoras. Estimulaba el cerebro, igual que la drogadicción. Requería muchos recursos y gente. En una cena, encontré a álguien que podía valorar si funcionaría o no. Se llamaba Peter. Estaba a la vanguardia del tecno en Alemania y era su único ideólogo. Enseñaba cine en Nueva York.
Peter, maestro e "iniciador"
Me escuchó con atención y me interrogó. Quedé asombrado y convencido de que estaba frente a un genio. Sabía mucho, tenía libertad y facilidad de expresión. Sentía que verificaba mis limites intelectuales. Estaba perplejo. Me invitó a su estudio para mostrarme en lo que se ocupaba. Vi unos cuadros suyos.
Había sido un conocido anarquista en los EEUU; trabajó con famosos científicos estudiando la función del cerebro humano; organizó clubs donde se hicieron experimentos con luz y música y cómo ésta actuaba sobre las personas. Y también hacía películas que influían en el subconsciente, para grandes escenarios tecno.
Yo veía por primera vez este tipo de escenas y me interesaron mucho. Sobrepasaban mis expectativas. Eran muy intensas, y su fuerte y vívida expresión penetraban la conciencia.
Me invitó a un crucero por el Mediterráneo con 350 personas de gran influencia en el movimiento tecno, famosos disc-jockeys, dueños de clubs, fábricas de ropa, etc. Yo sería el camarógrafo oficial.
A bordo, comencé a tomar fotos. Peter llegaría después. Esa gente era como una familia de jóvenes de rara unidad, muy respetuosos, creativos; abiertos y comunicativos. Esto me sorprendió agradablemente. Algo así había buscado siempre. Normalmente cuando se filma, las personas temen a la cámara o escapan de ella o hacen todo lo posible para aparecer. Pero ellos se comportaban con indiferencia, ignorando su poder. Permanecían relajados como si nada pasara, aunque les apuntaba una gran cámara. ¿De dónde les venía esa libertad?
Cuando llegó Peter, analizó el material. Al final, me dijo: "He estado esperando a alguien como tú por catorce años. Si quieres te puedo educar personalmente". Me sentí alguien excepcional, con talentos especiales. En Europa comenzó mi educación intensa. Me daba libros, filmes hechos para mí, entrevistas. Me guiaba hacia el budismo y el zen. Empecé a cambiar mi fisonomía, el modo de vestirme y de ver al mundo. Ganaba más dinero, me teñí el cabello. La música me acompañaba todo el tiempo: en el auto, en la casa y en mi trabajo.
En el cine internacional
En el'95, en un concierto, con cerca de un millón de jóvenes, me preguntaron si yo era "el tecno-operador más famoso del mundo". El director Oliver nos buscaba para un filme que, en una escena de tecno, debía transmitir un modo de vida. Para entenderlo, vaya este ejemplo: en los'70 se hizo "Fiebre de sábado a la noche", con John Travolta. Tiene una coreografía y una música muy chistosas, por cómo la gente se viste, baila y se mueve. Sin embargo, tuvo tanta importancia que hizo proliferar las discotecas en los EEUU. Y, como una peste, la juventud del mundo comenzó a pasar el tiempo en discotecas y a imitar lo que sucedía en esa película.
Con este fenómeno se inició la vida nocturna de discotecas, y Oliver quería crear una película con el mismo efecto sobre la juventud en los'90 como lo tuvo aquella en los'70. Buscaban a alguien con un pie en la escena tecno y el otro en el mundo del cine. Era Peter. Y empezó otra etapa de locura. Viajé por el mundo, conocí a gente que sólo se veía en los periódicos, como George Lucas, creador de "Jurassic Park".
Padres en un ambiente retorcido
Mi espléndida esposa –con quien convivía sin casarnos- me anunció que esperábamos un bebé. La noticia me desagradó y fui con el "problema" a Peter. Dijo: "Lo que pasará en los próximos años necesita toda tu atención y concentración. Vean un doctor. Todo durará de una hora y después tendrán cuantos hijos quieran".
Podía ponerme de acuerdo con mi esposa, pero recordé lo que Peter dijo al conocerla: "Es muy pura". Estas palabras resonaban en mí y eran ciertas: ella siempre sonreía llena de paz, venía de una familia donde no había resentimientos y abundaba la paz y el respeto. Sabía que abortando al bebé, mi esposa nunca sería la misma, y decidí no hacerlo.
En Berlín, gradualmente fui introducido por Peter en un metalenguaje que se usaba en escena.
En las sectas o grupos secretos existen símbolos que significan algo que sus miembros entienden unívocamente, aunque supongan otro significado. Sin embargo, noté una profunda desarmonía entre la palabra escrita y la imagen, en las películas, los afiches o las editoriales. En los textos había un llamado a la unidad para crear un mundo nuevo y fantástico, mientras en la imagen sólo había símbolos de muerte.
Todos usaban camisetas con letras de terror, y la música estaba al borde de la tolerancia humana. Más y más sonidos obscuros y una violencia como nunca antes. Drogas, como la anfetamina, eran de uso masivo y su rápido poder destructivo volvía muy agresiva a la persona y terminaban destruyéndola. Le dije a Peter que no me gustaba lo que veía y le pregunté qué estaba pasando, me dijo: "Es la curva que hace el movimiento y después va a ir en otra dirección; que no me preocupe". Como había una relación de alumno a maestro y él nunca me había defraudado, acepté. Mientras tanto se acercaba el nacimiento de nuestro hijo.
En ese ambiente, hay mucha gente que se ocupa del ocultismo o la astrología y facultades semi-secretas donde conocidos profesores enseñan a pequeños grupos "conocimientos ocultos" y milenarios. Estábamos rodeados de esa gente. Decían que mi hijo sería muy especial. En ese tiempo tuvieron lugar tres fenómenos astronómicos, considerados sobrenaturales que, según ellos, signaban a mi hijo con grandes auspicios.
El domingo de Resurrección nació Robert. Ese domingo era para mí un día cualquiera.
Peter dijo que sin importar en qué parte del mundo estuviese, llegaría al nacer el niño. Así lo hizo. Vino al hospital y preguntó si podía tenerlo un poco. Por supuesto que dijimos que sí. Cogió al bebe y se alejó unos 20 metros de nosotros, se sentó, lo acarició y le murmuró algo. Luego nos despedimos, citándonos para trabajar.
Los primeros signos
Fuimos a mi casa paterna en Polonia para descansar. A los dos días, empezó a pasar algo extraño con el bebé. A medianoche emitía unos extraños sonidos que nos asustaron mucho. Duraban como una hora y después cesaban, y por el resto de la noche y al día siguiente estaba perfecto. No consultamos a un médico. Teníamos vendados los ojos, no queríamos afrontar el problema, nos sobrepasaba. Y más cosas extrañas pasaron.
Nos visitaron una pareja de jóvenes que conocimos en un club tecno de Polonia. Vestían de negro y no eran drogadictos ni bebían alcohol. Él era un artista y traía, como regalo, un cuadro suyo que nos pidió colgáramos en el cuarto del niño. Cuando se fueron, mi esposa y yo sabíamos que debíamos destruir el cuadro. Mostraba a un hombre en una carroza de hierro precipitándose, como sin saber qué le pasa. Quise quedarme con el marco porque me gustaba. Bajo la pintura aparecieron otras dos imágenes de ángeles que ascendían y flechas que se dirigían a sus cabezas. Necesité interrogar a Peter por estas cosas. Lo haría ni bien estuviese en Berlín.
Llegué a Dortmund, donde se realiza el "Mayday", el más grande tecno-concierto del mundo, una noche clave para los ocultistas: Freyja, diosa del amor, se une con el dios de la guerra, de la mitología nórdica. El sexo y la violencia. Al coliseo, por entonces el más grande de Alemania, acudían veinte y seis mil jóvenes.
Le mostré a Peter el cuadro y le pregunté qué pensaba. Se perturbó. Cosa muy extraña, ya que siempre tenía respuestas brillantes para todo. Especuló que los otros cuadros estarían allí accidentalmente.
En el coliseo realizamos las últimas pruebas. Peter hacía una animación para esa noche. Ingresaron miles de jóvenes que habían esperado todo un día. Del 60 al 70% usan drogas como el éxtasis, cocaína, anfetamina, hachís, marihuana, con alcohol. En 1995, el símbolo de "Mayday" era un círculo mágico, en cambio en ese'96, era una construcción en forma de cruz colgada con cadenas y movida con rapidez y violencia sobre los jóvenes que bailaban. Modernos reflectores cambiaban colores y hacían imágenes en forma de cruz, a lo que se sumaban las figuras de los láseres. Esto causaba en los jóvenes diversas reacciones según su sensibilidad. Un buen disc-jockey sabe cómo motivar el centro de la agresión, del corazón, del sexo… a todo el grupo.
Llevé el ritmo hasta un punto donde todos saltaban y gritaban y la adrenalina subía directamente al cerebro. Había momentos de euforia colectiva, y así toda la noche. A la una, Peter presentó su trabajo, dominando el coliseo desde cuatro pantallas gigantes, en las esquinas del salón. Todos podían verlo.
Peter me dijo: "Presta atención a lo que te muestro. Llegó el momento de aclararte quiénes somos, qué hacemos y por qué". Me concentré en esas imágenes destinadas a esos jóvenes, y a mí, para que pueda manejarlas y dirigirlas. Al comienzo eran escenas de mar abierto. Luego, en un estanque separado del mar con una red, una familia de delfines se movían sincrónicamente.
El grupo se movía con gracia y de repente el agua se enturbió con un liquido obscuro. Los delfines reaccionaron con pánico y se dispersaron lejos de la suciedad. Después empezaron a girar, a patear, a saltar y caer en el agua. La suciedad fue empeorando y los delfines cayeron al fondo y se enredaron en convulsiones. La arena se levantaba y daba la impresión de que se estaban muriendo. Eran extrañas y desagradables imágenes. Un pez subió. Tomó aire para despertar a los demás. Se juntó con otro y repitieron la maniobra hasta juntar de nuevo al grupo. Parecía un ballet. Miraba fascinado y me preguntaba cómo se lograba algo tan real. Salieron a la superficie y se transformaban en aviones. Abajo, se veía la tierra, hermosa y azul. Empezaron a arrancarse unas pequeñas partes que caían a la tierra, y se veían explosiones, banderas de diversos países -EEUU, Rusia, China, y la destrucción del planeta. Fuego, humo, un pavoroso caos volcánico y tal vez una guerra atómica.
Aparecieron tres hombres con trajes antiatómicos. Usaban cascos y hundían en la tierra una pala. Unidos por el hombro, entraron al centro de espaldas y se movían en una marcha sincrónica. Observé esta escena, sin entenderla. Luego, algo comenzaba a cambiar: parados sobre una tierra negra, empezaron a cavar y se formó un símbolo de tierra fresca. Era como un símbolo budista, como tres números nueve.
En el siguiente material había unos gemelos con camisa blanca y pantalón negro. No tenían piernas y su cabello brillaba. Uno acostado y otro parado. El acostado intentaba pararse con gran dificultad; estaba herido, sudaba y temblaba. Cuando lo hizo, el parado se cayó y todo empezó de nuevo. Le dije a Peter que no veía la conexión con lo anterior. Sonrió y señaló a los veinte mil jóvenes y supe que las imágenes eran su reflejo.
Sirvientes de Satán
El mensaje me llegó como un puñetazo. Manipulaba a esos jóvenes como jamás habría imaginado posible, y me produjo un tremendo asombro. Recordé que al principio creí que cambiaríamos el mundo por uno mejor, pero descubría que desde aquí arriba manipulábamos a los de abajo. Era algo odioso y angustiante.
En ese momento Peter hizo algo que nunca había hecho antes: tomó mis manos y las puso sobre los equipos, invitándome a probar lo que podía hacer con esos veinte mil jóvenes.
En realidad necesitaba respuestas y no sabía qué hacer. Él esperaba que yo hiciera algo. Miré los equipos y decidí mover el joystick del color. Cuando las pantallas se inundaron de azul, se apagaron todas las luces y se encendieron las de emergencia. Peter, rabioso, me alejó de los equipos, empezó a blasfemar como nunca y procuró salir de la penumbra apagando diferentes módulos.
El disc-jockey puso un ritmo rápido y fuerte como de tropas marchando y la gente bailaba en trance. Peter trabajaba con un operador que escogía una persona que se movía con los ojos cerrados, ignorante de que se lo filmaba. La escena se proyectaba en la pantalla gigante y Peter sobreponía otra imagen. Un hombre subía por una alta torre junto a una piscina. De pronto la imagen cambia a otro que baila en la sala, para volver al de la torre y esto se hace en forma intermitente. El que sube extiende sus manos, va al borde de la torre, mientras el otro baila todo el tiempo. De repente su cuerpo se inclina y se lo ve caer, después un destello… y la cámara escoge a otra persona de la sala; quien sube y cae.
Entonces me di cuenta de que la construcción en forma de cruz, era una cruz profanada, que los tres números en forma de nueve no eran un símbolo budista, sino el número de la Bestia y que ellos son satanistas, que crearon ese mundo monstruoso como un enorme juguete para millones de jóvenes… Y yo era uno de ellos.
Pensé: "Desde ahora puedo hacer lo que quiera, trabajar en proyectos fascinantes, tener dinero sin límites, puedo tenerlo todo… Pero debo dejar a mi esposa y a mi hijo". ¡No quería que vayan donde yo iría!
De pronto, apareció otra idea: "Sí, vas vivir una vida fascinante, pero vas al infierno…". Y ésta me perturbó por completo ya que en diecisiete años jamás había pensado así. Me asusté porque entendí que perdería algo de un valor inimaginable. Entonces experimenté el pavor de mi alma cayendo al abismo del infierno.
Era como un suicida que cuando salta del rascacielos a la oscuridad, se da cuenta de que quiere vivir, pero es demasiado tarde; cae con espanto y, horrorizado, sabe que cada segundo lo acerca al fin.
En medio de ese tremendo susto, caí de rodillas y empecé a dar gritos. Gritaba y clamaba por ayuda. "Padre nuestro que estás en el Cielo…", pronuncié e internamente vi un enorme y luminoso personaje. Era San Miguel con su espada en la mano. Me preguntó. "¿Crees en Dios?". Dije que sí. "¿Niegas a Satanás?". Sí. "¿Quieres luchar contra el?". ¡Sí!. Al pararme, era un creyente. Recuerdo el sentimiento de locura, de inmensa alegría. Todo lo que mis padres me enseñaron era verdad. ¡Dios vive, vive! ¡Él verdaderamente vive!
Escapando del Diablo
Vi a Peter al lado mío. Su cara denunciaba sorpresa, repugnancia, odio. Lo empujé y salí corriendo. Debía llegar al hotel por mi pasaporte y las llaves del auto, atravesando un trayecto lleno de gente tecno. Corrí por corredores repletos de jóvenes. Vi a unas personas con radios y me asusté pensando que me esperaban; sabía demasiado. Me paralicé. Era imposible, me atraparían. Entonces, a paso de soldado, dos jóvenes vinieron hacia mi y me sacaron de allí. Estaba seguro con ellos. Se detuvieron y logré ver la entrada de mi hotel, y desaparecieron. Corrí…para encontrarme con Peter, quien quiso detenerme diciendo: "Tengo algo que decirte…"
Muy nervioso, le esquivé, cogí mi cosas y salí. En la luneta posterior de mi auto vi unas etiquetas que ahora sabía eran el rostro de Satanás. Escuché una voz interior que me decía: "No vayas en el auto". Así que empecé a caminar en dirección del alba, al este, a Polonia. Tomaría un tren o un ómnibus. Iba preocupado por la situación de mi hijo. Encontré una cabina telefónica y llamé a la casa de mi tía donde providencialmente mi madre entraba. Le dije que Peter y toda su gente eran satanistas y que debían llamar a un sacerdote de inmediato por mi hijo Roberto, y eliminar todo lo que guardábamos en su cuarto: discos de disc-jockeys, imágenes, libros y carteles, llenos de símbolos perversos. Mi madre se hizo cargo de todo. Le avisé que llegaría allí pronto.
Al salir de la cabina, un auto se detuvo a unos metros. Salió un hombre de negro con un bigote fuera de moda y barba puntiaguda. Sonreía y me miraba con pena, como diciéndome: "¿Y ahora qué…?". La placa del auto tenía las letras DO, de Dortmund, y 666. Sentí el frío de lo abominable; me espanté. En seguida pensé: "Ustedes no me pueden hacer nada porque yo creo en Dios". Resuelto, marché a la estación de trenes. Al rato viajaba con jóvenes que venían del "Mayday", escuchando música. Percibí a Berlín como un nido de serpientes reptando por las calles. Vi muchas cosas por varias semanas. Tuve una visión sobre Alemania y sufrí ataques personales. Escuché voces. Había adquirido una sensibilidad que desconocía. Miraba a una persona y podía conocer el estado de su alma en relación con Dios.
En Berlín, subí al tren para Polonia. A la hora y media, se detuvo y noté un cambió. Hasta entonces había sentido siempre la presencia del mal. Entró un oficial de la aduana y me pidió el pasaporte porque llegábamos a Polonia. Era eso. Entrábamos a una tierra donde millones de personas comulgan a diario, sostienen el rosario, oran por sus hijos, sus nietos y se entregan al amparo de la Virgen, especialmente en Czestochowa.
Allí entonces, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir. Dormí hasta Gdynia.
Ya en casa, conté todo a mi esposa, mi madre y mi tía y pedí imperiosamente un sacerdote que pudiera ayudarme. Antes de darme la dirección de una Iglesia con Adoración Perpetua, mi madre me dijo que pronto estaría en Gdynia una replica de la imagen de la Virgen de Fátima que peregrinaba por la renovación de la fe.
De regreso al Padre
Partí. Del templo salió una señora que me dijo: "Necesitamos un hombre fuerte". Había que trasladar una cruz de metal hacia donde estaría la Virgen de Fátima. Era increíble: por primera vez iba a la Iglesia a buscar ayuda, y recibía una cruz para cargar. Se incrustaba en mi hombro mientras caminaba por la ciudad donde crecí, me eduqué y viví por 18 años. Sólo pensaba que caería y quedaría tendido en el suelo ofreciendo un espectáculo ridículo. Tenia vergüenza de la cruz. De repente escuché la misma voz de Dortmund: "Quien quiera seguirme que lleve su cruz y me siga". Entonces lloré como un niño. Y supe que Dios me había llevado ahí.
Ya en la Iglesia, me senté en la última banca y quise orar esperando al sacerdote que volvería a celebrar la Misa. Pero, cómo podía orar alguien que no oraba hacia diecisiete años. No pude, y en ese momento un grupo de señoras se arrodilló a mi lado y empezaron a rezar la primera estación del Vía Crucis. Me les sumé.
Después de la Misa, hablé con el sacerdote. Era el que el Señor puso en mi camino. Al salir del confesionario era un hombre nuevo, recién nacido. Quería abrazar a todos. No puedo describir lo que sucedió cuando recibí la Comunión después de tanto tiempo. Fuimos al Santuario de Czestochowa, para dar gracias por esta milagrosa salvación y después bautizaba a mi hijo con lo que desaparecieron sus perturbaciones.
Me urgía ir a "Mayday". Quería grabar lo que allá pasaba. Hablar es bueno, pero filmar y reproducir es irrefutable. Tomé imágenes que documentan y verifican lo que he narrado. Jamás volví a lugar similar.
Pasaron doce años y, con amigos que han vivido similares experiencias, creamos películas que muestran la obra de Dios.
Invito a todos a un más profundo compromiso y abandono en Dios. A abrir los corazones, como dijo Juan Pablo II: "Abrid la puerta de par en par a Cristo", para que se pueda servir de ustedes. Nosotros, católicos, debemos despertarnos, ver qué está pasando alrededor nuestro. Orar. Ser como sacerdotes de la oración.
Por gracia de Dios sobreviví a todo esto y pude salir.
Tendencias en el ocio de riesgo
Los adolescentes de hoy disponen de las alternativas más sofisticadas para llenar sus ratos libres: videoconsolas con infinidad de juegos, superficies comerciales donde se mezclan hábilmente las compras con el entretenimiento, redes sociales para conectar con amigos a través de Internet... Pero, sin importar lo elaboradas que sean las ofertas estas opciones parecen quedárseles cortas en relación a las ofertas en el ámbito de la música y el baile, especialmente con el uso de la tecnología actual.
Van a la búsqueda de nuevas emociones... ¡Y las encuentran! Pero, ¿realmente se lo pasan bien?
De los 365 días que tiene el año 226 son vacaciones, festivos y fines de semana. Son muchas horas por llenar y pocas las directrices de sus padres. Y, por huir del aburrimiento, caen en la anestesia de la música tecno, de las drogas y hoy en día del Satanismo.