Del Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2523-2524

El Pudor

Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.

Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.

La castidad es una virtud que, bajo la moción de la caridad, orienta al bien el impulso genésico humano, tanto en sus aspectos físicos como afectivos. Implica, pues, en el hombre libertad, dominio y respeto de sí mismo, así como caridad y respeto hacia los otros, que no son vistos como objetos, sino como personas. Y un aspecto de la castidad es el pudor. Mientras la castidad modera el mismo impulso genésico, el pudor ordena más bien las miradas, los gestos, los vestidos, las conversaciones, es decir, todo un conjunto de circunstancias que están más o menos en relación con aquel impulso sexual.

más triste del tema que estamos tratando es que aquellos cristianos que pueden evitar el mal se están contagiando o se han contagiado ya de la ceguera del mundo, de esa ceguera inverosímil que ni siquiera permite ver las verdades más elementales del Evangelio.

El pudor, entendido como sentimiento de recato y de vergüenza, especialmente en lo que se refiere a la esfera sexual, representa un elemento fundamental de la personalidad. Se relaciona por un lado con la sexualidad, por otro con la esfera íntima de la personalidad, y está emparentado con los sentimientos de vergüenza, de recato, de reserva y, en general, con todo lo que atañe al respeto de la esfera de intimidad de cada uno.

Dice el Señor que no pueden juntarse luz y tinieblas y parece como si algunos, con su habilidad, hubieran encontrado manera de juntarlas. ¿Qué pensará el Señor realmente de nuestra actual moda? "Van a llegar unos tiempos -decía Jacinta de Fátima- en que las modas ofenderán mucho a Dios Nuestro Señor".

Si el hombre que mira con mal deseo a una mujer ya adulteró en su corazón, ¿qué ocurrirá con la mujer que: o busca derechamente esas miradas del hombre o está obligando a los hombres a que hagan milagros para no mirar de esa manera? 

¿Qué dirá el Señor de estas mujeres que van -según dicen ellas- a la última moda? Evidentemente, todos los anatemas que hay en este pasaje del evangelio caen, no solamente sobre los que tropiezan en el escándalo, sino mucho más sobre los que escandalizan.

Estas dos consecuencias son tan duras, que uno no puede decirlas ya de una manera suave. Al menos que el Señor no nos pida cuentas de no haber hablado claro. Que el Señor no nos diga que no hemos enseñado la verdad a su pueblo. Ahí tenéis la verdad, tal como está en el Evangelio, que no es palabra de un maestro cualquiera, no es la palabra torpe de un hombre, no es el criterio de un teólogo rigorista, sino que es la palabra misma de Jesucristo, que podéis leer y comprobar en este capítulo quinto del Evangelio de San Mateo.

"Oísteis que fue dicho: « No cometerás adulterio. » Mas yo os digo: "Quienquiera mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón."

Pero alguno preguntará: ¿Peca mortalmente la mujer que va mal vestida? Algunos creen que es únicamente problema de intención. Yo siempre digo que no es sólo problema de intención (querer positivamente el mal efecto), sino de tener conocimiento, aunque sea oscuramente, de que un hombre o una mujer ha puesto la causa objetiva del mal que se va a producir, ve venir por su causa culpable el mal efecto, pero no quiere, aun sabiéndolo, dejar de evitarlo.

El escándalo dado se divide en dos clases: El Escándalo directo y el escándalo indirecto.

El escándalo directo es aquel en el que la persona que escandaliza busca directamente que el otro peque. Es decir, pone la ocasión para que el otro tropiece y caiga en el pecado. Y esto, dicen los moralistas, lo puede desear o por odio contra la religión católica (escándalo diabólico); o porque le proporciona alguna ventaja, utilidad o placer (escándalo estrictamente directo).

Pero además del escándalo directo, está el escándalo indirecto. Se define como aquel en el que el pecado del otro no se intenta, ni se busca ni se quiere, pero se prevé que se seguirá por mi conducta.

Y aquí está la clave: ¿preveía la mujer con ese vestido objetivamente deshonesto que llevaba, que llegaría el escándalo, es decir, la posible ruina espiritual del prójimo al mirarla? No se trata de saber si pecaron o no todos los hombres que se toparon aquella tarde con ella. No importa si era una mujer atractiva o poco agraciada. Se trata, en definitiva, de saber si la persona puso con su mala acción la causa, cayó en la cuenta de lo que hacía, y previó, con su mal comportamiento en el vestir, el posible mal efecto ruinoso para el otro. Y ello, aunque no pretendiese con esa prenda cortísima o transparente, originar directamente ningún escándalo.

El Padre Noldin, sobre el adorno de las mujeres, dice:

a) En primer lugar, hay que atender a la intención por la cual la mujer se adorna, prescindiendo ahora de si el adorno es modesto o inmodesto. Y dice:

1. Si se adorna por conservar la decencia de su estado, o para agradar a su esposo, o para encontrar novio, o para ocultar un defecto del cuerpo, o por seguir las costumbres de la nación, su intención es ciertamente lícita.

2. Si se adorna o viste por ligereza y vanidad, o simplemente para hacer ostentación de su belleza, su intención es levemente pecaminosa (pecado venial).

3. Si todo ello lo hace para provocar la concupiscencia de los varones y el amor impuro, su intención es gravemente pecaminosa (Escándalo directo. Pecado mortal en cuanto a la intención, prescindiendo del vestido)

b) En cuanto al objeto (vestido), prescindiendo de la intención de la persona que la ostenta.

1. Si el adorno o vestido es honesto y conveniente al estado, según la costumbre de la nación, pueblo o ciudad, también es lícito y debe ser permitido. Luego no están obligadas a desechar un adorno o vestido decente y honesto, aunque determinadas personas muy concretas se autoprovoquen por ello a la concupiscencia.

2. Si el vestido es inmodesto, tales como: los vestidos demasiado cortos o tenues, los vestidos demasiado estrechos y los vestidos demasiado recortados, es siempre un grave escándalo porque gravemente y próximamente provoca o puede provocar a otros a la lascivia.

3. Por eso pecan gravemente aquellos que introducen esos usos, pero también pecan gravemente aquellos que meramente se acomodan porque con ello aumentan la indecencia común.

El problema con la mujer moderna es que seducida por el mundo, ve como normal el vestir indecente, pues comentan: "los tiempos han cambiado, lo importante es lo interior", palabras que son graves, en razón de deformar la modestia, y sobre todo el respetarse a sí mismas.

El reflejo de el olvido por el vestir modestamente lo podemos ver en las iglesias actuales, en las cuales se ve en Misa, a muchas mujeres con vestidos o ropa semitransparente, ajustada o con escotes pronunciados, con pantalones, pants, shorts, minifaldas, blusas escotadas y sin mangas, y demás, y sin darle, muchas veces, alguna reverencia a Dios. Si bien es grave que se usen modas indecorosas e indecentes en cualquier sitio, lo peor es que lleguen éstas hasta el mismo templo, donde se debe honrar a Dios y se debe manifestar, especialmente, la modestia cristiana. 

"Vendrán muchas modas que ofenderán gravemente a Dios" dijo la Virgen en Fátima. Su profecía se ha cumplido totalmente, y lo más grave es que hasta en la mismísima Casa de Dios. Pero desgraciadamente, existen muchas personas que creen que el adagio comercial que dice que "mercancía que no se enseña, mercancía que no se vende" se debe aplicar a la moda y, así, de esta manera, muchas jóvenes (y hasta también jovencitos) se venden visualmente, empleando la antigua táctica que siempre emplearon mujeres de mala nota para sus fines muy específicos. ¿Cómo es posible que una verdadera católica siga esa misma técnica y cómo es posible que sus padres, novios, hermanos o esposos se lo consientan?